"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Libro III. Episodio 117. Demasiados Julios


   Julio Carreño camina a grandes zancadas y si no corre como un chiquillo es por el qué dirán. Qué iba a decir la gente viendo correr desalado al propietario de la mejor droguería de la ciudad y dueño de la única camioneta que hay en Plasencia. Sin embargo, a medida que se va acercando a casa aumenta el ritmo de las zancadas, tanto que Paquita ha de correr para poder ir a su altura. Así que mi mujer me ha dado un crío, un nuevo Julio Carreño, piensa. La alegría le hace intentar una cabriola que al momento reprime pues un viandante le ha mirado con cara de extrañeza. Entra en casa como una exhalación, en el comedor le está esperando su madre que lo abraza con ternura.

   -Bueno, al fin me habéis hecho abuela. Tienes un hijo que es una preciosidad y, aunque todos los recién nacidos tienen el rostro arrugado como una pasa, juraría que es más Carreño que Manzano. Enhorabuena, hijo.

   -Y Julia, ¿cómo está? –pregunta el novel progenitor mientras sube la escalera camino del dormitorio conyugal.

   -Bien, aunque el parto ha sido laborioso. Etelvina dice que es normal en las primerizas, con los que vengan después todo será mucho más fácil.

   En la puerta de la habitación le está esperando su suegra que pone un dedo en sus labios y le habla con voz queda.

   -No hables alto, Julina acaba de dormirse. Entra sin hacer ruido, verás que hijo tan guapo tienes.

   Luisa, una de las hermanas de Julia, está acunando al crío para dormirlo. La señora Etelvina la comadrona, que está recogiendo su instrumental, se vuelve hacia el padre.

   -Felicidades, Julio. Tienes un heredero que ha bramado como un becerro, pero en cuanto su madre se lo ha puesto al pecho y le ha dado los primeros calostros se ha quedado frito.

   -¿Está… completo? –inquiere dirigiéndose a Etelvina y sintiéndose ridículo al formular tal pregunta.

   -Completísimo, dos manos, dos piernas, cinco dedos en cada una y el aparato de mear en su sitio. Julia ha hecho un buen trabajo y también algo habrás ayudado tú, digo yo.

   -¿Quieres cogerle? –pregunta la tía del recién nacido.

   Julio coge torpemente a su hijo en brazos y le mira atentamente buscando algún parecido familiar.

   -Que pequeñajo es y que poco pesa –se sorprende.

   -Bueno, no tan pequeño, el doctor Lavilla dice que mide casi cincuenta centímetros y ha pesado cerca de tres quilos. Será un buen bigardo, por eso a la pobre Julia le ha costado tanto traerlo al mundo –comenta Etelvina, momento en que entran las dos abuelas y Pilar, como acostumbra, comienza a dar órdenes.

   -Esto parece una romería, aquí hay demasiada gente y sobramos casi todos. Luisa, pon al niño en la cuna y sugiero que dejemos únicamente al padre para que cuando Julia despierte vea a su marido y no al familión al completo –Nadie se atreve a rechistar pues la maestra es de las que impone. 

   Julio se sienta al lado de la cama. Su mujer tiene un sueño irregular, como si tuviera pesadillas, pues no hace más que rebullirse. Pese al trance que acaba de pasar tiene cara de madona, se dice el hombre. Debe de ser verdad lo de que la maternidad embellece a las mujeres, nunca la vi tan hermosa, piensa. Y un ramalazo de orgullo y ternura le lleva a pasar el índice por el perfil del rostro femenino que al sentir el contacto abre los ojos.

   -¿Y el niño? –pide, sobresaltada.

   -Tranquila, cariño, está durmiendo en la cuna. ¿Cómo estás? –Nada más decirlo se arrepiente, si hay una pregunta estúpida que hacer a una parturienta es esa.

   -Cansada, pero feliz. ¿Has visto que guapo? Es tu vivo retrato.

   -Soy el hombre más feliz del mundo. Tengo una mujer maravillosa que me ha dado mi primer hijo, un nuevo Julio Carreño… y Manzano –añade.

   Julia sonríe, y pese a lo incómoda que se siente, comienza a tramar la forma de convencer a su marido de que ese no es el nombre más adecuado para el niño, serían demasiados Julios en la casa. Hay un obstáculo: acordaron que si el recién nacido era niño el nombre lo elegiría el  padre, y que si era niña el nombre correría por cuenta de la madre. Tendrá que convencerle, pero este no es el momento, tiempo habrá antes de bautizarlo, se dice. Instante en que su marido anuncia algo que la alerta, no queda tanto tiempo como creía.

   -Tengo que ir al juzgado antes de que lo cierren para inscribir al chico. ¿A quién te parece que lleve como testigos? Yo había pensado en el doctor Lavilla y mi amigo Pascual o quizá las dos abuelas.

   -Seguro que les hará mucha ilusión, ¿pero la inscripción es necesario hacerla hoy? El certificado del doctor Lavilla supongo que especificará la fecha y hora del nacimiento. Eso debe valerles a los del juzgado aunque lo hagas mañana. Lo que tienes que hacer es no separarte ni un segundo de tu mujercita que te ha echado mucho de menos. No sé porque se mantiene esa estúpida costumbre de que los hombres no deben estar presentes en el parto, como si no fuera asunto de ellos.

   -El niño se ha despertado. ¿Te lo llevo?

   La madre acoge en sus brazos a la criatura que sigue con los ojos cerrados.

   -Que mono es y cuanto le quiero. Amor mío, se me acaba de ocurrir que si le ponemos como tú, tal como quieres, ¿no serán muchos Julios en la familia? Tú, Julio, yo, Julia, el niño, Julio, van a acabar llamándonos los Julianos…; creo recordar que en Roma hubo una familia patricia que se llamaba así.

   Alguien llama suavemente a la puerta. Es la abuela paterna.

   -¿Todo bien, necesitáis algo?, ¿quieres comer Julia?, ¿cómo sigue mi nieto?

   -Gracias, me encuentro mejor y tu nieto está tranquilo. Pilar, ¿verdad que en la antigua Roma hubo una familia patricia llamada los Julianos?

   -Recuerdo que hubo un emperador llamado Juliano que renegó del cristianismo, pero no me acuerdo de una familia de Julianos. Quizá es que te confundes con la dinastía Julia de la que salieron emperadores como Julio César y Augusto. Sí que debes encontrarte bien para, recién parida, recordar al Imperio Romano.

   -Ha venido a cuento porque Julio quiere ponerle su nombre al niño, lo que creo que es ideal, pero ¿no serán muchos Julios en la casa? Ya lo estoy viendo, ¿a quién te refieres, al padre o al hijo?,… y la madre también se llama así.

   Pilar queda pensativa, pero reacciona enseguida.

   -Pues ya que lo dices, estoy de acuerdo, serían demasiados Julios. De todas formas no quiero meterme en eso, es algo que debéis dilucidar los padres. ¿Quieres comer algo sólido o mejor te traigo un vaso de leche y unas galletas?

   -Ay, sí, por favor. Tráeme un vaso de leche y un platito de perrunillas.

   -Cariño, confieso que me hacía ilusión lo de ponerle mi nombre –admite el hombre-, pero creo que tienes razón, serían demasiados Julios. Entonces, ¿cómo le ponemos? –La mujer tiene pensado el nombre, pero lo que responde es otra cosa.

   -El que tú quieras, amor mío.

   -¿Y si le ponemos el nombre del santo del día? –sugiere la abuela que ha vuelto con la leche.

   -¿El santo del día? –El hombre abre la puerta y grita-. ¿Alguien puede traerme el calendario zaragozano?

      Enseguida llega la tía Luisa con el calendario. Julio lo ojea.

   -Hoy es el día de Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín, santo, padre y doctor de la iglesia católica.

   -Es un nombre bonito y no hay nadie en la familia que se llame así –comenta Pilar.

   -Sí, no está mal, pero… me recuerda a Agustín el de Montánchez, uno que sirvió conmigo en Palma, y que era un zoquete de cuidado –rememora Julio.

   Desechan Agustín y van descartando patronímicos hasta que…

   -Pienso que a mi padre le hubiese gustado conocer a su nieto. Sabes que murió siendo yo niña y siempre le eché de menos… -deja caer Julia.

   Julio coge al vuelo la sutil referencia de su esposa y se dice que ese puede ser su regalo del día.

   -Podríamos ponerle su nombre, Álvaro es un nombre que me cuadra.

   -¿Harías eso por mí, corazón?

   -Por ti haría lo que no está en los escritos. Si te gusta Álvaro, así se llamará.

   -Gracias, amor mío. ¿Estará todavía abierto el juzgado? Lo digo porque tendrías que ir a inscribirle, ¿no?

   Julio sale flechado hacia el registro civil pues si lo coge abierto será por los pelos. Cuando llega, el registro está cerrado pues son las catorce y dos minutos, y sabido es lo puntuales que son los funcionarios públicos cuando se trata de cerrar las ventanillas. El motivo de que no haya llegado a tiempo ha sido que en el trayecto ha tenido que detenerse tres veces para ser felicitado por su reciente paternidad. Dos clientes de su tienda y un amigo del casino han sido los que al cruzarse le han dado la enhorabuena. ¿Cómo demonios han podido enterarse tan pronto si hace menos de tres horas que ha nacido la criatura?, se pregunta. Misterios de las poblaciones que, a pesar de llamarse ciudades, en verdad no son más que patios de vecinos un tanto grandes, se dice. En ese momento recuerda algo: debería comprar unos puros pues existe la costumbre de que la gente de buena posición regale un puro a cada uno de los amigos y conocidos que les felicitan cuando sus esposas traen al mundo una criatura. El estanco, pese a que son las dos pasadas, sí está abierto.

   -Una caja de farias.

   -Si es para celebrar algo también debería llevarse otra de una marca de más enjundia. Le recomiendo Hoyo de Monterrey, uno de los mejores habanos que tengo, aunque son un poco caros.

   -Saque esos habanos que no todos los días tiene uno al primer hijo.

   -Que sea enhorabuena y que se crie con salud. Usted es el de la droguería nueva, ¿verdad?

   -Sí, señor, Julio Carreño para lo que guste.

   -Pues si me permite, señor Carreño, solo me va a quedar otra caja de Hoyo, y no va a encontrar esa marca en ningún otro estanco. Lo digo por si quiere que se la reserve un par de días por si no tiene suficiente con la que se lleva.

   Cuando sale del estanco con las dos cajas de puros, Julio no puede por menos que acordarse del brigada Carbonero que tanto le enseñó sobre el arte de vender. Este estanquero, no tiene nada que aprender del brigada, se dice, venía por una caja y salgo con dos.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro III, Los hijos, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 118. De bien nacidos…