"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 31 de marzo de 2015

4.4. Un proverbio escocés que da que pensar


   El noviazgo de Pepita Arnau y José Vicente Gimeno tiene más días malos que buenos. No lo confiesan, pero ambos están decepcionados. Pepita esperaba que una relación formal le depararía incontables días alegres y felices. Soñaba con fiestas, celebraciones, saraos... Confiaba que su prometido la llevara de aquí para allá mostrándola a todo el mundo, orgulloso de exhibir a su lado a una mujer de bandera como ella…, como ella cree que es. Ha resultado todo lo contrario. Tras el fracaso social de la jovencita en las tres primeras reuniones en Valencia en los que participó la pareja, Gimeno ha dejado de llevarla consigo y no salen del pueblo con lo que los sueños de brillo social de Pepita se están esfumando paulatinamente.
   El problema del joven político es otro: se aburre. La chica no tiene conversación, eso ya lo sabía desde el primer día, pero no imaginaba hasta qué extremo. Sus motivos de charla son escasos y recurrentes: las películas, los cotilleos locales, la vida de sus amigas, el desarrollo del serial radiofónico que está siguiendo y poco más. Al tedio se une que tampoco hay sexo, la jovencita se ha mostrado permisiva siempre que las caricias no sobrepasen de la cintura, pero acariciarle los pechos ya no le produce al hombre ninguna excitación. Lo que más le gustaría sería besarla apasionadamente, pero el mal aliento de boca de Pepita se ha convertido en una barrera infranqueable. Todas las noches, siguiendo la inveterada costumbre local, acude a casa de los Arnau. Hay poco más que hacer que hablar y, si no hay conversación o ésta es tan plana y tan poco interesante como la de la muchacha, el resultado no puede ser otro: el hastío. A todo ello se añade que el plan de Gimeno de culturizar a la joven por medio de Lolita se fue al traste por la cerril oposición de la niña de los Arnau, cuyas ansias culturales se limitan a aspectos como el que le está planteando:
- El domingo quiero que me lleves al cine. Me han dicho que pondrán una película de Luis Sandrini, Peluquería de señoras, que dicen que es para partirse de risa – El cine es uno de los entretenimientos más querido por Pepita.
   A José Vicente el cómico argentino le repatea, le parece una pésima versión de Cantinflas, pero asiente.
- Por supuesto, iremos. Por cierto, ¿leíste la revista que te dejé ayer? Traía artículos muy interesantes sobre la mujer – El hombre no renuncia a pulirla.
- Le eché un vistazo, pero es un tostón. No sé de dónde sacas que trae cosas interesantes. Es mucho mejor El Hogar y la Moda, que además lleva muchas fotos y no tanta letra.
- Y el libro sobre urbanidad y buenas maneras, ¿lo leíste?
- Lo ojeé por encima, pero también es un rollo patatero. No sé qué manía te ha dado con que lea cosas que son más antiguas que la trementina. No son más que bobadas que no sirven para nada. Mi madre siempre repite que una señora no tiene que hacer nada, que para eso están las criadas. Porque cuándo nos casemos tendremos criadas, ¿verdad?
- No sé si gano para tanto, ya te lo dije.
- Por el dinero no debes de preocuparte. Mi madre me tiene dicho que cuando nos casemos nos pasarán lo de los alquileres de los pisos y del almacén que tienen arrendado. Sobrará para una criada y, si es preciso, hasta para dos.
- Pepita, no es cuestión de dinero ni de criadas. Aun suponiendo que las tengamos, un ama de casa debe de saber todas las cosas que atañen al hogar, aunque las hagan las sirvientes, precisamente para poder mandarlas y si éstas no lo saben hacer enseñarles cómo se hace.
- Por eso no te preocupes, yo sé mandar muy bien.
   Y tanto, piensa Gimeno, como que en esta familia eres la capitana en jefe. Ya descubrió hace tiempo que otro de los rasgos de su novia es lo obstinada que puede llegar a ser. Decide cambiar de asunto.
- No sé si te lo había comentado, pero el próximo diecinueve de marzo, día de San José, se va a celebrar una recepción en la Jefatura Provincial y luego veremos la cremà. Nos han invitado y Germán me ha dicho que espera vernos a los dos.
- Esas reuniones son una pesadez. No conozco a nadie y me aburro como una mona.
- Eso no es del todo cierto, cariño – José Vicente no es muy proclive al uso de expresiones tiernas con su novia, parece como si le costara emplearlas -. En la anterior reunión te presenté a un montón de gente.
- Sí, y que luego maldito el caso que me hicieron. Tú estuviste hablando toda la tarde, que parecía que habías comido lengua, y yo me quedé más sola que la una. Para eso mejor que vayas tú solo.
   Tampoco insiste. Pepita parece incapaz de trabar amistad o ni siquiera mantener una conversación, aunque sea intrascendente, con cualquier persona que no conozca bien, y eso supone que nadie que no sea del pueblo concita su atención.

   Gimeno es cada vez es más consciente de que la jovencita no le va a ser de gran ayuda en su prometedora carrera política. Ya que parece que no va a poder aprovecharse de su habilidad social, tendrá que hacerlo de su dinero. Aunque hasta de esto último comienza a tener dudas, las que le suscitó Manuel Lapuerta, posiblemente sin proponérselo. Hace tiempo que Gimeno constató el gran prestigio que tiene el médico en el pueblo y, siguiendo su política de sumar amigos que puedan ayudarle en su pelea por ser el número uno, buscó la amistad del galeno por todos los medios. No le resultó fácil, Lapuerta le trataba con deferencia pero no iba más allá. Hasta que el joven político descubrió uno de los puntos flacos del aragonés: su pasión por el ajedrez. En el pueblo había contados ajedrecistas, siempre jugaban los mismos. José Vicente, que jugó de niño con su padre pero que no había vuelto a ponerse delante de un tablero desde hace años, compró un par de libros elementales sobre el juego y los estudió. En el café de El Porvenir, Lapuerta se encontró una tarde con la sorpresa de ver a Gimeno jugando al ajedrez con uno de los panaderos del pueblo.
- Hombre, José Vicente, no sabía que eras de los nuestros.
- Solo soy un mal aficionado. No estoy en condiciones de competir con vosotros. Jugaba a menudo con mi padre pero, desde que falleció, apenas si volví a tocar el tablero. Tengo que practicar.
- Se nota que estás oxidado. Esa defensa que has montado tiene muchos puntos débiles. Sobre todo el flanco de reina está muy desprotegido. En cualquier caso, sé bien venido a nuestro minúsculo club. Jugar con una cara nueva va a ser agradable. Los pocos que somos nos tenemos muy vistos.
   Así comienza una incipiente amistad entre los dos hombres que Gimeno intenta alimentar por todos los medios. Juegan al ajedrez y, sobre todo, charlan mucho. Lapuerta, que realmente apenas le había tratado, descubre que el secretario de la cooperativa es hombre con una más que notable formación, buen conversador y todo un animal político. Un día en que ambos han dialogado sobre múltiples temas, han tocado, más bien de refilón, el asunto de los matrimonios por interés. Discrepan sobre ellos: Lapuerta cree que son un dislate y Gimeno opina que pueden tener su razón de ser en determinados supuestos. No se ponen de acuerdo, como en tantas ocasiones, pero la discrepancia es uno de los alicientes de sus diálogos. El médico termina rematando el asunto con una frase que se grabará a fuego en la mente del  joven político:
- Mira, José Vicente, quizá tengas razón, pero cuando sale este tema siempre me viene a la mente un proverbio escocés: no te cases por dinero, puedes conseguirlo prestado a mucho menor interés.
   Solo es un maldito refrán más, se dice, por muy escocés que sea, pero a Gimeno le da mucho que pensar. No se engaña, es consciente de que Pepita le atrae por muchas cosas: es joven, mona, esbelta, pertenece al clan de los Arbós y… algún día heredará un montón de fincas y una saneada cuenta bancaria. En el balance que hace no aparecen palabras como amor, pasión, amistad, ternura, ni siquiera sexo. Tampoco se engaña, sabe que su noviazgo ha surgido de la cabeza, no del corazón, y en aquella sigue instalada. ¿Será suficiente para mantener una relación que puede llegar a ser definitiva?, comienza a tener un mar de dudas.