"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 11 de octubre de 2019

Capítulo 30. La teoría de Grandal sobre el caso Pradera. Episodio 125. Entonces, ¿hay alguien a quién culpar?


   La mañana del 29 de agosto ha pasado y Grandal no ha podido terminar de contar a los amigos su teoría sobre lo que pudo ocurrir en la habitación donde Curro Salazar reposaba de su fractura de costillas, empeorada tras la caída que tuvo al discutir con Vicentín. Y por la tarde tampoco podrá porque el excomisario le ha prometido a Chelo llevarla a conocer Peñíscola. Ha quedado citado con los amigos para el día siguiente y les ha asegurado que, si no siguen interrumpiéndole, acabará de contarles lo que supone que ocurrió en las últimas horas de vida del exsindicalista.
   Amanece el día 30 con un sol radiante. Grandal madruga porque tiene dos citas ineludibles: una con el sargento Bellido para mantener una última charla sobre el caso Pradera, y otra con sus jubilados amigos para terminar su relato sobre lo que cree que ocurrió en la tarde del día de autos. Una vez más, la cita con el suboficial de la Guardia Civil tiene lugar en la cafetería del hotel de Marina d´Or donde suelen reunirse.
-Buenos días, comisario, ¿qué tal?
-Pues preparando las maletas, Bellido. Todo se acaba, hasta el veraneo.
-No puede imaginarse cuanto voy a sentir su marcha. Y tampoco tengo palabras para agradecerle su inestimable ayuda. Sin usted la muerte de Salazar posiblemente hubiera acabado en el archivo de los casos sin resolver. En cambio, ahora en la comandancia de Castellón están muy satisfechos con el trabajo de mi gente como policía judicial y la juez del Valle también me ha felicitado. Todo eso y más se lo debo a usted.
-No es para tanto, Hernando –Es la primera vez que el excomisario llama por su nombre al sargento-. El agradecido soy yo porque gracias a ti he pasado un mes de agosto mucho más entretenido de lo que en principio suponía. Aunque voy a irme con la impresión de que, como diría mi amigo Luis que es muy taurino, me va a faltar el rabo, no del toro sino del caso por desollar.
-Hay que darle tiempo al tiempo, comisario. La instrucción está dando sus últimas boqueadas, pero falta rematarla. Usando el lenguaje de su amigo se podría decir que hasta el rabo todo es toro.
-Es cierto, y ya que nos hemos puestos en plan taurino, coge el estoque, remata la faena y cuéntame las últimas noticias.
   El sargento le cuenta las últimas noticias sobre la instrucción del caso que se circunscriben a las resoluciones tomadas por la juez del Valle sobre los imputados. A Carlos Espinosa le ha dejado en libertad con cargos, le imputa el delito de la omisión del deber de socorro al no ayudar a otra persona (Salazar) que se encontraba desamparada y en peligro manifiesto y grave, cuando podía hacerlo sin ningún riesgo ni para sí mismo ni para terceros. Se trata de una infracción leve pues se castiga con la pena de multa de 3 a 12 meses. Al parecer, la jueza ha estado valorando si imputarlo también por homicidio en grado de tentativa, pero no lo hace al no estar plenamente acreditado que intentara envenenar al gaditano, y además el examen post mortem del cadáver ha revelado que la cantidad de raticida ingerida, suponiendo que se lo hubiera dado Espinosa, en ningún caso puso en peligro la vida de Salazar.
   A José Jiménez, alias el Chato de Trebujena, también le ha dejado en libertad con cargos, le imputa los delitos de la omisión del deber de socorro y el delito de lesiones que, de acuerdo a lo que establece el Código Penal, es el que por cualquier medio o procedimiento causare a otro una lesión que menoscabe su integridad corporal o su salud física o mental y que es castigado con la pena de prisión de tres meses a tres años, o también puede ser una multa de seis a doce meses, siempre que la lesión necesite tratamiento médico o quirúrgico tras la primera asistencia médica.
   A Jaime Sierra, le ha dejado igualmente en libertad con cargos, y solo le imputa el delito de la omisión del deber de socorro. En cuanto a Alfonso Pacheco, le ha dejado asimismo en libertad con cargos, le imputa los delitos de homicidio no intencional que el Código tipifica como causar la muerte de una persona por imprudencia grave, y que está castigado con una pena de uno a cuatro años de prisión, según establece el artículo 142.1., y el de la omisión del deber de socorro. Y a su mujer le imputa el delito de la omisión del deber de socorro.
-O sea, que el Chato y Pacheco son los que peor han salido librados, aunque tengo mis dudas de que el cargo de homicidio no intencional contra Pacheco vaya a prosperar. Ligar su empujón con la muerte de Salazar es discutible. Si el zahareño cuenta con una buena defensa quizá pueda librarse de esa acusación aunque nunca puede saberse como termina un juicio de lo penal –explica Grandal que a continuación pregunta- ¿Y con Grigol Pakelia, qué medida ha tomado?
-En principio, ninguna porque al parecer está en el extranjero y la orden de detención europea funciona como un procedimiento judicial simplificado y transfronterizo de entrega a efectos de enjuiciamiento, de ejecución de una pena o de una medida de seguridad privativas de libertad. Y ninguno de esos supuestos parece que es aplicable a Pakelia.
-Pero la llamada euroorden emitida por la autoridad judicial de cualquier país de la Unión Europea, ¿acaso no es válida en todo el territorio de la UE? –pregunta Grandal.
-Sí, pero como he dicho se trata de que se detenga en otro país a Pakelia y se le entregue aquí para su procesamiento o para la ejecución de una pena o de una medida de seguridad privativas de libertad y la juez argumenta que, en principio, solo es un testigo más y que no hay ningún indicio de que causara ninguna violencia a Salazar –reitera el sargento.
-Es decir, que el guiri de esta historia se va a ir de rositas.
-No hay pruebas contra él, comisario, y sabe mejor que yo que sin pruebas o indicios racionales de alguna acción contra el fallecido su señoría tiene las manos atadas.
-Sí, claro –admite Grandal muy a su pesar-, ¿y a la postre los pichones del maletín como han quedado?
-Como estaban. En libertad, con los cargos de los delitos[ZR1]  de la omisión del deber de socorro y el de hurto. Poca cosa, no entrarán en prisión.
-¿Y Francisco José, el hijo?
-Es el único que sale bien parado. Ni la fiscalía ni la señora jueza han presentado cargos contra él. Ayer hablé con el chico y está esperando que le entreguen el cadáver de su padre para volverse a Sevilla. Su madre quería enterrarlo allí, pero el transporte es demasiado caro para la familia y al final han optado porque descanse aquí. Mañana a primera hora será inhumado en una ceremonia privada en el cementerio de Torreblanca. Voy a asistir, y si quiere venir será un honor estar a su lado.
-Gracias por la invitación, Bellido, pero tenemos pensado salir cuanto antes, a ver si así nos ahorramos los atascos de la operación regreso.
-¿Le puedo hacer una pregunta, comisario?
-Dispara, sargento.
-De la instrucción se desprende que no hay un asesino al que culpar de la muerte de Salazar, es como si hubiese fallecido de muerte natural. La pregunta es: ¿cree que la instrucción se ha cerrado en falso; es decir, que no hay un asesino y qué por tanto no fue un asesinato o al menos un homicidio?
   Grandal se toma su tiempo para contestar a la pregunta de Bellido y cuando lo hace su voz suena como insegura.
-Esa es la pregunta del millón, como suelen decir en la tele. ¿Fue un asesinato y por ende hubo un asesino o no? Para responderte  antes he de hacer alguna explicación previa. Si no recuerdo mal mis estudios de Derecho Penal, se considera asesinato cuando una persona causa la muerte de otra y lo lleva a cabo con alguno de estos tres supuestos, o de los tres juntos, y que son: el de alevosía, cuando se realiza a traición y/o cuando se sabe que la víctima no va a poder defenderse; el de ensañamiento que es cuando se aumenta deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima y el de la concurrencia de precio, cuando se comete el crimen a cambio de una retribución económica o material.
-También he estudiado algo de Derecho Penal, comisario, pero no responde a mi pregunta.
-Lo haré ahora. Vamos por partes o, mejor dicho, por posibles asesinos y lo hago en el orden cronológico de los que visitaron a Salazar en la tarde de autos. Comencemos con Alfonso Pacheco, su empujón que fue el origen del drama no parece que se hizo con alevosía, ni hubo ensañamiento, ni fue retribuido por ello. Por tanto, descartado como posible asesino, aunque la jueza lo acuse de homicidio no intencional. En cuanto a su mujer parece que no hizo más que acompañarle. Seguimos con Jaime Sierra que según su testimonio no tocó a Salazar para nada, se limitó a irse de allí sin socorrerle. También descartado. Continuamos con el Chato, que sí le dio unos puñetazos a Salazar en los que puede admitirse que hubo alevosía, quizá ensañamiento y probablemente lo hizo por una retribución; sería el mejor candidato para ser acusado de asesinato si no fuera porque sus golpes no fueron suficientes para causar la muerte de Salazar. En consecuencia, también descartado. Proseguimos con Carlos Espinosa, le dio a beber un coñac en el que posiblemente, aunque no lo sabemos con certeza, había diluido un raticida. Aquí también hay alevosía, el ensañamiento puede ser calificado como dudoso, pero casi seguro que sí hay concurrencia de precio. Otro buen candidato para colgarle un asesinato si no fuera porque la dosis de matarratas encontrada en el cuerpo de Salazar no hubiese acabado ni con un ratón doméstico. Por tanto, hemos de descartarlo. Continuamos con los pichones que lo único que le hicieron a Salazar fue abandonarle a su suerte. Por consiguiente, igualmente descartados. El siguiente es Grigol Pakelia. Estoy convencido, aunque no puedo probarlo, que el georgiano fue a la habitación para acabar con Salazar y que la almohada que manejaba cuando fue sorprendido por los pichones era para ahogarlo. Como no llegó a realizar ningún acto criminal no se le puede acusar de nada. Otro descartado.
-Entonces, ¿hay alguien a quien culpar? –pregunta el desconcertado sargento.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 126. ¿A quién le amarga un dulce?

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