"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 4 de marzo de 2016

0.6. Cuatro jubilados comentando la primicia



   El móvil de Clara Ponte echa humo. Tras los avances informativos previos al telediario de mediodía de Canal 5, familiares, amigos y conocidos la han llamado para contarle que han visto a su padre en la tele. Que hay que ver lo estupendo que se conserva para sus años. Y con qué seguridad habla, como si fuera un locutor. Y como le sienta de bien lo moreno que está en contraste con su pelo tan blanco. Y con que agilidad maneja el carrito del niño a pesar de sus años. Cuando oye la alusión a su hijo le falta un ápice para lanzar el móvil por la ventana. Antes de apagarlo llama por enésima vez a su padre, no contesta. Hoy es lunes, piensa, y no tiene partida de dominó. ¿Dónde estará? Vacila en si llamar al único de los amigos de su padre de quien tiene el teléfono, pero desiste. Tiempo tendrá de ajustarle las cuentas. Le quita la batería al móvil. Coge el teléfono fijo, al que nadie ha llamado, y marca el número de Pepe Cruz, compañero de colegio de su marido y que en el ambiente del foro madrileño tiene reputación de ser un competente laboralista.
- Pepe, ¿puedes acercarte a casa?
- Lo siento, Clara, pero con esta maldita crisis que no parece tener fin estoy de trabajo hasta la coronilla. ¿Pasa algo? Lo pregunto porque si se trata de una emergencia intentaré hacer un hueco.
-  No es ninguna emergencia, aunque…; bueno, de algún modo sí. ¿Has visto los informativos de mediodía del Canal 5?
- Pues estoy yo como para ver la tele. Tengo tajo para aburrir. ¿Qué ha dicho la caja tonta?
   Clara le hace a Pepe un resumen de las declaraciones de su padre a la televisión y lo remata con una petición:
- Quería pedirte, y eso pienso ahora que lo puedes hacer por teléfono, que le aconsejaras al bocazas de mi señor padre que no volviera a hacer más declaraciones a los medios. Podrías utilizar cualquier excusa legal, que igual cuela; por ejemplo, decirle que al ser secreto el sumario la ley prohíbe a los testigos hablar del caso.
- Lo siento, Clara, pero eso no puedo hacerlo. Tu padre será octogenario, pero no es tonto. Posiblemente, no sepa que el Derecho Procesal no limita los derechos fundamentales de la persona que actúa como testigo, pero sé que ha leído más de una vez la constitución y posiblemente recuerda que el derecho a la libertad de expresión es un derecho fundamental y no va a limitarlo el juez.
- Bueno, vale, pero es que se está pasando doscientos pueblos. Le ha dado una información a los de la televisión que no se la dio a la policía.
- ¿No la dio porque se le olvidó o lo hizo aposta?
- No lo sé, todavía no he podido hablar con él. Y lo que es peor, los de la tele han utilizado al pequeño, a Julio.
- ¿El niño ha salido en pantalla? No me lo puedo creer.
- No se le ve nada, pero sí sacan el cochecito en el que va.
- Bueno, ese es otro cantar. Mira, Clara, las declaraciones que valen a efectos judiciales son las efectuadas ante el juez durante el juicio y sometidas a las preguntas del fiscal y de los defensores. Como mucho lo que hará la policía será volver a llamarle para que les cuente esa nueva información y a lo mejor le sueltan un chorreo, pero de ahí no pasará la cosa. Y permíteme un consejo. Quien tiene más ases en la mano para lograr que tu padre no vuelva a contar nada más a los medios eres tú. Si te pones seria, y tú sabes hacerlo, tienes la suficiente ascendencia sobre tu progenitor para que diga amén a lo que le indiques. Eres la persona a la que más necesita en el mundo y no va a poner eso en peligro por ninguna aparición en la tele. Por otra parte, ya ha tenido sus cinco minutos de gloria.
- Bien, te haré caso. La policía no sé si le dará un chorreo, pero yo desde luego sí. Gracias por todo. Eres un amigo de los buenos. Siempre se puede contar contigo.
- De todos modos, mantenme informado por si puedo ayudaros en algo.
   Mientras Clara Ponte se queda rumiando en como tapar la boca al autor de sus días, Manuel está presumiendo ante sus amigos de su aparición en la tele. Se ha reunido con sus habituales compañeros de la partida de dominó que juegan dos veces a la semana en el Centro de Mayores de Moncloa. Cómo él, están todos jubilados. Son Amadeo Ballarín, propietario de una feterrería que ya no regenta; Luis Álvarez, exempleado del Canal de Isabel II y Jacinto Grandal, antiguo comisario de policía. Están en casa de Ballarín porque es el que tiene una televisión de pantalla curva de sesenta y cinco pulgadas de grande que casi parece una pantalla de cine. El anfitrión ha grabado la entrevista a Ponte que acaban de volverla a ver y están comentándola.
- Manolo, hay que ver lo bien que das en la tele. No me extrañaría que te ofrecieran un papel de galán maduro, en plan de Vittorio de Sica – comenta Jacinto Grandal que es un poco coñon, quizá porque es el más joven de los cuatro.
- Yo lo de salir en la tele…, no sé qué decirte. Ahora te conoce todo el mundo y no podrás ir por la calle sin que alguien se acerque y te diga aquello de que usted es el que vio el robo del Museo de América y tal y tal. No sé si has hecho un buen negocio – afirma Luis Álvarez, un setentón que los lleva francamente bien.
- Pues a mí no me parece mal. Yo creo que Manolo tiene todo el derecho del mundo a contar a la gente lo que vio, que sea en la tele o en un periódico, eso que más da – opinina el anfitrión que nadie diría que acaba de cumplir los setenta si no fuera por su blanco cabello.
- Ahora, hablando en serio, Manolo – retoma la palabra Grandal -, si esa suposición tuya sobre la existencia de una mujer entre los atracadores no se la contaste a la policía tienes que hacerlo cuanto antes, aunque mientras no se demuestre lo contrario no es más que eso, una suposición. Y te aseguro que a mis compañeros no les va a gustar nada que les hayas ocultado ese dato.
- Es que no lo oculté, Jacinto, cuando me interrogaron en la comisaría no dije nada sobre una posible mujer porque eso lo he pensado luego, cuando se me ha pasado el susto y he ido reconstruyendo lo que pasó.
- Bueno, dejaros de monsergas que esa historia no da más de sí – apremia Álvarez -. Como no espabilemos no encontraremos mesa en Sazadón y tendremos que esperar en la barra.
- No te preocupes, Luis – le tranquiliza Ballarín -, he reservado mesa para después del telediario.
   Al llegar a casa, Manuel llama a la puerta de al lado, donde vive su hija. Todas las tardes que hace bueno, y el otoño madrileño suele deparar muchas, recoge a su nieto mayor, de casi tres años, y le lleva al parque de San José de Calasanz para que juegue un rato.
- Hola papá, te estaba esperando. Ven, pasa un momento a la habitación.
   El rapapolvo que Clara le echa a su padre es de los que marcan época.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensando para ir dando entrevistas como si fueras un participante de Gran Hermano? Y por si faltaba poco has consentido que utilicen a mi hijo para adornar el reportaje. Nunca hubiera esperado una cosa así de mi padre. Siempre te tuve por un hombre sensato y prudente, pero lo de hoy me ha hecho ver cuán equivocada estaba. Y encima alardeando como si te hubieses enfrentado a los ladrones. ¿Por qué no has contado que te measte encima?
   Esta última frase hace que Manuel hunda la cabeza entre los hombros y se pase la lengua por los labios. Conoce esa sensación, se le está secando la boca. No replica. Sabe que cuando su hija se enfada lo mejor que puede hacer es dejar que se desahogue.
- … y que esta sea la última vez, me oyes, la última que te pones delante de una cámara, de un micro o de un periodista, sea de donde fuere. Te lo ruego como hija y te lo exijo como madre. Si esto se vuelve a repetir te juro que me vas a oír. ¡Y no quiero oír ni una palabra más sobre el dichoso robo! ¿Te ha quedado claro?
   Manuel mueve la cabeza en señal de asentimiento. Se acabaron las primicias televisivas.