Para Sergio se ha
convertido en una costumbre, si no diaria sí bastante habitual, lo de pasarse
por el bar donde paran cotidianamente Francisco y Lisardo. Les da un ratito de
charleta a los jubilados y ellos, a su vez, le invitan a una consumición. Es una
situación que le recuerda un episodio que le contó su abuelo Andrés un día que
rememoraba escenas de la posguerra, cuando los años del hambre. Los niños de
las familias pobres faltaban pocas veces a la escuela, no porque fuesen muy
aplicados sino porque no ir suponía que se quedaban sin el cazo de leche y la
porción de un grasiento y amarillo queso de extraño sabor, regalos ambos de
organizaciones católicas norteamericanas. Ahora, para Sergio la organización de
ayuda está encarnada en ambos pensionistas.
Después de hacer la preceptiva
llamada al camarero para encargarle una caña y un bocadillo, Francisco se
interesa por el trabajillo que le buscó:
- ¿Qué tal te fue con mi colega?
- Muy bien, señor Francisco. Julio quedó satisfecho con mi trabajo. Me
dijo que en cuanto le salga otro encargo contará conmigo.
- Me alegro de escuchar eso, es importante criar buena fama. Cambiando
de tercio, el otro día estuvimos comentando sobre el escándalo de los sobornos
a los del Ayuntamiento, ¿tú que tienes estudios y leerás lo que traen los diarios
sabes algo más de todo ese follón?
- Hace años que no compro un
periódico, señor Francisco, qué más quisiera. Los únicos a los que echo una
ojeada de vez en cuando son a los gratuitos y esos traen escasa información
política. Lo último que recuerdo haber oído en la tele es que la instrucción de
la operación Tornasol, que es el nombre dado por la policía al caso, se había
suspendido temporalmente porque el juez instructor se había trasladado a otra
plaza y aún no tenía sustituto.
- O sea, que cuando el juez se va las cosas se paran. Ahora comprendo
porque dicen que la justicia es un cachondeo - comenta un escandalizado
Lisardo.
- Pues hay más. El juez que llegue será el tercer instructor de la
causa.
- Lo que yo te digo, un cachondeo - remacha Lisardo.
- Bueno, gracias por la invitación. Tengo que irme, he de seguir
buscando curro.
En cuanto Sergio desaparece,
Lisardo comenta:
- Parece que el chaval está saliendo del pozo.
- De chaval, nada. Debe de tener treinta y cinco o treinta seis años -
precisa Francisco -. Lo que pasa es que estos flacuchos y con mucho pelo
siempre parecen más jóvenes de lo que son. Y lo de salir del pozo habrá que verlo,
ya sabes lo que dicen los taurinos: hasta el rabo todo es toro - asegura
sentencioso Francisco.
Se produce una pausa en la
charla, mientras los viejos ven pasar a los viandantes y toman pequeños sorbos
de cerveza para estirarla al máximo. Rompe el silencio Lisardo que, tras echar
una ojeada a la terraza, comenta:
- ¿Te has dado cuenta de una cosa? Todos los que estamos en el bar somos
viejos. No hay nadie que tenga menos de cincuenta y muchos años.
- ¿Y qué esperas? Si ahora los únicos que tenemos dinero para vicios
somos los jubilados. Si no fuera por las pensiones más de una familia y más de
dos las pasarían más negras que Carracuca.
- ¿Me lo vas a decir a mí? Si no le echara una mano a mi hija la mayor
no podría terminar el mes. Hablando de dinero, lo que sí te digo - comenta
Lisardo - es que este es el momento para forrarse. Quien tenga pasta podría
comprarse media playa. Me refiero a tener duros en cantidad suficiente para
poder aguantar el tirón unos años.
- Me parece, socio, que apuntas torcido. Estos no son buenos tiempos
para comprar nada y mucho menos para vender. Te voy a contar algo, y no lo comentes
por ahí. Conrado el Torrentí, el primo de mi parienta, sabrás que vendió por
una millonada una finquita que tenía en la partida del Torreón. Pues bien, por
consejo del listo aquél que estaba de director en la caja, compró seis
apartamentos para luego revenderlos y ganar otro porrón de millones. Luego
llegó la crisis y de venderlos nada, pero el tío emperrado en que si es capaz
de aguantar el tirón recuperará los dineros invertidos y, además, sacará alguna plusvalía. Y ahí tienes al
Conrado tragando quina y viéndoselas canutas para hacer frente a los recibos de las hipotecas. Ya me ha
comentado la Rosalía que cualquier día de estos tendrá que claudicar y poner
los pisos a precio de mercado para poder quitárselos de encima.
- Pues el Torrentí es
de los que tienen fama de afeitar un huevo y sacarle pelo.
- Admito que es de
mucho palabreo, pero al final se quedará como el gallo de Morón, sin plumas y
cacareando.