"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 27 de octubre de 2015

8.11. … y si me entero que no me duela



   Se ha jubilado el viejo cartero del pueblo y queda vacante un puesto codiciado, dado que es un trabajo en el que no hay que doblar el espinazo y está dotado de un salario mensual, exiguo pero asegurado. Los que aspiran al cargo, para sí o para algún familiar, se afanan en buscar recomendaciones porque en la España del franquismo quién no tiene padrinos no le bautizan, principio que en los pueblos pequeños tiene un valor exponencial.
   Apenas si el alcalde entra en casa cuando su mujer ya le está trasladando el recado que tiene para él:
- Fernando, esta tarde ha venido a verte la señora Rita, la de la panadería de la calle José Antonio. Volverá esta noche acompañada de su marido.
- ¿Te ha dicho qué quiere?
- Que recomiendes a su hijo para el puesto de cartero.
- ¡Otro más! Estoy de recomendaciones hasta el gorro. Necesitaría un par de docenas de vacantes para quedar bien con todos los que me han pedido que les recomiende.
- Es natural, marido. Para algo eres el alcalde y, por si fuera poco, fuiste jefe de estafeta. Quien más, y quien menos está convencido de que el puesto lo darás tú.
- Es una tontería, María Eugenia, aunque ya sé que la gente está persuadida de lo que dices. Lo que pasa es que no piensan. Por ejemplo: el chico de la señora Rita, ¿es hijo único, verdad? Entonces, heredará la tahona. ¿No sería más práctico que fuese panadero? Encima ganaría mucho más dinero que de cartero.
- Lo mismo al chico no le gusta la panadería y prefiere un empleo público. La madre me ha contado que de niño coleccionaba sellos.
- Claro, aquí todos quieren ser funcionarios. Si supieran la miseria que nos pagan no tendrían tantas ganas. Cualquiera de los labradores del pueblo ha ganado más dinero en un año con los boniatos que yo, jefe de estafeta, ganaba en cinco; que digo cinco, en ocho o nueve.
- De todas formas, hazlo por mí. Cuando vengan los Teruel con su hijo ponles buena cara y diles que vas a hacer buenamente lo que esté en tu mano. La señora Rita siempre se porta muy bien conmigo y a veces me proporciona cosillas fuera de la cartilla de racionamiento.
- No te preocupes, mujer. No te haré quedar mal. ¿Te acuerdas cómo se llama el chico?
- Lo apunté aquí para que no se me olvidara. Elías Teruel.
   El hombre está parado en el quicio de la puerta del despacho de Gimeno en la cooperativa, estrujando inquieto la boina, y no acaba de decidirse a entrar.
- Pasa, Rogelio.
- Espero no molestarte, José Vicente. Solo estaré un segundo. Verás..., ya supongo que a un hombre tan importante como tú a estas alturas te habrán hecho un montón de peticiones. Yo ni quería venir, pero por no oír más a la Constancia me he dicho voy a ver a José Vicente.
- Bueno, pues tú dirás. ¿Qué puedo hacer por ti?
- Yo estoy seguro de que el chico, mi hijo mediano, tiene condiciones. La verdad es que en la escuela era de los más aplicados. Don Florencio decía que hasta servía para estudiar. Y ya sabes, lo que uno no haga por un hijo...
- Claro, claro, Rogelio – Como no empiece a preguntarle, se dice Gimeno, a éste le tengo aquí una hora sin que se arranque -, pero todavía no me has dicho qué es lo que puedo hacer por tu hijo el mediano.
- ¿No te lo he dicho? Pues lo de correos. Le gustaría ser cartero. Ahora nos ha salido diciendo que es un oficio que siempre le ha tirado, ir de casa en casa con la cartera al hombro repartiendo cartas y todo lo demás. Y su madre y yo creemos que valdría para el puesto.
- Me parece muy bien, pero no voy a ser yo quien haga la elección, serán los jefes de correos quiénes decidirán.
- Ya me lo suponía. Es lo que le he dicho a la Constancia, pero tú tienes mucha mano en la capital y si dices una palabrita a quien corresponda seguro que te van a escuchar... Nosotros sabremos agradecértelo.
- Verás, Rogelio. Como te acabo de decir, la última palabra sobre quien será el nuevo cartero la tendrá el jefe provincial de correos a quien no conozco pero, de todas maneras, lo que si te prometo es que le haré llegar el nombre de tu hijo a ver si hay suerte y le toca el gordo.
- Muchas gracias. Ya sabía que no nos ibas a fallar. Se lo adelanté a la Constancia, cómo José Vicente pueda meter mano, la meterá hasta el fondo. Mira, aunque no le den el puesto, solo con lo que vas a hacer por nosotros es para estar agradecidos de por vida.
- Nada, hombre. Los amigos estamos para las ocasiones. Apúntame ahí el nombre completo del chico.
- Es que no sé escribir, solo firmar.
- Pues dime cómo se llama.
- Como yo, Rogelio.
- ¿Y sus apellidos?
- Alcóser Roures.
   A llegar a casa, en tono más bien festivo, José Vicente presume de lo importante que es en el pueblo, sobre todo en estos momentos:
- ¿Sabes, Lola, cuántos recomendados tengo para la cartería? Ocho.
- Nueve, marido.
- No me digas que también te han pedido recomendaciones.
- Cinco, pero de cuatro de ellas ni te voy a hablar. Ya les dije que harías todo cuanto estuviese en tu mano, pero que será algo muy difícil porque no vas a ser tú quien tome la decisión. Pero la quinta es importante y te pido que la tomes muy en serio porque es un caso de conciencia.
- ¿De quién se trata, de algún familiar tuyo, de un conocido…?
- De Modesto Soler.
- ¿El marido de tu amiga Consuelo? Creía que ni siquiera te hablabas con ella.
- Es cierto que nos habíamos distanciado, aunque seguíamos saludándonos. Pero esta mañana vino a verme y me contó lo que le pasa y, como te digo, es un caso de conciencia. Modesto está empleado en el almacén de Rafael Blanquer, pero gana una miseria, además parece que el negocio no es nada boyante y que terminarán cerrándolo. En esa casa no hay otros ingresos que los que trae el marido y nunca tienen un duro. Y por si faltaba poco, Consuelo se ha vuelto a quedar embarazada.
- Y ha pensado que su marido puede ser cartero… ¿Pero no me has dicho mil veces que el tal Modesto es un vago de siete suelas y que Consuelo es una arpía envidiosa y una mala persona? ¿Y ahora quieres que recomiende a su marido?
- Es cierto que Modesto tiene fama de holgazán y que Consuelo ha demostrado ser mala persona y una amiga poco fiable. Pero no lo hago por ellos, estoy pensando en el pobre crío que van a tener. Por eso considero que esta recomendación debías de tomarla con el máximo interés. Nada de decir aquello de que haré todo lo que esté en mi mano, aunque no te prometo nada. En este caso, te suplico que pongas toda la carne en el asador. Se lo he prometido a Consuelo en tu nombre. No me gustaría que me hicieses quedar mal.
   - Ya veo que te lo has tomado muy a pecho, pero me lo pones muy difícil. ¿Cómo les va a sentar al resto de candidatos que se elija a un individuo como Modesto con la fama de inútil que tiene?
- ¿Y qué importancia puede tener la opinión de unas cuantas personas? Es posible que Modesto no sea el hombre más trabajador del pueblo, pero el de cartero tampoco es un empleo que exija esfuerzos penosos, por consiguiente creo que podrá desempeñarlo razonablemente. Y tu esposa, marido, ha empeñado su palabra.
- No has debido hacerlo sin haberlo consultado antes conmigo. Políticamente me puede costar una sangría si apoyo a ese inepto. Nadie entenderá que me haya comprometido con semejante individuo. Me resultará muy difícil explicarlo.
   Por muchas pegas que pone José Vicente al tal Modesto, Lola no ceja en su empeño de que ha dado su palabra y que no puede ni quiere dar marcha atrás. Todos los razonamientos de José Vicente en contra del candidato de Lola se estrellan ante la cerrazón de su esposa. Llega un momento en que Lola afirma muy airada que ni la quiere ni la respeta y que jamás pensó que podría darle tamaño disgusto y más en su actual estado. Al final se pone a llorar de manera como José Vicente no la había visto nunca. Llegado a ese punto, el hombre hace de tripas corazón y cede, será lo que ella quiera.
   Durante el tenso diálogo, José Vicente ha tenido una idea fija en mente, pero que no se ha atrevido a formular: por los corrillos del pueblo se ha rumoreado insistentemente que el hijo que espera Consuelo no es de su marido sino de Rafael Blanquer, ¿tendrá eso algo que ver con el interés de su mujer?, ¿Lola insiste porque el crío que va a tener Consuelo es del guaperas de Rafa?, ¿acaso de ese modo Lola le garantiza al crío un futuro?, ¿es posible que Lola le esté engañando con su exnovio?, ¿el hijo que está esperando Consuelo es del Modesto o…?, ¿y el crío que espera Lola es suyo o…? Las preguntas se arremolinan en su mente, preguntas que no tienen respuesta posible en el momento y que son como semillas que comienzan a germinar en el fecundo e infernal campo de los celos. Y aunque José Vicente solo es religioso al estilo de la mayoría de políticos de la España del nacionalcatolicismo; es decir, más de forma que de fondo, por primera vez desde hace muchos años, eleva en silencio una fervorosa jaculatoria: ¡Señor, que Lola no me sea infiel, y si lo es que no me entere, y si me entero que no me duela!