En el cuartel de la Guardia Civil de
Torreblanca prosigue el interrogatorio de Rocío Molina por parte del comandante
del puesto que la ha instado a contar la verdad, algo que la andaluza no piensa
hacer. Al contrario, ha decidido que puede sacarle réditos a las muchas cosas
que sabe de lo que ocurrió en la habitación de Curro la tarde del quince, vio
al Chato, a Espinosa, al guiri. Le lleva a mantener esa actitud lo que ha visto
en las series televisivas, sobre todo americanas, en las que un detenido puede
negociar beneficios penales colaborando con la fiscalía. Además, cree que puede
engañar fácilmente a un picoleto que si está destinado en un pueblucho como
aquel no debe de ser ninguna lumbrera. Por ello, antes de que el suboficial
continúe presionándola contraataca.
-Ya se lo
pregunté ayer y se lo vuervo a repetir: ¿estoy presa?
-No, no lo
está.
-Entonses,
me marcho ahora mismito –dice Rocío con desparpajo.
-De eso,
nada. Está detenida en virtud de lo que establece la Ley de Enjuiciamiento
Criminal, así como de las competencias que confiere a los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado para retener contra su voluntad a una persona que es
considerada sospechosa de haber realizado o participado en la comisión de un
delito y por consiguiente de haber quebrantado la ley de una u otra manera -La
cita legal y la voz firme del suboficial al enunciarla han servido para que el
falso coraje de la andaluza se derrita como un helado al sol del mediodía-. Repito:
¿en qué momento de la tarde estuvo en la habitación del fallecido?
-Entre las
seis y las siete má o meno –Rocío se ha dicho que será mejor llevar la
corriente al picoleto.
-¿Estuvo
sola o acompañada?
-Estuve to
er rato en compañía de Anca y luego también de su noviete.
-¿Y qué
hicieron durante ese tiempo?
-Cuidar a mi
Curro y despué buscar su tarjeta sanitaria por si teníamos que ingresarlo en un
hospital.
-¿Cómo se
encontraba su novio?
-Estaba mu
chungo er pobre.
-Y si estaba
tan mal, ¿por qué no llamaron a un médico?
Ahí vuelve a vacilar Rocío. Está ante otro
aprieto: si dice que lo llamaron, el sargento descubrirá fácilmente que ha
mentido; si cuenta la verdad tendrá que meter en el ajo al lechuguino de
Espinosa. Si lo hace va a gastar uno de los cartuchos que guarda en la recámara
para el posterior devenir de los interrogatorios. El dilema lo resuelve cuando
el guardia civil la apremia:
-Señora, que
no tenemos todo el día, conteste, por favor.
-Verá, es
que cuando Anca y yo entramos en la habitasión de Curro la primera ves nos
encontramos con que estaba allí un señor, un conosio de mi novio. Nosotras ar
ver er estao en que estaba Curro dijimos de llamar a un doctor, pero er señor
allí presente nos dijo que ya lo hasía él. Por eso nos despreocupamos de haserlo.
-Ese
conocido de su novio tendrá nombre.
-Se llama
Carlos Espinosa y es o vive en Málaga –la andaluza no ha dudado ni un segundo.
-Y ese tal
Espinosa, ¿qué hacía en el cuarto del señor Salazar?
-Creo que tenía
negosios con Curro. Supongo que estaba allí por eso. Por sierto, cuando
entramos le estaba dando de beber coñac, dijo que lo hasía pa reanimarlo.
-¿Sabe dónde
vive o se hospeda el tal Espinosa?
-No, señor
sargento.
-Vuelvo al
estado de Salazar, si estaba tan grave como ha afirmado, ¿cómo se fueron de su
habitación sin nadie que lo atendiera y sin que hubiera llegado ninguna ayuda
médica?
Rocío vuelve a encontrarse presa de sus
contradicciones al no contar toda la verdad. “Este cabrón de picoleto no es tan
corto como creía, ar finá me lo va a sacar to”. Intenta salir del apuro como
sea.
-Nos fuimos
porque nos urgía encontrar los papeles de la seguridá sosiá pa ingresarlo en un
hospital y lo hisimos porque creíamos que er doctor llegaría de un momento a
otro.
-¿Por qué no
avisaron a otro empleado del hostal o a la patrona sobre la gravedad de
Salazar?
-Verá, señor
sargento… -instintivamente, como hiciera en su interrogatorio Francisco José,
Rocío echa mano de una muletilla con la que ganar tiempo para urdir una
respuesta-…, estábamos tan nerviosas que ni caímos en eso –e intenta adornar el
embuste-. En los momentos en que se puede estar muriendo una persona tan queria
la verdá es que se te va la olla.
-Sí, lo
entiendo. Lo que no acabo de entender es que si abandonaron la habitación sobre
las siete de la tarde, ¿qué es lo que hicieron durante más de tres horas hasta
que los localizó el guardia que mandé a buscarlos? ¿No es mucho tiempo teniendo
en cuenta la gravedad del estado de su novio? ¿Cómo lo explica?
A estas alturas, la andaluza ha perdido la
templanza y está hecha un manojo de nervios. Diga lo que diga, el picoleto la
acorrala de manera inmisericorde. Opta por no contestar, seguir mintiendo más
no la lleva a ninguna parte. Pese a la falta de respuesta, el sargento no da su
brazo a torcer y prosigue con sus preguntas.
-Usted ha
dicho antes que cuando entramos en la habitación
de Curro la primera vez… ¿Qué hicieron, a dónde fueron entre la primera y
la segunda vez?
Rocío piensa que si le responde le tendrá
que contar lo del Chato y lo del guiri. Otros cartuchos desperdiciados. Por lo
que resuelve no dar más respuestas. Se calla y lo que dice es otra de las cosas
que ha aprendido en los culebrones de la tele:
-No diré
nada ma sino es en presensia de mi abogao.
Ante la petición y la falta de colaboración
de la andaluza, y estando firmemente convencido de que la mujer sabe mucho más
de lo que cuenta y de que sus incoherencias son patentes, el sargento decide
pasar a la testigo a detenida.
-Bien,
señora, como quiera. De acuerdo con los artículos 492 y 520 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal queda detenida. Las razones de su arresto son que
existen datos indiciarios de su posible participación en un presunto delito,
así como de la sustracción de un bien propiedad de la víctima. Tiene derecho a
guardar silencio, a no declarar contra sí misma, a no declararse culpable, a
asignar abogado y si no lo asigna se le nombrará uno de oficio, y a ser
reconocida por el médico forense o su sustituto legal en su defecto. ¿Lo ha
entendido?
-¿To eso quiere
desir que estoy presa?
-Presa, no,
detenida preventivamente que no es lo mismo. Esta detención no podrá durar más
del tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones
tendentes al esclarecimiento de los hechos y, en todo caso, en el plazo máximo
de setenta y dos horas deberá ser puesta en libertad o a disposición de la
señora juez que lleva este caso.
La andaluza ya no es capaz ni de contestar,
su detención es algo que la abruma y la ha dejado sin fuerza ni voluntad para
protestar. El sargento ordena a un guardia que conduzcan a la detenida al
calabozo del cuartelillo y pone un fax a la Jueza de Instrucción de la primera
diligencia de instrucción criminal que ha realizado el puesto de Torreblanca
como policía judicial del caso Pradera.
A continuación llama a declarar a Vicente
Fabregat, pero antes atiende la petición del padre del joven que se ha
presentado en el cuartel acompañado de un abogado local. Tras hablar con ambos,
el suboficial acepta que el interrogatorio de Vicentín se realice en presencia
del letrado, pero se niega tajantemente a que también esté presente el padre
tal y como pretendía éste. Todavía antes de iniciar el interrogatorio debe
atender una llamada telefónica de la alcaldesa del pueblo interesándose por la
situación del joven Fabregat. Se quita de en medio a la política municipal
indicándole que no puede informarle de nada hasta que la Juez de Instrucción
decida lo pertinente. Por fin, se instalan en la salita de interrogatorios el
joven, su abogado y el sargento.
-Cuéntame
con el mayor detalle posible qué hacías en la habitación del extinto Francisco
Salazar en la tarde de ayer.
Fabregat, antes de hablar mira a su bogado
que asiente con un gesto, carraspea y comienza su declaración:
-Yo estaba
en la cafetería del hostal haciendo tiempo para hablar con mi novia cuando la
vi acompañada de una mujer a quien no conocía. La desconocida, que resultó ser
la novia del andaluz al que llamaban Martínez, me pidió que las acompañara para
ayudarlas a abrir un maletín metálico. Anca estuvo de acuerdo con ello. Subimos
al cuarto de Martínez… -el joven vacila y vuelve a mirar a su abogado que le
anima a seguir-… y lo primero que vimos fue a un tío que parecía un armario…
-Un momento.
¿Qué hora aproximada sería cuándo entrasteis en la habitación?
-Más o
menos, las siete menos cuarto.
-Bien,
sigue.
-Como le
decía, había un desconocido, que luego resultó ser un guiri, que nos contó que
pasaba por el pasillo cuando oyó quejidos por lo que entró en el cuarto a ver
qué pasaba y que se encontró a Martínez en la cama más muerto que vivo y que
trataba de ayudarlo.
-Y el
extranjero, ¿lo habías visto antes, sabes si la Molina y Anca lo conocían?
-Era la
primera vez que lo veía y Anca y la andaluza tampoco lo conocían.
-¿Y qué pasó
con el extranjero?
-Dijo que no
podía hacer nada más y se fue.
-¿Sabes si
era un huésped del hostal?
-No lo sé,
sargento, eso quien debe saberlo es la Eulalia.
-¿Y a ti
como te pareció que se encontraba Salazar?
-Pues muy
jodido. Recuerdo que dije: este fulano está como para diñarla. También les dije
a mi novia y a la andaluza que se debería llamar urgentemente a un médico.
-¿Y por qué
no lo llamaron?
-Contestaron
que ya lo había llamado un conocido que había estado anteriormente con ellas en
la habitación de Martínez.
De momento, el sargento se da por satisfecho
con esas primeras declaraciones de Fabregat. Le informa que no debe de salir
del pueblo sin comunicarlo previamente, que le volverán a llamar cuando la juez
del caso lo estime oportuno y que al día siguiente se pase por el cuartel para
firmar la declaración. El joven sale de la casa-cuartel escoltado por su
abogado y por su padre que le recrimina:
-Ya te dije
que esa muchacha no te traerá más que disgustos.
PD.- Hasta
el próximo viernes