"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 27 de marzo de 2015

4.3. Dios proveerá




   Lo que Camila Tena contó a Lolita de que mosén Amancio, el viejo párroco, había sido cesado porque las cuestaciones pro-seminario del pueblo eran muy escasas nadie ha podido probarlo, pero alguno de los objetivos del nuevo cura ecónomo, que lo ha reemplazado, parece confirmar el rumor. En una de las primeras reuniones que mantiene con las presidentas, casi todas son mujeres, de las distintas cofradías y los directivos de la Acción Católica, les cuenta cuáles son sus prioridades. Bautista Miralles, que así se llama el joven cura aunque la mayoría de la gente valencianiza su nombre y le llama mosén Batiste, tiene una voz tronante y lo hace con tal brío que a veces escupe minúsculas gotas de saliva al hablar, pero expone sus planes y objetivos con mucha convicción y entusiasmo adornándolos con gran profusión de superlativos.
- ... y pienso que con la ayuda de todos vamos a conseguir cuatro metas que pueden calificarse de colosales. Una será construir un monumental retablo para el altar mayor, de forma que el templo vuelva a tener la imponente presencia que, según me han contado, tenía antes del treinta seis. Una iglesia tan majestuosa como la que tenemos no puede seguir así, con una imagen interior tan pobretona y desangelada. Para sustituir al que quemaron las hordas rojas pienso encargar un grandioso retablo de madera de cedro al mejor artesano que haya en la región. Supongo que costará un ojo de la cara pero, por lo que me cuentan, este pueblo puede permitírselo.
- Es verdad, mosén Aman..., perdón, mosén Batiste – La feligresa que ha trabucado el nombre se ha puesto colorada -, antes de la guerra teníamos un retablo precioso que lucía mucho. Su falta se nota una barbaridad.
- Pues esa falta hay que reponerla y lo conseguiremos con la ayuda de todos. La segunda e importantísima meta es cambiar los confesonarios, los bancos; en fin, todo el mobiliario que está que se cae de puro viejo. La tercera meta, también colosal, es comprar un edificio para que sea la casa-abadía. No es de recibo que el párroco, sea quien fuere, tenga que vivir en una casa de alquiler. Buen ejemplo de ello es que en el piso que he alquilado para mis hermanas y para mí apenas si cabemos. Por no tener ni siquiera puedo disponer de un despacho para poder atender como Dios manda a los feligreses que vienen a visitarme. Eso no puede seguir así. No estoy hablando de un edificio suntuoso ni nada por el estilo, me refiero a una casa modesta pero digna. Además, tendría que estar lo más cerca posible de la iglesia, de forma que el párroco pudiese desplazarse de un edificio al otro sin necesidad de cruzar medio pueblo.
- Eso va a ser más difícil que lo del retablo, señor cura – afirma otra de las asistentes.
- Nadie dijo que vaya a ser fácil. No hay ningún proyecto grandioso que sea fácil. Si Jesucristo supo convertir las piedras en panes nosotros sabremos ablandar las endurecidas conciencias de los vecinos y hacerles entender que toda limosna destinada a la obra del Señor supone subir un peldaño más en el camino a la gloria celestial. Y finalmente, y no por ser la última meta es la menos importante, hemos de conjurarnos para sacar a Senillar del vergonzoso lugar que ocupa en la relación de donantes para las obras del nuevo seminario diocesano. Es impresentable que un pueblo de la importancia de éste, de su tradición religiosa y de su boyante economía, esté a la altura de pueblecitos que apenas tienen quinientos habitantes. Sin ir más lejos, mi pueblo natal, que es tres o cuatro veces más pequeño que éste, recauda cada año el triple de la cantidad que aporta esta parroquia. Esto no puede seguir así, es una vergüenza para el pueblo, para el párroco, para los feligreses y para los presidentes de cofradías y asociaciones religiosas. A partir de hoy, voy a crear una junta pro-donaciones, para los proyectos que os he comentado, y cuya principal finalidad será transformar la situación actual y convertir a Senillar en un ejemplo para el resto de localidades del obispado, de tal forma que cuando en el palacio episcopal se hable de nosotros sea para subrayar la importancia y la enorme valía de nuestra aportación que, con vuestro apoyo, estoy seguro de que llegará a ser fenomenal.
   Los asistentes quedan impresionados por la fuerza, la vehemencia y el entusiasmo que pone el nuevo capellán en su alocución. Mosén Amancio nunca les habló con tanta pasión, aunque también es cierto que generalmente solo hablaba de problemas morales. Camila ha sido una de las que ha sido seducida por el cálido verbo del joven sacerdote. A la salida de la reunión comenta con Lolita, vicepresidenta de las Hijas de María, la energía que transmite el mosén:
- Un párroco así era el que hacía falta en este pueblo. Alguien que supiera mover las adormecidas conciencias de nuestros convecinos. ¿No lo crees así, Lolita?
- Pues no sé qué decir, Camila. Las adormecidas conciencias no sé si las va a mover, pero me da la impresión de que a las carteras les va a dar un buen repaso – contesta con sorna la joven.

   Mosén Bautista no se ocupa solo de los grandes proyectos, también de los niños del rebañito, que es como en el pueblo se llama al grupo de chiquillos que cada año se prepara para la primera comunión. El párroco, con la ayuda de varias catequistas, les enseña la doctrina cristiana. Los tiene a todos sentaditos en unos bancos corridos frente al altar mayor, los varones a la derecha, las niñas a la izquierda. Todos, muy atentos, escuchan las explicaciones del sacerdote. Tendrán clase de catecismo dos días a la semana después de salir de la escuela. Una vez al mes el párroco les examinará para ver como progresan y la semana antes del segundo domingo de mayo, día de la primera comunión, les hará una prueba final que será la que determine el lugar que ocupará cada niño para tomar la eucaristía, prelación que solo sirve para alimentar el ego de los padres y fomentar la rivalidad entre los chavales para que se esfuercen en su aprendizaje.
   Cuando el mosén termina sus explicaciones y se pierde en el interior de la sacristía, Camila que es quien dirige el rebañito, con la ayuda de una relación de nombres que le ha facilitado el director del grupo escolar, distribuye por apellidos a los chavales en tres grupos, y les anuncia que tienen que comprar el catecismo del Padre Ripalda donde está toda la doctrina que precisan saber para estar debidamente preparados para tomar la eucaristía.

   Ha llegado el día de la primera comunión. La mayoría de niños van vestidos con un blanco traje de marinero con zapatos a juego y albos guantes de hilo. Otros llevan chaqueta cruzada y pantalón, y hasta hay un par que lucen unos trajes como de oficiales de la armada, con cordones dorados y charreteras en los hombros. A muchos el pelo les negrea reluciente por efecto de la brillantina. La mayoría lleva al cuello una cadena dorada de la que pende un diminuto crucifijo. Hay otros que sostienen en una mano un pequeño misal con las tapas nacaradas y los cantos dorados, y en la otra un rosario con unas cuentas que imitan perlas. Las niñas parecen novias en pequeño: todas de blanco, con amplios y acampanados vestidos hasta los pies y tocadas con velos igualmente blancos.
   Las dos filas de comulgantes avanzan a paso lento por el pasillo central de la iglesia, a un lado los niños y al otro las niñas. Todos llevan las manos juntas como si estuvieran orando y un gesto grave en el semblante, aunque a alguno un conato de sonrisa le baila por la comisura de los labios. A medida que las parejas de niños llegan a los reclinatorios, que han colocado frente al altar mayor, se arrodillan y reciben la Sagrada Forma que el sacerdote, tras musitar las preces rituales, deposita en su boca. Después de comulgar cada niño vuelve al lugar que previamente se le asignó en función del puesto que ocupa en la prelación de los comulgantes.

   Uno de los comulgantes, Miguelito Vinuesa, se ha arrodillado con gesto de gran unción y recogimiento tras recibir el Cuerpo de Cristo, pero lo que en ese momento centra toda su atención es que la hostia se le ha quedado pegada en la parte superior del paladar y no puede ingerirla. Está tentado de meterse la mano en la boca para tratar de soltarla, pero no se atreve a hacerlo, ¿será pecado tocar con la mano el Cuerpo Consagrado de Cristo?, se pregunta. Ante la duda opta por no hacer nada, pero la forma sigue pegada al paladar y por mucho que pasa y repasa la lengua por encima no hay manera de que se despegue. Es toda una catástrofe, trata de recordar si el hecho de no poder tragarla supone no haber comulgado, pero no consigue rememorar si el catecismo hablaba de eso. El imborrable momento está echándose a perder por la maldita…, pero ¿qué dice?, ¡Dios mío!, apenas si ha comulgado y ya vuelve a estar en pecado mortal, tendrá que volver a confesarse. Tan atribulado está que ni siquiera se entera de que todos los comulgantes han recibido la comunión y mosén Bautista ha vuelto al altar y prosigue con la misa. Su madre, que junto a su padre está al lado, le toca el codo y le hace gesto de que se levante. El oficiante está leyendo el misal y los feligreses contestan a coro: Et cum spiriti tuo. La hostia sigue pegada.
   Al salir de la iglesia, su madre le ha dado un puñado de estampas en cuya cara está el dibujo de cuerpo entero de un Jesucristo con melena castaña dando la comunión a un niño arrodillado. En el dorso del recordatorio hay una inscripción que reza: Recuerdo de la Primera Comunión de Miguel Vinuesa Roig celebrada el día 13 de mayo de 1945 en la Iglesia Parroquial. Senillar. Los recordatorios son para repartirlos entre los familiares y amigos; a medida que los va dando, uno por familia, recibe un pequeño óbolo que guarda cuidadosamente en un saquito de tela que ha confeccionado su madre.
   Apoyado en el quicio de la puerta del templo, el nuevo pastor de la iglesia senillense observa calculadoramente a su joven rebaño y a los adultos que lo acompañan y piensa que si tantas familias han echado la casa por la ventana, como suele decirse, para celebrar la primera comunión de sus retoños también podrán hacerlo para ayudarle a alcanzar las metas que se ha propuesto. Y si no fuera así, Dios proveerá.