Lo
que Camila Tena contó a Lolita de que mosén Amancio, el viejo párroco, había
sido cesado porque las cuestaciones pro-seminario del pueblo eran muy escasas
nadie ha podido probarlo, pero alguno de los objetivos del nuevo cura ecónomo, que
lo ha reemplazado, parece confirmar el rumor. En una de las primeras reuniones
que mantiene con las presidentas, casi todas son mujeres, de las distintas
cofradías y los directivos de la Acción Católica, les cuenta cuáles son sus
prioridades. Bautista Miralles, que así se llama el joven cura aunque la
mayoría de la gente valencianiza su nombre y le llama mosén Batiste, tiene una
voz tronante y lo hace con tal brío que a veces escupe minúsculas gotas de
saliva al hablar, pero expone sus planes y objetivos con mucha convicción y
entusiasmo adornándolos con gran profusión de superlativos.
- ... y pienso que con la ayuda de todos
vamos a conseguir cuatro metas que pueden calificarse de colosales. Una será
construir un monumental retablo para el altar mayor, de forma que el templo
vuelva a tener la imponente presencia que, según me han contado, tenía antes
del treinta seis. Una iglesia tan majestuosa como la que tenemos no puede
seguir así, con una imagen interior tan pobretona y desangelada. Para sustituir
al que quemaron las hordas rojas pienso encargar un grandioso retablo de madera
de cedro al mejor artesano que haya en la región. Supongo que costará un ojo de
la cara pero, por lo que me cuentan, este pueblo puede permitírselo.
- Es verdad, mosén Aman..., perdón, mosén
Batiste – La feligresa que ha trabucado el nombre se ha puesto colorada -,
antes de la guerra teníamos un retablo precioso que lucía mucho. Su falta se
nota una barbaridad.
- Pues esa falta hay que reponerla y lo
conseguiremos con la ayuda de todos. La segunda e importantísima meta es
cambiar los confesonarios, los bancos; en fin, todo el mobiliario que está que
se cae de puro viejo. La tercera meta, también colosal, es comprar un edificio
para que sea la casa-abadía. No es de recibo que el párroco, sea quien fuere,
tenga que vivir en una casa de alquiler. Buen ejemplo de ello es que en el piso
que he alquilado para mis hermanas y para mí apenas si cabemos. Por no tener ni
siquiera puedo disponer de un despacho para poder atender como Dios manda a los
feligreses que vienen a visitarme. Eso no puede seguir así. No estoy hablando
de un edificio suntuoso ni nada por el estilo, me refiero a una casa modesta
pero digna. Además, tendría que estar lo más cerca posible de la iglesia, de
forma que el párroco pudiese desplazarse de un edificio al otro sin necesidad
de cruzar medio pueblo.
- Eso va a ser más difícil que lo del
retablo, señor cura – afirma otra de las asistentes.
- Nadie dijo que vaya a ser fácil. No hay
ningún proyecto grandioso que sea fácil. Si Jesucristo supo convertir las
piedras en panes nosotros sabremos ablandar las endurecidas conciencias de los
vecinos y hacerles entender que toda limosna destinada a la obra del Señor
supone subir un peldaño más en el camino a la gloria celestial. Y finalmente, y
no por ser la última meta es la menos importante, hemos de conjurarnos para
sacar a Senillar del vergonzoso lugar que ocupa en la relación de donantes para
las obras del nuevo seminario diocesano. Es impresentable que un pueblo de la
importancia de éste, de su tradición religiosa y de su boyante economía, esté a
la altura de pueblecitos que apenas tienen quinientos habitantes. Sin ir más
lejos, mi pueblo natal, que es tres o cuatro veces más pequeño que éste,
recauda cada año el triple de la cantidad que aporta esta parroquia. Esto no
puede seguir así, es una vergüenza para el pueblo, para el párroco, para los
feligreses y para los presidentes de cofradías y asociaciones religiosas. A
partir de hoy, voy a crear una junta pro-donaciones, para los proyectos que os
he comentado, y cuya principal finalidad será transformar la situación actual y
convertir a Senillar en un ejemplo para el resto de localidades del obispado,
de tal forma que cuando en el palacio episcopal se hable de nosotros sea para
subrayar la importancia y la enorme valía de nuestra aportación que, con
vuestro apoyo, estoy seguro de que llegará a ser fenomenal.
Los
asistentes quedan impresionados por la fuerza, la vehemencia y el entusiasmo
que pone el nuevo capellán en su alocución. Mosén Amancio nunca les habló con
tanta pasión, aunque también es cierto que generalmente solo hablaba de
problemas morales. Camila ha sido una de las que ha sido seducida por el cálido
verbo del joven sacerdote. A la salida de la reunión comenta con Lolita, vicepresidenta
de las Hijas de María, la energía que transmite el mosén:
- Un párroco así era el que hacía falta en
este pueblo. Alguien que supiera mover las adormecidas conciencias de nuestros
convecinos. ¿No lo crees así, Lolita?
- Pues no sé qué decir, Camila. Las
adormecidas conciencias no sé si las va a mover, pero me da la impresión de que
a las carteras les va a dar un buen repaso – contesta con sorna la joven.
Mosén Bautista no se ocupa solo de los grandes proyectos, también de los
niños del rebañito, que es como en el pueblo se llama al grupo de chiquillos
que cada año se prepara para la primera comunión. El párroco, con la ayuda de
varias catequistas, les enseña la doctrina cristiana. Los tiene a todos
sentaditos en unos bancos corridos frente al altar mayor, los varones a la
derecha, las niñas a la izquierda. Todos, muy atentos, escuchan las
explicaciones del sacerdote. Tendrán clase de catecismo dos días a la semana
después de salir de la escuela. Una vez al mes el párroco les examinará para
ver como progresan y la semana antes del segundo domingo de mayo, día de la
primera comunión, les hará una prueba final que será la que determine el lugar
que ocupará cada niño para tomar la eucaristía, prelación que solo sirve para
alimentar el ego de los padres y fomentar la rivalidad entre los chavales para
que se esfuercen en su aprendizaje.
Cuando el mosén termina sus explicaciones y se pierde en el interior de
la sacristía, Camila que es quien dirige el rebañito, con la ayuda de una
relación de nombres que le ha facilitado el director del grupo escolar,
distribuye por apellidos a los chavales en tres grupos, y les anuncia que tienen
que comprar el catecismo del Padre Ripalda donde está toda la doctrina que
precisan saber para estar debidamente preparados para tomar la eucaristía.
Ha
llegado el día de la primera comunión. La mayoría de niños van vestidos con un
blanco traje de marinero con zapatos a juego y albos guantes de hilo. Otros
llevan chaqueta cruzada y pantalón, y hasta hay un par que lucen unos trajes
como de oficiales de la armada, con cordones dorados y charreteras en los
hombros. A muchos el pelo les negrea reluciente por efecto de la brillantina. La
mayoría lleva al cuello una cadena dorada de la que pende un diminuto
crucifijo. Hay otros que sostienen en una mano un pequeño misal con las tapas
nacaradas y los cantos dorados, y en la otra un rosario con unas cuentas que
imitan perlas. Las niñas parecen novias en pequeño: todas de blanco, con
amplios y acampanados vestidos hasta los pies y tocadas con velos igualmente
blancos.
Las
dos filas de comulgantes avanzan a paso lento por el pasillo central de la
iglesia, a un lado los niños y al otro las niñas. Todos llevan las manos juntas
como si estuvieran orando y un gesto grave en el semblante, aunque a alguno un
conato de sonrisa le baila por la comisura de los labios. A medida que las
parejas de niños llegan a los reclinatorios, que han colocado frente al altar
mayor, se arrodillan y reciben la Sagrada Forma que el sacerdote, tras musitar
las preces rituales, deposita en su boca. Después de comulgar cada niño vuelve
al lugar que previamente se le asignó en función del puesto que ocupa en la
prelación de los comulgantes.
Uno
de los comulgantes, Miguelito Vinuesa, se ha arrodillado con gesto de gran
unción y recogimiento tras recibir el Cuerpo de Cristo, pero lo que en ese
momento centra toda su atención es que la hostia se le ha quedado pegada en la
parte superior del paladar y no puede ingerirla. Está tentado de meterse la
mano en la boca para tratar de soltarla, pero no se atreve a hacerlo, ¿será
pecado tocar con la mano el Cuerpo Consagrado de Cristo?, se pregunta. Ante la
duda opta por no hacer nada, pero la forma sigue pegada al paladar y por mucho
que pasa y repasa la lengua por encima no hay manera de que se despegue. Es
toda una catástrofe, trata de recordar si el hecho de no poder tragarla supone
no haber comulgado, pero no consigue rememorar si el catecismo hablaba de eso.
El imborrable momento está echándose a perder por la maldita…, pero ¿qué dice?,
¡Dios mío!, apenas si ha comulgado y ya vuelve a estar en pecado mortal, tendrá
que volver a confesarse. Tan atribulado está que ni siquiera se entera de que
todos los comulgantes han recibido la comunión y mosén Bautista ha vuelto al
altar y prosigue con la misa. Su madre, que junto a su padre está al lado, le
toca el codo y le hace gesto de que se levante. El oficiante está leyendo el
misal y los feligreses contestan a coro: Et
cum spiriti tuo. La hostia sigue pegada.
Al
salir de la iglesia, su madre le ha dado un puñado de estampas en cuya cara
está el dibujo de cuerpo entero de un Jesucristo con melena castaña dando la
comunión a un niño arrodillado. En el dorso del recordatorio hay una
inscripción que reza: Recuerdo de la Primera Comunión de Miguel Vinuesa Roig
celebrada el día 13 de mayo de 1945 en la Iglesia Parroquial. Senillar. Los recordatorios son para repartirlos
entre los familiares y amigos; a medida que los va dando, uno por familia,
recibe un pequeño óbolo que guarda cuidadosamente en un saquito de tela que ha
confeccionado su madre.
Apoyado en el quicio de la puerta del templo, el nuevo pastor de la
iglesia senillense observa calculadoramente a su joven rebaño y a los adultos
que lo acompañan y piensa que si tantas familias han echado la casa por la
ventana, como suele decirse, para celebrar la primera comunión de sus retoños
también podrán hacerlo para ayudarle a alcanzar las metas que se ha propuesto. Y
si no fuera así, Dios proveerá.