Episodio 2. Que venga más tarde
El mozo, a quien el sorteo de los quintos ha destinado a Mallorca, está
valorando si contarle al secretario municipal el por qué le viene tan mal ir a
la isla.
-Que le pongas tantos peros al servicio
militar, ¿no será por qué andas encariñado de alguna serrana o quizá de alguna menina de más allá de la Raya? –se malicia el funcionario.
Oír la pregunta de don Leandro y ponerse
colorado como un pimentón de la Vera ha sido todo uno. Que el secretario haya
atinado el porqué de su renuencia a la mili, impulsa al joven a sincerarse.
-Algo de eso hay, don Leandro. Verá…, en la
feria de Malpartida del año pasado conocí a una muchacha, una moza hecha y
derecha y simpática como la que más. Desde entonces siempre que he podido he
ido a su pueblo a verla y…bueno, hemos terminado de novios. Todavía no lo hemos
formalizado ante las familias, pero le he dado palabra de matrimonio para
cuando regrese de la mili.
-O sea, que acerté, sufres de mal de amores.
Mi enhorabuena porque ese es un mal que depara más alegrías que penas. ¿Y la
moza a qué se dedica, a sus labores?
-Pues ya puede figurarse que sí, aunque
estuvo a punto de estudiar si no hubiese sido por la desgracia de su padre.
-¿Qué desgracia? –pregunta curioso el
secretario.
-Una fatalidad de las que pasan una vez en
mil años. Igual recuerda lo del accidente porque fue muy sonado, y hasta lo
publicó La Bandera Regional de Plasencia. El señor Álvaro Manzano, su padre,
fue pateado por un semental cuando hacía de mamporrero para cubrir a una de sus
yeguas. Al morir el padre, y ser la hija mayor, tuvo que dedicarse a cuidar de
la casa y de sus hermanos, porque a su madre le tocó encargarse de las fincas y
los ganaos, pues tienen trabajando para la familia a varios braceros y
pastores.
-Así que pensáis casaros, ¿y de qué vais a
vivir, de lo que sacas alijando en la Raya?
-No, eso se ha terminado para mí. Fue una de
las condiciones que me puso Consuelo, así se llama, para darme el sí, que tenía
que dejar de trajinar por la Raya y que
debía encontrar un trabajo honrado. No se puede imaginar el genio que se gasta la
moza a pesar de que solo tiene un año menos que yo.
-Me alegro de que hayas encontrado una mujer
así. Si es como cuentas, te vendrá como anillo al dedo para sentar la cabeza y
tu madre dejará de preocuparse por ti.
-¿Mi madre preocupada? Nunca me ha
reprochado nada, salvo la consabida regañina cuando dejé colgados los libros.
-Que fueron dos veces, que yo recuerde. La
primera cuando decidiste no terminar el bachillerato y la segunda cuando echaste
por la borda lo de los estudios de contabilidad. Y sí que está preocupada por
tu futuro, teme que termines como tu pobre padre, que en paz descanse. Ahora podrá
respirar, si la chinata te ha embridado como parece.
-¡Chinata! Cuando quiero hacerla rabiar la
llamo así y entonces ella me dice mañego.
-Pues no debería molestarse, al fin y al
cabo es el gentilicio de los naturales de Malpartida de Plasencia, porque como
sabrás hay otra Malpartida, que para diferenciarla se denomina de Cáceres.
-Entonces, don Leandro, volviendo a lo mío,
¿no hay nada qué hacer?
-Como no encuentres las dos mil pesetas,
nada –El secretario duda, sabe cómo se puede lograr esa cantidad que es exorbitante
en un ambiente tan pobre como el del valle, pero termina por decirlo-…Como bien
sabes, podrías conseguir esa cantidad o, al menos, parte de ella si siguieras
trajinando en la Raya, y el resto
podrías obtenerlo pidiendo un préstamo al tío Dimas el Bronchales.
-Ya lo pensé, pero si Consuelo se enterara de
que vuelvo a las andadas me pondría en la puerta de la calle. Por otra, sabe
que aceptar un préstamo del tío Bronchales es como venderle el alma al diablo.
Con los réditos que cobra estaría empeñado con él hasta el fin de mi vida.
-Sí, claro… Pues si aceptas un consejo de
viejo: disfruta con tu novia el tiempo que te queda antes de irte, más o menos
hasta fines de abril. Ah, y míralo como una oportunidad y no como un castigo.
Ese tiempo será la mejor prueba de fuego para que tanto tú como la chinata
midáis la firmeza de vuestro amor. Y a todo esto, ¿qué opina tu madre de lo de
la muchacha?
-Mi madre no sabe nada, no se lo he contado.
-Pues lo primero que debes hacer al llegar a
casa es contárselo. Tu madre es persona muy lista y prudente y puedes estar
seguro de que será quién mejor te aconseje.
-Bueno, lo primero que he de contarle a
madre es mi destino.
-Por eso no te preocupes, a estas horas al
menos media docena de vecinas ya se lo han referido con pelos y señales.
El mozo sale del ayuntamiento más confortado
y sereno que cuando entró. Los últimos consejos del secretario le han templado
el ánimo, pese a ello en cuanto se encuentra en la calle vuelve a amohinarse.
Una viejuca, que pasa portando un cántaro, le pregunta al verle enfurruñado.
-Chacho, que mala cara ties, ¿te duele la chinostra?
-No, tía Manuela, no me duele la cabeza sino
el alma.
-Mecagondié,
¿y eso por qué?
-Porque me voy de quinto muy lejos, a
Mallorca –le dice el joven, aunque sabe que lo más seguro es que la buena de la
tía Manuela no sepa dónde está la isla.
La vieja sigue su camino y el joven,
pensando en su diálogo con el secretario, resuelve hacer caso de su postrer
consejo y contarle a su madre lo de Consuelo. La madre del mozo -doña Pilar
para los habitantes de San Martín-, ha escuchado en atento silencio la
explicación de su hijo. Algo sabía sobre que su chico andaba hablando con una
moza de Malpartida, y hasta alguna vecina le había comentado que la chinata era
un buen partido, pues su familia además de ganados tenía buenas fincas. Lo que
le ha impactado ha sido lo enamorado que parece estar su hijo y la sensatez con
la que habla. Cuando el joven acaba su confesión, y tras un instante de
incómodo silencio, doña Pilar se pronuncia.
-Hijico –Pese a los muchos años que la mujer
lleva en San Martín el diminutivo tan propio del habla aragonesa se le suele
escapar a menudo-, sabes muy bien que siempre te dije que en los sentimientos,
si son sinceros, nadie debe meterse. Y eso es lo que pienso hacer. Si estás tan
enamorado como dices, y encima la moza te corresponde, eso me hace muy feliz,
pero como madre me veo obligada a darte algunos consejos que espero que aceptes.
Y estoy doblemente obligada a ello, puesto que a falta de un padre que te
hablara de hombre a hombre, esa parte también he de asumirla.
Y Pilar se explaya dándole su opinión sobre
cómo ha de llevar las relaciones con su enamorada. Que no solo ha de quererla
con toda el alma, sino también respetarla y cuidarla. Que no quiera tener
siempre razón y si discute con ella que lo haga con mesura y tiento, y que
jamás, y eso lo remarca, que jamás se le ocurra ponerle la mano encima. Que no
le diga mentiras y que tampoco las admita…
-¿Lo entendiste?
-Sí, madre.
-Otra cuestión, ¿qué piensas hacer hasta que
tengas que presentarte en la Caja de Reclutas de Cáceres?
-Tenía pensado aceptar un trabajo en una almazara
de Malpartida, y así poder juntar unas pesetillas que me vendrán muy bien en la
mili. Además, de esa forma podré ver todos los días a Consuelo.
-Creo que no es buena idea. Creo que sería
mejor que hablaras con el profesor Hernández para completar tus estudios de
contabilidad, aunque no tengas tiempo de sacarte un título, pero de esa forma
cuando termines la mili estarás en condiciones de encontrar un buen empleo. Ah,
otra cosa, le pedí al cabo Montero que hablara contigo para que te dé algunos
consejos sobre cómo manejarte con los militares. Estuvo sirviendo doce años, y
se sabe todas las picardías necesarias para sobrevivir al ejército, más ahora
que, al parecer, puede volver la guerra al Protectorado. Me ha dicho que vayas mañana
a verle al cuartelillo.
Lo que menos le ha gustado al joven de la
conversación con su madre es que le haya comprometido a visitar al cabo Montero
y en el cuartel de la Guardia Civil. Aún recuerda la vez que le pillaron los
civiles alijando en la Raya. Pudo
salir indemne gracias a las buenas relaciones de su madre, pero la detención le
marcó.
El lunes a media mañana, Julio se encamina a
la casa-cuartel de la Guardia Civil a ver al cabo Montero. En el umbral del
acceso al cuartelillo, sentado en una silla de enea, está el guardia de
puertas.
-¿Qué tripa se te ha roto, muchacho?
-Soy Julio Carreño Lahoz y vengo a ver al
cabo.
-Ah, tú eres el que va destinado a Mallorca,
mala suerte has tenido, chico –En el pueblo las noticias corren más que los
podencos piensa el joven-, aunque peor la tuve yo que me tocó Melilla y las
pasé más putas que San Amaro.
-Por favor, dígale al cabo que está aquí el
hijo de doña Pilar la maestra, me debe estar esperando.
-Pues va a ser que no, chico. En estos
momentos el cabo está con su relevo presentándolo al señor alcalde y demás
autoridades locales –y el guardia se explica-. Al cabo Montero lo acaban de
destinar a Mazarrón y si le hubiera tocado la lotería no estaría más contento,
porque como es de Totana se podría decir que va a estar a un tiro de piedra de
su pueblo. Y le va a relevar como comandante de puesto el cabo Luque que ha
llegado antes de lo esperado. Por eso lo está presentando a las autoridades.
-Entonces, ¿qué hago?
-Vuelve esta tarde, a ver si puede
recibirte, aunque lo dudo.
El cabo Montero, después de presentar a su
relevo al alcalde y demás autoridades locales, se ha encerrado con el cabo
Luque en el despacho del cuartelillo para ponerle al día de todos los pormenores
de la comandancia local y las características de su demarcación. Al informarle
en un receso de la petición de Julio ordena:
-Que venga más tarde.
Montero sigue explicándole a Luque la
dotación de números del puesto y el perfil de cada uno de ellos, así como el
estado de las armas y del municionamiento. Le hace el traspaso de las magras
cuentas y de los atestados sin ultimar. Quiere acelerar el relevo lo antes posible
porque su esposa cuenta los minutos para retornar a su patria chica, pero
antes…
-Te voy a contar las características del
pueblo y, lo más importante, quién es quién en San Martín.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 3. San Martín de Trevejo