"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 21 de junio de 2016

37. Una llamada intempestiva



   Aunque hoy, seis de diciembre, es domingo, los cuatro jubilados metidos a detectives se han reunido en casa de Grandal para recopilar lo descubierto hasta ahora y considerar los siguientes pasos a dar. El excomisario le hace un resumen a Álvarez, el único del cuarteto que no estuvo en los Cármenes, de lo que averiguaron el día anterior en su charla con las clientas de la frutería de la Avenida del Manzanares. Lo que la dicharachera señora Engracia les contó fue que el cuñado de Obdulio Romero, empleado del museo y sospechoso de ser uno de los que manipularon las cámaras el día del robo, se había convertido en los últimos días en una de las comidillas del barrio. ¿Por qué? Pues porque desde hacía un par de semanas llevaba una vida que era un puro contrasentido. Por una parte, el tal Quesada seguía viviendo en la misma casa en la vecina calle de San Ambrosio, seguía teniendo el mismo coche, un Renault Clío de más de diez años, y seguía trabajando como dependiente en una pescadería sita en una galería comercial existente en la confluencia de Cea Bermúdez y Guzmán el Bueno. O sea, que seguía llevando una vida como la de siempre. Pues no, porque desde hacía algo más de varias semanas parecía que le había tocado el eurocupón por como gastaba el dinero a manos llenas. El propio Quesada contaba a quien quisiera oírle que no había sido agraciado con el eurocupón, pero sí había cogido un buen pellizco de la primitiva. Fuera verdad o mentira lo de la lotería, lo cierto era que Quesada se había convertido en pocos días en una especie de nuevo rico que parecía tirar salvas con pólvora del rey. Otro dato curioso era que le había dado por colmar de favores a la parentela, especialmente a su hermana Esther, casada con Obdulio Romero. Lo último que se conocía era que, según contaban en el vecindario, había contratado una sala de lo más elegante y cara para festejar la primera comunión de la segunda hija de su hermana Esther y su cuñado Obdulio y que en la próxima Navidad su familia y la de su hermana iban a pasar las fiestas a Canarias. En resumen, todos los indicios apuntaban a que, probablemente, habían encontrado a uno de los secuaces de los asaltantes del furgón blindado. Porque el cuento de la primitiva sonaba a eso, a cuento.
- Pero el cómplice de los atracadores, de ser alguien tiene que serlo el Obdulio, en cambio ¿por qué el que parece manejar la pasta es su cuñado? – pregunta Álvarez.
- Buena pregunta – admite Grandal -. La respuesta no puede ser otra que ese es un buen modo de camuflar un dinero de procedencia ilegítima. Si fuera Romero quien manejara tanta pasta eso le señalaría directamente y el Dúo Sacapuntas y el gabacho ese que les acompaña ya le hubieran sometido al tercer grado. En cambio, siendo un cuñado el que da aire a los billetes, el hecho puede pasar desapercibido, tanto que mis jóvenes colegas no se han olido la tostada.
- Si nosotros lo hemos descubierto, ¿por qué ellos no? – quiere saber Ballarín que, como Ponte, está exultante por ser uno de los que ha dado con la pista.
- No lo sé. Ya os dije que la actual policía está más preparada que lo estábamos en mis tiempos y, sobre todo, está mucho más tecnificada, pero en cuanto a intuición, a olfato, dejan que desear.
- ¿Y no será porque nosotros, a pesar de ser unos carcamales, nos lo hemos currado más y mejor que ellos? – medio pregunta, medio afirma Ponte.
   Grandal sonríe con indulgencia.
- Pues no diría yo lo contrario. Tanto tú como Amadeo habéis demostrado tener más olfato que un perdiguero.
- Bien, ¿y ahora qué hacemos, cuáles son los siguientes pasos a dar? – Inquiere Álvarez, un poco celoso ante los elogios hacia la pareja Ballarín-Ponte.
- Esa es otra buena pregunta – admite Grandal, que se ha dado cuenta de la envidia de Álvarez -. Y aquí, la respuesta solo puede ser una: hemos de poner en conocimiento de la policía lo que hemos descubierto.
- ¿Y por qué decirlo a la policía? Somos nosotros quienes hemos levantado la liebre y deberíamos ser nosotros los que cobráramos la pieza – argumenta Ballarín echando mano de su vocabulario de antiguo cazador.
- Vamos a ver, Amadeo, piensa. ¿Acaso nosotros podemos interrogar al tal Obdulio o a su cuñado? o ¿podemos pedirle a la jueza que lleva el caso un mandamiento para pinchar el teléfono de esos individuos o para hacer un registro en sus domicilios? Podría plantear muchas más preguntas, pero la única respuesta sería la misma: no. Además, si hacéis memoria recordaréis que una de las condiciones que puse para aceptar unirme a vosotros en esta aventura fue que cuando descubriéramos alguna pista lo pondríamos en conocimiento de la policía. Y otro argumento de peso: ocultar información sobre un delito está penado. O sea, que no nos queda otra.
   El silencio de los tres prueba que la explicación de Grandal les ha convencido.
- Supongo que serás tú quien se lo dirá a la poli, ¿no? – quiere saber Ponte.
- Creo que soy el más indicado. Mañana… - Grandal se acuerda que mañana es lunes y va a tener a Chelo en casa – o pasado, tampoco viene de un día, se lo contaré a Anselmo Bermúdez, el comisario de Moncloa.
- ¿Y por qué no lo haces directamente con los Sacapuntas que son los que llevan el caso? – pregunta Álvarez.
- Porque a los Sacapuntas no les conozco y a Bermúdez sí. Tened en cuenta que lo primero que me preguntarán será como demonios hemos llegado a descubrir esa pista y voy a tener que dar muchas explicaciones para que no nos prohíban tajantemente que dejemos de investigar sobre el caso.
- ¿Pueden hacerlo? – pregunta en tono alarmado Ponte.
- Por supuesto que pueden hacerlo. Por eso voy a hacer un trato bajo mano con Bermúdez. Le voy a ofrecer que se apunte el tanto del descubrimiento, pero con la condición de que hará la vista gorda para que podamos seguir investigando y con la promesa por nuestra parte de que si descubrimos nuevas pistas será él a quien se lo contaremos. Todo eso no puedo pactarlo con los muchachos que llevan el caso, pero sí con un antiguo colega como Bermúdez.
- Bien – admite Ballarín -, ¿y nosotros qué hacemos a partir de mañana?
- Seguir investigando al resto de empleados del museo que pudieron manipular las cámaras de seguridad para descubrir si hay algún otro cómplice de los atracadores.
- ¿Crees que puede haber alguien más? – pregunta Ponte.
- No lo sé, Manolo, pero no hay que descartar esa posibilidad. Por tanto, la siguiente misión es continuar investigando si alguno de los restantes objetivos lleva un tren de vida por encima de sus posibilidades.
- ¿Comenzamos mañana mismo? – reitera un afanoso Ballarín.
- Como queráis – acepta Grandal -, pero puesto que hoy hemos currado, mañana podríamos descansar. Hacer una pequeña pausa nos vendrá bien a todos, recargaremos las pilas y el martes nos ponemos al tajo. Bueno, ahora que lo pienso el martes tampoco que es la fiesta de la Purísima y todo estará cerrado. Seguiremos el miércoles.
   El ocho de diciembre, fiesta de la Purísima Concepción y antiguo Día de la Madre, invento al parecer del Corte Inglés, el timbre del móvil despierta a Ponte. Mira el reloj, las siete cuarenta. ¿Quién diablos llamará a unas horas tan intempestivas? se pregunta. Carraspea antes de contestar, por las mañanas la afonía crónica que sufre es cuando más la nota.
- ¿Sí? – Es su contestación habitual cuando coge el teléfono.
- Manolo – Se trata de Ballarín y por el tono parece muy alterado –, estoy llamando a Jacinto pero no me lo coge. El fijo tiene puesto el contestador automático y el móvil está apagado. ¿Sabes dónde puede estar?
    Como que te lo voy a decir, piensa Ponte que supone que Grandal estará con la Chelo, pero su respuesta es otra:
- ¿Y para eso me llamas a estas horas? Por Dios, Amadeo, que son poco más de las siete y media. Madrugo, pero no tanto.
- ¿Has leído la prensa de esta mañana? – pregunta Ballarín cuya voz sigue sonando crispada.
- ¿Por qué me lo preguntas, qué pasa, se ha declarado la tercera guerra mundial o es que el gobierno ha decidido rebajarnos las pensiones?
- La cosa no está para chacotas. Lee la prensa y luego me llamas. Lo comentaremos.
- ¿Qué hay que comentar?
- Tú lee la prensa, cualquier medio vale, la noticia viene en todos los periódicos. Después me llamas.
- ¿Pero qué tengo que buscar? – quiere saber Ponte. No hay respuesta, Ballarín ya ha colgado.