Aunque hoy, seis de diciembre,
es domingo, los cuatro jubilados metidos a detectives se han reunido en casa de
Grandal para recopilar lo descubierto hasta ahora y considerar los siguientes
pasos a dar. El excomisario le hace un resumen a Álvarez, el único del cuarteto
que no estuvo en los Cármenes, de lo que averiguaron el día anterior en su
charla con las clientas de la frutería de la Avenida del Manzanares. Lo que la
dicharachera señora Engracia les contó fue que el cuñado de Obdulio Romero,
empleado del museo y sospechoso de ser uno de los que manipularon las cámaras
el día del robo, se había convertido en los últimos días en una de las
comidillas del barrio. ¿Por qué? Pues porque desde hacía un par de semanas
llevaba una vida que era un puro contrasentido. Por una parte, el tal Quesada
seguía viviendo en la misma casa en la vecina calle de San Ambrosio, seguía
teniendo el mismo coche, un Renault Clío de más de diez años, y seguía
trabajando como dependiente en una pescadería sita en una galería comercial
existente en la confluencia de Cea Bermúdez y Guzmán el Bueno. O sea, que
seguía llevando una vida como la de siempre. Pues no, porque desde hacía algo
más de varias semanas parecía que le había tocado el eurocupón por como gastaba
el dinero a manos llenas. El propio Quesada contaba a quien quisiera oírle que
no había sido agraciado con el eurocupón, pero sí había cogido un buen pellizco
de la primitiva. Fuera verdad o mentira lo de la lotería, lo cierto era que
Quesada se había convertido en pocos días en una especie de nuevo rico que
parecía tirar salvas con pólvora del rey. Otro dato curioso era que le había
dado por colmar de favores a la parentela, especialmente a su hermana Esther,
casada con Obdulio Romero. Lo último que se conocía era que, según contaban en
el vecindario, había contratado una sala de lo más elegante y cara para
festejar la primera comunión de la segunda hija de su hermana Esther y su
cuñado Obdulio y que en la próxima Navidad su familia y la de su hermana iban a
pasar las fiestas a Canarias. En resumen, todos los indicios apuntaban a que,
probablemente, habían encontrado a uno de los secuaces de los asaltantes del
furgón blindado. Porque el cuento de la primitiva sonaba a eso, a cuento.
- Pero el cómplice de los atracadores, de ser alguien tiene que serlo
el Obdulio, en cambio ¿por qué el que parece manejar la pasta es su cuñado? –
pregunta Álvarez.
- Buena pregunta – admite Grandal -. La respuesta no puede ser otra que
ese es un buen modo de camuflar un dinero de procedencia ilegítima. Si fuera
Romero quien manejara tanta pasta eso le señalaría directamente y el Dúo
Sacapuntas y el gabacho ese que les acompaña ya le hubieran sometido al tercer
grado. En cambio, siendo un cuñado el que da aire a los billetes, el hecho
puede pasar desapercibido, tanto que mis jóvenes colegas no se han olido la
tostada.
- Si nosotros lo hemos descubierto, ¿por qué ellos no? – quiere saber
Ballarín que, como Ponte, está exultante por ser uno de los que ha dado con la
pista.
- No lo sé. Ya os dije que la actual policía está más preparada que lo
estábamos en mis tiempos y, sobre todo, está mucho más tecnificada, pero en
cuanto a intuición, a olfato, dejan que desear.
- ¿Y no será porque nosotros, a pesar de ser unos carcamales, nos lo
hemos currado más y mejor que ellos? – medio pregunta, medio afirma Ponte.
Grandal sonríe con
indulgencia.
- Pues no diría yo lo contrario. Tanto tú como Amadeo habéis demostrado
tener más olfato que un perdiguero.
- Bien, ¿y ahora qué hacemos, cuáles son los siguientes pasos a dar? –
Inquiere Álvarez, un poco celoso ante los elogios hacia la pareja
Ballarín-Ponte.
- Esa es otra buena pregunta – admite Grandal, que se ha dado cuenta de
la envidia de Álvarez -. Y aquí, la respuesta solo puede ser una: hemos de
poner en conocimiento de la policía lo que hemos descubierto.
- ¿Y por qué decirlo a la policía? Somos nosotros quienes hemos
levantado la liebre y deberíamos ser nosotros los que cobráramos la pieza –
argumenta Ballarín echando mano de su vocabulario de antiguo cazador.
- Vamos a ver, Amadeo, piensa. ¿Acaso nosotros podemos interrogar al
tal Obdulio o a su cuñado? o ¿podemos pedirle a la jueza que lleva el caso un
mandamiento para pinchar el teléfono de esos individuos o para hacer un
registro en sus domicilios? Podría plantear muchas más preguntas, pero la única
respuesta sería la misma: no. Además, si hacéis memoria recordaréis que una de
las condiciones que puse para aceptar unirme a vosotros en esta aventura fue
que cuando descubriéramos alguna pista lo pondríamos en conocimiento de la
policía. Y otro argumento de peso: ocultar información sobre un delito está
penado. O sea, que no nos queda otra.
El silencio de los tres prueba
que la explicación de Grandal les ha convencido.
- Supongo que serás tú quien se lo dirá a la poli, ¿no? – quiere saber
Ponte.
- Creo que soy el más indicado. Mañana… - Grandal se acuerda que mañana
es lunes y va a tener a Chelo en casa – o pasado, tampoco viene de un día, se
lo contaré a Anselmo Bermúdez, el comisario de Moncloa.
- ¿Y por qué no lo haces directamente con los Sacapuntas que son los
que llevan el caso? – pregunta Álvarez.
- Porque a los Sacapuntas no les conozco y a Bermúdez sí. Tened en
cuenta que lo primero que me preguntarán será como demonios hemos llegado a
descubrir esa pista y voy a tener que dar muchas explicaciones para que no nos
prohíban tajantemente que dejemos de investigar sobre el caso.
- ¿Pueden hacerlo? – pregunta en tono alarmado Ponte.
- Por supuesto que pueden hacerlo. Por eso voy a hacer un trato bajo
mano con Bermúdez. Le voy a ofrecer que se apunte el tanto del descubrimiento,
pero con la condición de que hará la vista gorda para que podamos seguir
investigando y con la promesa por nuestra parte de que si descubrimos nuevas
pistas será él a quien se lo contaremos. Todo eso no puedo pactarlo con los
muchachos que llevan el caso, pero sí con un antiguo colega como Bermúdez.
- Bien – admite Ballarín -, ¿y nosotros qué hacemos a partir de mañana?
- Seguir investigando al resto de empleados del museo que pudieron
manipular las cámaras de seguridad para descubrir si hay algún otro cómplice de
los atracadores.
- ¿Crees que puede haber alguien más? – pregunta Ponte.
- No lo sé, Manolo, pero no hay que descartar esa posibilidad. Por
tanto, la siguiente misión es continuar investigando si alguno de los restantes
objetivos lleva un tren de vida por encima de sus posibilidades.
- ¿Comenzamos mañana mismo? – reitera un afanoso Ballarín.
- Como queráis – acepta Grandal -, pero puesto que hoy hemos currado,
mañana podríamos descansar. Hacer una pequeña pausa nos vendrá bien a todos,
recargaremos las pilas y el martes nos ponemos al tajo. Bueno, ahora que lo
pienso el martes tampoco que es la fiesta de la Purísima y todo estará cerrado.
Seguiremos el miércoles.
El ocho de diciembre, fiesta
de la Purísima Concepción y antiguo Día de la Madre, invento al parecer del Corte
Inglés, el timbre del móvil despierta a Ponte. Mira el reloj, las siete
cuarenta. ¿Quién diablos llamará a unas horas tan intempestivas? se pregunta. Carraspea
antes de contestar, por las mañanas la afonía crónica que sufre es cuando más
la nota.
- ¿Sí? – Es su contestación habitual cuando coge el teléfono.
- Manolo – Se trata de Ballarín y por el tono parece muy alterado –,
estoy llamando a Jacinto pero no me lo coge. El fijo tiene puesto el
contestador automático y el móvil está apagado. ¿Sabes dónde puede estar?
Como que te lo voy a decir,
piensa Ponte que supone que Grandal estará con la Chelo, pero su respuesta es
otra:
- ¿Y para eso me llamas a estas horas? Por Dios, Amadeo, que son poco
más de las siete y media. Madrugo, pero no tanto.
- ¿Has leído la prensa de esta mañana? – pregunta Ballarín cuya voz
sigue sonando crispada.
- ¿Por qué me lo preguntas, qué pasa, se ha declarado la tercera guerra
mundial o es que el gobierno ha decidido rebajarnos las pensiones?
- La cosa no está para chacotas. Lee la prensa y luego me llamas. Lo
comentaremos.
- ¿Qué hay que comentar?
- Tú lee la prensa, cualquier medio vale, la noticia viene en todos los
periódicos. Después me llamas.
- ¿Pero qué tengo que buscar? – quiere saber Ponte. No hay respuesta,
Ballarín ya ha colgado.