"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 26 de abril de 2024

Libro IV. Episodio 45. Navidades del 36 en Madrid


   Álvaro, armado con las sugerencias que le dieron Ortigueira y Calderón, escribe sendas cartas que luego traduce al inglés para que parezcan que las manda el hermano de Jessie Wourky. Ha procurado imitar lo que supone que es el estilo británico y habla del tiempo y de sucesos inocuos, pero al tiempo rememora que cuando estuvo con ellos visitando Pinkety les cogió una borrasca de aúpa. Piensa que la sola mención de Pinkety es suficiente para que comprendan quién es el redactor de la carta. También manda recuerdos para aquel señor mayor, conocido como el tío Luis, y hasta se atreve a insertar alguna pregunta del tipo: ¿y tu sobrina Pilar por fin se casó?

   A finales de diciembre la guerra parece acercarse a la tranquila, hasta el momento, provincia santanderina. Y, aunque en la capital funcionaban tres checas siendo la más tristemente famosa la de Neila, apenas si han ocurrido incidentes bélicos de alguna importancia. Esa paz se trunca cuando a fin de mes una formación de aviones nacionales bombardea Santander. En represalia, es asaltado el buque-prisión Alfonso Pérez, fondeado en el puerto, y un centenar y medio de presos son asesinados con la acusación, no probada, de que eran peligrosos militantes de derechas. El miedo a los desmanes de grupos incontrolados se extiende por toda la provincia y, aunque en Suances todo el mundo sabe del pie que cojea el vecino, la gente comienza a mirarse con recelo y si eres forastero con mayor motivo. Julia lo percibe inmediatamente, se recluye en casa y advierte a los niños de que tengan sumo cuidado con lo que dicen y a quién lo dicen. Pero no todo son malas noticias, el patrón mayor de la cooperativa de pescadores le ha mandado recado de que vaya a verle.

   -Andrés, tú que andas por el pósito ¿sabes qué puede querer el señor Prudencio?, me ha dicho que tiene que hablar conmigo.

   -Debe de ser porque el maestro se ha ido a la guerra.

   -Explícame qué es eso del maestro.

   -Pues que uno de los maestros del pueblo llevaba las cuentas de la cooperativa, pero resulta que se ha alistado en la columna del Portillo de La Sía y, como se han quedado sin contable, igual es por eso.

   Acierta Andrés. El señor Prudencio le ofrece que lleve las cuentas de la cooperativa, por las que podrán pagarle poco, pues no están los tiempos para dispendios, aunque añade que además del magro estipendio alguna gabela podrá tener, se podrá llevar pescado no apto para el mercado, así como morralla y alguna pieza que otra suelta. Esa misma semana comienza el trabajo de las cuentas de la cooperativa que tampoco son gran cosa, pero el pescado que se lleva a casa se nota, y pronto descubre que el que le sobra puede trocarlo por otros productos, pues en el pueblo hay más labriegos que pescadores. 

   Las Navidades del 36 no tienen nada que ver con lo que han sido siempre, al menos en la familia Carreño. Los de Madrid, no engalanan la casa ni la farmacia, no ponen el belén ni asisten a la misa del Gallo, aunque han estado a punto de hacerlo, pues una clienta le dijo a Eloísa que conocía a un fraile que en secreto celebra misas para amigos y gente conocida, pues, aunque las celebraciones religiosas formalmente no están prohibidas, si asistes y te pillan puede costarte muy caro. Al final no tienen misa porque el fraile tiene el aforo cubierto de la casa particular donde realiza las celebraciones. Lo que hacen es rezar un rosario al final del cual piden por sus deudos ausentes. Y en el almuerzo del día de Navidad, Paca se las arregla para, con lo que almacena en su precaria despensa, elaborar una comida razonablemente sustanciosa. En ese almuerzo, los Carreño sientan a su mesa a un comensal de última hora, Luis Verdú, a quien Pilar ha invitado expresamente. El murciano, en respuesta a la invitación, ha colaborado con la aportación de los consabidos chuscos, media penca de bacalao, un variado de turrones y una botella de vino dulce de Málaga. En el almuerzo se habla de todo, aunque el patriarca ha pedido olvidarse de la guerra y no hablar de ella para no amargarse el día. Durante la comida trasiegan en abundancia un valdepeñas que el tío Luis ha comprado en una tasca de la calle Echegaray. Quizá por los efectos del caldo, Julio se atreve  a preguntar por la familia del murciano, Luis está a punto de contar la verdad, pero un disimulado gesto de Pilar le indica que no lo haga.

   -No son estos tiempos para pensar en el estado civil, pues igual la palmas y, en vez de a una mujer feliz, dejas una viuda –comenta el tío Luis.

   -Don Luis, perdón, Luis, me gustaría saber en qué colmado encuentra usted cosas tan ricas como el bacalao que ha traído, porque a los que yo voy nunca encuentro cosas así –La pregunta la ha formulado Paca, quizá por efecto del vino.

  -No lo he sacado de ningún colmado. El jefe de cocina de la brigada es paisano y no anda muy sobrado de letras por lo que le ayudo a escribir las cartas para sus padres y su novia. En agradecimiento me suele dar alguna cosilla de su cocina.

   -¿Y en la brigada se come bien o mal? –pregunta Julián que ha podido escapar del cuartel.

   -Para los tiempos que corren, bien. Si fueran tiempos normales, diría que más bien mal.

   -Mi sobrina me ha dicho que eres notario, ¿cómo es que vas disfrazado de sanitario? –pregunta el tío Luis, tan impertinente como acostumbra.

   -Para salvar el pellejo, don Luis. Al igual que hace usted que, en lugar de lucir el uniforme de jurídico, se disfraza con el mono de un obrero –Verdú está siguiendo la pauta que le ha dado Pilar: si mi tío se pone impertinente, no te cortes, contéstale con otra impertinencia; es la única manera de que te trate con respeto. Y debe de ser así porque el teniente coronel no vuelve a decir ni pío.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 46. Navidades en Suances y en el Cabo Home

viernes, 19 de abril de 2024

Libro IV. Episodio 44. Correspondencia vía Reino Unido


   El primero de diciembre, se reúne la tertulia de la perfumería en la que Infantes presenta al nuevo tertuliano, Lisardo Valdés quien saluda afectuosamente al anfitrión y a Carreño. Se le ve un poco tenso, como cohibido, y en los primeros compases de la charla participa poco, como si quisiera no sobresalir. Pese a su prudente comportamiento, Ramírez no piensa en otra cosa: ¡Hasta dónde hemos llegado, un masón en la tertulia.

   El domingo siguiente se vuelve a reunir la tertulia al completo. En su anterior y primera comparecencia como tertuliano, Valdés estuvo contenido, pero en esta ocasión se le ve más suelto. Y para que sus compañeros comprueben que han hecho bien admitiéndole, comienza a contarles noticias de las que no salen en los medios.

   -Una noticia que tengo es que el Comité de No Intervención ha aprobado un plan de control de puertos, aeropuertos y fronteras para frenar el envío de tropas y armas a nuestro país, aunque personalmente opino que el plan será papel mojado. Ah, y una noticia de Cataluña: ha sido fusilado en Moncada el obispo de Barcelona –Ante la última información, Julio no puede contenerse.

   -¿Cómo puede haber gente que piense que esos canallas representan a la auténtica España?, ¿desde cuándo en una nación, que ha sido siempre católica, se asesina a los obispos? Con hechos así estoy más convencido de que solo los nacionales salvarán a la patria.

   -No sé si sabéis que no soy creyente, pero estoy totalmente de acuerdo con lo que afirma Julio, ese asesinato es una canallada que no tiene ninguna justificación –confiesa Valdés.

   Van discurriendo los días decembrinos y los grandes movimientos de tropas parecen haberse estancado. Sin embargo, en ambos bandos continúan ocurriendo sucesos que dan vida a los comentarios de la tertulia.

   -Julio, esta noticia te interesará: el pasado 14 el crucero Canarias hundió el barco soviético Komsomol, que llevaba armas a los puertos republicanos -le informa Infantes.

   -Pues yo tengo otra: la Junta Delegada de Defensa ha decretado la evacuación obligatoria de las personas residentes en Madrid que no presten servicios públicos –relata Ramírez que añade irónicamente-. ¿Deberían evacuarnos?

   Entretanto los tertulianos especulan, en Galicia, Álvaro sigue con su propósito de encontrar la forma de poder comunicarse con los suyos. Aprovecha que su bou ha recalado en Ferrol y busca al comandante del Ferrolano a quien conoce, pues Amancio Ortigueira es de dos promociones inferiores a la suya. Le invita a unas tazas de ribeiro y le cuenta su pretensión.

   -Creo que puedo ayudarte, Carreño; bueno, al menos lo intentaré, pues conozco a varios extranjeros en Vigo y con alguno de ellos mantengo buena relación. Habrás de tener en cuenta que el proceso de envío de las cartas tendrá que sujetarse a las estrictas normas del mando, entre otras que los escritos, antes de ser remitidos, deberán pasar previamente por la censura militar y, en el supuesto de que se reciba respuesta, también serán leídos por la censura antes de entregarlos al destinatario. Si te he entendido bien quieres escribir a Madrid y a Suances; lo del pueblo santanderino lo veo más factible que lo de la capital, pero en fin… Haré la gestión y ya te contaré.

   Como dos semanas después, Ortigueira le cuenta a Álvaro que un inglés a quien conoce, Jessie Wourky, accede a enviar las cartas a un hermano suyo que reside en Stafordshire, con la única condición de que Álvaro le dé su palabra de oficial y caballero de que los escritos no contendrán ninguna clase de información ni mensajes alusivos a la Guerra civil o a actividades que puedan interferir en su situación como residente extranjero en España. Condición que se apresura a prometer el alférez de navío. Ahora solo le queda escribir las misivas y rezar a la Virgen de Guadalupe para que las cartas lleguen a su destino, se dice el marino. 

   Álvaro ha ido a la Comandancia General a recibir nuevas órdenes. Cuando termina se pasa a saludar a su antiguo comandante del Velasco.

   -A sus órdenes, mi comandante, no he querido irme sin pasar a saludarle. ¿Llego en mal momento o puedo invitarle a unas tazas?

   Mientras toman unos vinos, el joven oficial le cuenta a Calderón su propósito de saber de los suyos y el enrevesado plan que ha puesto en marcha para que les puedan llegar sus cartas.

   -¿Has pedido permiso a tus superiores?, te lo digo porque, en estos días, hay que andarse con pies de plomo en cada cosa que se salga de los cauces reglamentarios.

   -Por supuesto, comandante.

   -¿Te han puesto alguna condición?

   -Solamente que las cartas, tanto las que envíe como las que reciba, deberán pasar antes por la censura.

   -Te voy a plantear una pregunta, no por curiosidad ni porque esté interesado en lo que escribas a los tuyos, sino para que entiendas el laberinto en que puedes meterte. Por ejemplo, ¿les vas a contar dónde estás y qué llevas a cabo?

   -Sí, claro, pero sin dar datos que puedan ser útiles a los rojos en el supuesto, que seguro que sí, de que abran mis cartas.

   -Ándate con mucho tiento, porque puedes hacer a los tuyos un flaco favor. Si das alguna pista, aunque sea de manera involuntaria, de que eres oficial de nuestra Marina les puedes poner en un grave aprieto. Tampoco deberías decir que estás en España, tendrías que adoptar el papel del remitente de la carta, ese británico que va a hacer de intermediario, y contar sucesos e historias como si discurrieran en el Reino Unido y no en Galicia, pero poniendo detalles y datos que solo tú puedes saber, de forma que tus hermanos comprendan que quien les escribe realmente eres tú. Sabrás, por los boletines informativos del Estado Mayor, que los comunistas no se andan con chiquitas y ante la menor sospecha de que alguien es partidario nuestro se lo cargan sin pestañear. Me permito darte un último consejo: antes de enviar tus cartas, haz que algún amigo las lea detenidamente para eliminar del texto aquellas referencias que puedan indicar que estás en la España nacional.

   -Gracias, mi comandante. No sabe lo bien que me van a venir sus consejos, pues lo cierto es que no había pensado en lo que me está sugiriendo. Ya tenía redactados unos borradores, pero después de hablar con usted escribiré otros en los que tendré en cuenta sus consejos. Y confiemos en que lleguen las cartas a la familia.

   -En esta España partida en dos todo puede pasar, Carreño.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 45. Navidades del 36 en Madrid

viernes, 12 de abril de 2024

Libro IV. Episodio 43. Verdú cuenta lo de su matrimonio


   La petición que Pilar le ha formulado, la estaba esperando el murciano, pues ha tenido años para preparar la respuesta y, como cree conocer el carácter de la joven farmacéutica, sabe que lo mejor que puede hacer es responder sin tapujos.

   -Ya estaba casado cuando te conocí y pasamos aquella noche inolvidable en el Ritz. Esa fue la causa de que entonces no volviera a llamarte, aunque me apetecía a rabiar. Pensé que no era correcto comportarme como un soltero cuando tenía mujer e hijos –Al ver el gesto de asombro de Pilar al oír lo de los hijos, precisa-. Sí, hijos, ya que en aquel momento Esperanza, así se llama mi esposa, esperaba nuestro segundo hijo. También me planteé decírtelo, pero contarte una historia tan lamentable y vulgar me dio vergüenza. Si tienes tiempo te la cuento ahora.

   -Tengo todo el tiempo del mundo. Soy toda oídos –responde Pilar.

   Luis le cuenta una historia ni especialmente compleja ni tiene tintes dramáticos; es tan corriente y patética como lo son la mayoría. Desde jovencito, sus padres le habían elegido una novia cuya familia era íntima de la suya. La pareja tenía muchos rasgos en común, lo cual daba pie a que llevarse bien, primero, y enamorarse después, parecía el resultado más lógico. Eran jóvenes, no mal parecidos, descendientes de familias acomodadas, educados en colegios religiosos y, aunque el novio no aprobara unas oposiciones de enjundia o encontrara un empleo bien retribuido, el futuro lo tenían asegurado con la simple tarea de administrar la saneada fortuna en bienes raíces que iban a heredar.

   -Esperanza es bastante guapa, no tiene mal tipo y es cariñosa. Había sido educada para ser una esposa perfecta conocedora del papel de la mujer en un matrimonio convencional. Era complaciente, atenta, sumisa, y hasta habría podido ser un ama de casa aceptable si no fuera porque detestaba todo lo referido al hogar. Y, aunque en estas circunstancias no lo pueda parecer, yo soy muy hogareño, me gusta poco salir, prefiero quedarme en casa oyendo música o leyendo que andar callejeando. Y soy o, mejor dicho era, un sibarita, pero no por eso frecuento los restaurantes, me gusta la buena comida pero hecha en casa. Y por esas querencias fue por donde comenzó a pudrirse lo que parecía ser una unión perfecta. ¿Te aburro?

   -No, por Dios. Continúa.

   -Cuando quise darme cuenta estaba casado, tenía un hijo y esperaba otro. Fui yo, y no estoy orgulloso de ello, quien comenzó a malbaratar el matrimonio. Antes de casarme, cuando estudiaba Derecho en Valencia, ya le había sido infiel a Esperanza, fuera en un lupanar, con una modistilla o una compañera de curso. Sospecho que suspendía las oposiciones porque pensaba que si llegaba a ser notario me tocaría vivir perennemente la farsa en la que se había convertido mi matrimonio. Cuando aprobé, todavía no sé cómo, y te volví a encontrar, pensé que no podía seguir así. Pese a ello, quizá por inercia, pedí la plaza más cercana a Murcia y, como se daba por supuesto, me llevé a Caravaca a Esperanza y a los niños. Aguanté año y medio, suficiente tiempo para hacerle otro crío a mi esposa y terminar de ella hasta el gorro. No sabía el camino a tomar hasta que se publicó un nuevo concurso de destinos y concursé, ante la sorpresa y el enojo de mi familia y de Esperanza. Con la excusa de que hasta que no encontrara una casa adecuada no la llevaría a Chiclana, la dejé en Murcia con sus padres y… hasta hoy.

   Luis hace una pausa y mira atentamente a Pilar, intenta ver cómo está asumiendo su lamentable historia, pero la mirada de la joven es franca…, no le está juzgando, por lo que el murciano prosigue el relato.

   -Sé que soy un miserable, un hombre de bien no hace lo que hice. No tengo perdón, pero también creía, y sigo creyendo, que cualquier ser humano puede errar y por eso no tiene por qué seguir atado toda su vida al error cometido. Buena parte de mis honorarios se los mandaba a Esperanza para que no tuviera que depender de sus padres, a los que por otra parte les sobra el dinero, y mantuviera a los niños. Cuando en 1932 la República promulgó la Ley del Divorcio vi el cielo abierto. Inmediatamente me puse a tramitar la separación, pero me topé con la oposición declarada y contumaz, no solo de Esperanza sino de mis padres y mis suegros…, y aquí me tienes. Vivo como un soltero sin serlo, quisiera volver a casarme y no puedo y, si alguna mujer me gusta, y he conocido a una que me gusta a rabiar, ni puedo ni debo pedirle relaciones, pues por nada del mundo consentiría que la trataran como mi barragana. Como verás, la mía es una triste y patética historia.

   Tras escuchar la confesión de Luis, la intrincada mente de Pilar se formula una sola pregunta: ¿quién será esa mujer que le gusta a rabiar?

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 44. Correspondencia vía Reino Unido

viernes, 5 de abril de 2024

Libro IV. Episodio 42. La odisea de Luis Verdú


   En la mar, la misión de vigilancia no deja de ser bastante monótona, lo que le deja a Álvaro tiempo para otras muchas cosas. Recuerda y piensa mucho en su familia, en cómo estarán, en cómo podría ponerse en contacto con ellos… Al respecto, un compañero le ha contado que hay una posible forma de establecer contacto con personas que están en territorio republicano. Para ello es necesario conocer algún extranjero que acepte llevar a cabo un proceso que básicamente consiste en enviar una carta, en un sobre grande, a la dirección de un familiar o amigo del extranjero que actúa de intermediario, y dentro poner otro sobre más pequeño dirigido a la persona con quien se quiere contactar en España. Como remite, poner el de la dirección del individuo que reside en el extranjero. El sistema no es del todo seguro puesto que, por un lado, las comunicaciones postales sufren incontables demoras y, por otro, la censura provoca que muchas cartas no lleguen a su destinatario.

   -Bueno, por probar poco se pierde, el problema es que no conozco ningún extranjero a quien pedirle el favor –se lamenta Álvaro.

   -Habla con el comandante del Ferrolano, es de Vigo y allí, antes de la guerra, había una nutrida colonia de extranjeros. A lo mejor conoce alguno que se avenga a hacerte el favor –sugiere el compañero.

   En Madrid, Pilar recibe la visita de Luis Verdú con mucha mejor pinta que la vez anterior. Está recién afeitado, parece limpio, lleva un uniforme de su talla y además trae en el macuto varios chuscos, algunas latas de conservas, un bote de leche condensada y un par de kilos de alcachofas.

   -Gracias, Luis, pero no tendrías que haberte molestado.

   -Para mí no ha sido ninguna molestia, al contrario.

   Pilar lleva a Luis a casa para dejar los comestibles, ante la alegría de Paca que no deja de tratarle de don Luis, hasta que Pilar se ve en la necesidad de reconducir la situación.

   -Paca, por favor, que no están los tiempos para tratar de don a nadie. Si vuelves a verle otra vez, que espero que sí, Luis a secas -Y Pilar arrastra al salón a Luis pues tiene curiosidad por saber cómo todo un señor notario se ha transmutado en un soldado del Ejército republicano.

   -La vez anterior me quedé con ganas de que me contaras cómo has terminado de sanitario con los rojos.

   -Te explico… -Y Verdú cuenta que a los tres días del golpe de estado, el director del hotel en el que se alojaba le recomendó que, visto cómo se estaba poniendo la situación, se fuera del hotel y que lo más seguro sería refugiarse en una casa particular…-. En quienes primero pensé fue en vosotros y me dirigí a San Bernardo para pediros que me ayudarais, pero resulta que habíais cambiado de domicilio. Mientras me debatía entre si ir o no a la farmacia,  recordé que conocía a alguien más, a unos paisanos de Murcia, amigos de mi familia, que tenían un puesto mayorista en el mercado de frutas y verduras. Me presenté en su casa, les conté lo que me pasaba y les supliqué que me acogieran. No me pusieron pegas y hasta me facilitaron un mono de los que usaban en el mercado. Estuve unos días con ellos hasta que me di cuenta de la amenaza que suponía para la familia. Entonces, vestido con el mono, calzado con unas alpargatas, sin ninguna clase de documento y con barba de varios días, me presenté en uno de los centros de reclutamiento del Partido Comunista y les dije que mi intención era apuntarme como voluntario para luchar contra los fascistas. No me pidieron papeles, solo mi nombre y si tenía alguna especialidad. Les di el nombre de Luis Verdugo y dejé caer que, en el pueblo de Sevilla de donde era, hacía de practicante… Lo demás vino rodado…, y ahí me tienes de sanitario, al principio del Quinto Regimiento y ahora de una de las Brigadas Internacionales.

   Pilar escucha la narración de Luis, tan atónita como impresionada, pues lo que menos podía esperar de un hombre, al que siempre tildó de timorato, es que tuviese el atrevimiento y la sangre fría de llevar a cabo tamaña osadía. Y comienza a mirar al murciano con otros ojos, pues detrás de un físico vulgar esconde una personalidad singular. De pronto recuerda la respuesta que le dio al explicarle por qué tenía la notaría en Alcalá de Guadaira: me fui a Andalucía porque ya no soportaba más a mi mujer y a su familia.  Y le puede la curiosidad.

   -Perdona, Luis, sé que soy indiscreta, pero el día que vinisteis por medicinas me dijiste que te habías ido de notario a Andalucía porque no aguantabas más a tu mujer y a su familia. Ya me contaste que estabas casado, pero no me dijiste más. Creo que es el momento de hacerlo.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 43. Verdú cuenta lo de su matrimonio

viernes, 29 de marzo de 2024

Libro IV. Episodio 41. ¡Es más de derechas que San Isidro!


   Julio y Damián, que se ven diariamente, hablan de llamar a Esteban y volver a retomar la tertulia en la perfumería, ahora que los combates prácticamente se han reducido a disparos de francotiradores y algún golpe de mano. Días después se reúnen los tres amigos en la trastienda del perfumista y lo primero que plantea Infantes es una petición. 

   -Estos pasados días estuve en contacto con mi colega Lisardo Valdés, a quien recordaréis del café Comercial. Me contó que por las tardes se aburre un montón porque no tiene nada que hacer y añora mucho la antigua tertulia. Estuve en un tris de invitarle a que viniera a nuestras reuniones, pero me contuve a tiempo; pensé que antes debería saber vuestra opinión al respecto, ¿qué os parece si le invitamos?

   Julio, como no conoce mucho a Valdés, no sabe qué responder, pero Damián, que si trató al funcionario de Gobernación, tiene sus reservas.

   -No creo que sea una buena idea, Esteban. Me consta que Valdés pertenece a la masonería y los masones son todos de izquierdas. Y en unos momentos en que la Dirección General de Seguridad ha llamado a la colaboración ciudadana para detener a espías y colaboradores de los nacionales para combatir a la quinta columna, eso sería como meter a la zorra a cuidar las gallinas. No es que seamos quintacolumnistas, pero más por falta de coraje que de ganas.

   -Ya sabía que es masón, me lo contó hace años, pero me pidió que no lo divulgase. ¿Pero sabes lo que te digo?, que Lisardo será masón, ¡pero es más de derechas que San Isidro! 

   -Sí tú lo aseguras, no dudo de que Valdés sea un masón de derechas, pero no me negarás que es una rareza. Todos los masones importantes que conozco  son rojos: los dos presidentes de la República, la mayoría de jefes de gobierno y de ministros lo eran. En cambio, no conozco a nadie que sea masón y de derechas.

   -No lo niego, pero has de tener en cuenta que de hecho la masonería no tiene ideología política concreta, aunque admito que hay más miembros que se escoran a la izquierda que a la derecha. Pero en el caso concreto de Valdés, y le conozco hace muchos años, te diré que es así. Lisardo, como tantos intelectuales, fue uno de los que aplaudió con entusiasmo la llegada de la República, pero al escorarse tan rápidamente hacia la izquierda radical, día a día fue decepcionándole y ha terminado repudiándola. No es el único caso, recuerda, pues lo comentamos en el Comercial, el artículo de Ortega No es eso, no es eso, otro desencantado de la República que, por cierto, también es masón.

   La pugna entre ambos amigos no lleva trazas de terminar, a los argumentos de uno el otro contrapone los suyos. Julio Carreño, que ha oído hablar de la masonería, pero que no sabe gran cosa de ella, se cansa de la disputa y decide intervenir para poner un poco de pausa en la discusión.

   -Me tenéis que perdonar, pero la vuestra es una disputa que no acabo de entender. En primer lugar: ¿Valdés es buena persona?, si le aceptamos, ¿sería capaz de denunciarnos?, y la última, ¿qué puede aportar Valdés a la tertulia?

   -Personalmente le tengo conceptuado como buena gente y no, no le creo capaz de denunciarnos, opino que es noblote; en cuanto a tu última pregunta no tengo respuesta, eso lo tendrá que decir Esteban –explica Ramírez.

   -Apoyo lo que ha dicho Damián y en cuanto a lo que puede aportar a nuestras reuniones creo que mucho. A través de sus compañeros de logia recibe mucha información de la que no sale en los periódicos ni en las radios; por otra parte, sigue trabajando en el Ministerio y, aunque Gobernación ya no es lo que era, pues la mayor parte de su estructura orgánica se la han llevado a Valencia, por sus despachos siguen fluyendo muchas noticias que unas veces aparecen en el parte y otras no. Teniendo a Lisardo con nosotros podríamos tener respuestas a cuestiones de las que ahora sabemos poco o nada. Y pongo la mano en el fuego de que antes de denunciarnos se cortaría la lengua.

   -Entonces, si es como habéis dicho…, propongo que lo admitamos, pero pidiéndole que nos dé su palabra de honor de que no dirá una sola palabra de lo que comentamos en las reuniones –Y de este modo, Julio zanja la discusión.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 42. La odisea de Luis Verdú

viernes, 22 de marzo de 2024

Libro IV. Episodio 40. Julián cuenta lo del Museo del Prado

   En Suances, los Carreño, además de la cuestión de la ropa y del calzado de invierno, tienen otros problemas más cotidianos: hay que comer todos los días y no hay con qué. El dinero que Julia trajo de casa casi se le ha acabado y eso la lleva por la calle de la amargura; se van apañando malamente con lo poco que gana Concha, con el marisqueo de los pequeños y, sobre todo, con el pescado y los productos lácteos que diariamente aporta Andrés, que se ha convertido en el sostén de la familia. Quién me lo iba a decir, piensa Julia, que el hijo que más disgustos me ha causado sea quien mejor se está portando en ayudar a la familia. Y todavía le aguarda una sorpresa más.

   -Mamá, tendrías que ir al pósito de pescadores y hablar con el señor Prudencio –le avisa Andrés.

   -¿Y quién es el señor Prudencio, hijo?

   -El patrón mayor de la cofradía de pescadores; bueno, ahora no le llaman cofradía, sino cooperativa, pero sigue siendo lo mismo. Verás, comienzan las costeras de la caballa y el salmonete, y en menor medida del bonito del norte y el besugo, y las capturas son abundantes. Lo que da como resultado que el señor Prudencio se arme un lío de tres pares de…; bueno, que no se aclara con los números. Hay un maestro del pueblo que lleva las cuentas, pero falta muchos días, y son los propios pescadores, que no andan muy sobrados de aritmética, los que tienen que apañarse. Y he pensado que con lo que tú sabes de contabilidad podrías echarles una mano y de paso te ganarías unos durillos, no muchos porque es un pósito pequeño, pero menos da una piedra, ¿no?

   Julia le planta un par de besos a su hijo y no puede menos que decirle:

   -Andrés, si tu padre te oyera te daría un enorme abrazo, pero como no está es tu madre quien te lo da y te dice lo que te diría papá: eres un sol y estamos orgullosos de ti.

   Al día siguiente Julia va al pósito a ver al señor Prudencio. No se anda por las ramas, le explica cuál es su preparación en contabilidad, que puede ayudarles en las cuentas y que por la soldada no van a reñir, que le paguen lo que buenamente puedan. El señor Prudencio en principio es reticente, que una mujer lleve las cuentas de una cooperativa en la que todos sus participantes son hombres es algo que le supera. Puesto que no sabe qué responder, le da largas.

   -Verá usted, señora Julia, es un asunto complicado y no puedo decidirlo por mi cuenta, lo tengo que consultar con los compañeros. Y no podré hacerlo hasta el próximo domingo que es el día que no salimos a la mar. Ya le diré qué decidimos. Y como ha venido hasta aquí, llévese unas doradas, hechas al horno resultan muy sabrosas.

   En Madrid, avanzado noviembre, un buen día aparece en casa Julián, sano y salvo. Para contento de Paca, que es quien tiene que apechugar diariamente con el problema que supone llenar la olla, trae un macuto con una docena de chuscos, dos ristras de ajos, unas papelinas de azafrán, una bolsa de mandarinas y otra con hortalizas.

   -Julianillo eres un solete. Bendito seas, aunque ¿no podrías haber traído unos kilos de carne?, en esta casa no la probamos desde hace meses –comenta la Gorda.

   -No te quejes Paca, con lo que ha traído Julián a buen seguro que harás maravillas. Y ahora, hijo, ¿qué ha sido de ti estas tres semanas?, nos tenías muy preocupados al no saber de ti. Podrías habernos mandado una nota o haber llamado por teléfono –se queja el padre.

   -Lo habría hecho si hubiese podido, papá, pero llevo desde principios de mes sin parar. He perdido la cuenta de cuantos viajes habré hecho de Valencia a Madrid para traer desde municiones a comida, y a Albacete para traer a la tropa de las brigadas internacionales, y hasta Murcia he llegado, de allí viene el poquino de azafrán que he traído a Paca.

   Aquella noche en la cena, Julián relata con mayor detalle algunos de sus trayectos desde el centro a la zona de Levante y viceversa, y uno de ellos, del que guarda un recuerdo inolvidable, es el que comenzó en el Paseo del Prado.

   -… y hacia el 10 de noviembre, a una sección del Tren de transporte nos mandaron al Museo del Prado, teníamos que cargar las pinturas del museo para llevarlas a Valencia, a fin de evitar su destrucción por los bombardeos. El que dirigía la operación, por cierto más chulo que un ocho, era un tal Rafael Alberti, que parece que es un poeta famoso, aunque yo era la primera vez que oía hablar de él. Pilar, tú que eres la sabihonda de la familia, igual le conoces.

   -He leído algo de él y es bastante bueno, de hecho es el poeta comunista más conocido. ¿Los cuadros se van a quedar en Valencia?

   -Por lo que he oído parece que no. Dudan entre llevárselos a Cataluña o a Francia. Por cierto, Pilar, ¿qué coño es una pinacoteca? Es una palabra que el tal Alberti no dejaba de repetir.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 41. Es más de derechas que San Isidro

viernes, 15 de marzo de 2024

Libro IV. Episodio 39. Las albarcas


   Álvaro continúa patrullando las costas gallegas a bordo del Cabo Home, y en los ratos que no está en el puente procura seguir el desarrollo de la guerra en los distintos frentes. Está pendiente de manera especial de los enfrentamientos navales en los que destaca la actividad del crucero pesado Canarias y que comenta con sus oficiales.

   -En noviembre, el Canarias bombardeó el puerto de Almería y al día siguiente hizo lo mismo en Barcelona.

   -¿Y qué se sabe de Madrid? –pregunta el jefe de máquinas.

   -Las últimas noticias no son buenas. Se ha llegado a un impasse y los nuestros no parecen capaces, por ahora, de romper las defensas republicanas.

   El impasse al que aludía Álvaro está a punto de convertirse en duradero, pues a fines de noviembre se produce una reunión en Leganés a la que acude Franco, así como otros generales del ejército nacional. El objetivo es revisar el ataque frontal a Madrid que hasta el momento se ha mostrado inexpugnable. En la reunión se acuerda una nueva estrategia: la renuncia a la toma de la capital por ahora, lo que conlleva estabilizar el frente y aceptar una prolongación de la guerra, algo que acabará beneficiando sobremanera a Franco.

   En medio del caos bélico, los Carreño de Madrid tienen otra preocupación: desde que comenzó la segunda tanda de ataques nacionalistas no han vuelto a tener noticias de Julián y temen por la vida de su hermano, pues las bajas han sido incontables. A la angustia por la ausencia de Julián se une el hecho de que los aviones nacionalistas prosiguen bombardeando la ciudad, especialmente el centro y sobre todo el barrio de Argüelles.

   -¿Sabéis como llaman ahora a la Gran Vía? –pregunta Eloísa mientras cenan. Como nadie responde, lo cuenta-. La han rebautizado como la Avenida de las bombas.

   -En cambio, en el barrio de Salamanca no ha caído ni una –se queja Pilar.

   -Claro, como que allí vive la mayoría de los fachas de la ciudad –denuncia Jesús.

   En Suances, el otoño del 36 está siendo fresco y lluvioso como suele ocurrir, y aunque alguna vecina le ha contado a Julia que en el pueblo lo que se dice frío extremo no suele hacer, salvo los días de galerna, la matriarca de los Carreño es consciente de que se le presenta otro problema: la ropa y el calzado de invierno. Como vinieron para pasar el verano, solo trajeron ropa para esa temporada; lo más parecido a prendas de abrigo que tienen son rebecas y algún jersey de entretiempo, y en cuanto al calzado cuentan con alpargatas, sandalias y un par de zapatos para cada miembro de la familia. Lo que supone que en cuanto comience a refrescar pasarán frío y en cuanto llueva no contarán con chubasqueros ni botas para la lluvia. Y otro tanto ocurrirá con la vivienda, la casita que tienen alquilada no está preparada para el invierno, cierto que cuenta con un hogar que nunca han encendido, y es con lo único que podrán caldearla cuando el frío haga su aparición. Lo que más urge es el calzado para la lluvia, pues octubre se presenta húmedo. En el pueblo no hay zapatería, lo más parecido es un modesto chiscón donde un zapatero remendón de vez en cuando tiene algún par de zapatos a la venta. Julia ha estado preguntando donde podría adquirir botas para sus chicos y todos la han remitido a Santander. No piensa ir a la capital de la provincia, además se dice, ¿y cómo las iba a pagar? En esas está cuando una tarde se presenta en casa la tía Viruca, una vecina a quien Julia suele escribirle las cartas que envía a su hijo que está de soldado en tierras alavesas.

   -Señora Julia, contome la Engracia que anda buscando botas de agua pa los rapaces. Le traigo estos dos pares de albarcas que, si les van bien a alguno de sus críos, les pueden hacer el avío –La lugareña deja dos pares de un calzado rústico hecho de madera de una pieza y que a Julia le recuerdan las madreñas asturianas.

   -Se lo agradezco mucho, señora Viruca. Me hace el favor de explicarme cómo se utilizan.

   -Si les vienen grandes que se las pongan encima de los calcetines y para ajustarlas que las rellenen con hierba o con hojas secas de maíz. A este modo de llevar puestas las albarcas lo llamamos ir en amazuelas.

   -Otra vez gracias, ahora solo me faltan zapatos para dos –deja caer Julia.

   La frase de Julia no cae en saco roto pues al día siguiente aparecen en su casa otras dos lugareñas, amigas de la Viruca, con sendos pares de albarcas pa la señora de Madrid que escribe unas cartas preciosas al hijo de su vecina. La buena gente de Suances no solo son las vecinas de la tía Viruca; en los primeros días de diciembre ha refrescado y Julia comprueba, con lágrimas en los ojos de puro agradecimiento, cómo otras lugareñas se han apiadado de sus hijos que, con el mal tiempo que hace, todavía van con trajes de verano.

   -Usté es la señora Julia la madrileña, ¿verdá? He visto a sus rapaces jugando en la plaza y los pobrucos sin nada pa resguardarse de la lluvia. Le traigo un chubasquero, viejo es, pero algo les salvará del chuvichuvi.

   Y así, son varias las vecinas, a muchas de las cuales ni conoce, que le han traído prendas viejas y con remiendos para el invierno, pero que Julia agradece como si fuesen nuevas. Mal que bien se van apañando, aunque con alguna protesta: Concha, toda una señorita con sus veinte años en flor, dice que no piensa calzarse las albarcas, Julia tiene que recordarle que no están en posición de rechazar lo que buenamente les regala la gente, sino que al contrario hay que agradecerlo.

   -… y además, te recuerdo lo que diría tu abuela Pilar, que tan aficionada era a los refranes: ande yo caliente y ríase la gente.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 40. Julián cuenta lo del Museo del Prado