"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 17 de noviembre de 2015

9.6. Leito se cuela en el relato



   Como suele hacer a menudo, Fina se pasa a visitar a la mejor de sus amigas para ver cómo va su embarazo.
- ¿Cómo va ese crío, preciosa?
- El crío supongo que bien, pero la preciosa está hecha una piltrafa.
- No te quejes que te va a castigar Dios. Si pareces una rosa recién comienza la aurora.
- ¡Vaya!, hoy has venido poética, Fina. Bueno, alguna razón tienes, para estar casi a término no me siento tan mal. Eso sí, la espalda me duele a veces a rabiar.
- Con el peso que llevas delante es lo normal. ¿Para cuando llega el enano o la enana?
- Salgo de cuentas la próxima semana. Y estoy loca porque acabe esto, al final termina haciéndose un poco pesado.
- Sí, las últimas semanas son las más duras de llevar, pero consuélate que ya estás en la recta final. Te lo digo con la experiencia de haber parido tres veces. Como también te digo que en cuanto te ponen el bebé en brazos se te borran de un plumazo los malos momentos que hayas podido pasar. Oye, y José Vicente, ¿qué tal lo está llevando?
- Ya sabes, los hombres todo esto de la preñez y del parto es algo así como si miraran los toros desde la barrera. Su papel más cómodo no puede ser.
- Hace unas semanas me dijiste que más cariñoso no podía estar.
- Y es cierto, está cariñoso, atento, solícito y hasta empalagoso, tanto que hay días que me dan ganas de pegarle cuatro gritos.
- Hay que ver cómo eres, Lola. Te quejas de tener un marido cariñoso y atento.
- Es que es la verdad, Fina. Muchos cariñitos, mucha palabrería tierna, pero eso no quita el dolor de espalda, no sirve para encontrar la mejor posición en la cama, que no sabes ni de cuál lado ponerte, y me imagino que llegado el parto tampoco servirá para que las contracciones sean menos dolorosas.
- Huy, Lola, que guerrera te has levantado hoy.
- No digo más que lo que siento. Además, a medida que se acerca el parto se está poniendo muy pesadito porque se ha empeñado en que vaya a parir a la clínica del doctor Vásquez de Gandía.
- ¿Y eso por qué? Aquí, todas hemos tenido a los críos en casa y nunca ha pasado nada que no tuviera que pasar. Por otra parte, tanto don Manuel como Laurentina, la comadrona, tienen experiencia de sobra. En mejores manos no podías estar.
- Es lo que le digo. Me fío más de don Manuel que de todos los lumbreras que pueda haber en Gandía, en Valencia o en Madagascar.
- ¿Qué tiene que ver Madagascar con el parto?
- No me hagas reír, Fina, es una forma de hablar.
- ¿José Vicente sigue prefiriendo un varón?
- Ya sabes lo diplomático que es. Dice que le da igual, pero estoy convencida de que prefiere un chico, de todas todas. Los hombres con eso de perpetuar el apellido y todas esas historias siempre prefieren los varones. 
- ¿Ya habéis pensado en los nombres?
- Le hemos dado muchas vueltas y hemos hecho listas de nombres más largas que un día sin pan. Al final, llegamos al acuerdo que si es chico el nombre se lo pondré yo, y si es chica será él quien le ponga el nombre.
- ¿Y qué nombres son?
- Si es chico le vamos a poner Luis Vicente. Luis por mi padre, que en gloria esté, y Vicente por el padre de la criatura. Como sea chica, José Vicente estaba emperrado que le pusiéramos María Dolores. Me cansé de repetirle que con una Lola en la familia era más que suficiente hasta que conseguí que desistiera.
- ¿Y cómo la vais a llamar? – La curiosidad de Fina es inagotable.
- Leonor.
- ¡Cómo tu madre!
- Sí señora, como mamá. Se tiene ganado a pulso que le demos ese pequeño homenaje. Papá se murió tan joven que apenas le recuerdo. Fue mamá la que me crio, la que sacó adelante la casa y la tienda. Y lo hizo ella solita, sin que le ayudara nadie. Me consta que tuvo proposiciones para volver a casarse, pero las rechazó. Se entregó en alma y cuerpo a cuidarme.
- Leonor es un nombre precioso, como de princesa de cuento de hadas.
- Sí, es bonito, pero mientras sea pequeña le voy a llamar Leito. Mamá me ha contado que así la llamaban a ella cuando era niña.
- Leito. Suena bien y es original.
   Lola ha sentido las primeras contracciones. Ha llamado a su madre y ha enviado a la chica para que busque al médico, a la comadrona e informe a su marido. José Vicente es el primero en llegar. Se encuentra a su esposa tendida en la cama, pálida y sudorosa, pero soportando los primeros dolores con gran entereza.
- ¿Cómo te encuentras, cariño?
- Aguantando lo mejor que puedo. Y esto no ha hecho más que empezar.
   El médico y la comadrona llegan juntos. Lola respira aliviada, tiene depositada mucha fe en la pericia profesional de Lapuerta.
- ¿Cómo está mi embarazada preferida de este año? Antes de reconocerte voy a lavarme las manos. El baño es la tercera puerta, ¿no? Laurentina, en cuanto termine las abluciones pase usted.
   Al salir el médico, José Vicente aprovecha la ocasión para insistir en la petición que lleva mucho tiempo haciendo:
- Lola, ¿no sería mejor que mandará venir a ese médico de Gandía  tan bueno?
- Quita, quita. Lo más probable es que antes de que llegara ya habría tenido el niño. Además, don Manuel tiene mucha experiencia en partos y, lo más importante, me fío de él más que de cualquier otro médico. Y no insistas que éste no es el momento ni el lugar.
   Tras reconocer a Lola, Lapuerta da su diagnóstico:
- Lola, esto solo ha sido una falsa alarma, muy propia de las primerizas. Prácticamente no has dilatado y las contracciones están desapareciendo.
- Le he hecho venir para nada. Lo siento, don Manuel – se excusa Lola, un tanto avergonzada.
- No tienes por qué disculparte. Has hecho bien llamándome. De todos modos, estás muy avanzada, en cuanto el feto baje un poco más y se ponga de cara a la canal del cuello uterino habrá llegado el momento y eso puede ser cuestión de pocos días.
   En cuanto el médico y la comadrona se marchan, José Vicente reitera otra vez su petición:
- Tú dirás lo que quieras, Lola, pero no me quedaré tranquilo hasta que no te lleve a Gandía a la clínica del doctor Vásquez. Si quieres mando por un taxi y en poco más de media horita estamos allí.
- Pero que pesado eres, marido. De mi casa no me saca nadie. Y el tal Vásquez será una eminencia, pero yo me quedo con don Manuel. Te lo he dicho por activa y por pasiva. Y no seas cabezota que en mi estado no son buenos los disgustos. O sea, que chitón que aquí la que tiene que parir es servidora. Tú limítate a molestar lo menos posible y a decir amén a todo lo que yo diga. Mira, una cosa que puedes hacer, vete a por mi madre, así la pondremos al día sobre la falsa alarma.
   José Vicente no necesita ir a buscar a su suegra. Doña Leo está entrando por la puerta sin ni siquiera llamar.
- Hija, me ha dicho la Maicalles que ha visto entrar a don Manuel. ¿Te has puesto de parto?
   Lola explica a su madre lo que ha pasado y que no tiene por qué preocuparse.
- De todos modos, ¿no sería mejor que esta noche me quedara a dormir aquí por si vuelven a repetirse las contracciones y esta vez son de verdad?
- Doña Leo, no es necesario que pase la noche aquí – deniega José Vicente -, para eso estoy yo.
- No, hijo, si no pensaba dormir en vuestra cama. Me arreglo con el catre que hay en el cuarto de la plancha.
- Que no, suegra, que no – reitera José Vicente -. Que no voy a consentir que pase una mala noche en un catre cuando puede estar en su cama tan ricamente. Insisto que para eso estoy yo.
- Pues mira, marido. La propuesta de mi madre me parece una buenísima idea. Mamá te quedas a dormir esta noche, pero no en el catre de la plancha. Allí dormirá José Vicente. Tú te quedas conmigo, porque si me pongo de parto es mejor tener una mujer que un hombre, que en estos casos sirven de bien poco.
   Cuarenta y ocho horas después Lola rompe aguas. El parto, para ser una primípara, se resuelve con suma facilidad. Entre la naturaleza, la juventud de la madre y las sabias manos de Lapuerta ayudan a que el primer retoño de la familia Gimeno-Sales llegue al mundo.
- José Vicente, enhorabuena, tienes una hija que va a ser tan bonita como su madre – Lapuerta felicita a José Vicente al que no han dejado de asistir al parto.
- ¡Una niña!
   A Lapuerta no le queda claro si la exclamación es de sorpresa o de desilusión.