Después de cenar en una pizzería de la playa
y tras invitar Salazar a sus recién conocidos,
Ponte y Álvarez, a tomar una copa les
pregunta:
-¿No les
importará que andemos un poco? Lo digo porque donde les llevó está al final del
paseo marítimo –se excusa Curro al pensar que para los viejos andar los mil
metros que tiene el paseo marítimo de Torrenostra igual es excesivo y más con
la andorga llena.
-No hay
problema, somos buenos andarines. La mayoría de días solemos pasear por el
Parque del Oeste o la Ruta Verde de la Universitaria –comenta Álvarez.
-Está bien
dar un paseíto después de cenar. Mi madre, que en gloria esté –dice a su vez
Ponte-, solía repetir el refrán de que la comida reposada y la cena paseada.
Tras dejar la pizzería, los tres hombres
recorren el paseo marítimo cruzando el cogollo central del caserío de norte a
sur. Al llegar a la altura del espigón que cierra la playa más grande hay un
pequeño palmeral junto al cual está instalada una terraza que tiene varias
mesitas en la misma arena. Allí es donde el trío aposenta sus reales.
-Este
chiringuito se llama El Muret –cuenta Curro a la pareja-. Como lo tengo cerca a
veces me suelo tomar aquí un helado o un chupito.
-Y este
minipalmeral –informa a su vez Álvarez- es conocido como las Palmeras de Igoa
que, por lo que me ha contado mi hijo Nacho, fue el empresario vasco que
construyó los espigones y que tenía unos bungalows justo donde están las
palmeras.
Tras sentarse y mientras esperan que les
sirvan lo que han pedido, Álvarez pregunta a Salazar:
-¿Vive usted
en los apartamentos de Los Prados? –se refiere a la urbanización que tienen
enfrente.
-No, en el
hostal –a Curro no le ha gustado nada la pregunta, pero también piensa que en
una charla como la que mantienen es un interrogante bastante lógico-. Por
cierto, antes ha citado el Parque del Oeste, ¿acaso son ustedes de Madrid?
–pregunta a su vez. Mejor preguntar que ser preguntado, se dice.
-Bueno, yo
soy de Sevilla la Nueva –quien responde es Ponte-, un pueblo de la Comunidad de
Madrid, aunque casi toda mi vida he vivido en la capital. El que es un
auténtico gato es mi colega.
-¿Qué es eso
de gato? –inquiere Curro.
-Coloquialmente
se llaman así a los nacidos en Madrid que es el caso de Luis. Por cierto, que
no nos hemos presentado: me llamo Manuel Ponte y aquí mi amigo Luis Álvarez.
-Y yo
Francisco Martínez –dice el prófugo echando mano de su falso nombre-, aunque
mis amigos suelen llamarme Curro –sigue estando más cómodo con el hipocorístico
familiar.
-Es curioso.
Por su forma de hablar juraría que es usted andaluz, pero ni cecea como los andaluces
de la costa ni sesea como los del interior –comenta Álvarez.
-En efecto,
soy andaluz –Salazar no especifica de dónde- pero he vivido en otras muchas
regiones y probablemente por eso he perdido el acento -y ante el riesgo de
entrar en la espiral de comentarios de índole personal cambia de tema de
conversación-. Durante la cena me ha parecido oírles hablar sobre una partida
de dominó.
-Es uno de
nuestros pasatiempos favoritos. Modestia aparte, pero está usted ante los
subcampeones de dominó por parejas del Centro de Mayores del Distrito de
Moncloa/Aravaca. Bueno, en realidad lo fuimos hace dos años porque esta
temporada no hubo torneo –es la orgullosa respuesta de Álvarez.
-¿Juegan de
pareja? –sigue preguntando Curro.
-De pareja o
de contrarios. Somos cuatro amigos los que jugamos habitualmente y echamos a
fichas quienes forman los dúos.
-¿Y los
otros del cuarteto también veranean aquí? –la mejor manera de que no te
pregunten es preguntando, sigue pensando Curro.
Álvarez le cuenta a su nuevo conocido la
historia del porqué él y sus tres amigos van a pasar el mes de agosto en
Torrenostra y de cómo en pocos días van a estar todos allí con lo cual la
reanudación de las acostumbradas partidas de dominó que se echan en Madrid
tiene su continuación asegurada.
-Si me
aceptan de mirón me harán un favor, porque aquí también se juega al dominó,
pero salvo alguna excepción la mayoría lo hace de pena. Son de esa clase de
jugadores que cierran sin enterarse o que son capaces de ahorcarse un doble sin
darse cuenta y casi todos juegan para ellos sin tener presente que el dominó
por parejas es un juego de equipo. Por eso, ver a gente que sepa manejar las
fichas será un alivio –comenta Curro dando coba a la pareja de viejos.
-Mañana va a
venir un amigo nuestro que veranea cerquita de aquí, en Marina d´Or, y en unos
pocos días también estará otro que pasa unos días en Huesca donde tiene una
hija –explica Ponte, que dirigiéndose a Álvarez le comenta-. Hasta que no
llegue Amadeo vamos a ser tres, pero si ahora contamos con el señor Martínez
podemos reanudar las partidas mañana mismo, siempre que usted quiera jugar con
nosotros, claro –remata dirigiéndose ahora a Curro.
-Por
descontado. Para mí será un placer jugar con gente que sepa qué hacer con las
fichas, seguro que tienen mucho que enseñarme. Una curiosidad, antes el señor
Ponte ha dicho algo que me ha llamado la atención: que era de Sevilla la Nueva,
no sabía que existiera un pueblo que se llamara así. Creía que Sevilla solo
había una, la de la Giralda.
-Y la de la
Torre del Oro, el Guadalquivir, la Maestranza y Triana –añade Álvarez.
-Veo que
conoce bien la ciudad –dice Curro que pregunta- ¿Va usted a menudo por aquellas
tierras? –La pregunta tiene su miga, lo que pretende el fugitivo es saber el
grado de conocimiento que tiene Álvarez de Sevilla por si fuera un peligro para
su seguridad.
-No. He
estado dos o tres veces, pero como turista. Y de hecho hace un montón de años
que no he vuelto por allí –explica Álvarez.
-Y usted,
señor Ponte, ¿conoce Sevilla mejor que su amigo? –sigue indagando Curro con la
misma finalidad: saber si los viejos pueden ser una amenaza.
-En absoluto.
Únicamente he estado dos veces, una de paso en un viaje que hice con la familia
a Cádiz y otra cuando llevé a mi mujer e hijos a la Exposición Universal del
noventa y dos. Desde entonces no he vuelto. Sé más cosas de Sevilla por la tele
que por mis ya lejanas estancias en la ciudad –explica Ponte.
-Lo
preguntaba porque hace unos años trabajé en Sevilla y si ustedes iban a menudo
podíamos tener algún conocido común –se justifica Curro que vuelve a preguntar-.
¿Y hace mucho que veranean aquí?
-Como antes
le conté el único que veranea habitualmente aquí soy yo -le explica Álvarez-,
ni Manolo ni mis otros amigos habían estado antes. Lo que ocurre es que suelo
venir en julio que es cuando el apartamento que tiene mi hijo Nacho en El
Palmeral está desocupado, pero este año le han cambiado el turno de vacaciones
y por eso estamos aquí en agosto. ¿Y usted suele veranear aquí?, no le había
visto antes.
Salazar piensa que deberá mantener a raya al
tal Álvarez, está resultando ser demasiado curioso y excesivamente preguntón. Y
como buen aficionado al arte de Cúchares da una larga cambiada y sale por los
cerros de Úbeda.
- A mí es
que me gusta mucho la tranquilidad, ¿saben?, por eso cuando un antiguo conocido
me habló de la paz y el sosiego que se respira en Torrenostra no me lo pensé.
Porque me gustan las playas pero cuando no hay mucha gente. Suelo bañarme y
pasear a primeras horas de la mañana y al atardecer.
Y Curro se lanza a perorar sobre lo incómodos
que resultan los lugares costeros excesivamente masificados y pone como
ejemplos algunas de las poblaciones de la Costa del Sol, de las Baleares o de las
Canarias. Explica asimismo su presunción de que posiblemente llegará algún día
en que a Torrenostra le pasé lo mismo, por eso hay que aprovecharse ahora de su
paz y tranquilidad. Y antes de que los viejos, sobre todo Álvarez, tengan
ocasión de volver a preguntar se despide de ellos con la excusa de que le gusta
acostarse pronto. Antes ha insistido en pagar las copas y han quedado en que se
verán al día siguiente en la terraza del hostal después del almuerzo para ver
si se echan una partida.
Cuando ambos amigos se quedan solos, Álvarez
pregunta:
-¿Qué te ha
parecido el amigo Martínez?
-Pues así, a
bote pronto, te diría dos cosas. Que se siente muy solo y que no le gusta nada
que le hagan preguntas. Se siente solo porque debe de estarlo, no ha comentado
nada de mujer, de hijos ni de acompañantes. Puede ser el clásico divorciado o
viudo, porque me da en la nariz que de solterón no tiene pinta, que está
pasando unos días de vacaciones más solo que la una. Y lo de que no le gusta
que le pregunten ha quedado claro con su respuesta cuando le has preguntado que
si suele veranear aquí. A este tipo preguntas las justitas -comenta Ponte.
-Pues se le
ve desenvuelto y es bastante parlanchín –objeta Álvarez.
-No digo que no, pero estoy convencido de que el tal Martínez pertenece a la familia de los de no me
preguntes sino quieres que te mienta.