"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de abril de 2023

Libro III Episodio 190. Adiós, Plasencia

 

   La quiosquera de la Plaza de España da a Pilar varias direcciones y le sugiere que diga que va de su parte. La joven selecciona media docena de pisos y los visitar. Por unas u otras causas, va desechándolos hasta que se queda con uno que no es el mejor ni el más barato, pero tiene cuatro habitaciones con lo que podrán vivir sin demasiadas  apreturas. El piso radica en la calle de San Bernardo, por lo que no está demasiado lejos de la Gran Vía. Le paga a la propietaria un mes anticipado de alquiler y la fianza, y se queda con él.

  Antes de volverse a Plasencia, Pilar se reúne con su hermano Julián, que sigue haciendo la mili en el PCAMI por las mañanas y por las tardes conduce una furgoneta de reparto de los grandes almacenes SEPU -acrónimo de Sociedad Española de Precios Únicos- y gana sus buenos dinerillos, parte de los cuales manda todos los meses a sus padres. Le cuenta lo de la farmacia, por lo que pronto podrá volver a dormir en casa con lo que la mili le será más llevadera.

   La joven boticaria retorna a Plasencia como si hubiese ganado una batalla crucial. La familia la aguarda expectante. Les ha llamado por teléfono para contarles lo esencial: tienen farmacia y casa en Madrid, pero todos están ansiosos de que les cuente los detalles, ¿cómo es la farmacia?, ¿y el piso dónde van a vivir es muy grande? Antes de entrar en pormenores, la joven pregunta a sus padres si han podido vender los últimos activos que les quedaban: el Ford y lo que todavía les resta de Pinkety. La respuesta es afirmativa y han obtenido ciento veinte duros más de lo que tenían previsto. Aclarado ese fleco, la joven entra en detalles, primero de la farmacia y, como supone que su limitado espacio les producirá un impacto negativo, pone el acento en la importancia de la calle en la que está ubicada.

   -No es muy grande, pero tiene la enorme ventaja de que está situada en mitad de la Gran Vía que, en los pocos años que lleva abierta, se ha convertido en el bulevar más transitado de Madrid, pues gracias a ella se ha conseguido una mejor comunicación entre la calle de Alcalá y la plaza de España. Hoy en día es una de las calles más comerciales y concurridas de la capital y está llena de tiendas, restaurantes, cines y comercios de toda clase. Me ha dicho don Jerónimo, el titular que nos la traspasa, que al estar tan animada nunca faltan clientes, ni siquiera en verano pues hay muchos turistas que la recorren. Creo que hemos tenido una suerte inmensa al haber conseguido una farmacia emplazada en una calle, que es tan ancha, que pueden circular al menos seis coches.

   -¿Y qué tal son las ventas? –Julio va a por lo más prosaico.

   -Luego te enseño los números, papá, pero ya te adelanto que muy buenos.

   -Y el piso que has alquilao, ¿cómo es? –indaga Paca que no pierde ripio.

   -También hemos tenido suerte en eso. Está en la calle de San Bernardo y relativamente cerca de la Gran Vía. La dueña me pidió noventa pesetas, le ofrecí setenta y después del regateo quedamos en ochenta. Y, aunque os pueda parecer caro, no lo es teniendo en cuenta el barrio en el que está.

   -¿Y cuántas habitaciones tiene? –sigue preguntando Paca.

   -Cuatro bastante espaciosas, comedor, cocina, servicio y un lavadero. Estaremos un poco apretados, pero nos arreglaremos.

   -¿Y cuándo hemos de hacernos cargo de la farmacia? –quiere saber Julia.

   -Desde ya. Don Jerónimo me dijo que por él cuanto antes mejor, pues cuenta las horas que le faltan para irse a Torrevieja. Ah, habrá que enviarle la nueva dirección a Álvaro para que nos mande allí sus cartas. Y por cierto, tenemos que contarle todo lo sucedido. Se va a quedar de piedra cuando se entere. ¿Ha llegado alguna postal?

   Eloísa sale del salón y regresa al punto con varias postales del primogénito en las que continúa narrando las andanzas del Juan Sebastián de Elcano en su viaje de prácticas con los alumnos de tercer curso de guardiamarinas, ya ascendidos a alféreces de fragata. Cuenta que desde Santa Elena pusieron rumbo a la isla de Barbados, fondeando en Bridgetown el 22 de marzo. Cuatro días después zarparon para San Juan de Puerto Rico, donde arribaron el último día de marzo. Realizaron muchas visitas, entre otras, a las antiguas fortalezas españolas del Morro y San Cristóbal. Siete días después salieron para Cuba, amarrando en La Habana. En tierras cubanas, en las que se sintieron como si estuvieran en España, estuvieron doce días hasta que el 19 de abril pusieron proa hacia los Estados Unidos atracando, primero en la isla de la Cuarentena de Nueva York, y luego en el muelle número 8 de dicho puerto. Hicieron muchas e interesantes visitas: la factoría Sperry, los astilleros de Brooklyn, la ciudad de Washington y la Escuela Naval de Annapolis, que es, al menos, el triple de grande que la ENM de San Fernando. La última postal, fechada en la ciudad de los rascacielos, solo cuenta que el 11 de mayo partirán para Cádiz. Pilar solo tiene dos tarjetas de Andrade, que últimamente la tiene abandonada, en una le cuenta que las mulatas cubanas son todavía más espectulares que las brasileñas y que se ha llevado la sorpresa al ver que el casco viejo de La Habana es igualito que el de Cádiz; en la otra que las chicas yanquis son atrevidas como ellas solas, no se cortan un pelo si le han de decir a un chico que les gusta. Pilar piensa que parece que, desde la distancia, el joven gallego pretende darle celos, ¿pero celos de qué?

   Los Carreño inician la operación de dejar resuelta su marcha de Plasencia. Han de hacer el traspaso efectivo de la droguería, abonar a la Bronchales el resto del préstamo que les concedió, pagar las últimas facturas, escoger qué muebles y enseres se van a llevar porque, dada la estrechez del piso que han alquilado, no van a poder cargar con todo el mobiliario y los cacharros que, tras vivir más de dos décadas, se han ido acumulando en la casa placentina. Y luego queda el capítulo más doloroso y cargado de emotividad: despedirse de familiares, amigos y conocidos.

   Antes de vender el Ford, Julio se desplaza a San Martín de Trevejo para decir adiós a viejos amigos y conocidos que le conocen desde niño. Se lleva con él a sus tres hijos pequeños y los chavales se lo pasan en grande recorriendo las empedradas callejuelas del pueblo. Les enseña la casa donde nació y la escuela en la que daba clase la abuela Pilar.

   -Papá, no me acordaba de que aquí hablaban tan raro, muchas de las cosas que dicen no las entiendo –comenta Andrés que, como ya tiene once años, es quien mejor recuerda sus anteriores visitas a la localidad.

   -Claro, hijo, se expresan en mañegu que es el dialecto que se habla aquí.

   -¿Y tú lo sabes hablar? –quiere saber Froilán.

   -Pues claro que lo sabe, papá lo sabe todo –es Ángela la que ha respondido al benjamín de la familia.

   Al marcharse, Julio echa una última mirada a su pueblo natal, Dios sabe cuándo podrá volver. En el regreso, y desde la distancia, les enseña el monte Jálama, desde cuya cima se contempla el valle de Os tres lugaris. Y para entretenerlos durante la vuelta, les cuenta el viaje que hizo cuando tenía veinte años en una vieja bicicleta llena de parches y remiendos.

   Las despedidas comienzan con la familia de Julia. El matrimonio se desplaza a Malpartida de Plasencia para decir adiós a la abuela Soledad, muy achacosa, que llora desconsolada por la marcha de su hija pequeña y de sus nietos, y se despiden de Andrés, el único hermano varón de Julia. Y aprovechan para visitar a Argimiro y Carolina, pues cuando el hombre dejó de trabajar para Julio, al comprarse este su primera camioneta, volvieron al pueblo. Asimismo se han despedido de las hermanas de Julia que viven en Plasencia. Al darle un abrazo a Consuelo, Julio se da cuenta de que ya no siente nada por quien fue su primer amor.

   En la ciudad van diciendo adiós a amigos, conocidos y antiguos clientes. Sentida es la despedida de Antonina que, pese a lo seca que es, no puede impedir que unos lagrimones como piñones se deslicen por sus mejillas. Tan o más emotiva resulta la visita a la señora Etelvina, que ayudó a nacer a toda la camada Carreño y que ya no ejerce; la vieja partera no puede contener su emoción y se abraza a la pareja como si no fuese a verlos nunca más.

   Los amigos del casino despiden a Julio asegurándole que le echarán en falta, y que la tertulia no va a ser la misma sin su presencia.

   -¿Puede creerse que le envidio? –comenta el comandante Liaño-. Si tuviera menos años y menos achaques hace tiempo que me hubiese ido a la capital.

   -¿Y quién me va a explicar en Madrid cómo se desarrollan las guerras que, a buen seguro, están por venir? –Es la réplica del exdroguero.

   -Julio, sabe que los Lavilla le consideramos casi como de la familia. Cuando le he dicho a mi señora que se iban, me ha encargado que la despida de su parte y que si vamos por Madrid nos pasaremos a visitarles –afirma don Enrique.

   Las despedidas del resto de los tertulianos se pliegan a la relación que Julio ha mantenido con ellos. Con el juez don Romualdo, es cordial; con el abogado don Mauricio cortés pero fría, Julio no olvida que fue quien le recomendó a del Castillo, el letrado que le vendió las acciones de la Bergwerk  Spanisch; con el terrateniente don Eduardo es una mera formalidad y, finalmente, con Galiana es forzada, el ferretero todavía está resentido porque Julio no le vendió la droguería a su hijo Fernando.

   Los chicos también se van despidiendo de sus compañeros de escuela y amigos de correrías. Quienes más sienten la partida son Eloísa y Concha y ambas por el mismo motivo: tienen sendos mozos que les tiran los tejos, pero no dejan de ser escarceos primerizos que aún no puede saberse si cuajarán.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro III, La segunda generación, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 191. Madrid, estación término