La primera portada de ABC del dos de
diciembre trae una fotocomposición con los rostros de los líderes que, al decir
de las prospecciones electorales, van a ser los candidatos más votados en la
próximas elecciones generales. Junto a cada uno de ellos aparece el número de
diputados que una encuesta encargada por el diario madrileño les otorga. A
Rajoy, mejor dicho a su partido, le vaticinan 128 escaños, al partido de
Sánchez 88, al de Rivera 55 y al de Iglesias 37. Y el titular que resume todo
ello es: El desgaste de Podemos frena la
caída del PSOE. Si sale un resultado así, piensa Ponte, no sé quién coño
podrá gobernar. Este pueblo es la releche. No sé si es que somos tontos del
culo o los más clarividentes del mundo mundial. En su segunda portada el
titular que ocupa las cuatro columnas es sobre el mismo tema, las previsiones
electorales: Las circunscripciones
pequeñas serán decisivas el 20-D con sus 102 escaños. O sea, que según
esto, dice el viejo en voz alta, la cosa se va a dilucidar en provincias como
decíamos antes los catetos del foro. En el centro aparece la foto de la
panorámica de un Madrid difuminado con un título que explica la borrosa
fotografía: Madrid mantiene la alerta por
la contaminación. A buenas horas, mangas verdes, comenta Ponte. Si esto se
parece cada vez más a Londres, vamos a acabar teniendo el famoso puré de
guisantes londinense. En la columna de salida dos recurrentes noticias sobre
Cataluña: Mas recurre ante el Tribunal
Supremo las condiciones del préstamo del Estado a Cataluña. El Constitucional tumba hoy por unanimidad
la resolución de ruptura. No hay día que estos nois no aparezcan en los papeles, que cansinos son es su último
comentario antes de cerrar el ordenador.
Hoy, el grupo de jubilados metidos a
policías aficionados tiene reunión general. Sentados alrededor de la pequeña
mesa del saloncito de estar del piso de Grandal se disponen a debatir las
tareas pendientes en sus investigaciones sobre el robo del tesoro.
- Bien,
caballeros – Es Grandal quien toma la palabra -, lo primero es hacer un
recuento de cómo se han desarrollado las investigaciones pendientes. Por lo que
a mí respecta, os informo que ayer, con la inestimable ayuda de Manolo,
localizamos el domicilio de uno de los objetivos que nos faltaba. Ahora
vosotros. Empecemos con Luis, ¿qué tal te ha ido con tu primero?
- Sin
problemas – informa Álvarez, al tiempo que deposita en la mesa una hoja de bloc
-. Ahí estás sus señas, vive en la calle Ferrocarril.
- ¿Ningún
contratiempo? – quiere saber Grandal.
- Ninguno.
Durante todo el viaje, tanto callejeando como en el metro, hasta su casa fue
leyendo el Marca. Le hubiera podido seguir todo un regimiento y no se hubiera
enterado.
- Muy bien.
Tu turno, Amadeo. ¿Tuviste algún problema con tu objetivo? – pregunta Grandal.
Ballarín explica que sí lo tuvo. Fue un
error por su parte que piensa no volver a cometer. Cuenta que para pasar más desapercibido
cogió una vieja gabardina reversible porque así en algún momento le daría la
vuelta y parecería otra persona, aunque no llegó a ponérsela porque el tiempo
era casi más primaveral que invernal.
- ¿Y dónde
estuvo el problema si no llegaste a ponértela? – inquiere Álvarez.
- Estuvo en
el sombrero. Me puse también un sombrero tirolés y ahí la cagué. Mientras el
objetivo anduvo por la calle no pasó nada, ni se enteró de que le seguía, pero
cuando se metió en el metro empezaron los problemas. En Moncloa cogió el
Circular hasta Príncipe Pío, allí se cambió a la línea 10 en dirección sur. No
sé si habéis tomado alguna vez la 10, pero es una de las líneas de recorrido
más largo. A partir de Cuatro Vientos el vagón comenzó a vaciarse de pasajeros
y entonces me di cuenta de que mi tirolés desentonaba, era el único que llevaba
sombrero. Algunos me miraban, yo creo que de manera rara, hasta el objetivo me
miró un par de veces. Estuve a punto de bajarme, pero lo que hice fue quitarme
el sombrero y en la Puerta del Sur, donde cambiamos a la línea 12, subí a un
vagón distinto al que se montó la presa.
- ¿Pero
conseguiste o no localizar su domicilio? – pregunta Álvarez cuya virtud de la
paciencia es perfectamente descriptible.
Ballarín no se da por interpelado y prosigue
con su relato:
- Se bajó en
la estación de El Bercial. Yo, además de no llevar ya sombrero, me había puesto
la gabardina. Eso supongo que debió servir para que no volviera a fijarse en mí
hasta que llegó a su casa. En el momento de entrar en el portal, se volvió y
echó una mirada atrás.
- ¿Miró
hacia dónde estabas? –pregunta Grandal.
- Creo que
no, que fue una mirada como diría, como panorámica. De todas maneras, yo seguí
andando como si nada.
- ¿Y dónde
está el problema? – vuelve a inquirir Álvarez.
- Que quizá
si me viera otra vez me reconocería.
- No pasa
nada, Amadeo – le tranquiliza Grandal -. No te va a reconocer porque,
curándonos en salud, no volverás a investigar a ese objetivo. Si necesitamos
nuevas indagaciones sobre él, las haremos alguno de los otros. En lo que atañe
a ti, respecto al empleado que seguiste, se te considera un agente quemado como
se dice en el argot policial. Lo importante, y por lo que te felicito, es que
conseguiste llevar adelante la misión encomendada.
- Jacinto,
¿tienes alguna birra en la nevera? – pregunta Álvarez.
- Me parece
que va a ser que no, pero puedes bajar al bar de la esquina.
- Hablando
de cervezas – interviene Ponte -. Algo que no hemos hecho y que habría que
hacer ya mismo es constituir un fondo común para los gastos generales, como por
ejemplo comprar una caja de cervezas o una botella de coñac, de wiski o de lo
que se tercie. Una cosa es que Jacinto haya puesto su casa a disposición de
todos y otra muy distinta es que encima le saqueemos la nevera.
- Ahora, le
llaman frigorífico – corrige Ballarín.
- Bueno,
pues que le saqueemos el frigo.
La sugerencia de Ponte es aceptada por
unanimidad y en un periquete se ponen de acuerdo en la cantidad a aportar por
cada uno para el pozo común. Además, y puestos ya en harina, nombran a Ballarín
para que haga de tesorero del grupo y se encargue de la intendencia. Resueltas
las cuestiones de administración, Grandal retoma la palabra.
- Ya tenemos
los domicilios de varios de los sospechosos y presuntos secuaces que pudieron
manipular las cámaras del museo el día del robo. Aquí tenéis – y pone encima de
la mesa unas fundas de plástico – los dosieres que he podido reunir de cada uno
de ellos. No es que haya muchos datos, pero poco a poco los iremos completando.
Nos vamos a dividir por parejas, cada una tendrá un par de objetivos a
investigar. La etapa que comenzamos ahora será algo más complicada y tediosa
que la anterior. Cuando los tengamos localizados todos, cada pareja deberá
rondar los respectivos barrios en los que viven cada uno de los investigados y
reunir toda la información posible, no solamente sobre ellos también de su
familia, parientes próximos y amigos.
- ¿Y todo
eso para qué? – quiere saber Álvarez.
- Para
descubrir cuál o cuáles de ellos ayudaron a los ladrones del tesoro. Mi tesis
es que, probablemente, quien inutilizó las cámaras más que un cómplice
integrado en el grupo de atracadores es alguien a quien pagaron para que
hiciera ese trabajo. Si la hipótesis que manejo es cierta, eso significa que el
compinche de marras tiene dinero fresco en cantidad y sin que haya tenido que
derramar una gota de sudor. Y cuando se dan esas características es muy difícil
no hacer ostentación de él. Por consiguiente, cuando encontremos a alguien que
gasta la pasta a manos llenas habremos encontrado a nuestro hombre.
- O a
nuestros hombres – precisa Ballarín.
- Puede que
sean más de uno, pero me da en la nariz que se trata de un solo fulano. –
puntualiza Álvarez.
- Puede ser
pero, como he dicho, si tienes mucha guita conseguida casi gratis va contra la
humana naturaleza no hacer uso de ella y darte los caprichos que todos tenemos
y que, generalmente, solo son sueños que nunca se convierten en realidad. O
sea, que como os dije en su día: buscad la pasta – remacha Grandal.