"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 30 de junio de 2015

6.2. Una declaración de amor un tanto atípica



   José Vicente le cuenta a su amigo Guillermo como fue la primera y única vez en la que intentó cortejar a Lolita y como la joven respondió con un frontal y agresivo rechazo. Le sirvió de lección. La muchacha le podría aceptar como camarada y hasta como amigo, pero no como pretendiente.
- Lo que estás contando ocurrió hace mucho tiempo y, además, opino que solo fue una nimiedad ¿Has vuelto a comprobar si su reacción sigue siendo la misma que entonces? – pregunta Guillermo.
- No hace falta. Hay cosas que se ven palmariamente.
- Perdona, pero no estoy de acuerdo – discrepa Guillermo -. La gente cambia. ¿Quién puede asegurarte que Lolita no haya cambiado? En realidad lo ha hecho. Me acabas de contar como al principio de vuestra relación se portaba como una borde antipática, en cambio ahora estáis a partir un piñón. Sí cambió de comportamiento y, en lo que a ti más importa, cambió en su manera de tratarte, ¿por qué no han podido cambiar también sus sentimientos?
- Lo dudo mucho. Y además, ¿cómo voy a saberlo?
- ¡Coño, pues preguntándoselo!
   La simiente de la duda, que su amigo ha dejado caer, crece con fuerza en la mente de Gimeno. ¿Será posible que Guillermo tenga razón?, ¿qué puede perder si le habla?, ¿qué le rechace, qué se burle de él?, ¿y qué importa? Más hundido que está, imposible. Le da mil vueltas, lo analiza desde todos los ángulos posibles, sopesa pros y contras… Llega un momento en que siente que ha tocado fondo: no puede continuar así. Es un verdadero dislate, no lo que le está pasando, sino su manera de enfrentarlo. ¡Él, que siempre presumió de su racionalidad! Toma la decisión: se va a sincerar, le va a decir cuáles son sus sentimientos. Una vez tomada la resolución, se va tranquilizando paulatinamente. Se lo va a decir, ¿cómo que decir? Se va a declarar. La precisión que se hace a sí mismo vuelve a provocarle un montón de dudas: si le dice que le quiere eso significará una declaración de amor. ¿Cómo tendría que hacerla para tener más probabilidades de que salga bien?, ¿ponerse en plan romántico o soltárselo sin andarse por las ramas?, ¿qué va a decirle?, ¿qué está loco por ella, qué la adora, qué se ha dado cuenta de que es la mujer de su vida o le dice simplemente que la quiere y qué desea casarse con ella? Tras un interminable análisis desecha la versión romántica. No es un adolescente ni la relación que mantienen le invita a ponerse excesivamente empalagoso. También descarta una declaración a palo seco. Probablemente eso heriría la sensibilidad de su amada… ¿su amada? Es la primera vez que se refiere a Lolita con esa palabra. Y no sabe por qué, pero se encuentra cómodo con ella. Tendrá que comenzar a usar más a menudo esa clase de vocabulario. Ya está: empleará el lenguaje que utiliza habitualmente con la joven, será él mismo. Ni romanticismo cursi ni lenguaje excesivamente aséptico. Le hablará como le dicte el corazón, aunque dado que no se fía excesivamente de su autodominio termina preparando su declaración como prepara las intervenciones públicas, cuidando hasta el último detalle.
   José Vicente deja una nota a Lolita de que se pase por su despacho de jefatura.
- Lolita, siéntate, tenemos que hablar.
- Supongo que quieres comentarme la campaña de Reyes. La verdad es que salió mejor de lo que esperaba. ¿Sabes una idea que se me ha ocurrido? En el No-Do que pusieron el domingo salía la cabalgata de Reyes de Madrid. Voy a estudiar si aquí podríamos hacer algo parecido, salvando las distancias, claro.
- Me parece muy bien, pero lo que quiero hablar contigo es un asunto estrictamente personal – por el momento Gimeno se encuentra asombrosamente tranquilo -. Te voy a pedir un favor: que escuches lo que voy a decirte sin interrumpirme. Necesito decírtelo de un tirón porque si me cortas igual no sé cómo continuar.
- Por Dios, José Vicente, que melodramático te pones. Cualquiera diría que vas a confesarme que fuiste tú quien mató a Cánovas – como es habitual entre ellos la joven emplea un tono levemente irónico.
- Sin bromas, por favor. Estoy hablando muy en serio. ¿Me prometes que no me interrumpirás?
- Prometido – La curiosidad de Lolita crece por momentos, ¿qué diablos le va a contar con unos prolegómenos tan misteriosos?, ¿qué ha hecho las paces con Merceditas?, ¿qué le han ofrecido un cargo en la capital?
- No sé cómo empezar… Comenzaré haciendo algo de historia de nuestra relación. La primera vez que hablé contigo, ¿te acuerdas?, fue en tu tienda. Iba a comprar una corbata y por poco me colocas una docena. Ese día te catalogué como una hábil vendedora, con una cara preciosa y un tipazo como para marearse. Cuando volvimos a hablar para que te hicieras cargo de la delegación y aceptaste, era conocedor de a qué venías, a llenar un montón de horas muertas que te pesaban como losas y con las que no sabías qué hacer. En esa segunda etapa, a lo que creía saber de ti tuve que añadir que eras muy capaz y eficiente, pero también que podías ser borde, introvertida y hasta antipática. Como pese a ello seguías siendo una mujer de bandera, un mal día me insinué. Tu rechazo fue tan agresivo, directo y contundente que no me dejaste lugar a dudas. Si quería conservar a la persona, que ya se había convertido en mi más eficaz colaboradora, debía de separar estrictamente lo que era el terreno, llamémosle profesional, del personal. En la última etapa de nuestra relación, la más feliz hasta ahora, descubrí cualidades que ni siquiera imaginaba que tuvieras, sabía que eras tan inteligente como competente, con mucho estilo y dotada de una gran capacidad para pensar por tu cuenta. A todo eso, tuve que sumar otros rasgos de tu personalidad: eras poseedora de una amplia cultura, de un olfato y una habilidad política increíbles, paciente, capaz de escuchar mis dudas y perdonar mis debilidades, humana, generosa y, por descontado, seguías siendo una hermosa y encantadora mujer de la que cualquier hombre estaría orgulloso de llevar a su lado…
  El semblante de Lolita se ha ido endureciendo a medida que José Vicente ha ido desgranando su discurso, pero como le ha prometido no ha dicho una palabra. Escucha atentamente unas manifestaciones que le producen enorme estupor. ¿Pero por dónde va a salir este hombre y a qué viene todo esto?, se pregunta.
- No he terminado. Digamos que esto ha sido el prólogo… El sentimiento que te voy a confesar lo descubrí no hace mucho. Aquella persona, tan sencilla y compleja a la vez, que podía pasar, casi sin solución de continuidad, de ser un encanto de criatura a tornarse al instante en alguien irritable, arisco y antipático… me había robado el corazón… Descubrí que me había enamorado de ti – ante la exclamación de asombro de la joven, José Vicente le insta -. Por favor, Lolita, déjame continuar. Cuando termine será tu turno, pero no me cortes, te lo suplico. Seguramente ésta es la declaración de amor más torpe y sin sentido del planeta, pero no sé hacerlo mejor. Voy a ser más sincero todavía. Acabo de decirte que estoy enamorado de ti, aunque no estoy seguro al cien por cien de que sea así. No sé si lo que siento por ti es amor, admiración, respeto o, por decirlo, lisa y llanamente, que te deseo como no deseé jamás a ninguna mujer. Posiblemente es una mezcla de todo ello. Lo que sí tengo meridianamente claro es que los momentos más felices que pasé en los últimos tiempos son aquellos en los que estuve junto a ti. Hablaba antes de una declaración de amor, es mucho más. También es una petición mucho más profunda, aunque reconozco que muy atípica, porque no pretendo que seas un ligue de temporada ni es mi intención flirtear contigo. Quiero pedirte…, te pido que seas mi mujer, que seas la compañera de mi vida, la amiga a quién confiar mis deseos y temores, la camarada en quien apoyarme cuando lleguen los días difíciles, la amante que sepa darme cariño y fuerza, la madre de nuestros hijos… Si lo piensas, coincidirás conmigo en que tenemos muchos puntos en común: ambos somos libres, tenemos edad como para estar casados, aficiones similares, inquietudes compartidas, y en los últimos meses hemos descubierto que nos entendemos francamente bien y formamos un conjuntado equipo. Lo que te puedo ofrecer ya lo sabes: un empleo con un sueldo mediocre y poco más, pero con muchas ansias de progresar en todos los terrenos y más si te tuviera a mi lado. Me queda por decir lo más duro para mí, pero estoy decidido a no dejarme nada en el tintero. Una pareja es cosa de dos. Los afectos también han de ser compartidos. Sé perfectamente que no compartes mis sentimientos… - ante el conato de protesta de la joven vuelve a rogarle -. Te lo vuelvo a pedir, Lolita, por favor, déjame continuar… Lo diré más claro: sé que no estás enamorada de mí. No sé si lo estás de otro, pero eso tampoco me importa demasiado ahora. Rectifico, sí que me importa, ¿cómo no va a importarme? Lo que pretendo decir, y me estoy armando un lío, es que no tengo ningún temor de casarme contigo aún a sabiendas de que no me amas. Me conformaré con que me respetes como marido, me comprendas como compañero y me ayudes como amigo. No te voy a pedir más. En alguna parte leí que un matrimonio de amigos acaba siendo más firme que un matrimonio de amantes. Yo quiero ser tu amigo, tu marido y… algún día me gustaría ser tu amante…
   Ante una declaración tan atípica como desconcertante la expresión de estupor pintada en el semblante de Lolita dice más que mil palabras.