José
Vicente le cuenta a su amigo Guillermo como fue la primera y única vez en la
que intentó cortejar a Lolita y como la joven respondió con un frontal y
agresivo rechazo. Le sirvió de lección. La muchacha le podría aceptar como
camarada y hasta como amigo, pero no como pretendiente.
- Lo que estás contando ocurrió hace mucho
tiempo y, además, opino que solo fue una nimiedad ¿Has vuelto a comprobar si su
reacción sigue siendo la misma que entonces? – pregunta Guillermo.
- No hace falta. Hay cosas que se ven
palmariamente.
- Perdona, pero no estoy de acuerdo –
discrepa Guillermo -. La gente cambia. ¿Quién puede asegurarte que Lolita no
haya cambiado? En realidad lo ha hecho. Me acabas de contar como al principio
de vuestra relación se portaba como una borde antipática, en cambio ahora
estáis a partir un piñón. Sí cambió de comportamiento y, en lo que a ti más
importa, cambió en su manera de tratarte, ¿por qué no han podido cambiar
también sus sentimientos?
- Lo dudo mucho. Y además, ¿cómo voy a
saberlo?
- ¡Coño, pues preguntándoselo!
La
simiente de la duda, que su amigo ha dejado caer, crece con fuerza en la mente
de Gimeno. ¿Será posible que Guillermo tenga razón?, ¿qué puede perder si le
habla?, ¿qué le rechace, qué se burle de él?, ¿y qué importa? Más hundido que
está, imposible. Le da mil vueltas, lo analiza desde todos los ángulos
posibles, sopesa pros y contras… Llega un momento en que siente que ha tocado
fondo: no puede continuar así. Es un verdadero dislate, no lo que le está
pasando, sino su manera de enfrentarlo. ¡Él, que siempre presumió de su
racionalidad! Toma la decisión: se va a sincerar, le va a decir cuáles son sus
sentimientos. Una vez tomada la resolución, se va tranquilizando
paulatinamente. Se lo va a decir, ¿cómo que decir? Se va a declarar. La
precisión que se hace a sí mismo vuelve a provocarle un montón de dudas: si le
dice que le quiere eso significará una declaración de amor. ¿Cómo tendría que
hacerla para tener más probabilidades de que salga bien?, ¿ponerse en plan
romántico o soltárselo sin andarse por las ramas?, ¿qué va a decirle?, ¿qué
está loco por ella, qué la adora, qué se ha dado cuenta de que es la mujer de
su vida o le dice simplemente que la quiere y qué desea casarse con ella? Tras
un interminable análisis desecha la versión romántica. No es un adolescente ni
la relación que mantienen le invita a ponerse excesivamente empalagoso. También
descarta una declaración a palo seco. Probablemente eso heriría la sensibilidad
de su amada… ¿su amada? Es la primera vez que se refiere a Lolita con esa palabra.
Y no sabe por qué, pero se encuentra cómodo con ella. Tendrá que comenzar a
usar más a menudo esa clase de vocabulario. Ya está: empleará el lenguaje que
utiliza habitualmente con la joven, será él mismo. Ni romanticismo cursi ni
lenguaje excesivamente aséptico. Le hablará como le dicte el corazón, aunque
dado que no se fía excesivamente de su autodominio termina preparando su
declaración como prepara las intervenciones públicas, cuidando hasta el último
detalle.
José
Vicente deja una nota a Lolita de que se pase por su despacho de jefatura.
- Lolita, siéntate, tenemos que hablar.
- Supongo que quieres comentarme la campaña
de Reyes. La verdad es que salió mejor de lo que esperaba. ¿Sabes una idea que
se me ha ocurrido? En el No-Do que pusieron el domingo salía la cabalgata de
Reyes de Madrid. Voy a estudiar si aquí podríamos hacer algo parecido, salvando
las distancias, claro.
- Me parece muy bien, pero lo que quiero
hablar contigo es un asunto estrictamente personal – por el momento Gimeno se
encuentra asombrosamente tranquilo -. Te voy a pedir un favor: que escuches lo
que voy a decirte sin interrumpirme. Necesito decírtelo de un tirón porque si
me cortas igual no sé cómo continuar.
- Por Dios, José Vicente, que melodramático
te pones. Cualquiera diría que vas a confesarme que fuiste tú quien mató a
Cánovas – como es habitual entre ellos la joven emplea un tono levemente
irónico.
- Sin bromas, por favor. Estoy hablando muy
en serio. ¿Me prometes que no me interrumpirás?
- Prometido – La curiosidad de Lolita crece
por momentos, ¿qué diablos le va a contar con unos prolegómenos tan
misteriosos?, ¿qué ha hecho las paces con Merceditas?, ¿qué le han ofrecido un
cargo en la capital?
- No sé cómo empezar… Comenzaré haciendo algo
de historia de nuestra relación. La primera vez que hablé contigo, ¿te
acuerdas?, fue en tu tienda. Iba a comprar una corbata y por poco me colocas
una docena. Ese día te catalogué como una hábil vendedora, con una cara
preciosa y un tipazo como para marearse. Cuando volvimos a hablar para que te
hicieras cargo de la delegación y aceptaste, era conocedor de a qué venías, a
llenar un montón de horas muertas que te pesaban como losas y con las que no
sabías qué hacer. En esa segunda etapa, a lo que creía saber de ti tuve que
añadir que eras muy capaz y eficiente, pero también que podías ser borde,
introvertida y hasta antipática. Como pese a ello seguías siendo una mujer de
bandera, un mal día me insinué. Tu rechazo fue tan agresivo, directo y
contundente que no me dejaste lugar a dudas. Si quería conservar a la persona,
que ya se había convertido en mi más eficaz colaboradora, debía de separar
estrictamente lo que era el terreno, llamémosle profesional, del personal. En
la última etapa de nuestra relación, la más feliz hasta ahora, descubrí
cualidades que ni siquiera imaginaba que tuvieras, sabía que eras tan
inteligente como competente, con mucho estilo y dotada de una gran capacidad
para pensar por tu cuenta. A todo eso, tuve que sumar otros rasgos de tu
personalidad: eras poseedora de una amplia cultura, de un olfato y una
habilidad política increíbles, paciente, capaz de escuchar mis dudas y perdonar
mis debilidades, humana, generosa y, por descontado, seguías siendo una hermosa
y encantadora mujer de la que cualquier hombre estaría orgulloso de llevar a su
lado…
El
semblante de Lolita se ha ido endureciendo a medida que José Vicente ha ido
desgranando su discurso, pero como le ha prometido no ha dicho una palabra.
Escucha atentamente unas manifestaciones que le producen enorme estupor. ¿Pero
por dónde va a salir este hombre y a qué viene todo esto?, se pregunta.
- No he terminado. Digamos que esto ha sido
el prólogo… El sentimiento que te voy a confesar lo descubrí no hace mucho.
Aquella persona, tan sencilla y compleja a la vez, que podía pasar, casi sin
solución de continuidad, de ser un encanto de criatura a tornarse al instante
en alguien irritable, arisco y antipático… me había robado el corazón… Descubrí
que me había enamorado de ti – ante la exclamación de asombro de la joven, José
Vicente le insta -. Por favor, Lolita, déjame continuar. Cuando termine será tu
turno, pero no me cortes, te lo suplico. Seguramente ésta es la declaración de
amor más torpe y sin sentido del planeta, pero no sé hacerlo mejor. Voy a ser
más sincero todavía. Acabo de decirte que estoy enamorado de ti, aunque no
estoy seguro al cien por cien de que sea así. No sé si lo que siento por ti es
amor, admiración, respeto o, por decirlo, lisa y llanamente, que te deseo como
no deseé jamás a ninguna mujer. Posiblemente es una mezcla de todo ello. Lo que
sí tengo meridianamente claro es que los momentos más felices que pasé en los
últimos tiempos son aquellos en los que estuve junto a ti. Hablaba antes de una
declaración de amor, es mucho más. También es una petición mucho más profunda,
aunque reconozco que muy atípica, porque no pretendo que seas un ligue de
temporada ni es mi intención flirtear contigo. Quiero pedirte…, te pido que
seas mi mujer, que seas la compañera de mi vida, la amiga a quién confiar mis
deseos y temores, la camarada en quien apoyarme cuando lleguen los días
difíciles, la amante que sepa darme cariño y fuerza, la madre de nuestros
hijos… Si lo piensas, coincidirás conmigo en que tenemos muchos puntos en
común: ambos somos libres, tenemos edad como para estar casados, aficiones
similares, inquietudes compartidas, y en los últimos meses hemos descubierto
que nos entendemos francamente bien y formamos un conjuntado equipo. Lo que te
puedo ofrecer ya lo sabes: un empleo con un sueldo mediocre y poco más, pero
con muchas ansias de progresar en todos los terrenos y más si te tuviera a mi
lado. Me queda por decir lo más duro para mí, pero estoy decidido a no dejarme
nada en el tintero. Una pareja es cosa de dos. Los afectos también han de ser
compartidos. Sé perfectamente que no compartes mis sentimientos… - ante el
conato de protesta de la joven vuelve a rogarle -. Te lo vuelvo a pedir,
Lolita, por favor, déjame continuar… Lo diré más claro: sé que no estás
enamorada de mí. No sé si lo estás de otro, pero eso tampoco me importa
demasiado ahora. Rectifico, sí que me importa, ¿cómo no va a importarme? Lo que
pretendo decir, y me estoy armando un lío, es que no tengo ningún temor de
casarme contigo aún a sabiendas de que no me amas. Me conformaré con que me
respetes como marido, me comprendas como compañero y me ayudes como amigo. No
te voy a pedir más. En alguna parte leí que un matrimonio de amigos acaba
siendo más firme que un matrimonio de amantes. Yo quiero ser tu amigo, tu
marido y… algún día me gustaría ser tu amante…
Ante
una declaración tan atípica como desconcertante la expresión de estupor pintada
en el semblante de Lolita dice más que mil palabras.