A Ponte y a Ballarín aún les
dura la excitación que les produjo el descubrimiento de una posible pista, la
primera que han encontrado, que les lleve a identificar a uno de los cómplices
de los autores del robo del Tesoro Quimbaya. El hecho de que un fulano,
exactamente un cuñado, vaya a gastarse un dineral en la primera comunión del
hijo del empleado del museo a quien están investigando es un dato relevante por
lo inusual. ¿De dónde ha podido sacar tanta pasta el cuñado en cuestión cuando no
es más que un empleado de tres al cuarto? ¿Y por qué el tal Quesada va a
gastarse un pastizal en la comunión de un sobrino? Son muchas las preguntas a
plantearse y para encontrar respuestas habrá que profundizar la investigación.
Cuando Ponte y Ballarín le
cuentan a Grandal lo que han descubierto y éste les felicita efusivamente por
la habilidad que han mostrado en sus indagaciones, los dos jubilados se ponen
orondos como un pavo. Hoy han quedado en que los tres irán a dar un paseo por
el barrio de Los Cármenes para averiguar más datos sobre Juan Quesada, el rumboso
cuñado del empleado sospechoso. Ballarín vuelve a poner su coche al servicio de
la investigación y el trío toma camino del distrito de La Latina. Se nota que
es sábado, el tráfico es bastante denso, pues hay muchos madrileños que salen
para huir, al menos durante el fin de semana, de la contaminada atmósfera de la
ciudad acentuada por una temperatura anormal en diciembre.
- Creo que no ha sido buena idea venir en coche, como hoy juegue el
Atleti será una proeza encontrar donde aparcar – apunta Ponte.
- Manolo, debes ser uno de los contados españoles que vive al margen
del fútbol – se burla Grandal – y te lo voy a demostrar. Amadeo, ¿juega hoy el
Atleti?
Ballarín, que ha sido testigo
en innumerables ocasiones de las tomaduras de pelo que el excomisario suele
gastar a Ponte, contesta siguiéndole el juego:
- Sí, el Atleti juega hoy, pero no junto al barrio de Los Cármenes,
sino en los mismos Cármenes.
- Y ese juego de palabras, ¿de qué va? ¿Es algo así como lo del cielo
está empedrado, quien lo desempedrará…? – pregunta Ponte tomándoselo también
con humor.
- La respuesta a la charada de Amadeo es que los colchoneros juegan
esta tarde en Los Cármenes, pero no en el barrio sino en el estadio del Granada
que también se llama así – contesta Grandal rematando el acertijo.
Como en el día anterior,
aparcan el vehículo en la Vía Carpetana y tras cruzar el Paseo de la Ermita del
Santo acceden a la calle San Conrado donde vive el empleado del museo, posible
secuaz de los atracadores del furgón. Van paseando como lo que son, tres
jubilados que han ido a dar una vuelta por las orillas del Manzanares a estirar
las piernas y tomar un poco el sol ya que el día lo pide.
- Eso que tanto repiten del calentamiento global igual es verdad.
¿Vosotros recordáis un invierno como éste? Es que todavía no ha helado ni una
sola noche – comenta Ponte.
- Para ser precisos no hemos entrado todavía en invierno, el otoño dura
hasta el veintidós de diciembre – aclara Ballarín -. En lo que estoy de acuerdo
es en lo del calentamiento, tan debe ser así que mira la muestra: el río está
lleno de patos. Ya no migran como hacían antes.
- En alguna parte he leído que
la mayoría de ellos – dice Grandal en alusión a los ánades – forman parte de
una población estable y viven en el río todo el año.
Al pasar delante del bar La
Competencia, en la misma esquina de San Conrado con la Avenida del Manzanares,
Grandal que es un cafetero impenitente pregunta:
- ¿Nos tomamos el primer cafelito?
- El médico me aconseja que restrinja el número de cafés que tomo al
día. Para mí es demasiado pronto, pero si queréis entramos y yo pido cualquier
otra cosa – ofrece Ponte.
- Yo estoy como Manolo, con la dosis de cafeína limitada. Propongo que
cuando lleguemos a la Cafetería de la Presa número 6, nos sentemos en la
terraza que es un sitio muy agradable y tomemos algo allí – propone Ballarín.
- Hombre, mira, una frutería – indica Grandal, señalando la típica
frutería-verdulería de barrio, pequeña pero relativamente bien surtida -. Este
invierno todavía no he probado las naranjas. ¿Qué os parece si compramos un
cucurucho y nos las comemos en esa terraza que has citado antes?
- Mejor unas mandarinas que se pelan más fácilmente – sugiere Ponte.
Dicho y hecho. Entran en la
frutería que, dada la bondad del día, tiene las puertas abiertas de par en par.
El frutero está atendiendo a una clienta y hay otra que está esperando.
- Buenos días, damas y caballeros – saluda Grandal que, por lo que
parece, se ha levantado de buen humor y dirigiéndose a la mujer entrada en años
que aguarda su turno le espeta -. Tengo
el pálpito que usted, mi distinguida señora, es la que da la vez.
- Pues si no soy yo, no sé quién podrá ser porque aquí estamos los que
somos – contesta con castizo desparpajo la clienta que añade -. Como se nota
que no es usté del barrio.
- ¿Qué pasa, es que la gente de Los Cármenes no es mucho de gastar
bromas? – pregunta Grandal con una sonrisa en los labios.
- Aquí hay de todo, como en botica que decimos las castizas – responde
la buena señora que no parece ser de las que se arrugan y dirigiéndose al
frutero le pide -. Tomás, igual estos señores tienen más prisa que yo, que no
tengo ninguna. Atiéndeles en cuanto termines con la Dolores.
- Muchas gracias, señora – replica Grandal -, pero a nosotros nos pasa
lo mismo, que no tenemos ninguna prisa. Es de las pocas cosas que los jubilados
disponemos en abundancia, de tiempo.
- Pues para ser un jubilado está usté todavía de muy buen ver – mete
baza la llamada Dolores.
- Como se entere mi mujer de que cuando me voy de paseo con estos
buenos amigos pego la hebra con señoras tan encantadoras como ustedes, esta
noche me toca dormir en el sofá del salón – Grandal miente sin cortarse un pelo
- Tendría que haber conocido usted a la señora Engracia y a la señora
Dolores cuando eran jóvenes – interviene el frutero -. Eran dos reales hembras,
dicho sea con el debido respeto.
- Pero qué sabrás tú cómo éramos, Tomás – replica la Engracia -. Si
cuando éramos mozas ni siquiera habías nacido.
- Cierto es, pero mi padre me lo ha contado muchas veces – y el frutero
dirigiéndose a Grandal le explica -. En el barrio las llamaban la Casta y la
Susana, como las chulapas de La verbena de la Paloma.
- No le haga caso, oiga usté – replica Engracia -. Lo que pasa es que
no encontrará usté en todo Madrí un frutero que tenga tanta gramática parda
como el Tomás. Su padre, que en gloria esté, era igualico. De casta le viene al
galgo.
La charla se ha vuelto
distendida y cordial, da la impresión de ser un grupo de vecinos que se conocen
de toda la vida. Grandal, desde el primer cruce de palabras, ha intuido que está
en un terreno abonado para sonsacar informaciones sobre el empleado del museo y
de su generoso cuñado. Habilidosamente ha ido conduciendo la charla hacia lo
que le interesa y terminan hablando de la gente a la que le gusta presumir y
alardear de lo que tienen y hasta de lo que no tienen y todo para epatar a
vecinos y conocidos.
- Sin ir más lejos, el otro día estuvimos comiendo en el Café del Río y
nos contaba el maitre que hay gente
capaz de gastarse hasta la hijuela para celebrar una primera comunión.
- En Madrid hay barrios, como el de Salamanca, con gente de mucha pasta
que tiene para eso y para mucho más – señala el frutero.
- No hay que irse a lugares de postín, Tomás, sin ir más lejos en
nuestro barrio también tenemos vecinos capaces de gastarse en una celebración
lo que muchos obreros no ganan en un año – explica la señora Dolores.
- ¿Aquí también hay gente tan loca como para gastarse una fortuna en
una comunión o en una boda? – pregunta Grandal, falsamente escandalizado -. No
sé si creérmelo.
- Anda, Engracia, tú que tienes más palique cuéntales lo del cuñado del
Obdulio.
¡Bingo! Exclama mentalmente
Grandal, mientras Ponte y Ballarín, que apenas sí han participado en la
charleta, acaban de descubrir a cuento de qué venía el empeño de su compañero
en perder el tiempo parloteando con las dos vecindonas y el frutero.