El lunes, dieciocho, los policías que
coordinan el Caso Inca aprovechan la jornada para atacar en dos direcciones.
Por una parte, tantean a aquellas autoridades que puedan saber algo sobre la
autenticidad o no de las piezas robadas del Tesoro Quimbaya. Han de andar con
pies de plomo porque en todos los casos se trata de superiores suyos y alguno
de ellos con malas pulgas. No obtienen ninguna
información clara, solo respuestas ambiguas en el mejor de los casos, y hasta
algún rapapolvo como el que les suelta la jueza instructora del caso,
evidentemente molesta ante la pregunta. Todo ello les lleva a reafirmarse en
que las piezas robadas son, casi con toda seguridad, meras réplicas. Por otra,
al finalizar la tarde preparan todo lo necesario para que la tormenta de ideas
que va a tener lugar al día siguiente, ya con la participación del excomisario
Grandal, sea lo más exitosa posible.
Cuando el trío de inspectores recapitula el
conjunto de ítems a desarrollar en la tormenta de ideas se encuentra con la
siguiente colección de preguntas:
1. ¿Por qué
las autoridades ocultan que las piezas robadas no son auténticas? En ese
apartado están, entre otras: la dirección del Museo de América, la jueza
instructora, los mandos policiales que van desde el jefe de la Brigada de
Patrimonio hasta el Ministro del Interior, y puede que hasta el Presidente del
Gobierno.
2. ¿Cómo
siendo tantas las personas que, presuntamente, están al tanto del encubrimiento
la noticia no se ha filtrado a los medios?
3. ¿Cuáles
pueden ser los motivos que les llevan a no hacer pública la noticia?
4. Si todo
sigue igual, ¿cómo repercute ello en el esclarecimiento del caso?
5. ¿Qué
podría pasar si se publicara la información de la no autenticidad de las piezas
robadas?
6. Y cómo
corolario del anterior ítem, ¿en su caso qué sería mejor para la investigación
policial, publicar la noticia cómo información del poder ejecutivo o filtrarla
a los medios como producto de una investigación de la prensa?
7. ¿Cuáles
podrían ser las repercusiones que el anuncio de la no autenticidad podría tener
en los ladrones y/o autores intelectuales del robo?
En tanto los policías se afanan preparado la
tarea del día siguiente, Grandal, puesto que la reunión en Patrimonio la han
programado para la tarde del martes, reúne a sus colegas de la investigación paralela
para contarles cuanto ha sucedido después del interrogatorio que los policías
sometieron a Ponte en la cafetería Van Gogh. Todos escuchan muy atentamente el
relato del excomisario, quien al finalizar su narración les pide su opinión
sobre cómo afrontar mejor la tormenta de ideas de la tarde. Antes de que
opinen, Grandal quiere explicarles en qué consiste una lluvia o tormenta de
ideas. Ante su sorpresa, resulta que tanto Álvarez como Ponte no solamente lo
saben sino que en sus respectivas empresas, el Canal de Isabel II e Iberdrola,
participaron en más de una. Solo hay que hacerle un sucinto compendio a
Ballarín, quien nunca tuvo necesidad de utilizar semejante técnica de grupo en
su negocio de ferretería.
- Y tú,
Jacinto, ¿cuál crees que es la pregunta más interesante que podría hacerse? –
pregunta Álvarez.
- Creo que
hay dos preguntas que podrían ser importantes. Una es ¿por qué ocultan las
autoridades que las piezas robadas no son las auténticas? La otra: ¿qué pasaría
si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo en el
museo? – y añade -. Y ahora vamos a hacer una minitormenta nosotros. ¿Quién
tiene alguna respuesta a la primera pregunta? Os doy cinco minutos para que lo
penséis.
Los cinco minutos parecen haberse convertido
en cinco segundos, así pasan de rápidos. Cuando Grandal, como si fuera un
entrenador de baloncesto, dice: ¡tiempo!, Álvarez levanta presto la mano.
- El
Gobierno no dice la verdad porque si en el mundo del hampa se sigue creyendo
que el tesoro robado es el auténtico nadie volverá a intentar robarlo.
- En cambio,
yo creo que no se hace público el cambiazo – dice Ballarín – porque así el
Gobierno se quita de en medio la reclamación de Colombia. Si el tesoro lo
tienen otros, las autoridades españolas se lavan las manos. Que lo reclamen a
los que lo han robado. Vamos, como decíamos en la mili: a reclamar al maestro
armero.
- No dicen
la verdad porque seguramente piensan que si los ladrones creen que están en
posesión de un tesoro como el Quimbaya pueden tratar de venderlo al mejor
postor. Y entonces habrá más posibilidades de pillarles – apostilla Ponte.
-
Interesantes puntos de vista – les adula Grandal, aunque piensa que las respuestas
dadas son más bien disparatadas -, pero siendo sincero no me acaban de
convencer. Y de la segunda pregunta, ¿qué tenéis que decir?
- ¿Cuál es
la segunda? – pregunta Ballarín.
Grandal piensa que alguno de sus viejos compañeros
comienza a dar muestras de las señales propias de la senilidad, entre ellas la
falta de memoria para los hechos recientes. Ahí tiene, como ejemplo, a Ballarín
que no recuerda la segunda de las preguntas que hace unos minutos ha planteado.
La vuelve a repetir:
- ¿Qué
pasaría si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo
en el museo? Os doy otros cinco minutos para oír vuestras respuestas.
Cuando Grandal avisa que ya pasó el tiempo,
vuelve a ser Álvarez el primero en levantar la mano.
- Que los
ladrones se convertirían en el hazmerreír de todos los chorizos europeos que se
dedican al robo de obras de arte.
- Que no
podrían vender lo robado a ningún perista o a algún particular – es la
respuesta de Ballarín.
- Así a bote
pronto, se me ocurre que podrían pasar muchas cosas. Por ejemplo: que quizá
hubiese peleas entre los atracadores porque algunos de ellos o los que
planificaron el robo se columpiaron de mala manera. Montaron un atraco por todo
lo alto para llevarse unas piezas de chichinabo. Además, organizar un robo como
el llevado a cabo supone una inversión no solo de tiempo sino también de
dinero. Los ladrones habrán tenido que comprar información, pagar a cómplices,
hacer viajes, etcétera, y todo el dinero invertido se ha convertido en dinero
perdido. A nadie nos gusta perder pasta y supongo que menos a alguien que se dedica
a robarla – es Ponte quien vuelve a intervenir.
- Unas
respuestas muy agudas – resume Grandal, volviéndoles a pasar la mano por el
lomo, aunque, como antes, piensa que las respuestas de los vejetes no son nada
del otro mundo y que es Ponte quien ha ofrecido una respuesta que aporta
mejores cables de los que tirar -. Por ejemplo, cojamos lo que acaba de
plantear Manolo. Supongamos que los ladrones se pelean entre sí por alguno de
los motivos que ha apuntado Manolo o por algunos otros. ¿Qué podría pasar en
ese supuesto? Os doy otros cinco minutos para que lo penséis.
- Yo no
necesito tiempo para darte mi respuesta – se adelanta Álvarez -. Teniendo en
cuenta como suelen actuar los aficionados a lo ajeno y como son sus reacciones,
estoy seguro que más de uno de los gánster implicados se encontraría con un
balazo entre ceja y ceja.
- Yo opino
lo mismo que Luís – afirma Ballarín -. Al menos eso es lo que ocurre en las
películas. Cuando una banda de hampones la caga porque alguno de sus miembros
no ha hecho los deberes, la metedura de pata casi siempre se salda con un tiro
en la cabeza o con alguien que va a visitar a los peces, como decían en la
serie policíaca de Los Soprano. ¿Os acordáis de Tony Soprano y sus mafiosos
como se ventilaban a los que la habían cagado? Pues aquí podría pasar lo mismo.
- Estoy de
acuerdo con Luis y Amadeo. Si se llega a saber que lo robado no es ni chicha ni
limoná, como dicen los castizos, se podría montar una fiesta fina y no como
para lanzar peladillas precisamente. Lo que… - Ponte interrumpe su exposición,
parece que su argumentación le ha llevado por otros derroteros -. Oye, Jacinto,
se me acaba de ocurrir que si se dijera la verdad de que las piezas robadas no
son de ley y se montara una tangana entre los atracadores, eso podría abrir un
portillo para nuevas investigaciones sobre el caso.
- Manolo,
¿estás diciendo lo que creo?, ¿qué para resolver el caso lo mejor sería que se
hiciese público que las piezas chorizadas no son las auténticas? – repregunta
Luís, un tanto perplejo.
El brillo de los ojos de Grandal vale por
toda una respuesta. Sus viejos amigos serán ancianos, pero su caletre se
mantiene joven. Veremos, se dice, si en la tormenta de ideas de mañana mis
jóvenes colegas están a la misma altura que este trío de viejales.