"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

66. Preparando la tormenta de ideas



   El lunes, dieciocho, los policías que coordinan el Caso Inca aprovechan la jornada para atacar en dos direcciones. Por una parte, tantean a aquellas autoridades que puedan saber algo sobre la autenticidad o no de las piezas robadas del Tesoro Quimbaya. Han de andar con pies de plomo porque en todos los casos se trata de superiores suyos y alguno de ellos con malas pulgas. No obtienen  ninguna información clara, solo respuestas ambiguas en el mejor de los casos, y hasta algún rapapolvo como el que les suelta la jueza instructora del caso, evidentemente molesta ante la pregunta. Todo ello les lleva a reafirmarse en que las piezas robadas son, casi con toda seguridad, meras réplicas. Por otra, al finalizar la tarde preparan todo lo necesario para que la tormenta de ideas que va a tener lugar al día siguiente, ya con la participación del excomisario Grandal, sea lo más exitosa posible.
   Cuando el trío de inspectores recapitula el conjunto de ítems a desarrollar en la tormenta de ideas se encuentra con la siguiente colección de preguntas:
1. ¿Por qué las autoridades ocultan que las piezas robadas no son auténticas? En ese apartado están, entre otras: la dirección del Museo de América, la jueza instructora, los mandos policiales que van desde el jefe de la Brigada de Patrimonio hasta el Ministro del Interior, y puede que hasta el Presidente del Gobierno.
2. ¿Cómo siendo tantas las personas que, presuntamente, están al tanto del encubrimiento la noticia no se ha filtrado a los medios?
3. ¿Cuáles pueden ser los motivos que les llevan a no hacer pública la noticia?
4. Si todo sigue igual, ¿cómo repercute ello en el esclarecimiento del caso?
5. ¿Qué podría pasar si se publicara la información de la no autenticidad de las piezas robadas?
6. Y cómo corolario del anterior ítem, ¿en su caso qué sería mejor para la investigación policial, publicar la noticia cómo información del poder ejecutivo o filtrarla a los medios como producto de una investigación de la prensa?
7. ¿Cuáles podrían ser las repercusiones que el anuncio de la no autenticidad podría tener en los ladrones y/o autores intelectuales del robo? 
   En tanto los policías se afanan preparado la tarea del día siguiente, Grandal, puesto que la reunión en Patrimonio la han programado para la tarde del martes, reúne a sus colegas de la investigación paralela para contarles cuanto ha sucedido después del interrogatorio que los policías sometieron a Ponte en la cafetería Van Gogh. Todos escuchan muy atentamente el relato del excomisario, quien al finalizar su narración les pide su opinión sobre cómo afrontar mejor la tormenta de ideas de la tarde. Antes de que opinen, Grandal quiere explicarles en qué consiste una lluvia o tormenta de ideas. Ante su sorpresa, resulta que tanto Álvarez como Ponte no solamente lo saben sino que en sus respectivas empresas, el Canal de Isabel II e Iberdrola, participaron en más de una. Solo hay que hacerle un sucinto compendio a Ballarín, quien nunca tuvo necesidad de utilizar semejante técnica de grupo en su negocio de ferretería.
- Y tú, Jacinto, ¿cuál crees que es la pregunta más interesante que podría hacerse? – pregunta Álvarez.
- Creo que hay dos preguntas que podrían ser importantes. Una es ¿por qué ocultan las autoridades que las piezas robadas no son las auténticas? La otra: ¿qué pasaría si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo en el museo? – y añade -. Y ahora vamos a hacer una minitormenta nosotros. ¿Quién tiene alguna respuesta a la primera pregunta? Os doy cinco minutos para que lo penséis.
   Los cinco minutos parecen haberse convertido en cinco segundos, así pasan de rápidos. Cuando Grandal, como si fuera un entrenador de baloncesto, dice: ¡tiempo!, Álvarez levanta presto la mano.
- El Gobierno no dice la verdad porque si en el mundo del hampa se sigue creyendo que el tesoro robado es el auténtico nadie volverá a intentar robarlo.
- En cambio, yo creo que no se hace público el cambiazo – dice Ballarín – porque así el Gobierno se quita de en medio la reclamación de Colombia. Si el tesoro lo tienen otros, las autoridades españolas se lavan las manos. Que lo reclamen a los que lo han robado. Vamos, como decíamos en la mili: a reclamar al maestro armero.
- No dicen la verdad porque seguramente piensan que si los ladrones creen que están en posesión de un tesoro como el Quimbaya pueden tratar de venderlo al mejor postor. Y entonces habrá más posibilidades de pillarles – apostilla Ponte.
- Interesantes puntos de vista – les adula Grandal, aunque piensa que las respuestas dadas son más bien disparatadas -, pero siendo sincero no me acaban de convencer. Y de la segunda pregunta, ¿qué tenéis que decir?
- ¿Cuál es la segunda? – pregunta Ballarín.
   Grandal piensa que alguno de sus viejos compañeros comienza a dar muestras de las señales propias de la senilidad, entre ellas la falta de memoria para los hechos recientes. Ahí tiene, como ejemplo, a Ballarín que no recuerda la segunda de las preguntas que hace unos minutos ha planteado. La vuelve a repetir:
- ¿Qué pasaría si se hiciese público que las piezas verdaderas siguen a buen recaudo en el museo? Os doy otros cinco minutos para oír vuestras respuestas.
   Cuando Grandal avisa que ya pasó el tiempo, vuelve a ser Álvarez el primero en levantar la mano.
- Que los ladrones se convertirían en el hazmerreír de todos los chorizos europeos que se dedican al robo de obras de arte.
- Que no podrían vender lo robado a ningún perista o a algún particular – es la respuesta de Ballarín.
- Así a bote pronto, se me ocurre que podrían pasar muchas cosas. Por ejemplo: que quizá hubiese peleas entre los atracadores porque algunos de ellos o los que planificaron el robo se columpiaron de mala manera. Montaron un atraco por todo lo alto para llevarse unas piezas de chichinabo. Además, organizar un robo como el llevado a cabo supone una inversión no solo de tiempo sino también de dinero. Los ladrones habrán tenido que comprar información, pagar a cómplices, hacer viajes, etcétera, y todo el dinero invertido se ha convertido en dinero perdido. A nadie nos gusta perder pasta y supongo que menos a alguien que se dedica a robarla – es Ponte quien vuelve a intervenir.
- Unas respuestas muy agudas – resume Grandal, volviéndoles a pasar la mano por el lomo, aunque, como antes, piensa que las respuestas de los vejetes no son nada del otro mundo y que es Ponte quien ha ofrecido una respuesta que aporta mejores cables de los que tirar -. Por ejemplo, cojamos lo que acaba de plantear Manolo. Supongamos que los ladrones se pelean entre sí por alguno de los motivos que ha apuntado Manolo o por algunos otros. ¿Qué podría pasar en ese supuesto? Os doy otros cinco minutos para que lo penséis.
- Yo no necesito tiempo para darte mi respuesta – se adelanta Álvarez -. Teniendo en cuenta como suelen actuar los aficionados a lo ajeno y como son sus reacciones, estoy seguro que más de uno de los gánster implicados se encontraría con un balazo entre ceja y ceja.
- Yo opino lo mismo que Luís – afirma Ballarín -. Al menos eso es lo que ocurre en las películas. Cuando una banda de hampones la caga porque alguno de sus miembros no ha hecho los deberes, la metedura de pata casi siempre se salda con un tiro en la cabeza o con alguien que va a visitar a los peces, como decían en la serie policíaca de Los Soprano. ¿Os acordáis de Tony Soprano y sus mafiosos como se ventilaban a los que la habían cagado? Pues aquí podría pasar lo mismo.
- Estoy de acuerdo con Luis y Amadeo. Si se llega a saber que lo robado no es ni chicha ni limoná, como dicen los castizos, se podría montar una fiesta fina y no como para lanzar peladillas precisamente. Lo que… - Ponte interrumpe su exposición, parece que su argumentación le ha llevado por otros derroteros -. Oye, Jacinto, se me acaba de ocurrir que si se dijera la verdad de que las piezas robadas no son de ley y se montara una tangana entre los atracadores, eso podría abrir un portillo para nuevas investigaciones sobre el caso.
- Manolo, ¿estás diciendo lo que creo?, ¿qué para resolver el caso lo mejor sería que se hiciese público que las piezas chorizadas no son las auténticas? – repregunta Luís, un tanto perplejo.
   El brillo de los ojos de Grandal vale por toda una respuesta. Sus viejos amigos serán ancianos, pero su caletre se mantiene joven. Veremos, se dice, si en la tormenta de ideas de mañana mis jóvenes colegas están a la misma altura que este trío de viejales.