En el relato que Jacinto Grandal está
haciendo a sus amigos sobre cómo ha podido ser la vida de Curro Salazar en
Torrenostra ha llegado a la etapa de la convalecencia del gaditano, cuando tuvo
que guardar reposo para sanar las costillas que le fracturó el Chato de
Trebujena.
-El día trece,
según se desprende de las declaraciones de Pacheco y Sierra, los dos andaluces
acordaron aunar sus respectivas propuestas para Curro como si fueran una sola,
dado que ambas eran bastante similares y de esa forma también abaratarían los
costes –cuenta Grandal.
-De lo cual
se deduce que los lobbys que representaban ambos emisarios eran de una economía
más bien modesta –deduce Ponte.
-Supongo que
sí, Manolo, debían de ser más modestos que potentes porque sus emisarios no
tiraron cohetes precisamente. Y añado algo más: el grupo que respaldaba a
Pacheco, por lo que ha contado, debía de estar integrado por funcionarios de
alto rango que en su momento tuvieron cargos políticos de niveles intermedios y
que resultaron pringados en el caso ERE. En cambio, la gente que estaba detrás
de Sierra debía de estar formada por integrantes más políticos que técnicos y que
también estaban imputados. El pacto Pacheco-Sierra tuvo otra consecuencia, a
partir de ese momento ambos intentan convencer a Curro al alimón.
-Pues poco
tiempo tuvieron para persuadirle porque si eso ocurrió el día trece cuarenta y
ocho horas más tarde alguien se cargó a Salazar –apunta irónicamente Álvarez.
-Ese trece,
Pacheco y Sierra van a visitar a Curro –sigue explicando Grandal-. La patrona
del hostal, que se ha convertido en una celosa guardiana de su apaleado
huésped, no pone ningún impedimento en que ambos andaluces suban a ver al
gaditano pues reconoce a Pacheco como la persona que impidió con su aviso que siguieran
golpeando al exsindicalista. En esa entrevista, de acuerdo con las
declaraciones de ambos, le propusieron a Curro que se entregase a la justicia
después de que la gente a la que representaban hubiera pactado con la fiscalía una
rebaja de la posible pena. Y además, le comunicaron que contratarían al mejor
bufete para su defensa, que le facilitarían el dinero que necesitase cuando la
justicia confiscara sus bienes, que ayudarían a su familia y buscarían un buen
trabajo para su primogénito.
-Y todo eso,
¿a cambio de qué?, lo digo porque nadie va por ahí regalando euros a cincuenta
céntimos –objeta Ballarín.
-De las
contrapartidas, que evidentemente debieron pedirle, no dijeron ni pío. Si han
declarado que Curro les contestó que en esos momentos no tenía ni fuerzas ni
cabeza para decidir nada y les emplazó a que volvieran en un par de días, y así
le daban tiempo para pensárselo. Ese mismo día ocurrió otro episodio que pone por
primera vez en el tablero del caso Pradera al escurridizo guiri que los
pichones sorprendieron en la habitación de Curro. Pasado el mediodía un
extranjero se presentó en el hostal para alquilar un dormitorio por un rato. La
patrona, que era quien le atendió, le contestó que no alquilaban habitaciones
por horas. La reacción del guiri fue que la alquilaba para toda la jornada, a
lo que la patrona objetó que estaba todo ocupado. El extranjero insistió,
incluso puso dinero encima del mostrador, pero la patrona no cambió de criterio
y le remitió a la nacional 340 pues allí encontraría paradores de carretera que
sí alquilaban cuartos por horas para los conductores. Cuando el sargento
Bellido le mostró una foto, la patrona lo reconoció inmediatamente, el guiri de
ese suceso era Grigol Pakelia.
-¡Esa sí que
es buena! –exclama Álvarez-. Eso quiere decir que el tal Pakelia ya rondaba por
aquí.
-O sea que
el georgiano sí estuvo dónde Salazar, ¿se sabe si habló con él o al menos le
vio? –pregunta interesado Ponte.
-De acuerdo
con la declaración de la patrona, Pakelia no habló con Curro y probablemente
tampoco debió verle –aclara Grandal-. Este episodio es uno de los que más me ha
confundido. Por lo que le contó la señora Eulalia al sargento parece que
Pakelia, que estaba acompañado por una mujer también extranjera, solo quería
una habitación para echar un polvo a su acompañante, pero lo extraño es que
habiendo tantos hoteles y apartamentos de alquiler en la costa quisiera
alquilar una habitación en el hostal donde se alojaba Curro. ¿Fue una
casualidad o una acción premeditada? Ya sabéis que siempre repito que no creo
en las casualidades por lo que infiero que la presencia de Pakelia fue algo
planeado. De todas formas, o el georgiano es un genio de la mise en scène o en efecto fue un hecho
fortuito. Puntualizo esto porque el andoba iba vestido con un bañador tipo
tanga y apenas cubierto por una camisola veraniega. Este suceso quizá es el que
más me ha desconcertado y todavía a estas alturas no acabo de explicármelo.
-Hablando
del guiri, ¿hay alguna novedad sobre él? –pregunta Álvarez.
-No, siguen
sin localizarle y la jueza del Valle continúa negándose a emitir una euroorden
de busca y captura. A ese no le echa mano ni una rehala de podencos.
-¿Os
acordáis cual fue el último día que visitamos a Salazar? –pregunta Álvarez sin
venir a cuento.
-El día del
que estamos hablando, el trece. Recuerdo que nos preguntó que cómo nos
arreglaríamos para echar la partida cuando se fuese Amadeo –rememora Ponte-. Y
también recuerdo que le conté que el cuarto jugador sería un vecino mío de
Madrid que también veraneaba aquí, me refería a ti, Pedro.
-Y yo
recuerdo que bromeé con él por la buena enfermera que se había echado con Anca
–rememora Álvarez-, a lo que Salazar dijo que pocas bromas con la rumana porque
tenía un novio que era más celoso que la leche.
-Hablando de
celos. Anca me confesó –les cuenta Grandal- que uno de los días de la
convalecencia, posiblemente el mismo en que le visitamos nosotros, subió su
novio a la habitación y tuvo un agarrón con Curro por los celos enfermizos que
le tenía. El chico se calentó y amenazó a la muchacha con sacarla de allí a
guantazo limpio. Entonces Curro se interpuso entre la pareja y conminó a
Vicentín con darle una mano de hostias si ponía un dedo encima de la joven. Al
oír eso el chico le dio a Curro un empellón que le hizo caer hacia atrás
chocando contra un sillón y que le dejó sin poder respirar por unos momentos. Anca
se asustó tanto que pensó que habría que llamar a un médico y le pidió a Curro
que no contara lo que había ocurrido porque la echarían, que dijera que había
resbalado y se había caído. Más tarde llegó una doctora del Centro de Salud del
pueblo que, tras descartar que Curro sufriera un neumotórax, diagnosticó que
probablemente se había resentido de la fractura de costillas, que debería
guardar un riguroso reposo durante al menos cuarenta y ocho horas y que el
martes volvería a visitarle.
-Hablando de
recuerdos –interviene Ramo-. La noche de ese mismo día recordaréis que jugamos
una partida nocturna en la terraza de El Perero. Fue allí cuando os referí que
una doctora había visitado a Salazar pues se encontraba mal, algo que en ese
momento no sabíais que hubiera ocurrido.
-Lo
recuerdo, así como también que cuando Luis te preguntó cómo te habías enterado
nos soltaste un rollo sobre que en un sitio pequeño como este es raro que algo
fuera de lo habitual pase inadvertido. Y que ese es uno de los rasgos que
forman parte esencial de la vida de las comunidades pequeñas en las que lo que
más importa son las noticias locales que se analizan del derecho y del revés y
se diseccionan de arriba abajo –comenta Ponte.
-Hablando en
plata, Pedro, lo que ocurre es que tus paisanos son una panda de cotillas –dice
Álvarez tirando de ironía.
-Todas las
sociedades cerradas lo son –Grandal sale en defensa de los paisanos de Ramo-,
recordad que en el Centro de Moncloa una de las conversaciones preferidas de
nuestros colegas es cotillear y contar rumores sobre lo que le ha ocurrido a
fulano o a mengano. Bueno, creo que os he contado cuanto sabemos de lo que
ocurrió el día trece en el entorno de Curro, es hora de centrarnos en el día
siguiente, el catorce.
-La
madrugada de ese día fue cuando me fui a Lérida –recuerda Ballarín.
-Ese día nosotros
nos juntamos para echar la partida en la terraza del hostal después de comer
–precisa Grandal.
-Sí, y
recuerdo que después de la partida os conté como era la festividad del día siguiente
– rememora Ramo-, a la que aquí se la llama la
festa de la Mare de Deu d´Agost, y que era uno de los contados días en los
que la gente del pueblo bajábamos a bañarnos, algo que como recordaréis os
sorprendió muchísimo.
-¿Cómo no
iba a sorprendernos que viviendo al ladito del mar solo vinierais a la playa
media docena de días al año? –justifica Álvarez.
-Eso ha
cambiado totalmente. Podríamos decir que mis paisanos han redescubierto el
Mediterráneo, ahora ya no creen, como creían antaño, que lo de veranear y
bañarse sea una costumbre de señoritos y de gente de la ciudad.
-El recuerdo
más vívido que tengo de aquella charla fue lo que nos contaste del pasodoble de
Paquito el Chocolatero –evoca Grandal-, que por cierto es la música que más
tocan las charangas que animan las fiestas del pueblo. Hablando de fiestas,
¿cuándo acaban?
-Pasado
mañana, domingo. Alrededor de las nueve y media de la noche dispararán un
castillo de fuegos artificiales que supone el broche final de las fiestas.
-Hablando más
de fiestas, ¿hoy que toca además de la fiesta de las paellas? –quiere saber Álvarez.
-Esta tarde
se corren vaquillas con las puntas enfundadas y por la noche hay un espectáculo
de variedades –cuenta Ramo.
-Dejaros de
historias porque a este paso llegaremos al tercer milenio y Jacinto no habrá
terminado de contarnos su hipótesis sobre cómo la palmó el pobre Salazar –exige
Ballarín.
-Amadeo, no
te pongas pesado, en una hora no se ganó Zamora –reprocha Ponte al impaciente
exferretero haciendo alusión al asedio de la ciudad española de Zamora en el
siglo XI, que duró siete meses y encima sin éxito.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré, en el capítulo 30, el episodio 125.
Entonces, ¿queda alguien a quién culpar?