"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 9 de abril de 2021

Libro II. Episodio 87. El merendero


   Es domingo y, como de costumbre, la maestra, su hijo y su pupila, hoy acompañados por Etelvina, han asistido a la santa misa, y ahora están tomando el aperitivo en la terraza de Las Vegas, aprovechando la agradable mañana primaveral. Julio ha comprado la prensa dominical y lee a las mujeres una noticia que muestra que el país se está modernizando poco a poco. La noticia es que a partir del uno de abril se establecen en España normas para regular la circulación de tranvías.

   -¿Y se puede saber qué utilidad tienen esos cacharros? –pregunta Etelvina que pasa de los inventos modernos.

   -Hablando de tranvías, recuerdo que, cuando estuve en la mili, en Palma se inauguró el primer servicio público de pasajeros a cargo de tranvías, a los que se llamaba jardineras, y que eran arrastrados por mulas en la única línea que había que iba de la Plaza de´n Coll a Porto Pi. En cambio, ahora los tranvías que transitan por las ciudades españolas son de tracción eléctrica.

   -Ese invento de la electricidad, ¿crees que tiene futuro, Julino? –vuelve a preguntar Etelvina.

   -No es que tenga futuro, es que ¡es el futuro! –enfatiza Julio-. Todas las capitales de provincia ya tienen alumbrado eléctrico. En Badajoz desde hace diez años y en Cáceres desde hace cuatro, y hasta en un pueblo tan chico como Hervás hay alumbrado eléctrico. Y según me han contado, hay conversaciones muy adelantadas entre el ayuntamiento y una empresa talaverana para instalarlo en la ciudad.

   -¿Es que no sirve el alumbrado de gas o petróleo? –pregunta Pilar.

   -No tiene punto de comparación, madre. No podéis imaginaros lo que es darle a un interruptor y que se haga la luz, es como un milagro. Creo que la electricidad es uno de los mayores inventos de la ciencia. Yo lo tengo pensado, en cuanto aquí la instalen voy a iluminar la tienda, incluidos los escaparates y la trastienda, con luz eléctrica. Ya lo he hablado con el señor Corominas, el ingeniero que ha dirigido la instalación del alumbrado público en Cáceres.

   Julia sigue la conversación sumamente atenta, le fascina el espíritu emprendedor que tiene Julio, sus ansias de mejorar y de modernizar el negocio. Todo lo contrario que su patrón. El Bisojo ni siquiera ha accedido a iluminar la tienda con lámparas de gas, todavía usan lámparas de mesa, alimentadas con petróleo y provistas de un tubo de cristal que resguarda la llama, los conocidos como quinqués. Piensa que ha de ser muy estimulante trabajar con un patrón abierto a todas las mejoras que la ciencia y la técnica inventan continuamente.

   Como la primavera ha llegado con ganas de quedarse y el día es espléndido, después de un mes de marzo pródigo en escarchas y madrugadas heladoras, por la tarde en vez de jugar la acostumbrada partida de parchís, Julio invita a la joven a dar un paseo por la zona del río y luego pueden recalar en alguno de los merenderos que allí abundan para tomarse un chocolate con churros. Julia, antes de contestar, mira de reojo a Pilar quien le hace un discreto gesto de asentimiento.

   -Por mí bien, pero doña Pilar y la señora Etelvina se quedarán sin poder jugar.

   -Huy, hija, por nosotras no te preocupes. Tenemos que ponernos al día de todas las novedades que hay en el pueblo –responde Etelvina.

   -Id y divertíos, que para eso sois jóvenes –la secunda Pilar-. Eso sí, a las nueve en casita que hay que acostarse temprano pues mañana hay que trabajar.

   A la entrada del merendero, del que salen sones musicales, está instalado un barquillero con su cesta llena de barquillos y una ruleta en la que los compradores pueden probar suerte.

   -Mira, Julio, un barquillero, con ellos me gastaba la mitad de las perras que padre me daba.

   -¿Por qué no vuelves a probar?, a ver si tienes suerte –dice Julio sacando unas monedas.

   -¿No te voy a parecer un poco infantil? –objeta Julia.

   -¡Qué va! Haremos una cosa, jugaremos una vez cada uno.

   -Pero cada cual paga sus jugadas –precisa la joven.

   -Como quieras, pero te pido que me dejes invitarte, al fin y al cabo la idea de venir ha sido mía, por tanto me toca el papel de anfitrión y no voy a dejar pagar a mi invitada.

   Julia tira primero y disfruta como una adolescente dando vueltas a la rueda que apunta a diferentes números. Van empatados a barquillos hasta que en la última tirada Julio cae en la casilla del clavo, con lo que pierde todo lo ganado.

   -¡Te he ganado, te he ganado! –exclama, alborozada, Julia.

   -Y además por goleada –apostilla Julio que no puede menos que sonreír ante el regocijo de la muchacha.

    En el merendero hay una orquestina que, con más entusiasmo que oído, está amenizando a los clientes tocando piezas que cuando son bailables llenan el irregular centro del local de parejas de baile agarrado, al que llaman así para diferenciarlo de los bailes populares en los que los bailarines prácticamente ni se rozan.

   -¿Qué te apetece tomar? –pregunta Julio.

   -Has dicho que íbamos a tomar chocolate –recuerda Julia-, y no me importaría mojar unas perrunillas en vez de churros.

   Es lo que encarga Julio al mozalbete que se ha acercado a la mesa, para luego formular una pregunta baladí, más que nada para retomar la conversación.

   -Como perrunillas desde niño, eran una de mis golosinas preferidas. Y lo que son las cosas, nunca me preocupé por saber que ingredientes llevan. ¿Tú lo sabes?

   -Claro. Se hacen con manteca, harina y azúcar como materias básicas, y según las comarcas les añaden otros ingredientes, huevos, ralladuras de limón o un poco de canela molida.

   -Hay que ver con lo joven que eres y la de cosas que sabes –la adula Julio.

   -No es para tanto y si sé algo es gracias a tu madre. No solamente me aficionó a la lectura sino que me inculcó el deseo de aprender. No se cansa de repetirme que el saber no ocupa lugar.

   Terminada la merienda, Julio se apercibe que a su acompañante se le van los pies al compás de la música.

   -¿Te gustaría bailar?, veo que sigues el ritmo –dice Julio señalando los pies de la joven.

   Julia se pone colorada cual tomate maduro, como si la hubiesen pillado en un renuncio.

   -No sé bailar, bueno el agarrado. Cuando era niña me apuntaba siempre al baile del cordón que es una danza tradicional de mi pueblo, pero en la que solo participan mujeres. También sé bailar la jota extremeña, que esa sí es en pareja pero sin agarrarse.

   -¿De verdad que nunca has bailado un agarrado, que ningún mozo te ha llevado entre los brazos? –reitera Julio que por momentos siente que se excita.

   -Nunca, pero tu madre me está enseñando a bailar el vals, dice que es el baile más romántico y elegante que existe.

   -Discúlpame un momento –pide Julio a quien se le acaba de ocurrir algo. Se acerca a la charanga, habla con el músico que lleva la batuta, le da un duro y le pide que la próxima pieza que toquen sea un vals. Cuando comienzan los cadenciosos compases del que se ha convertido en uno de los valses más populares, El Danubio Azul, Julio se levanta y dirigiéndose a la joven la interpela ceremoniosamente:

   -Señorita, ¿me haría el honor de concederme este baile?

   Julia, otra vez sofocada pero al tiempo radiante, balbucea:

   -Con mucho gusto, caballero.

   Cuando la jovencita siente la mano derecha del hombre enlazándola por la cintura y la izquierda cogiéndole su mano diestra se estremece. Desde que dejó de jugar en las eras de su pueblo cuando pasó de niña a mocita, es la primera vez que tiene a un hombre tan cerca. Julio huele un poco a sudor, también a agua de colonia y a otro olor que no sabe identificar. De pronto una vaharada de calor que la invade de abajo a arriba la pone más nerviosa de lo que ya está, tanto que se tropieza con los pies de su pareja.

   -Huy, perdona, pero ya te dije que no sé bailar.

   -No hay nada que perdonar, la culpa es mía por llevar un ritmo demasiado vivo. Bailaremos piano, piano y verás como no vuelves a tropezar. Y si lo haces, no pasa nada.

   A Julio sentir a la muchacha entre sus brazos le produce una impresión como irreal. No puede creer que aquella chiquilla, a la que enseñó algunas nociones de contabilidad, se haya convertido en la preciosa jovencita que trata de seguir el ritmo del vals. Se da cuenta de que Julia está bailando con los ojos cerrados, no sabe si es para no marearse o porque así sigue mejor la cadencia de la música. Aprovecha la ocasión de que la joven no puede observarle para deleitarse mirando fijamente su semblante. Tiene la frente amplia, la nariz recta y afilada, finos labios, blancos dientes y una barbilla que denota carácter. No puede verle los ojos, pero sabe que son de un meloso claro que cuando se excita brillan con una luz especial. No es una belleza, pero es evidente que tiene un encanto singular, algo que la hace atractiva y deseable. Pensar que es deseable provoca el despertar de la hombría del mañego. Instintivamente, se aparta un poco de la joven, por nada del mundo quisiera que se apercibiera, se moriría de vergüenza. En ese momento, Julia abre los ojos y ve la mirada del hombre clavada en su rostro.

Le sonríe y al hacerlo unos hoyuelos se forman en sus mejillas.

   -¿Por qué me miras así?

   -Porque eres como el cuadro de una virgen de Murillo. Uno no se cansa nunca de verlo.

   El rubor de la joven llega al paroxismo y para disimular pregunta:

   -¿Así es como conquistas a las mujeres, diciéndoles que se parecen a una virgen de Murillo?

   -No trato de conquistarte –Es decir esto y a Julia le cambia la cara y el rubor desaparece como por encanto. Julio, dándose cuenta que acaba de cometer una imperdonable falta de tacto, se apresura a enmendar su yerro-. No trato de conquistarte, no porque no seas una jovencita encantadora y a quien todos los solteros de la ciudad se pirrarían por hacerlo, sino porque eres mi invitada y no sería correcto que el anfitrión abusara de su hospitalidad.

   El galante y rimbombante párrafo no parece haber hecho mucha mella en Julia que continúa con el ceño fruncido.

   -No sabía que los solterones hablarais igual que los solteros cuando van de conquista.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 88. ¿Cómo me mira Julio?