"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

10.3. Toque de difuntos



   Después del baile organizado por el Ayuntamiento con motivo de la colecta del Día del Domund, Lola se ha quedado hecha un verdadero lío, no acaba de creerse todo lo que Rafael le contó, pero piensa que lo dijo con tanta convicción que a lo mejor hasta es verdad. El resultado es que una oleada de encontrados sentimientos la han invadido como una marea incontenible que nada ni nadie puede detener.
   José Vicente no sabe nada de los sentimientos que zarandean a su mujer, pese a ello está preocupado. Tiene una idea fija que cada día le atormenta más: ¿será posible que Lola le engañe? La mera sospecha de que su esposa pueda serle infiel le enferma. No ha encontrado indicios de la posible infidelidad de su mujer, pero la sola presunción hace que los vientos de los celos se transformen en huracanes. De pronto, se convierte en un marido suspicaz, receloso y malhumorado que se pasa el día espiando a su mujer, cronometrando el tiempo que pasa fuera del hogar, haciendo el recuento de cuantas visitas realiza a sus amigas, echando cuentas de cuánto gasta, analizando lo que dice, tratando de desentrañar sus silencios, sus miradas y hasta sus poses. José Vicente piensa que empieza a comprender la literaria expresión del infierno de los celos pues éstos tienen la diabólica capacidad de transformar cualquier pequeño e insignificante gesto, palabra o hecho en un amargo sinvivir. Sus recelos sufren un inusitado acelerón cuando comienza a percibir pequeños detalles que uno a uno son irrelevantes, pero juntos le asemejan una montaña. Y un buen ejemplo de ellos es el motivo por el que ahora están discutiendo: Lola le ha pedido que le firme un permiso para abrir una cuenta corriente a su nombre.
- ¿Y para qué quieres una cuenta a tu nombre? Ya tenemos una.
- Ya lo sé, pero tú eres el único titular y yo no puedo manejarla. Quiero una a mi nombre para la administración de la tienda. Así, cada vez que tenga que hacer un pago no tendré que molestar a mamá pidiéndole que extienda un cheque.
- No creo que haya en el pueblo una sola mujer casada que tenga una cuenta a su nombre.
- Alguna tendrá que ser la primera. ¿Y por qué no la tuya? Ya soy mayorcita y puedo manejar un talonario yo sola.
   Aunque el motivo que argumenta su mujer parece lógico, el hombre no está por la labor de darle la razón, pero antes de que pueda seguir refutándola la llegada de Fina pone fin a la discusión.
- Seguiremos hablando – dice José Vicente en un tono que no augura un buen final para la petición de su mujer.
- Por favor, José Vicente, no te vayas. Volveré otro día – ofrece Fina al darse cuenta de que ha llegado en un mal momento.
- Puedes quedarte, Fina. Me tenía que ir de todas formas.
- Me parece que no he llegado en el momento más oportuno – se lamenta Fina después de que José Vicente salga por la puerta -. Venía a ver a mi ahijada – se justifica.
- Está en la cuna… ¿Me puedes hacer un favor, te puedes quedar con ella un par de horitas? Laurita no está y quiero ir a ver a la señora Fuensanta, que lleva tiempo enferma y le prometí a Inesín que les haría una visita. O si te viene mejor espera aquí una media hora, le das el biberón de las seis y luego te la llevas a casa. Ya pasaré a recogerla.
   Tras asegurarse de que la niña sigue dormida y mientras espera que llegue la hora de la toma, Fina se pone a fisgar en el armario ropero de su amiga. Hace un pequeño descubrimiento que la sorprende: Lola ha cambiado buena parte de su lencería, ahora gasta ropa mucho más atrevida. Y otro detalle, más sorprendente aún, tiene varios conjuntos de color negro que enseñan más que ocultan. A su amiga nunca le gustó la ropa interior negra, siempre afirmó que era propia de mujeres de la vida. ¿Por qué ese cambio? Fina se queda mirando las braguitas caladas que tiene en las manos mientras una mueca de maliciosa complicidad se dibuja en su cara.                                                                       
   A Fina se le olvidan sus sospechas cuando oye el tañido de las campanas, tocan a muertos. Cuando se escucha el toque de difuntos la pregunta es obligada:
- ¿Quién ha muerto? - Aunque la forma más usual de preguntar no es esa sino - ¿Quién ha faltado? - Se elude citar la palabra muerte y se opta por el eufemismo de faltar. Y siempre hay alguien que conoce la respuesta a esa pregunta.
- Benjamín Arbós.
- ¿Benjamín? No es posible, ni siquiera sabía que estuviese enfermo.
- Faltó ayer. Parece que fue repentino, algo del corazón. Por la mañana fue a ver cómo iba la coloración de la naranja en uno de sus huertos. Se sintió mal y volvió a casa, allí le dio un patatús y cuando llamaron al médico solo pudo certificar su muerte.
- No somos nadie. Muchos años que nos lleve por delante.
   La iglesia está abarrotada. Nadie quiere que se le eche en falta en el funeral de cuerpo presente por el patriarca de los Arbós. El clan sigue siendo poderoso o, al menos, eso cree la gente. Frente al altar mayor está el féretro rodeado por seis humeantes hachones. Como es costumbre, los primeros bancos están ocupados por la familia del finado. Hombres y mujeres visten la ropa de los domingos. El color predominante es el negro. Cuando los tres sacerdotes, que concelebran el oficio fúnebre, terminan el responso final se acercan a presentar sus respetos a los familiares. Inmediatamente se forma una larga fila en el pasillo central de los que van a dar el pésame. Una y otra vez se repiten las mismas expresiones:
- Os acompaño el sentimiento. Que gran pena. Era una buena persona. Nunca le olvidaremos…
   Quienes no dan el pésame en la iglesia, los amigos de la familia o los que quieren hacerse notar, esperan darlo en el camposanto. El acto resulta interminable, pero la gente aguanta a pie firme. Al acabar, cuatro amigos de la familia se echan a hombros el ataúd y enfilan el camino del cementerio precedidos por el párroco y los monaguillos y seguidos por los varones de la parentela, amigos y conocidos. Al llegar al final del pueblo trasladan el féretro al carruaje mortuorio que está aguardando. Mientras el cortejo ha discurrido por las calles de la población, al paso del féretro los hombres se destocan y las mujeres se persignan. En el camposanto está abierto el mausoleo, propiedad de la familia, en el que depositan el ataúd después del postrer responso del capellán. Otra vez, vuelve a formarse una larga cola para expresar las condolencias a los familiares. Mientras esperan turno, Bonet, Lapuerta y Ballesta hablan en voz queda.
- ¿Quién creen que va a coger el relevo del pobre Benjamín? – pregunta Ballesta.
- Posiblemente, Antonino que es el hermano mayor – apunta Bonet.
- Le gustaría, pero aunque es el mayor dudo mucho que tenga el suficiente carisma para imponerse. Yo más bien apostaría por Rodrigo – especula el médico.
- No cabe duda de que es más político que el resto de hermanos, pero me da la impresión de que no está muy allá de salud. Bueno, eso debe de saberlo usted mejor que nadie – comenta Bonet.
- En todo caso – prosigue el médico sin aceptar el envite de hablar de sus pacientes -, tengo la sospecha de que nada volverá a ser lo mismo. Me refiero para los Arbós.
- ¿Cree que van a perder fuerza política? – inquiere Ballesta.
- Ya han perdido mucha. Gimeno se ha encargado de limarles las garras y solo les ha faltado el óbito de Benjamín. Intuyo que esto puede ser el principio del fin de su poder. Sin embargo, pese a esa corazonada no apostaría ni un duro pues igual lo perdía. Aquí, como en otros lares, sigue habiendo gente que parece necesitar que alguien pastoree el rebaño – concluye el médico.
   Otra pareja que espera turno para dar su pésame, Marín y Gimeno, intercambian parecidos comentarios.
- ¿Quién dirigirá ahora a la familia?
- Rodrigo – afirma tajante Gimeno.
- Pues se le ve mala cara. No sé si es por el golpe que acaba de sufrir o porque no está muy católico, pero no le veo físicamente muy bien.
- Sí, no tiene buena pinta, pero es que no tienen otro. Antonino es un pobre hombre y Gonzalo únicamente está interesado en sus negocios y trapicheos – sentencia Gimeno que añade – Si en la generación joven hubiera hijos, pero...todas son chicas.
- Quizá algún sobrino – sugiere Marín.
- Es posible, pero no conozco ninguno que parezca interesado en la política.
- Hombre, Leoncio es presidente de la Hermandad.
- No es mala persona, pero es más corto que la noche de San Juan – remacha Gimeno.