"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 5 de julio de 2013

1.14. Ajo y agua

   En Senillar no son únicamente Sergio y Lorena quienes tienen problemas económicos. José Ramón Arbós y Amador Garcés también parecen tenerlos, a pesar de que en los tiempos de la abundancia movieron mucho dinero y fueron  los más visibles representantes del lobby que defendió los intereses en el pueblo de la empresa constructora BACHSA. Y aunque en tiempos pasados fueron socios, están manteniendo una tensa conversación con posiciones muy dispares.
- Tengo un problema muy grave, José Ramón, y sólo tú puedes ayudarme a solucionarlo. Los créditos que…
   Arbós no le deja terminar.
- Te están apretando las tuercas los buitres de la caja, ¿verdad? Eso lo predije hace tiempo, pero no me hiciste ningún caso, tan poco como cuando Badenes nos recomendó que abriéramos cuentas en Suiza o, al menos, en Andorra. Algunos lo hicimos, pero, claro, tú tenías que demostrar que eras el más listo de la clase. ¿Sabes una cosa? Cuando en el dos mil siete te deshiciste de los inmuebles y de los solares que tenías, no lo entendí, ni yo ni casi nadie. A los pocos meses, cuando explotó la crisis, todos nos hacíamos cruces de tu olfato para los negocios. Lo que nunca podré entender es que después de esa jugada de campeón te liaras a comprar una finca tras otra por el simple hecho de que todavía eran rústicas y estaban tiradas de precio, esperando que el metro cuadrado se volviera a poner por las nubes…
- Esos terrenos - le interrumpe Amador -, como bien sabes, ya están recalificados como urbanos y el día que finalice esta crisis y vuelva a correr el chorro del crédito valdrán millones.
- ¡Vaya, hombre! ¿No te acuerdas de cuando don Indalecio nos recitaba la fábula de la Lechera o el día que nos la contó faltaste a clase? - La pregunta rezuma sorna en cada palabra.

   Garcés no recoge el guante de la pulla y sigue con su argumentación:
- Estoy tan convencido de que ese será el mayor negocio de mi vida que he vendido todo cuanto me quedaba para poder seguir afrontando los plazos de los créditos bancarios, pero pasan los meses y la crisis no parece tener fin. Y los chupasangres de la caja me tienen contra las cuerdas. El día menos pensado esas hienas acudirán a los tribunales y como entre en concurso de acreedores estoy perdido. Por eso recurro a ti, eres el único amigo que me puede echar una mano.
- Veo, Amador, que tienes una pésima memoria. Ya te eché una mano, mejor dicho, te eché las dos, cuando me callé en la operación Tornasol. Saliste de rositas porque yo me porté como un hombre y no conté nada de tu participación al malnacido del juez instructor. En cambio, me tragué el marrón que tú sabes, mejor que nadie, lo que me costó. Y la fianza que tuve que soltar para no ir a la cárcel fue lo de menos, lo peor fue el enjuiciamiento, tener la prensa a todas horas encima, sufrir la pena del telediario y que mis hijas se sintieran avergonzadas de su padre. Y no te cuento nada si el cabrón del fiscal consigue hincarme el diente los años que podría chuparme en Picassent.
- Ya lo sé, José Ramón, ya lo sé, y nunca te lo agradeceré lo suficiente. Aunque te recuerdo que quien destapó aquel feo asunto fue el judas de Badenes que, cuando vio que soplaban malos vientos, habló hasta por los codos y luego tomó las de Villadiego.
- No me hables de ese hijoputa que se me revuelven las tripas.

   Garcés trata de mostrarse comprensivo con su interlocutor:
- Lo comprendo..., pero volvamos a lo de ahora. Necesito un préstamo o, al menos, tu aval para quitarme a esas sanguijuelas de la caja de encima. El préstamo sería cuestión de poco tiempo - asegura Garcés -. Uno de mis conocidos de Madrid tiene buenos contactos en Frankfurt y puede conseguirme una reunión con unos empresarios alemanes que podrían estar interesados en invertir en Senillar.
- Despierta de tus sueños, Amador, ni compradores alemanes, ni naranjas de la China. Si puedes aguantar el tirón otros cinco o seis años aguanta y, si no, dales a esos negreros todo cuanto pidan. Es tu única salida.
- Es que con lo que me queda no tengo ni para responder a una fracción de lo que adeudo. Necesito cash y sé que tú lo tienes. Antes has recordado que fuiste uno de los que le hizo caso al hijo de mala madre que nos lió y abriste unas cuentas fuera.
- Esas cuentas las liquidé cuando tuve que afrontar la fianza para eludir la cárcel. Estoy tan pelado como tú.
- No sé qué solución me queda – se lamenta Garcés, desesperado.
- Pactar con la caja y decir amén a todo lo que te propongan – pontifica Arbós.
- ¿No ves otra salida?
- Esta puta crisis, Amador, no deja más salida que ajo y agua.