En Senillar no son únicamente Sergio y Lorena quienes tienen problemas
económicos. José Ramón Arbós y Amador Garcés también parecen tenerlos, a pesar
de que en los tiempos de la abundancia movieron mucho dinero y fueron los más visibles representantes del lobby que
defendió los intereses en el pueblo de la empresa constructora BACHSA. Y aunque
en tiempos pasados fueron socios, están manteniendo una tensa conversación con
posiciones muy dispares.
- Tengo un problema
muy grave, José Ramón, y sólo tú puedes ayudarme a solucionarlo. Los créditos
que…
Arbós no le deja terminar.
- Te están apretando
las tuercas los buitres de la caja, ¿verdad? Eso lo predije hace tiempo, pero
no me hiciste ningún caso, tan poco como cuando Badenes nos recomendó que
abriéramos cuentas en Suiza o, al menos, en Andorra. Algunos lo hicimos, pero,
claro, tú tenías que demostrar que eras el más listo de la clase. ¿Sabes una
cosa? Cuando en el dos mil siete te deshiciste de los inmuebles y de los solares
que tenías, no lo entendí, ni yo ni casi nadie. A los pocos meses, cuando
explotó la crisis, todos nos hacíamos cruces de tu olfato para los negocios. Lo
que nunca podré entender es que después de esa jugada de campeón te liaras a
comprar una finca tras otra por el simple hecho de que todavía eran rústicas y
estaban tiradas de precio, esperando que el metro cuadrado se volviera a poner
por las nubes…
- Esos terrenos - le
interrumpe Amador -, como bien sabes, ya están recalificados como urbanos y el
día que finalice esta crisis y vuelva a correr el chorro del crédito valdrán
millones.
- ¡Vaya, hombre! ¿No
te acuerdas de cuando don Indalecio nos recitaba la fábula de la Lechera o el
día que nos la contó faltaste a clase? - La pregunta rezuma sorna en cada
palabra.
Garcés no recoge el guante de la pulla y
sigue con su argumentación:
- Estoy tan
convencido de que ese será el mayor negocio de mi vida que he vendido todo
cuanto me quedaba para poder seguir afrontando los plazos de los créditos
bancarios, pero pasan los meses y la crisis no parece tener fin. Y los
chupasangres de la caja me tienen contra las cuerdas. El día menos pensado esas
hienas acudirán a los tribunales y como entre en concurso de acreedores estoy
perdido. Por eso recurro a ti, eres el único amigo que me puede echar una mano.
- Veo, Amador, que
tienes una pésima memoria. Ya te eché una mano, mejor dicho, te eché las dos,
cuando me callé en la operación Tornasol. Saliste de rositas porque yo me porté
como un hombre y no conté nada de tu participación al malnacido del juez
instructor. En cambio, me tragué el marrón que tú sabes, mejor que nadie, lo
que me costó. Y la fianza que tuve que soltar para no ir a la cárcel fue lo de
menos, lo peor fue el enjuiciamiento, tener la prensa a todas horas encima,
sufrir la pena del telediario y que mis hijas se sintieran avergonzadas de su
padre. Y no te cuento nada si el cabrón del fiscal consigue hincarme el diente
los años que podría chuparme en Picassent.
- Ya lo sé, José
Ramón, ya lo sé, y nunca te lo agradeceré lo suficiente. Aunque te recuerdo que
quien destapó aquel feo asunto fue el judas de Badenes que, cuando vio que
soplaban malos vientos, habló hasta por los codos y luego tomó las de
Villadiego.
- No me hables de ese hijoputa que se me revuelven las tripas.
Garcés trata de mostrarse comprensivo con su interlocutor:
- Lo comprendo...,
pero volvamos a lo de ahora. Necesito un préstamo o, al menos, tu aval para
quitarme a esas sanguijuelas de la caja de encima. El préstamo sería cuestión
de poco tiempo - asegura Garcés -. Uno de mis conocidos de Madrid tiene
buenos contactos en Frankfurt y puede conseguirme una reunión con unos
empresarios alemanes que podrían estar interesados en invertir en Senillar.
- Despierta de tus
sueños, Amador, ni compradores alemanes, ni naranjas de la China. Si puedes
aguantar el tirón otros cinco o seis años aguanta y, si no, dales a esos negreros
todo cuanto pidan. Es tu única salida.
- Es que con lo que
me queda no tengo ni para responder a una fracción de lo que adeudo. Necesito cash y sé que tú lo tienes. Antes has
recordado que fuiste uno de los que le hizo caso al hijo de mala madre que nos
lió y abriste unas cuentas fuera.
- Esas cuentas las
liquidé cuando tuve que afrontar la fianza para eludir la cárcel. Estoy tan
pelado como tú.
- No sé qué solución
me queda – se lamenta Garcés, desesperado.
- Pactar con la caja
y decir amén a todo lo que te propongan – pontifica Arbós.
- ¿No ves otra
salida?
- Esta puta crisis,
Amador, no deja más salida que ajo y agua.