Tras tomar la
decisión de independizarse, Lorena se plantea si lo que le cuenta Sergio en sus
cartas será sólo un recurso que utiliza el muchacho para tratar de conquistarla
o encierra algo de verdad. Piensa que será cuestión de constatarlo y para ello
lo primero es dar señales de vida.
Días después de la nochebuena
Sergio recibe el mejor regalo navideño de su vida: llegan dos escritos de su
amada. Sólo son unas postales en las que, con letra aniñada y ortografía
incierta, Lorena le desea unas felices navidades en una y un próspero año nuevo
en la otra. El contenido de las tarjetas no puede ser más anodino, pero el
muchacho se agarra, como a un clavo ardiendo, a una solitaria frase que tiene un
ligero viso de toque personal: te recuerdo mucho. Así es como se despide
Lorena. Las tres palabras son más que suficientes para que Sergio eche su
imaginación a volar y piense que la muchacha no le ha olvidado y hasta es
posible que sienta algo por él. Le contesta a vuelta de correo jurándole, una vez
más, que su amor se mantiene tan vivo y apasionado como cuando se le declaró en
el pasado verano. La urgencia de verla se acentúa, por ello insiste ante sus
padres que quiere pasar la Semana Santa en el pueblo. La excusa que esgrime es
que así podrá devolverle la visita que les hizo el abuelo Andrés en Navidades.
De Lorena no les ha dicho una palabra.
La Semana Santa del noventa y
cuatro se enmarca entre el veintisiete de marzo y el tres de abril, y pese a
que tan tempranas fechas no son las más aptas para disfrutar de las todavía
frescas aguas del Mediterráneo, Sergio parte hacia Senillar como si fuera a la
más paradisíaca playa caribeña.
En cuanto llega, casi
sin tiempo de deshacer la maleta, corre en busca de Lorena. La encuentra
atareada sirviendo cerveza y tapas en el costroso chiringuito en el que
trabaja. La muchacha le recibe con la mejor de sus sonrisas y la más tierna de
sus miradas.
- ¡Sergio, que alegría me das. Al fin, estás aquí!
- No podía estar un día más sin verte. En toda mi vida no había
esperado con tanta ansia que llegaran las vacaciones de Semana Santa. Estás
guapísima.
- Adulador, seguro que eso se lo dices a todas.
La frase de Lorena
hasta tiene un puntito de sorna, que el chico no es capaz de captar, sólo está
en condiciones de mirar amorosamente a la joven, aun así confiesa
candorosamente:
- Si te soy sincero, admito que alguna vez lo dije, pero
jamás tan de corazón como ahora.
- ¿Sabes qué? Podrás pensar que como apenas he contestado a
tus cartas no me he acordado mucho de ti, pero no es así. También yo te he
echado mucho de menos. Lo que pasa es que lo de escribir me da mucha pereza,
soy más partidaria del cara a cara. Y por eso quiero que me repitas, mirándome
a los ojos, si todo lo que me ponías en tus cartas lo sientes de corazón o sólo
lo decías para quedar bien. No – corta Lorena el intento de Sergio de responder
a su petición -, no me contestes ahora. Todavía me quedan dos horas de curro.
Cuando acabe seguiremos charlando. Chao, bonito.
En aquel atardecer,
que Sergio no olvidará jamás, Lorena le dice por primera vez que también ella
siente algo más por él que una simple amistad. Que ha reflexionado mucho
durante los pasados meses y sus cartas le han servido para replantearse muchas
cosas de su vida. Que ha habido cartas que las ha releído una y otra vez pues
¡eran tan bonitas las cosas que le decía! Le explica que nunca ha sido
partidaria de un noviazgo – es la primera vez que Lorena utiliza esa palabra - por
correspondencia, por eso no ha contestado a sus cartas, además de lo perezosa
que es para escribir.
- Yo creo que una relación formal, lo propio de una pareja
seria, tiene que mantenerse en vivo, han de verse todos los días, han de
contarse lo que han hecho, han de comentar las cosas que les pasan. En fin, lo
propio de un chico y una chica que son más que amigos. En cambio lo de las
cartas siempre resulta, no sé de qué manera decirlo, como frío – Lorena
comienza su campaña para encauzar las relaciones hacia el campo de sus
intereses.
- Siento lo mismo que tú, Lorena. Por eso estoy aquí. Lo que
ocurre es que mientras no termine la carrera sólo me queda la posibilidad de
escribirte.
Lorena sonríe
cariñosamente. Las aguas de la conversación van discurriendo por el canal que
ella ha trazado.
- Lo entiendo, Sergio, y ahí está el problema. Mira, te
hablo con el corazón en la mano. La verdad es que no me eres indiferente. No
quiero engañarte, no te estoy diciendo con eso que esté enamorada de ti, pero
lo cierto es que me atraes mucho, me divierto cantidad contigo y algo dentro de
mí me dice que si te viese de continuo podría llegar a enamoriscarme.
En los siguientes
días, Lorena pone en marcha el plan que ha trazado. Se reduce a que el
enamoramiento de Sergio llegue a un punto de no retorno. Su primera intención
es entregarse y hacerle creer que ha sido el hombre al que ha ofrendado su
virginidad. Piensa asimismo que si eso no surte el efecto esperado como último
recurso procurará quedarse embarazada. Por mucho que el chico sea un infeliz y
sus padres unos estrechos no tendrán más remedio que casarlos o, al menos, irse
a vivir juntos para que lo que nazca tenga un apellido y un padre. Cuenta con
lo chapados a la antigua que son los padres de Sergio y la ingenuidad del
muchacho para que la jugada salga bien. Más cuando comprueba la hondura de los
sentimientos del joven decide que no es necesario gastar el cartucho de la
entrega. En su lugar, y en función de cómo se desarrolle la relación durante
los próximos días, irá encelándole paulatinamente. Y la joven sabe cómo
encandilar a un hombre.
Lorena es consciente de que sólo tiene poco
más de una semana para seducir a Sergio de tal manera que el joven quede
enganchado a ella sin posibilidad de romper la atadura. Por eso, desde el
primer día se muestra apasionadamente tierna y permisiva. El chico, poco
habituado a intimar con mujeres, se debate entre el dilema de gozar de las
caricias de la muchacha y de refrenarse para no consumar la relación. La
formación moral que entre su padre, muy religioso, y su colegio le han
inculcado le pone en un brete cuando la joven se abandona entre sus brazos. Besar
a su amada, acariciar sus pechos, sentir su cuerpo pegado al suyo es más de lo
que Sergio pudo soñar. Nunca gozó tanto, jamás se sintió tan excitado, tampoco
recuerda que tuviera que masturbarse tanto para poder conciliar el sueño.
Cuando termina la
Semana Santa del 94, Sergio se vuelve a Madrid montado en una especie de nube rosada. La
mujer de sus sueños le corresponde. Por otro lado parte con la sensación
de marcharse al destierro. Duda tener suficientes fuerzas para aguantar hasta
el fin de curso sin ver a su amada. Lorena le ve partir con el casi convencimiento de que ha
tejido los suficientes hilos alrededor del chico para que éste vuelva rendido a
sus brazos. De
momento le ha echado un poderoso anzuelo que el muchacho ha mordido sin
vacilar. Durante el verano, que dispondrá de mucho más tiempo, será cuestión de
darle hilo al carrete para que el pez quede atrapado de tal forma que nunca más
pueda desengancharse. Tiene muy estudiado el plan a seguir y cuanto está
ocurriendo en el pueblo con el desarrollo urbanístico le va a ayudar
sobremanera.
La Semana Santa del 94 ha
resultado maravillosa para Sergio y enormemente prometedora para Lorena. El
próximo verano será decisivo.