¿Por qué dedicar un post informativo a
describir el escenario de “Una playa demasiado tranquila”, la novela cuyo
primer episodio colgaré en el blog el próximo viernes? Porque es un marco
prácticamente desconocido y un tanto singular. Estoy refiriéndome a una
recoleta, casi ignorada y, al decir de algunos, excesivamente tranquila playa
que responde al valenciano término de Torrenostra, que en español significa literalmente
torre nuestra. Su nombre dimana, al parecer, de la torre vigía que desde el siglo
XVII tenía como misión vigilar la costa para prevenir los ataques de los
piratas turcos y berberiscos.
Provenga el nombre de donde fuere, así la han
llamado siempre los oriundos del pueblo en cuyo término municipal está
emplazada y que es Torreblanca, municipio de la costa norte de la provincia de
Castellón, cuyo litoral pertenece a lo que turísticamente se conoce con la
denominación de la Costa de Azahar, en alusión a los campos de naranjos que
allí se cultivan hasta la misma orilla del mar.
Con el paso de los siglos, Torrenostra se
convirtió en un poblado marítimo en el que vivían pescadores que varaban sus
frágiles barcas de vela latina en la playa, en la que abundaban más los cantos
rodados que la arena. Con la motorización de las embarcaciones de pesca, las
barquichuelas movidas a vela dejaron de ser rentables y los marineros fueron
desapareciendo del lugar hasta que quedó convertido en un caserío abandonado.
A principios de la década de los sesenta se inició
la construcción de varios espigones para proteger de los embates del
Mediterráneo el ruinoso poblado y la propia costa. La defensa fue eficaz porque
año tras año se fue regenerando el litoral y en la actualidad hay cuatro playas
arenosas de una amplitud media entre treinta y ochenta metros, con una longitud
total de unos mil doscientos metros y siguen creciendo. Y en la escollera que
está más al sur se ha habilitado una suerte de desembarcadero con una zona
balizada para uso de pequeñas motoras. Justo al final de esta última playa comienza
el llamado Prat de Cabanes-Torreblanca, un espacio natural protegido y que es
uno de los contados humedales castellonenses que resisten a la invasión del
ladrillo.
En los últimos cuarenta años la mayoría de
las casitas de pescadores se han remodelado y transformado en edificios para
alquilar o vender a veraneantes y turistas. A ello se han sumado unas cuantas
urbanizaciones que han hecho de Torrenostra un lugar para el veraneo donde
disfrutar de unas playas de excelente calidad y que distan mucho de estar tan
abigarradas como otras del litoral levantino, prueba de ello es que se puede
plantar la sombrilla o extender la toalla donde a uno le apetezca, hay sitio
libre para todos. Tanto al norte como al sur y a pocos kilómetros de
Torrenostra, existen playas no mejores
que las suyas y en las que no hay un palmo de arena que no cuente con su
correspondiente veraneante. ¿Por qué no ocurre eso en la playa de esta historia?
Hay algo de misterio y de falta de lógica y eso que la buena índole de estas
playas ha sido certificada con la distinción Q de Calidad Turística y ostentan dos
Banderas Azules de la Unión Europea desde 1993.
Pues bien, aunque sea someramente ya conocéis el escenario en el que se desenvolverá la novelesca trama que comenzará su andadura a partir del 19 del actual. Estáis invitados a leer el relato que espero que guste tanto como los anteriores. También estáis convidados a visitar la playa en cuestión, si os gusta la paz os encantara.