"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 24 de marzo de 2017

116. Buscando guardaespaldas




   Grandal, tras oír la propuesta formulada por sus jubilados amigos, se queda pensativo. Puesto que la policía por el momento tiene la orden de dejar en stand by la investigación del robo del tesoro es cierto que a ellos se les brinda una oportunidad inmejorable para seguir con sus pesquisas por libre, puesto que dicha orden no les atañe en absoluto. Pensando como policía tiene claro el guion de lo que podría suponer la búsqueda de Efraím Gomes: ir preguntando por el sujeto allí donde suelen reunirse sus paisanos, enseñar su fotografía para que alguien pudiera identificarle, poner en marcha a los chivatos habituales por si habían oído algo; en fin, seguir el protocolo reglamentario. Pero lo que proponen sus amigos es diferente. Sería una investigación mucho más discreta, nada de preguntas, nada de mostrar fotos, nada de acudir a la red de soplones. Se trataría simplemente de buscar al objetivo, pero de manera pasiva. Aunque se da cuenta de que hay un peligro en la sugerente proposición de sus amigos.
- Reconozco que vuestro plan es interesante y, sobre todo, parece practicable, pero hay una falla en el mismo. Si lo he entendido bien, se trata únicamente de observar para ver si localizamos al antiguo dependiente de la frutería del río. Vale, pero… ¿qué pasa si nos topamos con el sujeto y también él nos recuerda?
- Eso ya lo tenemos previsto – contesta Ponte -. Primero, es bastante improbable que Efraím se acuerde de nosotros porque no hablamos directamente con él, solo lo hicimos con el frutero. Y segundo, en el supuesto de que el tipo recordara nuestras caras, nos haríamos los longuis. Solo podría ver a una panda de vejetes que están echando una cana al aire – explica Ponte.
- En este último supuesto, yo voy un paso más allá – dice Ballarín -. Si nos reconociera, algo más que dudoso como ha dicho Manolo, y se acercara a nosotros tendríamos que mostrarnos sorprendidos puesto que le diríamos que no nos acordábamos de él. Y ojalá ocurriera eso porque sería una ocasión inmejorable para pegar la hebra y poder sacarle más información.
   Grandal se queda pensativo. Lo que proponen sus amigos no es tan descabellado como parecía a primera vista. Incluso podría deparar resultados.
- ¿Y dónde habéis pensado que vayamos para ver si nos topamos con el Efraím de marras?
- En principio – responde Ponte -, a sitios donde se reúnen periódicamente los sudamericanos que viven en Madrid, especialmente los que están al aire libre. Discutimos si ir también a las discotecas en que ponen música latinoamericana, pero eso nos pareció excesivo porque ¿qué pintábamos un grupo de carrozas como nosotros en un sitio donde se baila salsa, cumbia y demás ritmos caribeños?
- Además de los lugares al aire libre – añade Ballarín -, se me acaba de ocurrir que también podíamos visitar algunos de los lugares que menciona el artículo del ABC que os acabo de leer. Porque si es cierto que en una sala de baile íbamos a llamar más la atención que un pingüino en una playa del Caribe, también lo es que en un restorán o en una cafetería pasaríamos más desapercibidos.
- A ver, recupera ese artículo y dinos que lugares son esos en los que un colombiano se sentiría como en casa – pide Grandal.
   Ballarín vuelve a trastear en su Smartphone hasta que encuentra el artículo.
- Los lugares que cita son estos – y lee -: Restaurante Patacón Pisao, Cafetería La Rochela, Sala Emoxion, Tienda de ropa Menina Maluka, Restaurante Papita Criolla, Centro Hispano-Colombiano de Villaverde, El restaurante Mirador de La Fogata, Embajada de Colombia, Restaurante Crêpes and Waffles y la estación de Metro Colombia.
- Bien. De entrada, podríamos desechar la sala de fiestas, la tienda de ropa, ese centro hispano-colombiano y, por supuesto, la Embajada de Colombia y centrarnos en los restantes.
- ¿Eso quiere decir que apruebas el plan? – pregunta Ponte, evidentemente satisfecho.
- Aun lo tengo que pensar más detenidamente, pero en principio parece un plan realizable y en el que los posibles riesgos son mínimos o inexistentes si se procede con la necesaria cautela.
- A esos lugares a los que podemos ir se podrían añadir algunos lugares al aire libre en los que me consta que periódicamente se suelen reunir los inmigrantes latinoamericanos. Recuerdo que tuvimos una asistenta que solía reunirse con sus amigas en una zona del Parque del Oeste en la que hay mesas con bancos corridos y en verano también solían verse en la Casa de Campo. Y si lo investigamos es bastante probable que encontremos más puntos de reunión de ese tipo – explica Álvarez.
   Ballarín, que sigue tecleando en su Smartphone, vuelve a informar de otro hallazgo:
- He tecleado guía de restaurantes colombianos en Madrid y me salen cerca de treinta. Por tanto el campo de exploración se ensancha notablemente.
- Bien, lo dicho, voy a pensármelo – reitera Grandal -. Mientras tanto, Amadeo y Luis enviadme toda la información que encontréis en internet sobre los lugares madrileños en los que suelen reunirse los latinoamericanos, especialmente los referidos a los colombianos. En cuanto haya tomado una decisión os la haré saber. Hasta ese momento, os pido por favor que no hagáis nada no sea que la caguemos.
   Cuando se van sus amigos, Grandal se queda meditando sobre el plan que han propuesto los vejetes. Se reafirma en que podría ser practicable, con casi cero probabilidades de correr riesgos, pero le asalta una duda. En toda línea de investigación siempre existe el peligro de hacer algo mal, de cometer una imprudencia o, simplemente, de que los dados de la suerte jueguen en tu contra. Para mayor seguridad convendría que en sus correrías tuvieran alguna clase de respaldo, alguien que hiciera el papel de guardaespaldas. Piensa que no sería necesario si él fuera armado, pero rápidamente desecha la idea. Nunca fue el más rápido del Oeste en lo tocante a desenfundar la pistola y ahora, con los sesenta cumplidos, lo debe de ser mucho menos. Quizá, se dice, podría recurrir a algún policía de los que estuvo a sus órdenes y que todavía siga en activo de pedirle el favor para que les hiciera de escolta, pero esos no son favores de los que se piden así como así. Entonces, ¿contratar a un gorila profesional? Sus pensiones no dan para tanto. 
 - Esto solo se lo podría pedir a alguien que estuviera, de algún modo, involucrado en el caso – dice en voz alta -, ¿pero a quién? A los Sacapuntas ni soñarlo, a… - de pronto se da cuenta de que sí hay alguien que está involucrado y al que le da en la nariz que no se negaría. No lo duda un segundo, llama a Blanchard.
- Michel, soy el comisario Grandal, necesito hablar con usted pero, al igual como me pidió en la última vez que conversamos, tanto Juan Carlos como Eusebio tienen que quedar al margen de nuestra charla.
   El inspector francés no le pone ningún inconveniente y quedan al día siguiente en el bar Kulto al Plato especializado en pinchos vascos. Grandal sabe, se lo contó Bernal, que el policía galo además de un enamorado de la lengua española se pirra por los platos regionales. Allí, entre pincho y chupito de chacolí, el excomisario le explica a Blanchard el plan ideado por sus amigos para buscar a Efraím Gomes en los lugares donde suelen reunirse los colombianos residentes en Madrid. No es probable, pero sí posible que algo pudiese salir mal y que quizá necesitasen que alguien les guardara las espaldas. Ese escolta solo podía ser alguien que estuviese metido en el caso. No se lo podía pedir ni a Eusebio ni a Juan Carlos porque podían arriesgarse a un expediente por falta grave, pero su caso era distinto. Solo era un colaborador externo que, realmente, solo respondía ante sus jefes naturales los cuales difícilmente se iban a enterar. En cualquier caso, si decía que no entendería su negativa y seguiría teniendo toda su consideración. Como intuyó Grandal desde el primer momento en que pensó en él, Blanchard no se lo piensa demasiado.
- Comisario, no me importaría nada apoyarles en su búsqueda, pero el plan que me ha descrito está cogido con alfileres. Antes de ofrecerle mi ayuda me gustaría poder saber más detalles tales como a dónde piensan ir, como organizar la investigación, con qué recursos se pueden contar, etcétera. Y, por supuesto, me tendrían que prometer la mayor discreción sobre mi participación y la de que únicamente recurrirían a mí ayuda si en algún momento el asunto se pusiera feo de verdad.
   Grandal pone un WhatsApp a sus amigos: Hay novedades. Os espero mañana.