"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de julio de 2020

Libro II. Episodio 51. Un viaje por el Jerte


   Durante la cena, Pilar le pregunta a su hijo cómo ha sido el primer día de vendedor.

   -He vendido poco, pero he aprendido mucho.

   -Pues como vas a recorrer muchos caminos y te quedan muchos días por vivir, solo te hará falta que no dejes los libros, pues como dice un proverbio árabe: libros, caminos y días dan al hombre sabiduría.

   Tras su alternativa como vendedor trashumante, Julio acomete su primer viaje en solitario. En esta ocasión visitará algunos pueblos del Valle del Alagón, ubicados en ambas riberas del río del mismo nombre situado entre la Sierra de Gata y el río Tajo, del que el Alagón es su afluente más largo. La localidad más importante es Coria, pero no llegará hasta allí, el pueblo más destacado que visitará es Montehermoso. No es una comarca muy rica pues sus suelos se dedican sobre todo a encinar y pastos, aunque también se cultivan cereales, tabaco y hortalizas.

   La primera localidad que visita es Galisteo. En ella sobrepasa el río Jerte que confluye allí con el Alagón. Las ventas no pasan de discretas. Se aloja en la posada del pueblo y durante la cena acaba charlando con unos feriantes, los hermanos Galván de la salmantina ciudad de Béjar, que venden toda clase de ropa de saldo. Los ropavejeros le aconsejan que pase de largo en la siguiente localidad en la que preveía parar, Aldehuela del Jerte, pues el pueblo solo tiene unos ciento setenta vecinos y le costará más comer y pernoctar que lo que pueda obtener de las ventas.

   -Pero mi patrón, el señor Elías de Plasencia, me lo ha puesto en la ruta.

   -¡Hombre, el Bisojo!, le conocemos –afirma el mayor de los Galván-. Si te hace parar allí es que debe haberse hecho viejo.

    La sugerencia de los Galván le plantea a Julio la primera disyuntiva profesional: ¿qué hace, sigue las indicaciones de su patrón o pasa de largo? Piensa que el siguiente pueblo, Carcaboso, tampoco es que sea una urbe pues cuenta con unos trescientos cincuenta vecinos. Al repasar los censos de las poblaciones que le ha marcado el Bisojo resulta que solo hay un pueblo que supere los mil habitantes. Pese a ello resuelve seguir las indicaciones del patrón y visitar todos los pueblos de la ruta. Recorre Aldehuela, Carcaboso y Valdeobispo, en los que las ventas son irrisorias.

   Finalmente, llega a Montehermoso. Julio recuerda que su madre le llevó de niño y le contó que era un pueblo atravesado por varios caminos en ambas riberas del Alagón, por lo que, al tener que salvarlo con barcas o vados -pues antes no había puentes-, las comunicaciones eran complicadas. El forzoso aislamiento propició que se mantuvieran en el lugar muchas tradiciones que han acabado convirtiéndolo en uno de los pueblos más típicos de Extremadura, destacando por su artesanía en la que sobresalen sus historiadas gorras de mujer. En la cena, Julio se vuelve a encontrar con los Galván a quienes les da la razón sobre que es un desperdicio recalar en pueblecitos con tan escaso vecindario.

   -Nosotros solo vamos a los pueblos grandes, de mil vecinos para arriba –afirma Galván el joven-. Solo paramos en los pequeños cuando las ferias o cuando se nos echa la noche encima, como en Galisteo. Yo sé que el Bisojo tiene querencia por los pueblos chicos, sobre todo en las temporadas de siembra y de siega porque vende artículos para ello, pero fuera de esas épocas hacer parada en un pueblo con un vecindario corto suele ser mal negocio –Julio se admira del buen castellano que hablan los Galván hasta que recuerda que son salmantinos.

   Los argumentos de los ropavejeros le dan qué pensar. Es posible que el tío Elías se haya hecho viejo y los tiempos actuales no sean los de antes; quizá se conformaba con ganar poco porque no lo tenía que repartir con nadie; a lo mejor sabía vender mejor que él; es probable que… Termina cansándose de formular hipótesis y piensa que deberá tener una sosegada conversación con su patrón e informarle como están las cosas en sus antiguas rutas, al menos en la del Valle del Alagón. En el camino de regreso un recuerdo le ronda la memoria, la frase de Chimo Puig: lo que no deja se deja, y se afianza en su resolución de plantearle al Bisojo que si las cosas siguen así no va a continuar. Andar por esos andurriales de Dios, comer lo que puedan ofrecerte las modestas posadas y ventas del camino, y dormir en camastros o peor se puede soportar si a cambio ganas un buen dinero, pero no parece que vaya a ser el caso. Quizá la de droguero no sea una profesión que tenga un futuro muy halagüeño. Antes de hablar con el Bisojo lo comenta con su madre.

   -Desde luego, con esa cifra de ventas, tu cinco por ciento de comisión te dará para bien poco –admite doña Pilar.

   -Pues así se lo voy a decir. O me aumenta el sueldo o que se busque a otro incauto que arree a la Pelona. Mi amigo Chimo Puig, del que tanto te hablaba en mis cartas y que tiene un olfato de lince para los negocios, solía repetir que lo que no deja se deja.

   -Verás, hijico –Julio sabe que cuando su madre le llama hijico algún consejo le va a dar-, yo no me lo tomaría a la tremenda. Lo de dar un ultimátum no suele llevar a ninguna parte y al señor Elías no le va a gustar un pelo. Si le vas con esas, seguro que te pone en la puerta de la calle por muy hijo mío que seas. Y encontrar un nuevo trabajo te puede costar Dios y ayuda.

   -¿Entonces qué hago, sigo pateándome esos caminos polvorientos llenos de baches para ganar una miseria?

   -No, por supuesto, pero como suele decirse una golondrina no hace verano. Estoy de acuerdo que tu primera experiencia ha sido poco fructífera, pero por ahora es la única. En tu lugar, y antes de enfrentarme con el patrón, haría más viajes para comprobar si los resultados siguen siendo igual de pobres o este ha sido una excepción, solo entonces podrás decidir con conocimiento de causa.

   Como otras veces, Julio acepta el consejo de su madre. Tragará quina y volverá a arrear a la Pelona por los caminos del norte extremeño. La segunda expedición que ha planeado es al Valle del Jerte, donde piensa visitar los pueblos que están en ambas riberas del río del mismo nombre. Como las distancias no son grandes, piensa visitar dos localidades en la misma jornada ahora que son los días más largos del año. El Bisojo le ha dicho que es un buen momento para ir al valle porque la recolección de las cerezas, que es el cultivo principal de la comarca, comenzó en mayo y los campesinos habrán cobrado la cosecha.

   Julio visita El Torno enclavado en una ladera de los montes de Traslasierra, Casas del Castañar en la otra ribera del río, después Cabrero, Piornal -la población más elevada del valle y de toda la región-, Valdastillas con fuertes pendientes ocupadas por bancales de cerezos, y Rebollar, otra vez en la ribera norte del Jerte. Las ventas son en general mediocres pues los pueblos son muy chicos. En la última localidad, al finalizar la tarde pega la hebra con una clienta que ha mirado y remirado la mercancía pero que no ha comprado nada.

   -¿Sabe usted dónde podría dormir? –le pregunta Julio.

   -Aquí no hay posada ni fonda. El pueblo es pequeñino. A lo mejor alguien le puede dejar un pajar o un corral pa dormir, es lo mejor que encontrará.

   -¿Y cenar, dónde podría?

   -Bueno, si usté no es mu mirao pa comer, yo misma le podría hacer unos huevos con algo de la matanza. Y de paso le preguntaré a la Benigna si se puede quedar en su pajar, yo tengo corral pero está ocupao por los guarros.

    Mientras la paisana le prepara la cena, le cuenta que la Benigna ha dicho que no quiere forasteros en su casa y que tendrá que pasar la noche en el corral. A Julio lo de dormir en un rincón del establo y oliendo el tufo de los cochinos no le hace ni pizca de gracia hasta que se le ocurre una alternativa: dormirá en el carro, estará igual de incómodo pero se ahorrará el hedor de los cerdos. Con un par de mantas raídas, que le deja la paisana que le ha dado de cenar, se confecciona una precaria yacija en el interior del carro y en la que, contra todo pronóstico, duerme a pierna suelta. Camino del siguiente pueblo, se le ocurre la idea de que mientras haga buen tiempo se puede ahorrar la pernocta de las posadas durmiendo en el carro. Si no se lo cuenta al Bisojo al final de cada ruta podría ganarse unas pesetas de más. Claro que, si se queda con un dinero que realmente no ha gastado, eso supondría engañar al patrón y, por consiguiente, faltar a la confianza que tiene depositada en él. Confianza demostrada en que el Bisojo no le pide facturas de sus gastos de comida y hospedaje, le basta con su palabra. Desecha la ocurrencia, su madre lo educó para que fuera una persona honesta y no va a malearse a estas alturas.

   En su cuarta etapa, llega a Navaconcejo, allí las ventas son francamente buenas. En cuanto acaba se pone en camino hacia Cabezuela del Valle que, con algo más de mil ochocientos vecinos, es el municipio más poblado de la comarca. Aunque solo dista treinta y tres quilómetros de Plasencia, como ha dado tantas vueltas y revueltas a lo largo de ambas márgenes del Jerte, calcula que casi debe haber duplicado esa cifra. Al día siguiente hace unas ventas excelentes y cuando termina, almuerza y pregunta la distancia hasta la villa de Jerte. Hay siete quilómetros, por lo que decide ir a la que será su última parada.

   Jerte, aunque tiene menos vecinos que Cabezuela, es de algún modo la capital del valle. Las ventas son cuantiosas lo que hace que se replantee que debería mantener la ruta del Jerte, aunque eliminando algunos de los municipios menos poblados y que al estar emplazados a ambos lados del río le han obligado a realizar quilómetros de más. Como está cansado se aloja en la posada. Después de cenar departe con el posadero y otros vendedores ambulantes que también hacen noche. Uno de ellos pregunta al dueño:

   -Me ha llamao la atención que hay muchas casas en el pueblo bastante nuevas, más que en cualquier otro pueblo de la provincia, ¿a qué es debido?

   -A los gabachos.

   -¿Los gabachos? –El trashumante no debe conocer el sinónimo despectivo de francés.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 52. Lo que no deja se deja