"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 20 de marzo de 2015

Capítulo IV. No te cases por dinero 4.1. ¿Seguro qué la criatura es suya?


                                                                                                                               
   A Rafael Blanquer le extraña el servicio que la sección de mensajería de Capitanía General de Valencia le ha ordenado: que vaya a entregar un sobre a casa de unos señores llamados Campins. Aunque en el ejército lo mejor es siempre decir a sus órdenes y no meterse en líos, se ha quejado, sin levantar excesivamente la voz, de que no es un ordenanza ni un motorista que son los que realizan esos servicios, pero el sargento le ha lanzado una mirada de soslayo que ha sido suficiente para cerrarle la boca. La dirección del sobre le suena, pero no recuerda de qué. Cuando llega al portal de la finca tiene un mal presagio: acaba de reconocer la casa, allí es donde vive la chacha que quiso endosarle su preñez aduciendo que era el causante. Le abre la puerta una señora que, con gesto adusto, le invita a pasar a un saloncito. Hay dos hombres: a uno no le conoce, pero al otro sí pese a que viste de paisano, es el comandante Suances con fama de meapilas y de ser más estricto que un cabo de la Benemérita.
- A sus órdenes, mi comandante. Me han ordenado entregarle este sobre.
   Suances, que sigue teniendo la misma cara de palo que cuando viste de uniforme, coge el sobre y sin decir palabra lo abre. Hay una cuartilla en la que únicamente hay escrito un nombre: el que Rafael dio a la muchacha que le acusa de embarazarla.
   Rafael, aunque en principio negó todo lo negable pese a las persistentes presiones del señor Campins, comenzó a preocuparse cuando Suances dejó caer, con su habitual tono cortante, que el ejército no iba a tolerar que alguien que usa su uniforme fuera por ahí mancillando la honra de inocentes jovencitas y que para eso estaba el código militar de justicia. Las últimas y precarias defensas del joven se vinieron estrepitosamente al suelo cuando intervinieron sus padres.
   Los señores de Campins, que por medio de Suances obtuvieron la dirección de los Blanquer, escribieron una carta a los progenitores de Rafael contándoles lo sucedido. Los padres se plantaron inmediatamente en Valencia. Su hijo seguía resistiéndose a cargar c0on el desaguisado y continuaba jurando y perjurando que él no había sido. Su madre quería creerle, deseaba con toda su alma que fuera verdad lo que su hijo afirmaba, pero conociéndole era un mar de dudas.

   Maruja, siempre proclive a coger el toro por los cuernos, acepta la invitación de la señora Campins para visitarle y conocer la versión de la muchacha a la que, según afirma, Rafael ha deshonrado.
- Siéntese, por favor, señora Maruja.
- Muchas gracias, doña Visitación, muy amable.
- Si no tiene prisa, primero vamos a tomar café con unas pastas – toca una campanita y, como si estuviera esperando su repique, aparece una joven, vestida de calle, portando una bandeja con un juego de café.
- Le presento a Esperanza Retuerto, es… la novia de Rafael.
   La chica, que da la impresión de haber sido debidamente aleccionada, le pone su mejor semblante.
- Mucho gusto, doña Maruja. ¿Quiere el café solo o con leche?
   A Maruja, que es la primera vez que le dan el tratamiento de doña, comienza a parecerle que la muchacha no es tan palurda como su hijo la ha pintado. La charla entre las tres mujeres discurre con falsa naturalidad y en la que la señora Campins lleva la voz cantante. Maruja, con la astucia de que siempre hace gala, tira de la lengua a la chica con la encubierta esperanza de cogerla en un renuncio que confirme la versión que le ha dado su hijo. Lamentablemente, tiene que rendirse a la evidencia: todas las explicaciones que da la muchacha apuntan a que es más que probable que Rafael sea el padre de la criatura, pues sí parece que ha conocido a la joven en su sentido más bíblico. La señora Visitación sale fiadora de la honestidad de Esperanza y asegura que es hija de una familia pobre pero honrada, y que los padres serán incapaces de soportar la vergüenza de que una hija suya vaya a ser madre sin que su niño tenga un padre que le dé su apellido. Además, pone a Rafael a escurrir por haberle planteado a la muchacha que abortara. Eso solo se le ocurre a un desalmado. Tras la amplia conversación, Maruja queda convencida de que el tarambana de su hijo la ha hecho abuela. ¡Y tendrá que casarse! La sola idea le pone el vello de punta. Adiós a todos los proyectos e ilusiones que tenía puestos en una gran boda para su chico. Se ha visto mil veces de madrina, vestida como una señorona y luciendo una antigua y hermosa mantilla que heredó de su madre, entrando a la iglesia del brazo de su hijo. El sueño se acaba de hacer añicos. Si hay boda tendrá que ser de tapadillo. Ya está imaginando las murmuraciones de las comadres el pueblo burlándose de ellos por la mujer que van a meter en la familia. No puede ser. Tiene que haber alguna solución. Se despide de doña Visitación y Esperanza asegurándoles que su chico cumplirá, pero cuando llega a la pensión, donde le espera su marido, se derrumba.
- Esta vez nuestro hijo metió la pata hasta el corvejón. Y todo por no poder mantener la bragueta cerrada. ¡Madre del Amor Hermoso, qué cruz!
- ¿Seguro qué la criatura es suya? – Antonio se aferra a una última duda. También tenía grandes esperanzas en que su chico hiciese una buena boda.
- Él lo niega, pero por lo que me contó la muchacha me parece que vamos a tener un nieto.
- ¡Pues ha hecho un pan como unas hostias!
- Dímelo a mí. Con la de ilusiones que tenía puestas en nuestro hijo. Ahora vamos a ser el centro de todos los cotilleos y maledicencias. Ya puedes imaginarte cómo se van a alegrar más de cuatro. Eso es lo que más me jo… roba.
- ¿Y tienen forzosamente qué casarse?
- Qué cosas preguntas, Antonio. Lo sabes igual que yo, forzosamente no, pero el crío ha de tener un apellido y nuestro hijo tendrá que darle el suyo. ¿Qué pensarían de nosotros la pobre muchacha, su familia y los señores a los que sirve? Todo eso sin pensar en que, según ha dejado caer la señora Campins, pueda intervenir de algún modo el ejército.
- Maruja, es increíble lo lista que eres para unas cosas y lo torpe para otras. En primer lugar dudo mucho de que el ejército intervenga en un asunto que es estrictamente privado. Y en lo tocante al casorio es una cuestión que no está cerrada. En el ferrocarril decimos que cualquier problema siempre tiene, al menos, tres soluciones: la que debería de aplicarse, la que puede aplicarse y la que se aplica. Pues en este asunto, lo mismo. Una cosa es lo que nuestro hijo debería hacer, otra lo que puede y una tercera lo que haga en realidad.

   El argumento de su marido planta la semilla de la esperanza en la fértil mente de Maruja. Igual no está todo perdido y pueda existir alguna clase de componenda que lleve a que su hijo cumpla, pero sin cargar para toda su vida con una muchacha que no le llega ni a la suela del zapato, y que vete a saber qué clase de esposa y madre será. Tras pensarlo mucho llega a la conclusión de que lo único que puede salvar a Rafael de un matrimonio no deseado es el dinero. Maruja es de las que cree que todo el mundo tiene un precio. El problema será encontrar el de Esperanza y de su familia y saber convencerles de que será mejor ser madre soltera con el riñón forrado, que no estar casada pero sin blanca. Porque ya ha perfilado el argumento central de su propuesta: va a intentar convencer a la muchacha y a sus padres de que están tan disgustados con el proceder de su hijo que no le van a pasar ni un duro, cuando se case que se las apañe como pueda; en cambio sí que estarían dispuestos a dar una generosa manda para que la muchacha pudiese criar a su hijo como si fuera de buena familia y que le diese una educación para que el día de mañana pudiera ser alguien. A medida que en su cabeza va dándole forma al plan, se le ocurren nuevos argumentos que refuerzan su creciente esperanza de que pueda funcionar. Va a ponerlo en práctica porque la otra opción, la de casarse, cada hora que pasa la ve más funesta.