"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de mayo de 2013

1.4. Visitando Senillar

   En la misma mañana que Sergio se ha tropezado con su ex patrón, está saliendo de Senillar en dirección a la playa Pascual Tormo, profesor universitario natural de la localidad, que acompaña a dos periodistas cuyo objetivo es hacer acopio de información para unos reportajes sobre proyectos urbanísticos fallidos al pincharse la burbuja inmobiliaria.

   En el corto trayecto que hay desde el pueblo a la costa van dejando atrás lo que antaño eran feraces huertas de tierra campa y ahora parecen retales áridos plagados de hierbajos. Algunos huertos de naranjos tienen los árboles secos debido a la plaga de la tristeza y los que se han salvado de la epidemia se muestran descuidados y llenos de chupones.

   De vez en cuando algunos huertecillos divididos en eras con distintas clases de verduras son como pequeños oasis en un desierto de abandono. Los regueros de mampostería, que a menudo servían de límite entre los distintos campos, también se están desmoronando, no queda en ellos el menor vestigio del agua que había corrido por sus cauces. Hasta los caminos que serpentean para acceder a cada uno de los diminutos huertos están desdibujándose invadidos por la maleza.
- Supongo que estos campos no habrán estado siempre así - señala uno de los periodistas.
- Por supuesto. Habrías tenido que conocerlos cuando yo era niño. Daba gloria verlos, llenos de hortalizas, de frutales…  Estaban tan cuidados que más que huertos parecían jardines - En el tono de Tormo parece fluir todo un mar de añoranza.
- ¿Y por qué los dejaron yermos? - quiere saber el reportero.
-  Por el ladrillo y el turismo, pero su decadencia comenzó antes de la explosión turística, que aquí ocurrió muchos años después que en la mayoría de los municipios costeros. La agricultura es muy exigente y siempre tiene unas perspectivas económicas inciertas. El éxito de las cosechas depende del tiempo, de los mercados, de la competencia y, a veces, hasta de las modas alimentarias. Y hace ya bastantes años, los jóvenes comenzaron a desentenderse de la tierra y decidieron trabajar en la industria, el comercio, los servicios... Cualquier cosa menos el campo.
- No lo comprendo - se extraña el fotógrafo -. Por lo que nos has contado aquí la mayoría de la gente posee una o varias fincas. ¿No es mejor trabajar para uno, ser tu propio patrón, antes que rendir cuentas a otro?
- Por los resultados no parece que sea así - rebate Tormo -. Aquí, como en toda tierra de garbanzos, la gente prefiere trabajar bajo techado y, sobre todo, tener un salario seguro. Además, las fincas suelen ser más bien pequeñas y eso lo complica todo porque dificulta su mecanización, y con el alto coste de la mano de obra los gastos casi siempre superan a los ingresos. Si a ello le añades que el agua de riego es cada vez más cara y encima los pozos que están cerca de la costa comenzaron hace tiempo a presentar altas cotas de salinidad el resultado es que cada año la agricultura es menos competitiva. La consecuencia es la que ves, unos campos convertidos en eriales.
- Sé los múltiples problemas que actualmente tiene el campo, pero la economía es cíclica, unas veces sube y otras baja. Algún día terminará esta maldita crisis y volverá un ciclo positivo, por eso sigo sin entender por qué abandonaron la agricultura de forma tan concluyente.

   Tormo levanta la mano y extiende el índice apuntando hacia la franja azul que limita el horizonte de Senillar por el este.
- La abandonaron por eso.

martes, 28 de mayo de 2013

1.3 Sergio afronta el pasado


La sorpresa de Sergio al encontrarse con Francisco, el hombre que le ofreció su primer trabajo, resulta un tanto forzada.
- ¡Señor Francisco, qué sorpresa! La de tiempo que hace que no le veo – Miente. Le avergüenza confesar a su anterior patrón que le ha visto otras veces, pero ha eludido su encuentro. – Siento haberle molestado.
- Hombre, tampoco es eso. Una cosa es que tuviera que despedirte y otra que guarde mal recuerdo de ti, que no es el caso. Fuiste uno de mis operarios más solventes y, después de Dimas, el mejor capataz que tuve.
- ¿Cómo está Dimas, sigue en el tajo o también se jubiló?
- Ahora está prejubilado, el año próximo, que cumplirá los sesenta y cinco, se jubilará.
- Ya me enteré de que tuvo que cerrar la empresa.
- ¡No me quedó otra que echar el cierre por la puta crisis de los cojones! Hice un ERE y luego otro y otro hasta que nos quedamos solamente Dimas y yo. En ese momento vi que aquello no tenía remedio, pacté con él su prejubilación y cerré el chiringuito. Y ahora, ya me ves, de jubilata como aquí el amigo Lisardo. ¿Te acuerdas de él?, llevaba las subcontratas de los alicatados en los buenos tiempos.
- Claro que me acuerdo, ¿qué tal, señor Lisardo, cómo está?

   El viejo encoge los hombros en un ademán que puede significar cualquier cosa, pero no abre la boca.
- Bueno, Sergio, ¿y qué haces ahora, cómo te va?
- Como me ha de ir, señor Francisco, de pu… - El joven se corta - pena. No es que no haya trabajo es que por no haber no hay ni chapuzas.
- Sí que está la cosa jodida, sí, pero eres joven y tienes toda la vida por delante, algo te saldrá. Además, tú tenías estudios y eso siempre ayuda. Por cierto, la última vez que vi a mi sobrina Verónica y pregunté por vosotros me contó que Lorena estaba de camarera en un merendero de Benialcaide, ¿sigue allí?
- Echa horas allí los fines de semana, pero no tiene nada más. ¿No sabrá usted de algún curro?, estoy dispuesto a trabajar de lo que sea, lo mismo de instalador que en cualquier otra faena.
- Ya te digo que estoy de pensionista y todos los que conozco del oficio han cerrado y se han jubilado como yo, otros están en la lista del paro o han echado a todo el personal que tenían. El último que ha enviado al INEM al oficial y los dos peones que le quedaban ha sido el Salvador, ¿te acuerdas de Salvador?, el Millonario solíamos llamarle. Así está el patio.

   Lisardo, al fin, abre la boca para preguntar a Sergio:
- ¿Qué quieres tomar, una caña o un vino?
- Un vino me apetece más, pero voy a tener que decirle que no. Casi no he comido nada desde que me levanté y con el estómago vacío me puede sentar como un tiro.
- Hombre, eso tiene solución, al vino se le puede acompañar con un bocata de algo - apunta el señor Francisco que, sin pensárselo dos veces, llama al camarero y encarga otras dos cañas, un tinto y un bocadillo de calamares que allí los hacen muy ricos.

   Mientras llega el camarero con la comanda, los dos jubilados contemplan a hurtadillas a Sergio. Todavía es un hombre joven, pero los sinsabores y una vida desordenada comienzan a pasarle factura. Pese a todo, su cara conserva un aire como de buen chico, de alguien en quien se puede confiar, de ser una persona que, pese a que la vida lo haya corneado, todavía conserva una cierta aura de la ingenuidad y la nobleza de cuando era adolescente.

viernes, 24 de mayo de 2013

1.2 Armarios vacíos


1.2 Armarios vacíos

   Lorena se da la vuelta, apenas si queda en la cama la huella caliente de otro cuerpo. Llama:
- ¡Sergio! - Ante la falta de respuesta, vuelve a gritar - ¡Churri!, ¿se puede saber dónde estás? - Otra vez responde sólo el silencio.

   Estira los miembros y vuelve a cerrar los ojos. Imposible volver a dormirse, la luz se cuela a raudales por los listones rotos de la contra ventana. No sólo no consigue dormir por la claridad, sino también porque por su mente discurre un turbión de pensamientos y casi ninguno parece grato. Con gesto malhumorado se sienta en la cama.

   Porta una camiseta que le llega a la cintura, ni siquiera lleva bragas. Revuelve la mesilla, pero no encuentra lo que busca. Se pone en pie de un salto y se dirige a la minúscula cocina del apartamento. Abre un par de cajones de uno de los escasos muebles hasta que encuentra lo que buscaba: un paquete de cigarrillos. Está arrugado y... vacío. Con ademán violento lanza el chafado envoltorio al suelo. Decide tomar un café a ver si le ataja el comienzo de migraña que comienza a insinuarse. Tampoco encuentra la cafetera. Insiste. La descubre tras una pila de platos sucios, está seca. Abre una de las alacenas donde guardan el bote del café molido, está limpio. Recuerda que en un estante parecido almacenaban los paquetes de café cuando en los buenos tiempos hacían la compra en Mercadona y llenaban el carro cada quince días. Ahora en el anaquel no hay café ni casi nada. Sólo queda un bote de Nesquik. Abre su tapa azulona, todavía contiene un poco. Calienta un cacito de agua y se prepara una taza, que antes ha tenido que poner bajo el grifo para aclararla.  

   Tras tomar el achocolatado desayuno prosigue la búsqueda de un cigarrillo. Sigue sin encontrarlo, pero sus pesquisas tienen premio, encuentra algo mejor. Dentro de una de las cajitas que hay en la pieza que hace de comedor, salón de estar y recibidor, y envuelto cuidadosamente en papel, queda una poco de hierba.
- ¡Sergio, tío, te has columpiado! - exclama para sí misma -. Me voy a liar un canuto que te cagas.

   Se tiende en el despanzurrado sofá y parsimoniosamente se va fumando el porro hasta que apenas puede coger la colilla con las uñas del índice y el pulgar. Sergio - piensa - se ha debido largar a ver si encuentra curro. Eso de ser basurero no mola nada, mejor sería que fuera donde el Perchas. Espero que se acuerde de hablar con los del buga a ver si nos dan algo más de margen.

   Al tiempo que Lorena se pierde en sus ensoñaciones, un hombre todavía joven, delgado, con barba de varios días, mirada vidriosa, y bastante desaliñado se acerca arrastrando los pies a la terraza de uno de los bares del pueblo dónde dos prójimos entrados en años están tomando unas cañas.
- ¿Me dais un cigarrito?

   Uno de los viejos saca un cigarrillo de la cajetilla y se lo tiende. Al mirarle suelta una exclamación:
- ¡Coño, pero si es el Sergio! Con las pintas que llevas no te había conocido.

   La sorpresa de Sergio es mucho mayor que la del viejo. En un primer momento se le ve vacilar y hasta hace un amago de dar media vuelta y marcharse. Tras unos instantes de duda opta por afrontar la realidad. 

martes, 21 de mayo de 2013

LIBRO I. LOS DESPOJOS. 1.1. Senillar, principios de 2011

   El débil chasquido del tazón al estrellarse es suficiente para que la mujer despierte. Todavía medio dormida grita:
- ¡Sergio!, ¿qué has roto esta vez?, me has despertado, ¿qué hora es?
   Desde la contigua pieza la respuesta del hombre es otra pregunta:
- Lorena, ¿dónde coño has puesto el café?, no lo encuentro.
- Igual no hay, me parece que anoche tomé el poco que quedaba. ¿Qué hora es? - repite la mujer.
- Las once, hora de sacar el culo del sobre. ¿A qué día estamos?
- No sé, mira en el calendario de la cocina.
- Ese calendario es del dos mil diez y - añade él con sorna - si no recuerdo mal ese fue el año pasado.

   El hombre se afana en recoger los mil añicos en que se ha convertido el tazón. Al ir a verterlos al cubo de basura ve que está sin bolsa, duda un momento pero acaba echando los restos en el balde. Rezonga por lo bajo:
- Esta mujer es un desastre, ni café, ni bolsa para la basura, ni… Churri, ¿dónde están mis zapatillas nuevas?
- Y yo qué sé, no soy tu criada.
   Sin embargo, la mujer se levanta y las encuentra debajo de la cama.
- Toma - le lanza el calzado -, ahí las tienes. ¿Dónde vas tan puesto?

  La vestimenta del hombre es cualquier cosa menos atildada. Lleva unos tejanos raídos, una camisa con el cuello mordido y a la que le falta un botón y las llamadas zapatillas nuevas lo dejaron de ser hace mucho tiempo.
- Voy a ver si encuentro curro. El Cisco me dijo que buscan gente para el servicio de limpieza del Ayuntamiento.
-¿Y eso te mola, recoger la mierda de los demás?
- Lorena, no me rayes. Y en vez de andar en bolas - No es cierto, la mujer lleva una camiseta que casi le cubre las caderas -, lo que tendrías que hacer es espabilarte y salir a buscar curro.
- Ya sabes que la Jénnifer me ha dicho que puedo irme con ella a poner copas al bar donde curra. Eso sí, tendría que ir bien maqueada.
- Ya te dije que no quiero que vayas por ahí enseñando pechuga y marcando culo.
- No pensarás que igual termino liándome con el primer macizo que me invite a unas rayas. Todos los tíos sois iguales, lo único que os preocupa es que os pongan los cuernos. Pues no van por ahí los tiros, sólo es cosa de lucir el  palmito pero sin dar muestras gratis. Al fin y al cabo, como dice mi vieja, antes de que se lo coman los gusanos que lo miren los cristianos.
- Es que lo prueben, no que lo miren - rectifica el hombre.
- No te comas el tarro, probar, mirar, ¿qué más da? Si el único que me sigue poniendo cachonda eres tú - Y dando un giro al diálogo, la mujer plantea -. ¿Has pensado ya en lo de irte con el Perchas? Moviendo maría te forrarías y se acabarían nuestros problemas con la pasta. Y no te digo si trabajaras también la farlopa, eso sería la hostia.

   El hombre recoge una cazadora descolorida, se la echa por los hombros, lanza una última mirada a la mujer y por toda respuesta dice:
- Anda, reina mora, métete en la cama y soba otro ratito.

¿Quién soy? ¿Qué pretendo?



¿Quién soy? ¿Qué pretendo?

Soy Zacarías Ramo Traver y estoy jubilado.

En mi dilatada vida profesional tuve que escribir miles de páginas y publiqué treinta y tantos libros, la mayoría de carácter técnico. Al jubilarme cambié la prosa pedagógica por la literaria.

He escrito tres novelas. La primera está publicada, “Las dos guerras de Aurelio Ríos” (Diputación Provincial. Castellón, 2011). La segunda, “La pertinaz sequía”, la tiene el editor, no sé si verá la luz. Con la tercera, “Apartamento con vistas al mar” aún sin terminar, he optado por colgarla en la red. Lo haré por entregas, dos veces a la semana.

Me inventé un pueblo, Senillar, y unos personajes, Lorena y Sergio, y por medio de ellos y de la variopinta gente de su entorno cuento una historia sobre el boom del ladrillo y su posterior crisis. Es ficción, pero real como la vida misma.

¿Qué pretendo? Por mi parte llenar horas de soledad y tener nuevos alicientes. Por lo que atañe al lector, entretenerle.

Bienvenidos al blog. Saludos. Zaca (así suelen llamarme los amigos).