"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 1 de marzo de 2016

05. Una primicia televisiva


   Mientras el comisario Bermúdez se despide de Clara Ponte, en otra dependencia de la comisaria se dilucida la clásica pugna entre diferentes departamentos policiales que quieren apropiarse del caso del robo del museo. Cada uno de ellos expone sus argumentos para demostrar que el asunto entra dentro de su ámbito competencial. Los de la Brigada de Delincuencia Especializada son los primeros en tirar la toalla; hay sospechas de que el asalto haya sido perpetrado por alguna banda de delincuencia organizada, pero de momento no son más que sospechas. El enfrentamiento entre los distintos departamentos acaba centrándose entre la Policía Judicial, hay un fiambre por medio, y la Brigada de Patrimonio que argumenta ser la competente pues se trata del expolio de una importante obra artística que, al valor intrínseco de las piezas auríferas robadas, une rasgos históricos y hasta con ramificaciones de política exterior como pocos tesoros reúnen.
   Al final, la Comisaría General, con la anuencia de la Judicatura, impone una solución salomónica y nada habitual en el procedimiento policial que, como suele ocurrir, no contenta a nadie. La Policía Judicial se encargará de investigar el crimen y los de Patrimonio investigarán el robo. Como son dos sucesos encadenados, dos inspectores, uno por cada departamento, se encargarán de coordinar la investigación y de mantener abiertos los canales de contacto para que la información fluya en ambas direcciones. Decisión que al inspector de Patrimonio al que han encargado el caso, Juan Carlos Atienza, le lleva a decir:
- Eso es como dar un chupachups a dos niños y pedirles que lo laman por turnos.
- Algo de eso hay, pero ya sabes: donde hay patrón no manda marinero – es la respuesta de Eusebio Bernal, de la Policía Judicial, el otro encargado de la coordinación.
- Sí, claro, pero quienes nos vamos a comer la mierda por esta cacicada vamos a ser nosotros – se lamenta Atienza
- ¿Sabes por qué hacen esos juegos malabares, por llamarles de alguna manera? – y sin esperar contestación, Bernal responde a su pregunta -. Porque piensan de manera distinta que nosotros. Tú y yo pensamos como lo que somos, policías. Ellos piensan como lo que son o quieren ser, políticos.
- Bueno, qué le vamos a hacer. ¿Por dónde te parece que empecemos? – pregunta Atienza.
- En principio, estimo que deberíamos centrarnos en el vigilante muerto para cerrar esa línea de investigación lo más rápido posible porque no creo que dé mucho de sí, y así poder dedicarnos al robo del contenido del furgón que considero que es la parte mollar del caso. ¿Te parece?
- Totalmente de acuerdo, pero antes tendremos que lidiar con los tocahuevos de los periodistas que son peores que una fístula en el trasero.
   El asesinato del vigilante de seguridad ya fue noticia en los telediarios del día anterior, pero el robo del furgón blindado no mereció un solo titular, se hablaba de ello en la letra pequeña de las informaciones que narraban el suceso. La valoración de lo sucedido ha cambiado rápidamente. No se sabe cómo, pero alguien ha debido filtrar la información de que lo realmente importante en el caso es lo que llevaba el furgón. Dos canales de televisión y un periódico de ámbito nacional se han hecho con la primicia. Inmediatamente aparece la noticia en los informativos de las cadenas televisivas, siempre más ágiles que los medios escritos. Se habla, sin dar muchos más detalles, de que el vehículo transportaba una colección artística de incalculable valor al ser única en el mundo. Los reporteros atosigan a los inspectores con sus preguntas y estos se escudan en que la señora jueza ha declarado secreto del sumario, pero son conscientes que esa postura no podrán mantenerla por mucho tiempo. Saben que en una sociedad libre los ciudadanos exigen estar informados y la realidad de cuanto ocurre no se les puede hurtar excesivamente.
   El nuevo interés de los medios por lo que comienza a llamarse “El robo del Museo de América”,  o “El robo del siglo”, como dicen los más populistas, ha supuesto para el viejo Ponte que su nombre y hasta su foto aparezcan por primera vez en los medios, algo inusual en su monótona vida. Uno de los avispados periodistas de Canal 5 se ha enterado que el único testigo del caso vive al final de Hilarión Eslava, casi esquina con Cea Bermúdez. Como no ha podido averiguar el número del edificio ha ido mirando en los paneles de los telefonillos de los portales y en los buzones hasta que lo descubre. Llama al equipo de grabación y los cita en la cafetería Rionegrito enfrente del domicilio del viejo. Mientras llegan sus compañeros, sin pensarlo dos veces, sube al piso y llama. Quien abre la puerta no es el viejo sino su hija Clara que, como vive en la puerta de al lado, se pasa con frecuencia a casa de su padre. Cuando el reportero explica el motivo de su visita se topa con la radical negativa de la hija de que su padre sea entrevistado. El comisario le ha aconsejado que rehúyan a los medios, solo les traerán problemas.
   El periodista no desiste, lo que hace es preguntar al portero de la finca contándole que es un antiguo conocido del señor Ponte, de cuando trabajaba en Iberdrola. El portero le dice que casi todos las mañanas el viejo saca a pasear a su nietecillo y suele llevarlo o al Museo de América, sitio que después de lo ocurrido no cree que vuelva a pisar, o al parque infantil de Los Jardines de San José de Calasanz, ubicados en un reducido espacio entre las calles Joaquín María López, Gaztambide y Andrés Mellado. El reportero recoge a la gente de su equipo y se desplazan a los jardines a esperarlo. En un primer momento, el viejo se niega a contarle nada al periodista, pero éste insiste. Cuando el reportero le comenta que el reportaje saldrá en todos los telediarios, que lo van a ver en media España y que se va a convertir en un personaje famoso, al viejo le puede más la vanidad que la prudencia y accede a que le graben. Solo pone una condición: que no saquen a su nieto.
- No se preocupe, señor Ponte, no pensábamos hacerlo. Está prohibido sacar a los menores de edad. Ahora bien – al periodista se le acaba de ocurrir algo -, sería un magnífico final del reportaje el que le grabáramos yéndose usted del parque empujando el carrito del bebé. A esa secuencia la titularíamos algo así como: El hombre que se enfrentó a los atracadores del Museo de América paseando a su nieto.
- Pero entonces saldría el niño – recela el viejo.
- No, en absoluto. Haríamos una toma, un primer plano de usted llevando el carrito, con lo que la capota del carro ocultará al niño del que no se le verá ni un pelo. Le doy mi palabra.
- No sé, no sé – el viejo no parece muy convencido -. Igual a mi hija no le gusta que aparezca el crío.
- Le reitero, señor Ponte, que del chaval no se va a ver nada, solo el carricoche.
   El viejo vacila, pero al final accede. Y vuelve a repetir lo que ya ha contado varias veces a la policía hasta que, otra vez, su vanidad le juega una mala pasada.
- Y les diré algo que no se lo he contado a nadie, ni a la policía. He vuelto a reconstruir muchas veces lo que vi y, sin estar seguro al cien por cien, juraría que uno de los asaltantes podría ser una mujer que iba disfrazada de hombre. Cuanto más lo pienso, más convencido estoy.
   El reportero abre unos ojos como platos. ¡Una mujer! Ninguna de las fuentes que maneja ha dicho nada de que hubiese una mujer entre los asaltantes. Si lo que cuenta el viejo es cierto tiene en su poder un scoop formidable. La primicia hará feliz al director de informativos de la cadena que últimamente le ha estado puteando. Tiene que seguir tirando del hilo de ese ovillo que el viejo acaba de poner en sus manos.
- Cuente, don Manuel, cuente – el informador le ha ascendido el tratamiento.