Cuando acabó la temporada veraniega del dos
mil quince y los turistas comenzaron a escasear, Curro pensó que no se estaba
tan mal en Tavira y que no tenía mucho sentido buscar un nuevo sitio en el que
esconderse. Se dijo aquello de que más vale conocido que bueno por conocer. Pasó
el otoño, comenzó el invierno y llegó el 2016. Pensó que llevaba dos años fuera
de su tierra y que podría aguantar el tiempo que fuera necesario. Se mentía a
sí mismo. La verdad que no quería reconocer era que seguía aburriéndose más que
un güisqui de dieciséis años en un supermercado de barrio. Lo que más le
chinchaba era lo de la lengua. Parecía mentira que fuera tan torpe con los
idiomas. Ya entendía el portugués bastante bien, pero en cuanto a hablarlo era
una nulidad.
Lo del idioma y la inminente apertura de la
nueva temporada veraniega fueron las dos causas principales que le llevaron a
replantearse si no sería bueno cambiar de escondite. ¿Y por qué no en España?
Mejor esconderse entre españoles y ser uno más que entre portugueses y ser un
guiri a quien todos señalan. Por otro lado, el juicio en el que estaba
encausado no hacía más que demorarse, por ahí las cosas están como estaban, se
dijo, pero el instinto y lo que leía en la prensa española le inducían a seguir
huido. Además, era plenamente consciente de que había gente atrapada en el
llamado caso Ere que si le pusiera las manos encima lo iba a pasar mal. Y no
solo algunos de los imputados en el mayor caso de corrupción política ocurrida
en Andalucía, sino también unos cuantos tipos, que hasta ahora se habían
salvado de la imputación, y que temían que sí iba a juicio, le hacían
testificar y se decidía a contar cuanto sabía podían verse involucrados, ¡Dios
sabe con qué consecuencias!. De todas formas, siguió pensando, España es lo
suficientemente grande como para encontrar buenos escondites en donde nadie
hubiese oído hablar jamás de Curro Salazar Jiménez y mucho menos de Francisco
Martínez Galán.
-Y al menos,
podré hablar sin pensar en sí me van a entender o no –dijo en voz alta.
Recordar el juicio que tenía pendiente le
llevó a rememorar su pasado sindical que fue el principio de todo. En cuanto
entró a trabajar como ayudante de calderería en los Astilleros de Cádiz, lo
primero que hizo fue afiliarse a la UGT, pues al sindicato socialista ya
perteneció su padre. Hizo más carrera en el sindicato que en la empresa y
cuando se convirtió en representante de los trabajadores para dedicarse de
lleno a las funciones sindicales, lo que se conocía como liberado sindical,
supo que había encontrado su lugar en el mundo laboral. Fue secretario de
Acción Sindical y más tarde miembro del Comité de Empresa de Astilleros. A
partir de ahí fue ascendiendo, peldaño a peldaño en el intrincado mundo
sindical y cuando, por consejo de uno de sus mentores, se afilió al PSOE, su
carrera se convirtió en meteórica. Terminó en Sevilla como secretario de
organización de la influyente Federación del Metal de la UGT de Andalucía. Y al
llegar a ese peldaño, cuando parecía que la todopoderosa secretaría general del
sindicato estaba a su alcance, su progresión sufrió un inexplicable parón. Se
le dijo que si era demasiado joven, que si le faltaba experiencia, que si
patatín patatán, pero ahí quedó varado.
El estancamiento de su prometedora carrera
hizo que desarrollara una larvada malquerencia hacia la cúpula sindical; para
resarcirse comenzó a frecuentar la agrupación socialista a la que pertenecía y
en la que muy pronto comenzaron a hacerle responsable de pequeños proyectos. Y
en ese terreno fue donde descubrió que tenía unas magníficas dotes para el
trapicheo, la componenda y la consecución de subvenciones de la siempre
generosa administración de la Junta de Andalucía. Ese fue el trampolín que le
llevó a meterse en la rueda de los ERES. Dada su experiencia sindical conocía
perfectamente el mecanismo de los Expedientes de Regulación de Empleo que,
según rezaba la legislación laboral, eran y siguen siendo un procedimiento
administrativo-laboral de carácter especial dirigido a obtener de la Autoridad
Laboral competente autorización para suspender o extinguir las relaciones
laborales cuando concurran determinadas causas, garantizando los derechos de
los trabajadores. Pero la regulación de los ERES, como tantas normas
administrativas, tenía más agujeros que un queso gruyere. Y si uno sabía
colarse por esas gateras se podían obtener unos beneficios incontables y encima
con dinero del Estado y la Unión Europea.
-¡Qué
tiempos aquellos –se dijo en voz alta -, en los que se podía ganar lana hasta
para asar una vaca!
Y así fue como Curro Salazar llegó a formar
parte del llamado Clan de los Conseguidores que eran las personas que negociaban
con empresarios, que sin tener problemas en su empresa y dando beneficios,
querían aplicar un ERE fraudulento y así poder despedir a trabajadores fijos y
con muchos años de antigüedad, utilizando para indemnizarlos la financiación de
los ERE. De esta manera, el empresario podía contratar trabajadores temporales,
para ocupar los puestos de trabajo de los despedidos mediante el ERE, y
naturalmente, los contrataba con sueldos menores sin tener que pagarles la antigüedad.
Era una práctica ilegal que funcionó a la perfección durante muchos años y que
todos conocían pero aparentaban ignorarlo. Al llegar a ese punto, Curro vuelve
a levantar la voz:
-Ya lo desía
mi pobre madre, la avarisia rompe el saco. Si no hubiera sio por los bersas de
Mercasevilla que quisieron ordeñar demasiao a la vaca, todavía estaríamos
forrándonos y los tribunales llamándose andana. ¡Vaya panda de gilipollas!
Tuvo que olvidarse de su pasado cuando a
finales de la primavera de 2016, le ocurrió un hecho que fue el que le dio el
último empujón para decidirse a buscar un nuevo refugio. Al entrar en una de
las pousadas en las que solía
almorzar a punto estuvo de tropezarse con un grupo de españoles entre los que
reconoció a un exdirector general de la Consejería de Empleo de la Junta y que
era otro de los imputados en el caso ERE. Tuvo suerte, el exdirector no pareció
haberle visto, pero eso fue la gota que hizo rebosar el vaso.
-Curro, se
dijo, de hoy no pasa. Métete en el internet y a ver qué encuentras en España.
Y así lo hizo. Se metió en la red y buscó
las peores zonas costeras de España por aquello de que pensó que serían las
menos visitadas. Le salió un informe de Ecologistas en Acción en el que la
organización había colocado cuarenta y siete “banderas negras” en otras tantas
playas. Para otorgar tan dudoso honor, los conservacionistas se basaban en dos
datos básicos: la contaminación y la mala gestión. Cambió de criterio y buscó
playas poco conocidas y en un artículo de viajamosjuntos.net se topó con una
información que hablaba de las playas recónditas de la Costa de Azahar de
Castellón.
-Coño, ni sabía
que existiese tal costa –se dijo Curro en voz alta -, pero el nombre me gusta,
es paresido al de mi pueblo, Azahar, Zahara, si es que suena casi igual.
Siguió leyendo y la primera playa recóndita, vaya palabreja pensó, con la
que se topó fue la Playa Nudista del Parque Natural de Cabanes-Torreblanca, de
la que se decía que “es una playa privada de arena, escondida detrás de los
campos de cultivo en medio de la nada … Mientras no molestéis a nadie, ni os
mirarán”.
-¡Cojonudo!,
justo lo que buscaba, un sitio en el que si no molestas nadie te mira –exclamó
en voz alta.
Entró en Google maps para localizar Cabanes
y Torreblanca y vio que eran dos pequeños pueblos del norte de Castellón cuyos
núcleos urbanos no estaban pegados a la costa. Volvió a la web de la Playa
Nudista y tecleó alojamientos, no encontró ninguno. Los más cercanos eran los
de Marina d´Or, de la que había oído hablar como de un Benidorm en pequeño. Un
sitio con tanta gente pululando a lo largo del verano no era un lugar idóneo
para alguien que lo que pretendía era pasar desapercibido. Insistió en la
búsqueda y al norte de la Playa Nudista se tropezó con otra playa: Torrenostra.
Se anunciaba como un lugar ideal para familias con niños pequeños y para gente
que buscara disfrutar de un veraneo tranquilo. Eso le gustó. Apenas había
servicios hoteleros, solo encontró un camping y un hostal. En Torreblanca, que
era el municipio al que pertenecía Torrenostra, existían más lugares donde
alojarse, pero casi todos eran paradores de carretera.
-Mucha web y
muchas páginas en internet, pero luego no hay manera de encontrar un
alojamiento desente –se dijo – porque en un parador no voy a meterme y lo del
camping queda para los guiris. Tendré que ver que tal es el hostal que
anunsian. Lo que me sigue gustando es el nombre, la Costa de Azahar, eso me
huele a naranjos y es buena señal.