NOTA: En este post hay párrafos con
los tiempos verbales en pretérito y otros con los tiempos en presente. En el
primer caso es porque describo paisajes del Senillar de los años cuarenta. En
el segundo es porque los ámbitos descritos siguen siendo los mismos que en el
Senillar de nuestros días.
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Senillar (nombre ficticio) es un pueblo sito
en la raya divisoria de las provincias de Valencia y Alicante. El topónimo
deriva de la abundancia de una planta gramínea llamada senill en valenciano - carrizo en castellano - que suele criarse en
los humedales y que prolifera en el prado pantanoso y la zona de la marjalería
que lindan con la costa. Está ubicado en el centro de una llanura que mira al
Mediterráneo al este y que está bordeado al oeste por una cadena de bajas y
redondeadas colinas pobladas de matorral y en las que también hay estrechos
bancales en los que crecían algarrobos, almendros, olivos y alguna viña;
bancales hoy abandonados. Por el norte limita con el término municipal de
Benialcaide y por el sur con el de Albalat del Mar (ambos topónimos también
imaginarios). Tiene un término municipal pequeño puesto que es una de las
localidades más nuevas de la comarca, su carta puebla o documento fundacional
solo data de fines del siglo XVI.
El núcleo urbano está a unos tres kilómetros
del mar. En los años en que discurre la novela (1940-1955), en la costa existía
un pequeño barrio, al que la gente llamaba la Marina y los burócratas el barrio
marítimo, con casitas de una o dos plantas en las que vivían algo menos de un
centenar de familias que intentaban ganarse la vida con la pesca de bajura.
También había algunas casas o villas de gente del lugar que solo utilizaban
cuando iban a la playa a “tomar las aguas”, en expresión de la época. Por lo
demás la gente, volcada en la agricultura, vivía de espaldas al mar al que solo
visitaba en algunas festividades estivales tales como: San Juan, la Virgen del
Carmen o la Asunción. Lo de veranear,
bañarse o tomar el sol eran consideradas como rarezas propias de la gente de
ciudad.
Las comunicaciones no eran malas. La
carretera nacional del Mediterráneo, que enlazaba Cádiz con Barcelona,
atravesaba el pueblo lo cual daba vida a diversos paradores y bares de
carretera. El ferrocarril Alicante-Valencia-Barcelona también transitaba por el
término municipal, estando la estación ubicada a medio kilómetro de la
localidad. Una red de caminos de tierra conectaba el pueblo con las distintas
partidas en las que se dividía el territorio municipal, entre ellos destacaban
las denominadas carrassas que eran
como las avenidas del campo y en las que morían o nacían la mayoría de los
caminos rurales.
El pueblo es llano en general, salvo un
minúsculo cerro que marca el límite oeste del núcleo urbano y en el que se
ubica el denominado Calvario con las catorce estaciones del viacrucis representativas
de los momentos vividos por Jesús hasta su crucifixión. Presidiendo el cerro
hay una capilla en la que se guarda una imagen de Cristo Crucificado que, según
la creencia popular, tiene fama de milagrero. Las calles son rectas, salvo el
núcleo más antiguo que se arremolina alrededor del Calvario, y estrechas, tan
solo dos tienen una cierta anchura: el Rabal y la calle del Mar, entonces rebautizada
como avenida José Antonio. El corazón del núcleo urbano es la plaza Mayor,
denominada en aquellos años plaza del Caudillo. No había edificios de gran
porte, salvo la iglesia parroquial que por su tamaño correspondería mejor a una población mayor.
Las casas solían tener de una a tres plantas, siendo este último tipo el más
corriente, eran estrechas y muchas iban de calle a calle. En las viviendas de
los labriegos por la puerta trasera se accedía al corral donde se guardaban los
aperos, el carro y se estabulaba el mulo o el caballo, auxiliar indispensable
para las labores del campo. Precisamente, una de las estampas más clásicas de
aquella época ocurría al atardecer cuando una procesión de carros devolvía a
los labradores al pueblo por los caminos de las distintas partidas del término municipal.
El terreno entre el caserío y la costa
estaba plagado de campos de regadío presididos por una miríada de norias en las
que mulos y asnos eran los encargados de sacar el agua de sus profundidades. A
mediados de los cuarenta la necesidad de incrementar la producción de alimentos
impulsó la construcción de pozos equipados con motores, con lo que el campo se
llenó de una intrincada red de regueros de mampostería que multiplicó la
superficie de regadío. Fue el principio del fin para las viejas norias.
Las
huertas, casi siempre pequeñas y rectangulares, más parecían jardines, por lo
cuidadas que estaban, que tierras de labor. No se veían grandes fincas puesto
que la propiedad estaba muy repartida. En aquellas partidas que no se podían
regar lo que más abundaba eran los campos de almendros.
Con agua suficiente y un clima tan suave
como el levantino el campo daba generosas cosechas de toda suerte de productos
hortofrutícolas. Asimismo era numeroso el arbolado en el que destacaban por su
número los huertos de cítricos. No eran los únicos frutales, también se veían nísperos,
higueras, granados, perales, almendros, membrillos,…
En la zona
contigua al mar existe una zona pantanosa, una antigua turbera, plagada de
pequeñas lagunas, de agua semisalada, llenas de carrizos, espadañas, juncos y
demás especies propias de los humedales. Contigua a ese prado pantanoso está la
marjalería. Los marjales son campos de cultivo
arrancados al humedal. Son franjas largas y estrechas de terreno limitadas por
dos o más acequias originadas al extraer la tierra que sirve de base al marjal
y que lo sitúa por encima de la cota freática del humedal; las acequias sirven
asimismo como conductos de drenaje y para suministrar agua para regarlos.
Fueron muy útiles hasta que se mecanizó la extracción de agua. En las acequias se
veían pulular ranas, tortugas, anguilas y demás especies que florecen en las
aguas pantanosas. A mediados de los cuarenta hubo un intento de cultivar arroz
en el humedal, intento que se hizo realidad durante unos cuantos años hasta que
se salinizó el agua por la sobreexplotación.
Finalmente, se llega, al mar delimitado por
una costa plana y sin grandes relieves. La arena termina justo dónde mueren las
olas. A partir de ahí comenzaba un cordón litoral de cantos rodados y grava
entreverado de vez en cuando por pequeños arenales.
En cuanto al clima es el típico del levante
español: inviernos templados y con pocas precipitaciones, veranos calurosos y secos,
primaveras y otoños muy marcados y en los que la lluvia, siempre escasa e
irregularmente repartida, suele hacer su aparición, más la otoñal que la
primaveral. Desde una perspectiva global se puede decir que Senillar pertenece
a la España seca. Como contrapartida cada equis años se produce el fenómeno de
la gota fría que anega todos los campos y hasta los bajos de buena parte de las
casas, al fenómeno le llaman la riuà aunque
el único río que pasa cerca del pueblo no es más que una modesta rambla. El
meteoro más frecuente es el viento y desde donde más sopla es un arco que va
desde el norte – con la tramuntana y el
mistral – hasta el sur - el migdía -, pasando por los vientos más constantes que
son los que provienen del Mediterráneo: el gregal
o nordeste, el llevant o levante y el
xaloc o sudeste.
En conjunto podríamos decir que el ámbito
físico que rodeaba el pueblo tenía escasos relieves y pocos puntos de
referencia; visto desde el aire se vería una llanura muy parcelada y con
abundante arbolado en el que predominaban los naranjos. Su paisaje más singular
era la costa que al ser baja y arenosa tampoco era una nota que sobresaliera en
el panorama senillense. Hoy aquel paisaje ha sufrido drásticas alteraciones
debido al boom inmobiliario.