Haber formalizado su vínculo solo ha supuesto pequeños cambios en la
relación de Pepita y José Vicente. Si hay una variación destacada: todas las
noches el joven acude a casa de los Arnau para hablar con la muchacha, sentados
ambos en sendas sillitas de enea en la entrada de la casa. A Gimeno le parecía
que el sitio natural para estar con su novia debería de ser el saloncito de
recibir, pero enseguida descubre que el hogar de sus futuros suegros está
formado en realidad por dos módulos diferenciados: hay una parte de la
vivienda, la que da a la entrada principal, que está siempre impoluta,
completamente decorada y amueblada, y que solo utilizan para enseñarla a las
visitas. Dónde verdaderamente los Arnau hacen la vida es en la parte de atrás de
la casa, que es más vieja, bastante sucia, está pobremente amueblada y su
decoración, por así calificarla, es más bien espartana. Bueno, piensa, esa será
una de las muchas cosas que habrá que cambiar en esta casa el día que pase a
formar parte de la familia.
A
medida que han ido pasando los días, José Vicente ha ido descubriendo cómo son
sus futuros suegros y su hija. Como percibió el primer día, el tío Braulio es
buena persona, cazurro, trabajador, austero, parco en palabras, pero poco más
que un cero a la izquierda en lo que concierne al estatus familiar. Quien
decide todo lo que hay hacer es Águeda, que es taimada, retorcida, hipócrita e
interesada, y su hija es la niña de sus ojos por lo que, a la postre, es Pepita
la que impone sus deseos y caprichos. Toda esa combinación ha propiciado lo que
es ahora la muchacha: una joven caprichosa y marimandona, convencida de que es
una belleza, sabedora de que heredará una gran fortuna, y que con todo eso poco
más necesita. El hombre que pretenda desposarla va a ser afortunado por tenerla
como pareja.
En
realidad, la joven tiene múltiples carencias como Gimeno pronto descubre: sus modales
dejan mucho que desear, sus habilidades sociales brillan por su ausencia, sus
limitaciones culturales son patentes y, lo que peor lleva el joven político, su
higiene personal es bastante deficiente. Hasta la petición apenas si la había
tocado, pero después del permiso paterno, la muchacha le ha dejado que la
acaricie. La primera vez que la besó estuvo a punto de darle un mareo, le olía
la boca y no precisamente a rosas. Le da la impresión de que apenas si debe de
lavarse los dientes y siempre atufa a un perfume intenso, que sospecha debe de
servir para enmascarar otros olores menos gratos. José Vicente decide que ese
estado de cosas no puede seguir así e idea un plan para eliminar o al menos
pulir las carencias de la muchacha. Solo es cuestión de encontrar la persona
que pueda y quiera hacer de Pigmalión. Sabe que no será fácil hallarla porque
la tarea será complicada de llevar a cabo dada la autosuficiencia que,
paradójicamente, tiene Pepita. En las que primero piensa para realizar su plan
es en las maestras del pueblo, pero no tiene confianza suficiente para pedirles
algo tan personal y además tampoco cree que la muchacha se deje instruir por
ellas. Teme que tendrá que desistir de su idea por falta de una persona
adecuada que ayude a su novia y le dé un curso acelerado de buenos modales e
higiene personal. En esas reflexiones está cuando aparece Lolita en el quicio
del despacho de jefatura.
- Jefe, te dejo el estadillo de altas y bajas
del pasado mes. Por cierto, una de las altas es de tu novia. Enhorabuena.
Podéis quedar de lo más propio si os casáis vistiendo la camisa azul – las
palabras de Lolita están cargadas de suave ironía.
- Gracias, Lolita. Tendré muy en cuenta tu
propuesta – contesta Gimeno con tono parecido. Es frecuente que en sus
contactos, siempre por tareas del partido, ambos utilicen una dialéctica
cargada de ironía, pero sin llegar a hacer sangre. Da la impresión como si
hubiesen llegado a un pacto no verbalizado de lanzarse pequeños dardos, pero
sin excesiva virulencia.
Apenas la delegada ha cerrado la puerta, cuando Gimeno se da una palmada
en la frente. ¡Lolita, cómo no se le ocurrió antes! Es la persona idónea para
su plan. Es educada, tiene modales, una cultura que ya quisiera para su
prometida, sabe estar y comportarse. Cuanto más lo piensa más se afianza en su
primera impresión: ha encontrado la instructora ideal. Encima, como convenció a
Pepita de que se inscribiese en la Sección Femenina, tiene la excusa perfecta
para que la muchacha no desconfíe de todo cuanto pueda enseñarle la que es su
delegada. El único pero existente es que probablemente Lolita le dirá que no.
Ha de urdir alguna estratagema para ganarse su confianza.
Por
muchas vueltas que le da, Gimeno no encuentra el medio para que la petición a
Lolita de que sea la Pigmalión de su novia no suene a excesiva prepotencia por
su parte y, al mismo tiempo, que el procedimiento tenga la suficiente fuerza
como para inducir a su amiga a aceptar su invitación. Inesperadamente, el
calendario le brinda la oportunidad que busca. La sección local de coros y
danzas, una de las creaciones de su colaboradora, quedó en primer lugar en el
festival provincial, por eso ha sido invitada a participar en la exhibición
folklórica regional que se llevará a cabo en el recién construido estadio
Castalia de Castellón con ocasión del uno de abril, Día de la Victoria, a
imitación de las exhibiciones que se realizan en el ámbito nacional en el
estadio Chamartín de Madrid. Para ello se necesita un vestuario nuevo y eso
supone un gasto que las magras finanzas de la jefatura local no pueden
permitirse. La joven delegada viene insistiéndole desde hace tiempo en que no
pueden ir a la capital con los viejos trajes que tienen las jóvenes de la
sección, habría que contar con nuevo guardarropa, pero Gimeno se ha negado
hasta el momento. Ahora piensa que, como Lolita está muy ilusionada con el
proyecto, si da luz verde al mismo estará en posición de pedirle algo a cambio.
La caja de jefatura se va a quedar más tiesa que una mojama pero, parafraseando
a aquel rey francés: si Paris bien vale una misa, la formación de Pepita bien
vale que se quede el presupuesto a cero.
- Lolita, tengo una gran noticia que darte.
Sé que te vas a alegrar mucho y, aunque no lo creas, para mí también ha
supuesto una satisfacción… – hace una pausa para dar mayor efectismo a la
información -. Conseguí financiación para que podáis ir a Castellón el próximo
uno de abril vestidas de dulce.
- ¿De verdad, en serio? – Lolita ríe y
palmotea como una niña pequeña a la que acaban de regalar una muñeca. En un
gesto impulsivo le planta un par de besos en las mejillas.
¡Huele solo a agua y jabón, pero que aroma tan rico!, piensa Gimeno. Y
cuando se ríe se transforma, parece mucho más joven y pierde ese aire entre
borde y ceñudo que adopta casi siempre. Qué lástima que no ría más a menudo.
Este es el momento de plantearle la propuesta:
- Por cierto, tengo que pedirte un favor
personal.
- Después de la noticia que acabas de darme,
lo que quieras.
- Verás... – José Vicente busca las palabras
para que su petición suene lo menos exigente posible -, Pepita es encantadora
en muchos sentidos, pero le falta bastante mundología. Me da la impresión de
que su madre no le ha enseñado muchas de las cosas que una señorita debe de
saber. ¿Me entiendes?
Lolita
mira a Gimeno y trata de permanecer lo más circunspecta posible. Claro que le
entiende y supone a qué se refiere. Conoce perfectamente a Pepita y a sus
padres y puede imaginarse la cantidad de hábitos, conductas y conocimientos de
los que la muchacha está en ayunas. Disimula.
- No acabo de entenderte, jefe. Si no hablas
más claro...
- Es que no sé cómo decirlo – confiesa -,
para que no parezca una actitud demasiado prepotente por mi parte. Me gustaría
que cogieses a Pepita por tu cuenta y, con la excusa de enseñarle lo que una
afiliada a la Sección Femenina debería saber, le dieses unas... – no encuentra
la palabra justa – charlas sobre lo que una chica, que mañana será la esposa de
un cargo político, debería conocer.
- Lo siento, jefe. Ni soy docente ni estoy
preparada para enseñar. Eso lo haría mucho mejor cualquiera de las maestras del
pueblo.
- Esa posibilidad ya me la planteé y tuve que
descartarla. Sondeé a Pepita y guarda un pésimo recuerdo de la escuela y de sus
maestras. No quiere saber nada de ellas.
- Entonces, ¿ya hablaste con ella de esa
preparación?
- De forma explícita, no. Se lo insinué, pero
no se lo he planteado claramente. Me dio miedo de que lo rechazara.
- ¿Y pretendes que le enseñe cómo comportarse
con la excusa de que es algo propio de la Sección Femenina? Seamos serios, Pepita
puede ser ignorante, pero no tonta.
- Soy consciente de que es un plan bastante
descabellado, pero es que no encuentro otra forma. Y créeme que me quita el
sueño. Necesito que la mujer que lleve al lado sea capaz de no desentonar y
Pepita no está preparada para ello. Solo tú puedes ayudarme, por eso me atrevo
a pedirte este favor. Ya sé que es algo muy personal y que no tiene nada que
ver con tu trabajo en la delegación, pero, ya te digo, estoy muy preocupado y
la única esperanza que tengo es que quieras ayudarme.