"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 10 de febrero de 2015

3.4. Buscando a Pigmalión



   Haber formalizado su vínculo solo ha supuesto pequeños cambios en la relación de Pepita y José Vicente. Si hay una variación destacada: todas las noches el joven acude a casa de los Arnau para hablar con la muchacha, sentados ambos en sendas sillitas de enea en la entrada de la casa. A Gimeno le parecía que el sitio natural para estar con su novia debería de ser el saloncito de recibir, pero enseguida descubre que el hogar de sus futuros suegros está formado en realidad por dos módulos diferenciados: hay una parte de la vivienda, la que da a la entrada principal, que está siempre impoluta, completamente decorada y amueblada, y que solo utilizan para enseñarla a las visitas. Dónde verdaderamente los Arnau hacen la vida es en la parte de atrás de la casa, que es más vieja, bastante sucia, está pobremente amueblada y su decoración, por así calificarla, es más bien espartana. Bueno, piensa, esa será una de las muchas cosas que habrá que cambiar en esta casa el día que pase a formar parte de la familia.

   A medida que han ido pasando los días, José Vicente ha ido descubriendo cómo son sus futuros suegros y su hija. Como percibió el primer día, el tío Braulio es buena persona, cazurro, trabajador, austero, parco en palabras, pero poco más que un cero a la izquierda en lo que concierne al estatus familiar. Quien decide todo lo que hay hacer es Águeda, que es taimada, retorcida, hipócrita e interesada, y su hija es la niña de sus ojos por lo que, a la postre, es Pepita la que impone sus deseos y caprichos. Toda esa combinación ha propiciado lo que es ahora la muchacha: una joven caprichosa y marimandona, convencida de que es una belleza, sabedora de que heredará una gran fortuna, y que con todo eso poco más necesita. El hombre que pretenda desposarla va a ser afortunado por tenerla como pareja.
   En realidad, la joven tiene múltiples carencias como Gimeno pronto descubre: sus modales dejan mucho que desear, sus habilidades sociales brillan por su ausencia, sus limitaciones culturales son patentes y, lo que peor lleva el joven político, su higiene personal es bastante deficiente. Hasta la petición apenas si la había tocado, pero después del permiso paterno, la muchacha le ha dejado que la acaricie. La primera vez que la besó estuvo a punto de darle un mareo, le olía la boca y no precisamente a rosas. Le da la impresión de que apenas si debe de lavarse los dientes y siempre atufa a un perfume intenso, que sospecha debe de servir para enmascarar otros olores menos gratos. José Vicente decide que ese estado de cosas no puede seguir así e idea un plan para eliminar o al menos pulir las carencias de la muchacha. Solo es cuestión de encontrar la persona que pueda y quiera hacer de Pigmalión. Sabe que no será fácil hallarla porque la tarea será complicada de llevar a cabo dada la autosuficiencia que, paradójicamente, tiene Pepita. En las que primero piensa para realizar su plan es en las maestras del pueblo, pero no tiene confianza suficiente para pedirles algo tan personal y además tampoco cree que la muchacha se deje instruir por ellas. Teme que tendrá que desistir de su idea por falta de una persona adecuada que ayude a su novia y le dé un curso acelerado de buenos modales e higiene personal. En esas reflexiones está cuando aparece Lolita en el quicio del despacho de jefatura.
- Jefe, te dejo el estadillo de altas y bajas del pasado mes. Por cierto, una de las altas es de tu novia. Enhorabuena. Podéis quedar de lo más propio si os casáis vistiendo la camisa azul – las palabras de Lolita están cargadas de suave ironía.
- Gracias, Lolita. Tendré muy en cuenta tu propuesta – contesta Gimeno con tono parecido. Es frecuente que en sus contactos, siempre por tareas del partido, ambos utilicen una dialéctica cargada de ironía, pero sin llegar a hacer sangre. Da la impresión como si hubiesen llegado a un pacto no verbalizado de lanzarse pequeños dardos, pero sin excesiva virulencia.
   Apenas la delegada ha cerrado la puerta, cuando Gimeno se da una palmada en la frente. ¡Lolita, cómo no se le ocurrió antes! Es la persona idónea para su plan. Es educada, tiene modales, una cultura que ya quisiera para su prometida, sabe estar y comportarse. Cuanto más lo piensa más se afianza en su primera impresión: ha encontrado la instructora ideal. Encima, como convenció a Pepita de que se inscribiese en la Sección Femenina, tiene la excusa perfecta para que la muchacha no desconfíe de todo cuanto pueda enseñarle la que es su delegada. El único pero existente es que probablemente Lolita le dirá que no. Ha de urdir alguna estratagema para ganarse su confianza.

   Por muchas vueltas que le da, Gimeno no encuentra el medio para que la petición a Lolita de que sea la Pigmalión de su novia no suene a excesiva prepotencia por su parte y, al mismo tiempo, que el procedimiento tenga la suficiente fuerza como para inducir a su amiga a aceptar su invitación. Inesperadamente, el calendario le brinda la oportunidad que busca. La sección local de coros y danzas, una de las creaciones de su colaboradora, quedó en primer lugar en el festival provincial, por eso ha sido invitada a participar en la exhibición folklórica regional que se llevará a cabo en el recién construido estadio Castalia de Castellón con ocasión del uno de abril, Día de la Victoria, a imitación de las exhibiciones que se realizan en el ámbito nacional en el estadio Chamartín de Madrid. Para ello se necesita un vestuario nuevo y eso supone un gasto que las magras finanzas de la jefatura local no pueden permitirse. La joven delegada viene insistiéndole desde hace tiempo en que no pueden ir a la capital con los viejos trajes que tienen las jóvenes de la sección, habría que contar con nuevo guardarropa, pero Gimeno se ha negado hasta el momento. Ahora piensa que, como Lolita está muy ilusionada con el proyecto, si da luz verde al mismo estará en posición de pedirle algo a cambio. La caja de jefatura se va a quedar más tiesa que una mojama pero, parafraseando a aquel rey francés: si Paris bien vale una misa, la formación de Pepita bien vale que se quede el presupuesto a cero.
- Lolita, tengo una gran noticia que darte. Sé que te vas a alegrar mucho y, aunque no lo creas, para mí también ha supuesto una satisfacción… – hace una pausa para dar mayor efectismo a la información -. Conseguí financiación para que podáis ir a Castellón el próximo uno de abril vestidas de dulce.
- ¿De verdad, en serio? – Lolita ríe y palmotea como una niña pequeña a la que acaban de regalar una muñeca. En un gesto impulsivo le planta un par de besos en las mejillas.
   ¡Huele solo a agua y jabón, pero que aroma tan rico!, piensa Gimeno. Y cuando se ríe se transforma, parece mucho más joven y pierde ese aire entre borde y ceñudo que adopta casi siempre. Qué lástima que no ría más a menudo. Este es el momento de plantearle la propuesta:
- Por cierto, tengo que pedirte un favor personal.
- Después de la noticia que acabas de darme, lo que quieras.
- Verás... – José Vicente busca las palabras para que su petición suene lo menos exigente posible -, Pepita es encantadora en muchos sentidos, pero le falta bastante mundología. Me da la impresión de que su madre no le ha enseñado muchas de las cosas que una señorita debe de saber. ¿Me entiendes?
   Lolita mira a Gimeno y trata de permanecer lo más circunspecta posible. Claro que le entiende y supone a qué se refiere. Conoce perfectamente a Pepita y a sus padres y puede imaginarse la cantidad de hábitos, conductas y conocimientos de los que la muchacha está en ayunas. Disimula.
- No acabo de entenderte, jefe. Si no hablas más claro...
- Es que no sé cómo decirlo – confiesa -, para que no parezca una actitud demasiado prepotente por mi parte. Me gustaría que cogieses a Pepita por tu cuenta y, con la excusa de enseñarle lo que una afiliada a la Sección Femenina debería saber, le dieses unas... – no encuentra la palabra justa – charlas sobre lo que una chica, que mañana será la esposa de un cargo político, debería conocer. 
- Lo siento, jefe. Ni soy docente ni estoy preparada para enseñar. Eso lo haría mucho mejor cualquiera de las maestras del pueblo.
- Esa posibilidad ya me la planteé y tuve que descartarla. Sondeé a Pepita y guarda un pésimo recuerdo de la escuela y de sus maestras. No quiere saber nada de ellas.
- Entonces, ¿ya hablaste con ella de esa preparación?
- De forma explícita, no. Se lo insinué, pero no se lo he planteado claramente. Me dio miedo de que lo rechazara.
- ¿Y pretendes que le enseñe cómo comportarse con la excusa de que es algo propio de la Sección Femenina? Seamos serios, Pepita puede ser ignorante, pero no tonta. 
- Soy consciente de que es un plan bastante descabellado, pero es que no encuentro otra forma. Y créeme que me quita el sueño. Necesito que la mujer que lleve al lado sea capaz de no desentonar y Pepita no está preparada para ello. Solo tú puedes ayudarme, por eso me atrevo a pedirte este favor. Ya sé que es algo muy personal y que no tiene nada que ver con tu trabajo en la delegación, pero, ya te digo, estoy muy preocupado y la única esperanza que tengo es que quieras ayudarme.