"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 2 de agosto de 2019

115. El que no se arriesga, no cruza el río


   Da la impresión de que tanto Pacheco como Sierra están dispuestos a prestar oídos a lo que pueda contarles el supuesto investigador, que como tal se ha presentado Grandal. Pese a ello los rostros contrariados y a la vez preocupados que muestran ambos es señal de que no todo va a ser coser y cantar. Antes de que se echen atrás, el excomisario se lanza a convencerlos con sus explicaciones.
-La situación es la siguiente. Comencemos por usted, Pacheco. En su primera deposición ante la jueza que instruye el caso Pradera, a la pregunta de sí estuvo viendo a Salazar la tarde del día 15, contestó negativamente.
-Y así fue –confirma Pacheco con voz que pretende ser rotunda.
-Ahí te duele, Alfonso –De pronto Grandal ha decidido pasar al tuteo como una manera de rebajar el tono aséptico que hasta el momento ha tenido la conversación-, porque ambos sabemos que eso no es verdad. Tengo a dos personas dispuestas a declarar que el día de la Asunción por la tarde te vieron bajar, en compañía de una mujer, de la primera planta del hostal donde residía Curro. Una simple rueda de identificación demostraría que la mujer en cuestión era tu esposa, Macarena Hernández, hija por cierto de un conocido constructor sevillano.
   Es oír la afirmación de Grandal y el rostro del ingeniero cambia de color, de blanco se torna pálido y un gesto de angustia se le pinta en el mismo. El expolicía no prosigue su explicación, prefiere dar tiempo a que el zahareño asimile el estoconazo que le acaba de dar. Puesto que Pacheco no responde es Sierra quien sale en su defensa.
-¿Y qué si le vieron bajando con su mujer? Eso no incrimina en nada ni a Alfonso ni a su esposa en el desgraciado fallecimiento de Curro.
-Hasta ahora no he dicho una sola palabra de incriminar a nadie, pero vayamos por partes. Si a su señoría le llega la información de que el matrimonio Pacheco estaba la tarde de autos en el hostal donde falleció Salazar se va a poner de uñas al constatar que el testimonio que dio Alfonso en su primera deposición fue una mentira flagrante. Como sabes muy bien, Jaime, el testigo que miente en un juicio recae en una conducta tipificada en el Código Penal, dentro del capítulo dedicado a los delitos contra la Administración de Justicia. Y el artículo 458 de dicho código castiga ese delito con penas de prisión y multa, agravándose la condena si es en un juicio penal como puede terminar siendo el caso. En otras palabras, aunque Alfonso y Macarena no hubiesen realizado nada punible, el mero hecho del falso testimonio va a poner a tu amigo en el disparadero de que entre en el juzgado como testigo y salga como imputado.
   La última intervención de Grandal provoca que Pacheco hunda la cabeza entre sus manos mesándose los cabellos y lanzando un apagado gemido. Parece que el ingeniero está seriamente tocado. El expolicía se dice que es llegado el momento de acoquinarlo del todo.
-A todo ello habrá que sumar la más que probable condena del telediario, una condena a veces más pesada que la impuesta por los jueces. Y no me estoy refiriendo solo a Alfonso, sino también a Macarena. Habrá que ver la revolera que se va a armar en Sevilla cuando vean en los informativos de Canal Sur a la distinguida señora Pacheco, de la muy ilustre familia de los Hernández, entrar y salir por la puerta de la Audiencia de Castellón para prestar testimonio sobre la muerte de Curro el Conseguidor. Y no digamos nada si también es imputada. Durante muchos días no se va a hablar de otra historia en los corrillos de la calle Sierpes donde la van a despellejar.
   La alusión a lo que le puede pasar a su mujer hace reaccionar a Pacheco. Mira con rabia contenida a Grandal y con voz que quiere ser dura, pero que le sale un tanto atiplada, pregunta:  
-¿Y qué es lo que quiere?
-Querer, lo que se dice querer, yo no quiero nada, pero mis patrocinadores están muy interesados en saber qué ocurrió en la habitación de Curro mientras tú y Macarena estuvisteis allí –Grandal está jugando de farol pues a ciencia cierta todavía no sabe si la pareja estuvo en la habitación 16, pero tiene poco que perder.
   Sierra que se acaba de dar cuenta de que la situación se puede volver peligrosa para el futuro procesal de Pacheco, e indirectamente también para el suyo y viendo que su colega se ha derrumbado, vuelve a intervenir.
-Alfonso, no digas ni una palabra más. Todo lo que ha contado este fulano huele a encerrona –y dirigiéndose a Grandal le conmina-. Esta conversación ha terminado. Vuélvase por dónde ha venido –al tiempo que hace el ademán de levantarse.
-No tan deprisa, Sierra, todavía no te he contado el marrón que también te puede caer en un par de horas. El 458 del Código Penal te concierne igualmente. ¿O es qué creías que solo había tela que cortar para tu amigo? Si hago llegar al juzgado lo que he descubierto sobre ti también tú vas a entrar como testigo y vas a salir como imputado. Si quieres te lo explico para que prepares tu testimonio lo mejor que sepas, ahora bien si quieres largarte eso es problema tuyo.
-A ver qué tiene que explicarme –pregunta Sierra mordiendo las palabras.
-Te voy a ser sincero porque me has caído bien –Grandal piensa que va a acometer una jugada peligrosa, es un farol que tanto puede salir bien como mal, pero tal y como está la situación no tiene mejores cartas que jugar. El mayor peligro que corre es el del factor tiempo, aún no sabe quien estuvo antes en la habitación de Salazar, también desconoce si el antiguo director de IDEA estuvo o no con Curro, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el río-. Verás… hasta que no has entrado en el comedor prácticamente no sabía nada de ti que pudiera relacionarte con la muerte de Salazar, pero eso ya no es así. ¿Ves a aquel señor mayor de allí con el que estaba sentado? –dice señalando dónde está Ponte que ha girado la cabeza al ver que le miran-. Si, el del pelo blanco y la perilla. Pues bien el señor Manuel, que así se llama mi acompañante, estaba la tarde autos sentado en la terraza de Los Prados haciendo tiempo mientras dos de sus nietos se estaban bañando en la piscina del hostal. Como se aburría, estaba más atento a lo que ocurría a su alrededor que a los chapuzones de sus nietos y una de las cosas que vio fue a una persona salir por la puerta que da a la piscina y por la que se accede a las habitaciones del hostal… –Lo que está contando Grandal no es cierto, pero juega con la presunción de que Sierra lo crea-. El señor Manuel, que es viejo pero que tiene una excelente vista y mejor memoria, cuando has aparecido te ha identificado sin duda alguna como la persona que vio salir por la puerta en cuestión. Podrías venir de otra habitación, pero creo que en el hostal solo conocías a Salazar.
   Sierra encaja el golpe mejor que lo hizo Pacheco, sin embargo su autocontrol ha quedado seriamente tocado. Trata de asimilar lo que acaba de oír. ¡Me caguen la Macarena!, maldice, al final me vieron. Ya me temía que era demasiada suerte que ningún paleto me hubiese calado. El cabrón del Curro hasta después de muerto es capaz de joderme. A ver como manejo este marrón, piensa. Su confusión se disipa como por encanto cuando recapacita que, como mucho, se le podrá acusar de la omisión del deber de socorro puesto que no le hizo nada al exsindicalista. Su mejor defensa puede ser decir la verdad. Y sin darle más vueltas, decide confesar.
-Le voy a contar lo que realmente pasó…
   Y Sierra le cuenta a Grandal, y al mismo tiempo a Pacheco que le escucha entre atónito y desconcertado, que había quedado citado con el ingeniero en visitar conjuntamente a Curro para pedirle que respondiera a su propuesta de que lo mejor para él era que se entregara a la justicia y que ellos le ayudarían buscándole un buen abogado. Al ver que su colega no aparecía y dado que estaba en un chiringuito cercano al hostal optó por visitar al exsindicalista para conocer su decisión al plan que le habían planteado. Nunca pudo imaginar lo que iba a encontrarse, a Curro medio caído en un sillón, respirando a duras penas, con el rostro demudado y farfullando palabras ininteligibles  de las que solo pudo entender: Me… dado… golpes… Bebe un sorbo y sigue.
-Mi primer pensamiento, naturalmente, fue ayudarle. Le pregunté si quería agua o si prefería que le llevara a la cama, pero ni siquiera pudo contestarme. En aquel momento pensé que debía de haber sufrido algún tipo de síncope, quizá un infarto de miocardio o un ictus por lo que le dije que iba a bajar a recepción para que llamasen urgentemente a un médico y a una ambulancia y que volvería a subir. Hasta di un paso hacia la puerta cuando de pronto algo me hizo detenerme… Lo que me hizo mudar de opinión fue el recuerdo de las únicas palabras que había podido balbucir Curro: me… dado… golpes. Entonces no supe, y sigo sin saberlo, si se refería a que si se había dado un golpe o sí le habían dado golpes. El plural me indujo a deducir que lo que había ocurrido era lo último, que alguien le había golpeado…
   Sierra sigue contando a sus atentos oyentes que esa deducción provocó que las dudas se disparasen y pensase: si está así porque le han golpeado quizá puedan creer que he sido yo y solo será mi palabra de que no le he hecho nada contra… Vuelve a beber.
-Esa idea me llevó a dudar entre pedir ayuda o largarme de allí antes de que apareciera alguien y pudiera convertirme en sospechoso de agresión. Conocía, como media Sevilla, que entre la caterva de enemigos que tenía el Curro era muy posible que hubiera más de uno que no dudaría en llevárselo por delante… Estaba hecho un lío y cada vez más confuso. Mientras me debatía entre si ayudar a Curro, como había sido mi primera intención, o largarme de allí antes de que algún mal pensado pudiera achacarme ser el autor del estado del gaditano, ocurrió algo que disipó mis dudas.
   Sierra bebe otro sorbo, mira a sus interlocutores y se dice que debe rematar su confesión. Mientras Grandal piensa que es cierto el dicho popular: el que no se arriesga, no cruza el río.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 116. Alguien debe ser el chivo expiatorio