Lolita
explica a su madre que José Vicente se le ha declarado y que está hecha un lío,
no sabe qué hacer y le pide su opinión. La señora Leo, tras escuchar la
declaración de su hija de que no le ama, pero que siente un gran respeto y
hasta una cierta admiración por su jefe político, es rotunda: le aconseja
aceptar su petición de matrimonio. La joven se sorprende ante la categórica
respuesta de su madre.
- ¿Y no sería mejor que le diera largas? –
pregunta una dubitativa Lolita.
- En estos casos no valen las medias tintas,
María Dolores. Él se ha portado como un caballero y tú debes de hacerlo como
una dama. O aceptas su proposición o no la
aceptas, nada de marear la perdiz. Y puesto
que has pedido mi opinión, acabas de oírla. Tu madre te aconseja que le digas
que sí.
- Pero es que no estoy enamorada de él, mamá.
- Ya lo sé, pero él sí lo está de ti. Y un
hombre que te quiere, que te respeta, que te considera y que está empeñado en
desposarte, pese a que sabe que no le amas, será muy capaz de terminar
conquistando, si no tu amor, si tu respeto y estima. Y ya te lo dije, eso lo
tienen muy pocas mujeres que se casaron locamente enamoradas. Como hice en el
pasado, y voy a hacer ahora, respetaré cualquier decisión que tomes y me
tendrás siempre a tu lado pero, insisto, mi opinión es que lo aceptes.
La
charla no acaba de despejar sus dudas. Lolita comprende los temores que siente
su madre por su futuro, por el día que pueda quedarse sola en una casa grande y
vieja, con una tienda que también está declinando lenta pero inexorablemente. Es
consciente de que su madre enfoca el problema no solo desde un punto de vista
maternal sino también desde el de una mujer que ha rebasado la cincuentena.
El
último día del plazo, nada más levantarse, piensa que necesita contrastar su
opinión con alguien de su edad, que pueda entender mejor sus anhelos, sus
inquietudes y sus dudas. Como siempre, va en busca de su amiga Fina. Y vuelve a
repetirse el proceso.
- … y eso es lo que me dijo. Le he dado mil
vueltas y lo único que he conseguido es un buen dolor de cabeza. Sigo sin saber
qué hacer.
- Chica, me dejas de piedra. Así que José
Vicente te ha pedido en matrimonio. Nunca me lo hubiese imaginado. Porque vaya
saltos que ha dado el mozo, primero Pepita Arnau, luego Merceditas la
Estanquera y ahora Lolita Sales. ¡Casi parece Barbazul!
- ¡Fina, por amor de Dios, tómatelo en serio!
He venido para que me ayudes, no para que hagas bromas a mi costa. ¿Si
estuvieras en mi lugar qué harías?
- Recuerdo que en una de tus muchas peleas
con Rafael me preguntaste exactamente lo mismo. Varios años después volvemos a
lo mismo. Ya me gustaría estar en tu lugar, bonita, pero ni mi Herminio ni mis
hijos ni, posiblemente, mi suegra me iban a dejar – al ver el gesto contrariado
de su amiga, Fina cambia de registro -. De acuerdo, se acabaron las bromas.
Vamos a ver, cabecita loca, o yo no te conozco o tienes tanta vocación de
soltera como Camila Tena de cabaretera. O sea, que lo que tienes que hacer es
casarte. Ambas sabemos quién era tu príncipe azul, pero terminó convertido en
rana. Este no es un príncipe, pero tampoco está tan mal.
- Pero no le amo.
- Perdona que me muestre dura, pero alguien
ha de decirte las verdades del barquero. Tampoco amabas al Peloplancha y en
algún momento estuviste dispuesta a emparejarte con él. Es evidente que con el
boticario hubieses hecho mejor boda, pero como te conozco sé que el interés no
es de las cosas que te hacen perder el sueño. Y de hombre a hombre no hay
color. José Vicente no es que sea Gregory Peck, pero no está mal. ¿Qué no le
quieres? Pues muy bien. No te cases con él. Siempre tienes a mano a Manolo
Pitarch que lleva media vida poniéndote ojitos de cordero degollado. Mira si
tienes suerte, no tienes uno sino dos pretendientes. De ninguno de los dos
estás enamorada, aunque volvemos a lo mismo, entre Manolo y José Vicente no hay
comparación posible. El secretario dela cooperativa da la impresión que es de
los que se viste por los pies y el pobre Manolo todos sabemos que número calza.
¿Tienes algún otro pretendiente que desconozca? ¿No? Pues ya sabes, no hay más
cera que la que arde.
- No sé por qué vengo a contarte mis
problemas, Fina. A veces me da la impresión de que en lugar de ayudarme me los
restriegas por la cara.
- No, Lolita, no. Estás equivocada. Me
confundes con Consuelo. Yo te quiero bien, creo que no hace falta que te lo
diga. ¿Desde cuándo somos amigas? Desde que íbamos a la clase de los cagones de
doña Julia, ¿te acuerdas? Has sido la mejor de mis amigas y me gustaría que lo
siguieras siendo, pero alguien ha de decirte las verdades. ¿Te ves llevando una
vida cómo la que llevo?, ¿te gustaría?, ¿crees que a mí me gusta? Tú no estás
hecha para una vida así de aperreada, trabajo en la casa, trabajo en el campo…
Tú necesitas un hombre de la clase del boticario o del de la cooperativa.
- Sí, pero el amor…
- Mira, bonita de cara, creo que ya va siendo
hora de que entierres los fantasmas del pasado y dejes de comportarte como
aquella niñata que mojaba las bragas cada vez que Rafa le daba un beso. ¿Es
necesario que te recuerde que un día de estos vas a cumplir veinticinco tacos?
Hazte un favor: olvídate de una puñetera vez de tus sueños de adolescente y
pórtate como lo que eres, como una mujer hecha y derecha. Y no tires a la
basura la que puede ser tu última oportunidad. Sé realista, no tienes tantas
opciones, y la que ahora se te presenta la puedes considerar como un regalo del
cielo. ¿Sabes qué? me voy a comprar, para tu boda, el vestido más caro que
encuentre en Valencia, a ver si a mi suegra le da un patatús. Porque espero que
me invites.
Mientras Lolita se debate entre una y mil dudas para decidir qué
contestar a la declaración de José Vicente, en el café de El Porvenir, hoy toca
hablar de política. Todos los periódicos que llegan al pueblo recogen en
primera plana y con gran alarde tipográfico la aprobación por las Cortes de la
Ley de Sucesión. España recobra su condición de Monarquía como forma de estado
y la ley prevé que en unos meses se llevará a cabo un referéndum para que pueda
ser votado por el pueblo.
- Entonces, ¿van a volver los Borbones? –
pregunta alguien.
- Eso habrá que verlo – contesta un
escéptico.
- Pues si España vuelve a ser una monarquía,
tendrá que haber un rey, ¿o no?
- Yo creo que estamos mejor con Franco,
porque los reyes ¿para qué coño sirven? Os lo diré – prosigue Sanchís sin
esperar a que alguien le rebata -, solo valen para figurar y para rodearse de
gente de título que nunca hicieron nada. Franco, al menos, ha ganado la guerra
y nos ha librado de los comunistas.
Se
entabla una discusión sobre qué será mejor: si la monarquía, la república o el
régimen franquista, al que nadie parece saber definir con exactitud. Al final,
llegan a la conclusión de que más vale malo conocido que bueno por conocer.
Esa
misma noche, Bonet pregunta a Lapuerta su opinión sobre la hipotética vuelta de
la monarquía. El médico sí parece que lo tenga claro:
- Por lo que he leído, la Ley convierte a
España en una monarquía, pero no dice nada concreto sobre la restauración
monárquica.
- ¿Entonces…?
- Estoy convencido de que las pretensiones de
Franco son, pura y simplemente, convertir su dictadura en vitalicia, pero como
éstas no están bien vistas en el resto del mundo lo que intenta, con una jugada
de cierta habilidad política, es disfrazar su régimen personalista con el manto
de la Monarquía.
- Eso del régimen personalista, ¿qué
significa exactamente? – quiere saber Bonet.
- Un régimen personalista es un eufemismo de
dictadura. Y no me seas vago – se apresura a añadir el médico – y no me
preguntes que es un eufemismo, búscalo en el diccionario. Y volviendo a tu
pregunta inicial, España podrá ser una monarquía, pero Franco seguirá siendo el
Caudillo por la gracia de Dios y respondiendo únicamente ante él y ante la
historia.
- Yo no diría que es Caudillo por la gracia
de Dios, sino porque Dios es un gracioso – apostilla el ferroviario haciéndose
eco de un popular chascarrillo.