"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 30 de agosto de 2016

Capítulo 11. Se estrecha el cerco.- 57. Algo se mueve


    Los amigos de Grandal se lo dejaron muy clarito en la última reunión del dos mil quince, se van a tomar unas vacaciones en su papel de investigadores del Caso Inca. Para ellos tiene prioridad su rol de abuelos en ejercicio antes que el de policías aficionados. El excomisario, que no tiene nietos a los que atender y malcriar, lo mejor que ha podido hacer durante la pausa navideña ha sido intentar recomponer lazos con algunos de sus antiguos compañeros de cuerpo que por unas u otras causas se han deteriorado. Uno de ellos ha sido Anselmo Bermúdez, Jefe de la Comisaría del distrito de Moncloa-Aravaca, de quien se ha distanciado a raíz del descubrimiento,  por parte de Grandal y sus amigos, de otro posible sospechoso de complicidad en el robo del Tesoro Quimbaya: un tal Adolfo Martínez, técnico de seguridad que vive en Majadahonda.
   Grandal aprovecha la ocasión de que, con motivo de la festividad de los Santos Ángeles Custodios, patronos del Cuerpo de la Policía Nacional, le otorgaron a Bermúdez la distinción de la Cruz Roja al mérito policial como muestra al reconocimiento de su trabajo profesional. Aunque la entrega de la medalla fue el pasado dos de octubre, el excomisario lo utiliza como excusa para llamar a su antiguo subordinado e invitarle a comer para celebrar lo de la cruz. Bermúdez se hace de rogar, y al final únicamente acepta tomar un tentempié porque, según dice, estos días los dosieres se acumulan en su mesa.
   El excomisario ha escogido como lugar del piscolabis una taberna en la que hace unos cuantos años celebraron la resolución de un complicado caso en el que tanto Bermúdez como él se distinguieron sobremanera. Por eso le ha citado en Casa Labra, una taberna del siglo XIX en pleno corazón de la ciudad y que es famosa porque, además de que en ella Pablo Iglesias fundó el PSOE, entre otros exquisitos bocados se pueden degustar sus célebres “soldaditos de pavía”, bacalao rebozado y frito, y también unos ricos tacos de atún. Al principio del encuentro Bermúdez se muestra un tanto reticente, pero a partir del segundo Valdepeñas el ambiente entre ambos colegas se va descongelando y acaban charlando como lo que siempre fueron: un par de buenos amigos. Grandal ha tenido un cuidado exquisito en no decir una sola palabra sobre el Caso Inca, de ahí su extrañeza cuando sin venir a cuento Bermúdez dice:
- Algo se mueve.
   Aunque Grandal supone que la críptica frase se refiere a la investigación sobre el robo del Tesoro Quimbaya, se contiene para no preguntar qué es lo que se mueve, se conforma con una mirada en la que intenta reflejar una sorpresa que no es tal.
- Según me han comentado compañeros del entorno de la Brigada de Patrimonio – prosigue Bermúdez -, la vigilancia que le han puesto al fulano de Majadahonda ha descubierto que hay más gente interesada en controlarle y en saber qué se rumorea en su barrio sobre el mismo.
- ¡No me digas! – es cuanto se atreve a decir Grandal.
- Al parecer – sigue explayándose Bermúdez –, no se trata de un control sistemático como el que mantiene nuestra gente, es más aleatorio, pero el seguimiento existe. Y curiosamente, no le siguen unos mafiosos ni unos narcos sudacas, lo hace una conocida agencia de detectives.
   Llegado a ese punto, Grandal estima que su amigo le ha dado implícitamente la venia para poder preguntar directamente:
- ¿Qué piensan hacer los Sacapuntas al respecto?
- No lo sé, desde la última reunión que tuvieron contigo no he vuelto a hablar con ellos. Lo que acabo de contarte me ha llegado por vía indirecta. Y, por supuesto, de esto ni una palabra a tus vejetes.
- Esta conversación no ha tenido lugar, Anselmo – Y para probar su afirmación, Grandal da un giro sustancial a la charla -. Hablando de cosas importantes, no te he preguntado por tu primogénito, ¿continúa empeñado en seguir nuestros pasos y opositar al Cuerpo?
   Atienza, Bernal y Blanchard, que ya volvió de París, han tenido unas minivacaciones que incluso han sido más cortas de lo que tenían previsto al descubrirse que hay alguien más que sigue los pasos de Adolfo Martínez. Los policías encargados de la vigilancia del sospechoso han detectado que otros individuos, de manera aleatoria, tratan de informarse sobre lo que hace el técnico de seguridad. Los agentes de la red de vigilancia informan también a sus superiores que están casi seguros que ellos, a su vez, no han sido detectados por los inesperados rastreadores. Y están a la espera de nuevas órdenes sobre qué hacer ante el inesperado giro que ha dado la situación.
   Precisamente, sobre qué hacer ante el imprevisto escenario que supone la existencia de otros controladores, es de lo que discuten los Sacapuntas y el inspector galo. El hecho de que no estén ante unos posibles secuaces de la banda, sino ante los detectives de una agencia que cuenta con la debida autorización del Ministerio del Interior es lo que les pone de acuerdo como resume Bernal:
- Si los que de vez en cuando echan una ojeada a las idas y venidas de Martínez fueran unos fulanos sin más, aunque no necesariamente se trataran de delincuentes, lo inteligente sería darles cuerda a ver si les cazábamos en un renuncio, pero no es el caso. Estos son unos tíos de Método-5, una agencia que tiene todas las bendiciones de la casa grande. Por eso, mi opinión es que hay que hacerles una visita y sin andarse por las ramas preguntarles por cuenta de quien están llevando a cabo esa vigilancia.
   Tanto Atienza como Blanchard están de acuerdo con el planteamiento de Bernal. La cuestión a decidir ahora es el cómo. Atienza es partidario de informar a la jueza de instrucción para que sea ella la que opte por el procedimiento que estipula la normativa legal. Bernal, por el contrario, prefiere una vía más directa y expedita:
- Lo que hay que hacer es coger el toro por los cuernos, plantarnos donde la agencia y lisa y llanamente decirles que sabemos que están controlando al Martínez, que se trata de un sospechoso de haber participado, de algún modo, en lo del robo del tesoro y que queremos saber por cuenta de quién están realizando ese trabajo.
   Blanchard, que no es muy ducho en la legislación española al respecto, se abstiene de opinar, solo hace una puntualización:
- En el supuesto de seguir el camino que propone Eusebio, creo que no deberíamos decir a los de la agencia de qué delito es sospechoso Martínez. Mejor dejarlo en la indefinición. Cuanto menos sepan, menos se podrán ir de la lengua.
- Es una buena sugerencia – admite Bernal, que raramente aprueba las propuestas del francés.
   Atienza insiste en que ese no es el camino. Cómo en sus ratos libres estudia Derecho en la Universidad de Educación a Distancia, despliega sus todavía verdes saberes jurídicos:
- Siento disentir, Eusebio, pero no podemos hacer lo que propones. Se trata de una agencia de detectives que cuenta con todas las acreditaciones pertinentes y está, por tanto, legalmente autorizada para realizar seguimientos. Entiendo que no solamente no puede, sino que no debe revelar la identidad de sus clientes por su obligación de respetar el secreto profesional y el deber de sigilo. Por consiguiente, no podemos pedirlo y menos exigirlo.
- ¿Entonces qué propones, qué le pidamos un mandamiento a la jueza? – inquiere Bernal.
- Eso es lo que dispone la ley – es la escueta respuesta de Atienza quien añade -. Y solo nos lo dará si le presentamos indicios suficientes de comisión de delito.
- Ese camino, y lo sabes tan bien como yo, no lleva a ninguna parte. Estoy de acuerdo en que los huelebraguetas no están cometiendo ningún delito al seguir a Martinez, pero sí pueden echar por tierra toda la trama que hemos montado en derredor del sospechoso. Un tío que es presunto cómplice del robo más importante cometido en este país en muchos años – arguye Bernal que añade -. Y sabiendo que nuestra jueza se la coge con papel de fumar, sabes perfectamente que lo más probable es que nos niegue ese mandato.
   Blanchard, a su vez, almacena en su archivo del argot policial hispano el vocablo huelebraguetas. Supongo, se dice, que se refiere a los detectives privados, pero habrá que confirmarlo. Atienza, en cambio, piensa que lo que dice Bernal va a misa. Presionar al de la agencia no será lo más ortodoxo, pero quizá sea la única vía posible para avanzar en un caso que lleva ya demasiado tiempo atascado. De ahí que pregunte:
- ¿Cómo lo haríamos?
- Conozco al director, se llama Ernest Perarnau. Yo me encargo de apretarle los tornillos y te garantizo que va a cantar mejor que Pavarotti – se jacta Bernal.