"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 13 de septiembre de 2016

61. El patriarca del clan gitano



   Ponte se ha puesto de punta en blanco para su visita al Hospital Niño Jesús donde espera encontrar al Tío Josefo, el patriarca del clan gitano de los García Reyes, al que con tanto ahínco ha estado buscando, hasta le siguió el rastro por la provincia de Castellón pues le dijeron que en tierras de La Plana podría encontrarlo. Confía en que pueda darle pistas sobre si es cierto que unos gitanos vendieron el furgón blindado que transportaba el Tesoro Quimbaya al dueño del desguace de un pueblo madrileño.
   Si el viejo Ponte se ha puesto de tiros largos, el Tío Josefo no se ha quedado atrás, está hecho un pincel pues va bien trajeado y hasta lleva un chaleco floreado que no desentona del conjunto. Ponte lo encuentra un poco más viejo y algo más grueso de lo que recordaba, con una abultada panza que hace resaltar la plateada leontina de la que pende su inseparable reloj de bolsillo.
   El abrazo que se dan los dos viejos trasciende el mero formulismo. Aunque hace años que no se ven ni han sabido el uno del otro, parece que la amistad que en su tiempo forjaron se mantiene terne. Ponte hasta se emociona un poco y el Tío Josefo no hace más que palmearle la espalda y no para de decir:
- Don Manué, don Manué…
   Lo primero que hace Ponte es preguntar por Frasquito, el nieto del Tío Josefo, que es el motivo por el que parte del clan se encuentra en el hospital. Afortunadamente, las noticias son buenas y, según ha contado al padre de la criatura el facultativo que atiende al pequeño, en un par de días podrá darle de alta. Siguiendo una sugerencia de Grandal, lo segundo que hace Ponte es regalarle a Frasquito la colección completa de la Patrulla Canina que, según le contó una dependienta de la sección de juguetes del Corte Inglés de Princesa, es una de las series de dibujos animados de la tele preferida por la chiquillería. Después, ha saludado a toda la parentela, algunos de cuyos varones le recuerdan de cuando trabajaron como guardianes de material para la empresa de Ponte. Y los que no, han oído hablar mucho y bien de don Manuel. El viejo Ponte nunca pudo suponer que un payo pudiera tener tanto predicamento en un el clan gitano.
  Concluidos los protocolarios saludos, los dos ancianos bajan a la cafetería del hospital para seguir hablando con más tranquilidad. Transcurrido el tiempo en el que el grueso de la conversación ha versado sobre recuerdos del pasado, Ponte decide que ha llegado el momento de preguntar lo que le interesa. Comienza por contarle, muy por encima, el robo del tesoro y el papel, aunque involuntario, que jugó en el mismo como único testigo presencial. Y la forma en que, de modo como un juego de jubilados, él y sus amigos de dominó se propusieron investigar el robo, pero en plan privado, dejando a un lado a los maderos, los policías en el argot coloquial, y por supuesto a la Pestañí, la Guardia Civil en caló, histórica Némesis de la etnia gitana. Le habla al patriarca de sus amigos Álvarez y Ballarín, pero no dice una palabra de Grandal, no sea que el patriarca ligue el apellido con el del madero que también estuvo implicado en lo de los robos del cable de cobre, origen de que, por intervención de Ponte, su empresa contratara al clan para hacer de vigilantes del material que, a cielo abierto, se guardaba junto a las urbanizaciones que Hidrola estaba electrificando en Móstoles. Cuando ha puesto en antecedentes al patriarca, Ponte entra de lleno en lo que quiere saber:
- … y ahí estamos, buceando en las pocas pistas que están a nuestro alcance. Y de una de ellas, quizá usted – Pese a su amistad, los dos viejos siguen guardando las formas y continúan tratándose ceremoniosamente de usted – pudiera echarnos una mano.
- Lo que esté en mi mano, don Manué, delo por hecho. Usté sabe que los Garsía Reyes si podemos camelar o chorar a un payo no nos cortamos un pelo, pero para un amigo como usté lo que haga falta.
- Muchas gracias Tío Josefo. Ya sé que para usted soy un amigo, algo de lo que siempre me he enorgullecido, y lo sé porque usted también lo es para mí – Agotado el floreo verbal, Ponte decide entrar a matar como diría un taurino -. Pues verá, preguntando aquí y allá nos hemos enterado de que cuando encontraron el furgón blindado que había transportado el tesoro se descubrió que el dueño de un desguace del pueblo de Humanes de Madrid aseguró que se lo había comprado a unos calós. Y yo me dicho, a lo mejor el Tío Josefo sabe algo de esa venta – Grandal le ha dicho a Ponte que la mejor manera de preguntar a un gitano, por muy amigo que diga que sea, es la vía indirecta.
   La pregunta habrá podido ser indirecta, pero la respuesta del patriarca más directa no puede ser.
- Pues no sabe usté cuanto lo siento, don Manué, pero no he oído chamullar na de eso.
   A Ponte se le hunden los palos del sombrajo. Tantas esperanzas puestas en lo que pudiera saber el patriarca desvanecidas en un pestañear de ojos. El único rayo de esperanza que resta es el que genera la pregunta del Tío Josefo:
- Asín que al payo del desguase le vendieron la furgona unos calós, ¿y por eso usté cree que tienen algo que ver con el choro del tesoro ese?
- Bueno, verá, la cosa es algo más complicada. El furgón blindado lo encontraron en poder de un comerciante chino, de los que tienen su almacén en el Polígono Cobo Calleja, el que está en Fuenlabrada. Y el chino, a su vez, declaró que el furgón se lo había vendido el del desguace de Humanes, el cual contó que él lo había comprado a unos gitanos.
   Es oír lo de los chinos del Cobo Calleja y al Tío Josefo se le cambia la cara. A Ponte no se le ha pasado por alto la alteración del gesto del patriarca, lo que le lleva a sospechar que el viejo gitano algo debe saber. Como no parece que el calé tenga ganas de explayarse, Ponte decide apretarle las clavijas.
- Mire, Tío Josefo, si usted sabe algo le ruego que en nombre de nuestra vieja amistad me lo cuente. Le prometo que de lo que me diga no contaré una palabra, pero para mí es importante, muy importante – recalca -, saber si es cierto que unos gitanos fueron los que vendieron el coche. Mientras no lo sepa, y dado que soy el único testigo del robo del furgón, estaré de algún modo en peligro – asegura Ponte faltando a la verdad, pero no se le ocurre otra salida para forzar al patriarca a que hable.
- Don Manué, a mí no me gusta chamullar mal de naide y mucho menos ser un chota, un chivato pa que usté me entienda, y menos de mi gente, pero le voy a contá lo poco que sé y
lo hago por usté que es más que un monró pa mí. Verá…, del robo del tesoro ese no se ná y de la furgona que lo llevaba tampoco, pero hase como varios meses oí que los Corrochanos, un clan de Huelva, tenían tratos con unos chinos de ese polígono de Fuenlabrada.
- ¿Es todo lo que sabe? – inquiere Ponte que ha de contenerse para no mostrar su desencanto.
- Poco más. Las malas lenguas disen que los Corrochanos hasen negosios con to esa porquería que echa a perder a la gente joven y también son conosios por su fama de tener malas pulgas y de que en sus negosios no se paran en barras.
- ¿Y dónde los podría encontrar?
- ¿A los Corrochanos? No se lo recomiendo, don Manué, ya le he dicho que son unos malajes.
- No se preocupé por mí, iré acompañado por unos amigos y no me harán nada, pero necesito saber dónde puedo encontrarlos.
   El patriarca se queda mirando a Ponte con gesto de perplejidad, da toda la impresión de que no acaba de entender el interés de su viejo amigo por saber dónde encontrar a los Corrochanos y, supone, que hablar con ellos. Ante la vacilación que muestra el Tío Josefo, Ponte le hace otra pregunta:
- Otra cosa, ¿cómo se llama el patriarca de los Corrochanos?
- El Tío Rafaé el Langó. Es que anda un poco renco del pinrel isquierdo, sabe usté.
- Y al Tío Rafaé, ¿dónde puedo encontrarlo? – insiste Ponte.
   El patriarca del clan de los García Reyes se encoge de hombros como dando a entender que ya no va a insistir más en lo de la peligrosidad de los Corrochanos.
- Van de aquí pa allá, pero de fijo los encontrará en la Cañada Real. No sé si usté sabe dónde está.
- Sí, lo sé. Estuve allí no hace mucho con un amigo mío.
- Pues pa estar jubilao, don Manué, visita usté unos sitios mu chungos.