Ponte se ha puesto de punta en
blanco para su visita al Hospital Niño Jesús donde espera encontrar al Tío
Josefo, el patriarca del clan gitano de los García Reyes, al que con tanto
ahínco ha estado buscando, hasta le siguió el rastro por la provincia de
Castellón pues le dijeron que en tierras de La Plana podría encontrarlo. Confía
en que pueda darle pistas sobre si es cierto que unos gitanos vendieron el
furgón blindado que transportaba el Tesoro Quimbaya al dueño del desguace de un
pueblo madrileño.
Si el viejo Ponte se ha puesto
de tiros largos, el Tío Josefo no se ha quedado atrás, está hecho un pincel
pues va bien trajeado y hasta lleva un chaleco floreado que no desentona del
conjunto. Ponte lo encuentra un poco más viejo y algo más grueso de lo que
recordaba, con una abultada panza que hace resaltar la plateada leontina de la
que pende su inseparable reloj de bolsillo.
El abrazo que se dan los dos
viejos trasciende el mero formulismo. Aunque hace años que no se ven ni han
sabido el uno del otro, parece que la amistad que en su tiempo forjaron se
mantiene terne. Ponte hasta se emociona un poco y el Tío Josefo no hace más que
palmearle la espalda y no para de decir:
- Don Manué, don Manué…
Lo primero que hace Ponte es preguntar por
Frasquito, el nieto del Tío Josefo, que es el motivo por el que parte del clan
se encuentra en el hospital. Afortunadamente, las noticias son buenas y, según
ha contado al padre de la criatura el facultativo que atiende al pequeño, en un
par de días podrá darle de alta. Siguiendo una sugerencia de Grandal, lo
segundo que hace Ponte es regalarle a Frasquito la colección completa de la
Patrulla Canina que, según le contó una dependienta de la sección de juguetes
del Corte Inglés de Princesa, es una de las series de dibujos animados de la
tele preferida por la chiquillería. Después, ha saludado a toda la parentela,
algunos de cuyos varones le recuerdan de cuando trabajaron como guardianes de
material para la empresa de Ponte. Y los que no, han oído hablar mucho y bien de
don Manuel. El viejo Ponte nunca pudo suponer que un payo pudiera tener tanto
predicamento en un el clan gitano.
Concluidos los protocolarios saludos, los dos
ancianos bajan a la cafetería del hospital para seguir hablando con más
tranquilidad. Transcurrido el tiempo en el que el grueso de la conversación ha
versado sobre recuerdos del pasado, Ponte decide que ha llegado el momento de
preguntar lo que le interesa. Comienza por contarle, muy por encima, el robo
del tesoro y el papel, aunque involuntario, que jugó en el mismo como único
testigo presencial. Y la forma en que, de modo como un juego de jubilados, él y
sus amigos de dominó se propusieron investigar el robo, pero en plan privado,
dejando a un lado a los maderos, los policías en el argot coloquial, y por
supuesto a la Pestañí, la Guardia Civil en caló, histórica Némesis de la etnia
gitana. Le habla al patriarca de sus amigos Álvarez y Ballarín, pero no dice
una palabra de Grandal, no sea que el patriarca ligue el apellido con el del
madero que también estuvo implicado en lo de los robos del cable de cobre, origen
de que, por intervención de Ponte, su empresa contratara al clan para hacer de
vigilantes del material que, a cielo abierto, se guardaba junto a las
urbanizaciones que Hidrola estaba electrificando en Móstoles. Cuando ha puesto
en antecedentes al patriarca, Ponte entra de lleno en lo que quiere saber:
- … y ahí estamos, buceando en las pocas pistas que están a nuestro
alcance. Y de una de ellas, quizá usted – Pese a su amistad, los dos viejos
siguen guardando las formas y continúan tratándose ceremoniosamente de usted –
pudiera echarnos una mano.
- Lo que esté en mi mano, don Manué, delo por hecho. Usté sabe que los
Garsía Reyes si podemos camelar o chorar a un payo no nos cortamos un pelo,
pero para un amigo como usté lo que haga falta.
- Muchas gracias Tío Josefo. Ya sé que para usted soy un amigo, algo de
lo que siempre me he enorgullecido, y lo sé porque usted también lo es para mí
– Agotado el floreo verbal, Ponte decide entrar a matar como diría un taurino
-. Pues verá, preguntando aquí y allá nos hemos enterado de que cuando encontraron
el furgón blindado que había transportado el tesoro se descubrió que el dueño
de un desguace del pueblo de Humanes de Madrid aseguró que se lo había comprado
a unos calós. Y yo me dicho, a lo mejor el Tío Josefo sabe algo de esa venta –
Grandal le ha dicho a Ponte que la mejor manera de preguntar a un gitano, por
muy amigo que diga que sea, es la vía indirecta.
La pregunta habrá podido ser
indirecta, pero la respuesta del patriarca más directa no puede ser.
- Pues no sabe usté cuanto lo siento, don Manué, pero no he oído
chamullar na de eso.
A Ponte se le hunden los palos
del sombrajo. Tantas esperanzas puestas en lo que pudiera saber el patriarca
desvanecidas en un pestañear de ojos. El único rayo de esperanza que resta es el
que genera la pregunta del Tío Josefo:
- Asín que al payo del desguase le vendieron la furgona unos calós, ¿y
por eso usté cree que tienen algo que ver con el choro del tesoro ese?
- Bueno, verá, la cosa es algo más complicada. El furgón blindado lo
encontraron en poder de un comerciante chino, de los que tienen su almacén en
el Polígono Cobo Calleja, el que está en Fuenlabrada. Y el chino, a su vez,
declaró que el furgón se lo había vendido el del desguace de Humanes, el cual contó
que él lo había comprado a unos gitanos.
Es oír lo de los chinos del
Cobo Calleja y al Tío Josefo se le cambia la cara. A Ponte no se le ha pasado por
alto la alteración del gesto del patriarca, lo que le lleva a sospechar que el
viejo gitano algo debe saber. Como no parece que el calé tenga ganas de
explayarse, Ponte decide apretarle las clavijas.
- Mire, Tío Josefo, si usted sabe algo le ruego que en nombre de
nuestra vieja amistad me lo cuente. Le prometo que de lo que me diga no contaré
una palabra, pero para mí es importante, muy importante – recalca -, saber si
es cierto que unos gitanos fueron los que vendieron el coche. Mientras no lo
sepa, y dado que soy el único testigo del robo del furgón, estaré de algún modo
en peligro – asegura Ponte faltando a la verdad, pero no se le ocurre otra
salida para forzar al patriarca a que hable.
- Don Manué, a mí no me gusta chamullar mal de naide y mucho menos ser
un chota, un chivato pa que usté me entienda, y menos de mi gente, pero le voy
a contá lo poco que sé y
lo hago por usté que es más que un monró pa mí. Verá…, del robo del
tesoro ese no se ná y de la furgona que lo llevaba tampoco, pero hase como
varios meses oí que los Corrochanos, un clan de Huelva, tenían tratos con unos
chinos de ese polígono de Fuenlabrada.
- ¿Es todo lo que sabe? – inquiere Ponte que ha de contenerse para no
mostrar su desencanto.
- Poco más. Las malas lenguas disen que los Corrochanos hasen negosios
con to esa porquería que echa a perder a la gente joven y también son conosios
por su fama de tener malas pulgas y de que en sus negosios no se paran en
barras.
- ¿Y dónde los podría encontrar?
- ¿A los Corrochanos? No se lo recomiendo, don Manué, ya le he dicho
que son unos malajes.
- No se preocupé por mí, iré acompañado por unos amigos y no me harán
nada, pero necesito saber dónde puedo encontrarlos.
El patriarca se queda mirando
a Ponte con gesto de perplejidad, da toda la impresión de que no acaba de
entender el interés de su viejo amigo por saber dónde encontrar a los
Corrochanos y, supone, que hablar con ellos. Ante la vacilación que muestra el
Tío Josefo, Ponte le hace otra pregunta:
- Otra cosa, ¿cómo se llama el patriarca de los Corrochanos?
- El Tío Rafaé el Langó. Es que anda un poco renco del pinrel
isquierdo, sabe usté.
- Y al Tío Rafaé, ¿dónde puedo encontrarlo? – insiste Ponte.
El patriarca del clan de los
García Reyes se encoge de hombros como dando a entender que ya no va a insistir
más en lo de la peligrosidad de los Corrochanos.
- Van de aquí pa allá, pero de fijo los encontrará en la Cañada Real.
No sé si usté sabe dónde está.
- Sí, lo sé. Estuve allí no hace mucho con un amigo mío.
- Pues pa estar jubilao, don Manué, visita usté unos sitios mu chungos.