"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 16 de julio de 2013

1.17. Papeles para todos

   Sergio está más contento que unas castañuelas. Por medio de Leo Blanquer, hijo de unos restauradores locales, ha encontrado faena y aunque es discontinua, sólo los fines de semana, es lo más parecido que ha tenido a un trabajo desde hace un montón de tiempo. Está de lavaplatos, una tarea agotadora y mal remunerada, pero no está en condiciones de decir que no. A Lorena le ocurre algo parecido, los fines de semana se desempeña de camarera en un chiringuito de Benialcaide en el que trabajó hace ya años. El problema está en encontrar ocupación de lunes a jueves.
  
   El viernes, al llegar Sergio a La Fuencisla, así se llama el restorán en el que está empleado, Constantino, el cabeza de familia de los Blanquer, le llama:
- Sergio, toma – le entrega un sobre -, ahí va una pequeña gratificación por el trabajo que has hecho. De momento, no te necesitamos más. Al llegar el verano ya sabes que la clientela baja y con la gente que tenemos en la cocina nos apañamos. Cuando llegue el otoño volveremos a hablar.
- Pero señor Constantino – Sergio está desconcertado -, yo creía que estaban contentos con mi trabajo y que si necesitan…
- Mira, Sergio, ya te lo he dicho, el problema no es como trabajas, que lo haces bien, sino que no necesitamos un lavaplatos. Vete a ver a Leo a la playa que a lo mejor te puede encontrar un hueco en la pizzería.

   Leo Blanquer, que conoce a Sergio desde hace años, se sincera:
- Supongo que a mi padre le ha dado corte decirte la verdad. Tu puesto lo ha cubierto con un rumano que hace más horas que tú y que cobra bastante menos. Es lo que hay. La crisis nos afecta a todos y hay que recortar los gastos de donde se pueda.
- ¿Y aquí no tienes nada para mí?
- Lamentablemente, no. Estoy en la misma situación que en La Fuencisla. Sorprendentemente el volumen de clientela no ha bajado de forma significativa, pero la recaudación se ha desplomado. Se ha acabado lo de pedir vino de marca, tomar unos aperitivos o lo de tarta de Santiago para todos. Ahora toman vino de la casa, si no es una botella de agua, lo de los aperitivos ha pasado a la historia y de los postres, suponiendo que sean cuatro lo mismo te piden una copa de helado y cuatro cucharillas. El resultado es que la recaudación ha bajado de un veinte a un treinta por ciento respecto a otros años. Por tanto, hemos de ajustar hasta el céntimo. Si sé de algo, no pases cuidado que te llamaré.

   La pareja de jubilados se ha convertido en una suerte de paño de lágrimas para Sergio. Les cuenta lo que le acaba de pasar con su trabajo en el restorán, lo que le lleva a formular una pregunta a su antiguo patrón:
- Señor Francisco, Bort no ha vuelto a llamarme desde el trabajo de Benialcaide y le doy mi palabra de … – piensa que quizá hablar de honor no sea lo más indicado y cambia la expresión -, le juro que hice un buen trabajo y así me lo reconoció al terminar, pero no ha vuelto a llamarme – se repite.
- Lo sé, hijo, lo sé. No te ha llamado ni creo que lo haga porque en tu lugar tiene a un moro, con unos papeles más falsos que un duro sevillano, que echa el tiempo que haga falta y al que le paga mucho menos. Así está el patio. No creas que Julio lo hace para ganarse unos duros de más. Le pasa lo que a tantos. Para encontrar encargos tiene que ajustar mucho los presupuestos y no le queda más remedio que bajar los costes todo lo que pueda, y el moro le resulta más económico. Y aun así me consta que en alguna chapuza se ha pillado los dedos al presentar un presupuesto demasiado ajustado.
- Hablando de trabajo – interviene Lisardo -, sé de uno, pero el problema es que buscan a una mujer. A la abuela de unos vecinos míos le ha dado un paralís y la han incluido en el programa de atención a enfermos crónicos dependientes. Visto ese panorama, están buscando una persona que la saque a pasear con el carrito que les va a facilitar la seguridad social. Salvo los días que haga malo podría ser un trabajo bastante seguro. Por supuesto, ni contrato ni papeles de ninguna clase, pero como he dicho ese puesto no te vale porque quieren una mujer.
- Le podría valer a Lorena, señor Lisardo. Le aseguro que lo haría muy bien. Es muy cariñosa con la gente mayor. Tendría que haber visto lo bien que trataba al abuelo Andrés.
- Si quieres lo hablo con ellos.

   La gestión de Lisardo ha fructificado y Lorena se ha puesto en contacto con la familia de la señora imposibilitada. Acuerdan un horario, ajustan el salario y precisan las demás condiciones. Empezará en cuanto llegue la silla de ruedas. Pasan los días y la esperada llamada no llega.
- ¿Churri, no te parece que el carrito ya ha tenido que llegarles?
- ¿Cuántos días hace desde que lo hablasteis?
- Hoy es…, pues mira, hace ya quince días.
- Desde luego, es tiempo más que suficiente para el envío de una silla de ruedas. Se lo comentaré al señor Lisardo, igual sabe algo.
- No se lo comentes a nadie, lo más rápido es ir a la fuente. Hablaré con la familia.
   Así lo hace Lorena. Su embajada es corta pues al poco tiempo vuelve a estar en casa con una cara mucho más mohína de la que tenía antes.
- ¿Qué ha pasado? – la interpela Sergio.
- Que ya no me necesitan. Han encontrado a una ecuatoriana, que a lo mejor ni tiene papeles ni nada que se le parezca, que hará el trabajo por casi la mitad de lo que iban a darme a mí. No veas como los he puesto, les he dicho de todo. ¡Cambiarme por una sudaca, menudos sinvergüenzas!

   Una vez más Sergio cuenta, a las únicas personas que le escuchan, el último revés sufrido.
- Ya sólo nos faltaba eso, que encima de que hay escaso trabajo y mal pagado, el poco que hay se lo llevan los inmigrantes que se contentan con lo que les den. A eso se le podría llamar competencia desleal.
- No creas que eso sólo ocurre ahora – comenta Francisco -, antes de cerrar mi empresilla, de gente del país sólo tenía al Dimas y a un par de peones de toda la vida, el resto eran moros y rumanos.
- Y a mí me pasó tres cuartos de lo mismo – asegura Lisardo -. Y la causa también era la misma. Cobraban menos, echaban más horas y no decían ni mú a ningún trabajo.
- Y luego se esponjan como un pavo real con lo de papeles para todos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! – concluye Francisco echando mano de su inagotable repertorio de expresiones castizas.