Ponte está con la vista puesta en la maleta
abierta que tiene encima de la cama mientras está pensando que parece mentira
que a su edad todavía se arme un lío cuando se trata de hacer el equipaje.
Siempre termina guardando prendas que luego no se pone y luego echa a faltar otras
que debería haber empacado. En momentos así es cuando más echa de menos a su
mujer que era la que se encargaba de hacer las maletas. Tendrá que esperar a
que llegue Felisa, su asistenta, para que le eche una mano. Cuando encuentra
los bañadores que buscaba se da cuenta de lo anticuado que ha quedado su
vestuario, a buen seguro que esos Meybas del año de Marco Polo ya no los lleva
nadie. Tendrá que acercarse al Corte Inglés y comprar algo que esté de moda.
-Aunque uno
sea viejo tampoco es cuestión de hacer el ridículo –dice en voz alta.
A Grandal le pasa con el equipaje todo lo
contrario que a Ponte, es muy resolutivo haciendo las maletas, pero tampoco
está muy al día de las últimas tendencias de la moda, por eso cuando llega
Chelo y ve lo que ha guardado en la maleta se la vacía y vuelve a reordenarla.
Le ha comprado unos conjuntos playeros que al excomisario le parecen
escandalosamente juveniles, pero que la mujer le asegura que, además de que le
sientan muy bien, estará muy cómodo con ellos y nadie le va a mirar como si
fuera un bicho raro por ir vestido como hace veinte años.
Álvarez y Ballarín tienen el problema del
equipaje resuelto, están felizmente casados por lo que son sus esposas quienes
se encargan de las maletas. El exferretero, que es más dado a la introspección que
el exempleado del Canal de Isabel II, está convencido que a la mayoría de los
españoles de su generación les pasa lo mismo que a él: el asunto de los
equipajes es una de tantas actividades que los varones hispanos de más de
sesenta años siempre han considerado que entra dentro del rol que desempeña la
mujer en el matrimonio.
-Les tengo
que preguntar a los chicos –dice refiriéndose a sus hijos varones– si a ellos
les pasa lo mismo, que les tienen que hacer las maletas.
A Curro Salazar, el fugitivo que ya está
refugiado en Torrenostra, le pasaba algo parecido mientras vivió con su esposa,
era ella la que se encargaba de prepararle la maleta cada vez que por motivo de
sus tareas sindicales tenía que efectuar algún desplazamiento. Cuando se fue de
la casa familiar, en el menester del equipaje la esposa fue sustituida por la
amante, nada cambió. Desde que se ha convertido en un huido la situación ha
cambiado radicalmente. Ahora no tiene nadie que le haga la maleta, ha tenido
que aprender a hacérsela y hay que ver lo rápido que ha sido el aprendizaje.
Hace el equipaje en un visto y no visto.
Otra vivencia que sus andares como fugitivo
le han enseñado a Curro es que cuando se está en tierra extraña una de las
primeras acciones que hay que llevar a cabo es reconocer el terreno que se pisa.
Se impone, pues, explorar el entorno de lo que va a ser su nuevo refugio
durante no sabe cuánto tiempo, aunque por las confusas explicaciones que le ha
ofrecido la patrona del hostal ha intuido que en invierno tendrá que buscarse
un nuevo alojamiento. Ha empezado por inspeccionar lo que tiene más cerca: el
barrio marítimo de Torrenostra. No ha invertido mucho tiempo pues el caserío no
es demasiado extenso, solo hay dos filas de edificios paralelos a la costa más
algunos conjuntos de casas en tercera y cuarta fila. En la oficina municipal de
información, que responde al aparatoso nombre de Tourist Info Torreblanca Playa,
la amable empleada que le atiende le ha facilitado algunos folletos
informativos del pueblo y de otras comarcas de la provincia, así como sendos
planos de Torreblanca y Torrenostra. De esta última comprueba que cuenta con
dos calles principales paralelas a la playa, la de San Juan al sur y la Avenida
Alcalde Benito Bayarri al norte, otras dos en la parte posterior de las
anteriores, Cervantes y Blasco Ibáñez y otras dos en tercera fila, Avenida Castellón
y Avenida Cap i Corp. Y luego una serie de cortas calles transversales que
cruzan las anteriores. Algo que le ha llamado la atención ha sido que los
rótulos están escritos en valenciano, así las calles son carrers y las avenidas avingudas.
Detrás del núcleo anterior y principal existen varias urbanizaciones, unas con
mejor facha que otras, pero que en conjunto no llegan a constituir una masa
crítica lo suficientemente densa para que Torrenostra pueda ser considerada una
meca del turismo. A ello se suma que en la zona norte junto a varios bloques terminados
de apartamentos hay otros a medio construir que le hacen decir a Curro:
-A estos los
pilló la puta crisis y así se han quedado, a medio vestir.
Tras haber explorado el caserío marítimo,
Curro hace un primer recorrido por Torreblanca. Comprueba que es el clásico
pueblo levantino, cuya base económica es o fue la agricultura, con edificios de
dos y tres plantas en su mayoría casi todos bastante estrechos. La construcción
de mayor porte es la iglesia parroquial sita en el mismo centro de la
localidad. Por el oeste del pueblo pasa la nacional 340 y por el este el
ferrocarril. Es bastante llano salvo un pequeño promontorio que linda con la
340 y que remata una ermita que según el
folleto está consagrada al Cristo del Calvario. No hay mucho ajetreo por las
calles, quizá por el fuerte calor que hace, algunos grados más que en la playa.
Por el momento, le basta con esa primera visita. Parece que no hay mucho más
que ver. Comienza a sospechar que se va a aburrir tanto como en Portugal.
-Desde
luego, esto de ser un fugitivo tiene mala follá –se dice.
Otro ardid que la experiencia de fugitivo le
ha enseñado es que para detectar la clase de personas que viven o visitan un
lugar un método tan simple como eficaz es ver la procedencia de la prensa que
se vende. En el pueblo ha visitado los dos establecimientos que venden
periódicos y no ha encontrado ninguno que procediera de Andalucía. En la playa
solo hay un único puesto de periódicos y que es la típica tienda en que se
vende de todo un poco, especialmente artículos playeros. Para su tranquilidad
encuentra diarios de Valencia, Madrid, Barcelona, Bilbao, Pamplona y Castellón,
pero no ve cabecera alguna de ninguna de las ocho provincias andaluzas. Piensa
que ello en buena medida es lógico.
-Con la
cantidad de kilómetros de costa que tenemos los andaluses a qué diablos van a
venir mis paisanos a veranear a este rincón perdido –dice en voz alta-. Bueno,
mejor que no haya paisanos. Alguno podría reconoserme.
Los ratos después del almuerzo son en los
que más se aburre Curro. Nunca fue partidario de las siestas, pese a la mala
fama que tienen los andaluces de que les encanta echarse a la bartola tras la
comida de mediodía. Lo que suele hacer es leer la prensa, pero en la mayoría de
periódicos priman las noticias regionales y locales, ¡y qué diablos le importa
lo que ocurra en Vitoria, Pamplona o Valencia! A ello se añade que nunca fue un
apasionado lector, ni de prensa ni de literatura de ningún tipo, por lo que la
lectura de los periódicos le dura un suspiro. No ha vuelto a acercarse a la
tertulia en la que suele hablarse de política, mejor es no tentar al diablo. Al
final lo que ha hecho ha sido arrimarse a la mesa donde juegan al dominó. En
plan muy educado, antes de sentarse a mirar ha pedido permiso, sabe por propia
experiencia que hay jugadores que soportan mal a los mirones.
-¿Les
molesta que mire?
-De ninguna
manera –responde uno de los jugadores aunque precisa-, ahora, eso sí, aquí
decimos que los mirones callan e invitan a tabaco.
-Callao como
si no tuviera lengua y en lo de invitar a tabaco, espero que les guste el que
fumo –y saca una cajetilla de pitillos de la que solo se sirve el que le ha
contestado. Los otros tres declinan la invitación.
-Gracias, no
gasto.
-Lo dejé
hace años.
-Me lo tiene
prohibido el médico.
A Curro le ha bastado ver un par de partidas
para comprobar que de los cuatro jugadores solo el fumador sabe lo que se lleva
entre manos, lo demás son rematadamente malos.
-Curro, no
vas a aprender más de lo que sabes mirando a estos palurdos -se dice.
El
segundo día que está de mirón, uno del cuarteto se marcha después de la segunda
partida. El fumador, a quien Curro ha seguido invitando a tabaco pues ya ha visto
que es un gorrón, le propone:
-Supongo que
sabe jugar, ¿quiere acompañarnos?
-Hombre, no
estoy a la altura de ustedes, pero mientras llega su compañero…
-No se
preocupe, Silvanio ya no volverá. Su mujer está algo impedida y los días en que
su asistenta se va a las cinco, tiene que irse antes.
Bueno, piensa Curro, mis primeros contactos.
Al menos aquí podré jugar al dominó. No todo va a ser malo.
PD. Hasta el
próximo viernes