Tras la reunión del cuarteto
de jubilados con los inspectores que coordinan el Caso Inca y en la que los
policías les exigieron que abandonaran sus investigaciones, los cuatro amigos
han cambiado de modus vivendi. A partir del once de diciembre y siguiendo la
recomendación de Grandal, los viejos metidos a detectives se vuelcan en llevar una
vida de auténticos pensionistas. Por las mañanas pasean por el Parque del
Oeste, el Paseo de Rosales o por la Senda Verde de la Ciudad Universitaria, la
antigua vía por la que transitaba el estudiantil tranvía Moncloa-Paraninfo.
Durante las tardes se quedan en sus casas, pasean a sus nietos o van al centro
de mayores a jugar al dominó y a charlar. Como anticipó el excomisario, los
escoltas que les custodian, y se supone que les vigilan, se aburren como
muermos. A los tres días en los que repiten el mismo plan de vida y en los que
no sucede nada de particular, sin previo aviso les retiran la vigilancia
policial. Al no tener quien les controle vuelven a estar en condiciones de
seguir con sus investigaciones.
Desde hace varios días, Ponte
apenas si echa un vistazo a las portadas de los periódicos. Están repletas de
noticias sobre las inminentes elecciones generales y el viejo hace mucho que
dejó de interesarse por la política. Es consciente de que un ciudadano cabal no
debería hacer dejación de sus deberes cívicos porque, como le repite su hija
Clara, si no haces política participando en aquellos eventos en los que puedes
dejar oír tu voz, como es el hecho de votar, otros la harán y a lo peor en
contra de tu ideología e intereses. Lo que le pasa a Ponte es que los años le
pesan más que la razón y no se siente con ánimos de seguir de cerca los
vericuetos preelectorales en los que abundan más las promesas que las
realidades y la demagogia más que las soluciones de los muchos problemas que
azotan al país. Como muestra de cuanto acontece, el ABC del catorce de diciembre
lleva en su portada un fotomontaje con los cuatro líderes de los partidos que,
al decir de las encuestas, tienen más probabilidades de formar un gobierno de
coalición puesto que no parece que ninguno de ellos vaya a obtener la mayoría
absoluta. El subtítulo que acompaña a la composición reza así: Ciudadanos y Podemos reúnen a miles de
simpatizantes en sus mítines centrales, mientras PP y PSOE apelan al voto útil.
Ves, piensa Ponte, a ti no te interesa la política ni en los papeles, pero todavía
hay miles y miles de españolitos que sí están interesados, tanto que hasta
acuden a los mítines que, por otra parte, no sé para qué sirven cuando lo que
más influye en la gente es la tele. Queda claro, Manolo, que estás hecho un
carcamal, se dice al fin de su monólogo mental. De sus divagaciones le saca el
sonido del móvil. Mira la pantalla, es Ballarín quien llama.
- Buenos días, Amadeo. Algo debe pasar para que me llames tan temprano.
- ¿Llamas temprano a las diez y media? Estás de broma. Acabo de hablar
con Jacinto, dice que esta tarde en lugar de ir al desguace – Así es como
suelen llamar al centro de mayores – nos reuniremos en su casa. Que tenemos
mucho que hablar.
En la reunión en casa de Grandal,
éste ha preparado café y Ballarín, siempre detallista, ha traído unas pastas
hechas por su esposa. Es lo primero que hacen, tomar café con pastas.
- Si fuéramos ingleses, haríamos lo mismo a esta hora – Son las cinco
de la tarde -, pero con té en lugar de café – apunta irónicamente Álvarez.
- Y si fuéramos más castizos de lo que somos,
tomaríamos churros en vez de estas pastas tan ricas. Por cierto, Amadeo, dale
las gracias a tu mujer de nuestra parte. Sus dulces están de rechupete – replica Ponte.
Y así,
entre bromas y veras discurre su buena media hora sin que Grandal, el promotor
de la reunión, diga una sola palabra del porqué de su citación. Cuando habla es
para preguntar:
- ¿Alguien quiere un chupito?
Ballarín y
Ponte se abstienen, el alcohol está contraindicado para los que se medican
mucho. Álvarez si acepta el ofrecimiento:
- Yo me tomaría un licor de hierbas.
Liquidados
los cafés, las pastas y los licores, Grandal toma la palabra:
- Antes de entrar en materia tengo que preguntaros:
¿seguís sin notar algún movimiento sospechoso en vuestro entorno?, ¿nadie ha
preguntado en la vecindad por vosotros?, ¿habéis detectado si os siguen? En
resumen, ¿algún dato o hecho fuera de lo habitual?
La
respuesta negativa es unánime.
- No sabéis cuanto me tranquiliza oír eso. Por mi
parte tampoco he notado nada anómalo. Por consiguiente, creo que podemos estar
tranquilos por ahora, pero una advertencia: no bajéis la guardia, seguid
vigilantes y al menor indicio de algo que huela raro me avisáis ipso facto.
- ¿Tú crees que alguien puede intentar hacernos daño?
– aventura Ballarín que se muestra un tanto intranquilo.
- No necesariamente, pero si los que se cargaron al
empleado del museo y a su cuñado son los mismos que realizaron el atraco, eso
supondría que la banda o parte de ella sigue en Madrid y pueden tener la
tentación de silenciar a todos aquellos que se les acerquen de algún modo. Y en
ese supuesto, aunque de manera indirecta, podríamos estar incluidos nosotros.
- No acabo de entender lo último que has dicho,
Jacinto – se sincera Álvarez.
- Veréis, le he dado muchas vueltas a lo que me dijo
Bermúdez, el comisario jefe de Moncloa – recuerda Grandal – y que luego, con
otras palabras, repitieron los Sacapuntas. Que es posible, solo posible, que
nuestras pesquisas acerca del empleado del museo que vive…, que vivía – La
rectificación del tiempo verbal parece que se le atraganta un tanto – en la
calle San Conrado hayan sido el detonante que ha podido provocar su muerte y la
de su cuñado. Si los atracadores, o algunos de ellos, siguen en Madrid y se
enteraron de que por la vecindad iban preguntando sobre Obdulio Romero es
posible que decidieran cortar por lo sano y eliminaron lo que podía ser un
eslabón débil de su cadena. Si esa hipótesis fuera cierta, y es probable que lo
sea, quizás nuestras investigaciones fueron la mecha que provocó el incendio.
- Pero nosotros no pretendíamos tal cosa, nuestras
intenciones eran otras – rebate Ponte.
- Manolo, de buenas intenciones está el infierno empedrado. No es
cuestión de que no tuviéramos ninguna intención de causar lo ocurrido, pero
ocurrió y lo que está hecho, hecho está y no hay que darle más vueltas. Es algo
con lo que tendremos que apechugar.
- Pues la verdad, se me han revuelto las tripas después de lo que
acabas de contar – se lamenta Álvarez.
- Si es como lo cuentas, Jacinto, ¿no será mejor que nos olvidáramos
del puñetero robo del tesoro y de todo cuanto lo rodea? – inquiere Ballarín.
- Eso sería una cobardía – es Ponte quien responde -. Si como dice
Jacinto somos, en alguna medida, responsables de lo ocurrido no es el momento
de adoptar la táctica del avestruz y meter la cabeza bajo el ala. Ahora más que
nunca tendríamos que seguir adelante, antes lo hacíamos básicamente para no
aburrirnos, ahora tenemos una nueva motivación: reparar de algún modo nuestro posible
fallo y seguir investigando para que los que han cometido esos asesinatos no se
vayan de rositas.
Unas palmadas suenan en el salón,
son las del anfitrión.
- Manolo, chapó. Tu DNI podrá decir que eres el más viejo de los
cuatro, pero tu corazón lo contradice, en realidad eres el más joven con
diferencia. Precisamente, esa era la propuesta que pensaba haceros: que debemos
seguir investigando. Como bien dice Manolo, ahora tenemos más motivos para
hacerlo. Y para poner todas las cartas encima de la mesa hay algo que os debe
quedar claro, si seguimos con nuestras pesquisas podemos correr riesgos, ¿de
qué clase?, no lo sé, pero no hay que descartar ninguno. Por tanto, se impone
peguntaros: ¿estáis dispuestos a seguir afrontando los riesgos que ello nos pueda
deparar?
- Por lo que a mí respecta ya he dicho cuál es mi postura, adelante –
afirma Ponte.
- Seremos mayores – Álvarez nunca dice viejos, siempre utiliza el
eufemismo de mayores -, pero nos sobran huevos para enfrentarnos a quien sea.
Contad conmigo.
Hay un silencio inesperado que
resuena más fuerte que todo cuanto se ha dicho, el de Ballarín.