"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 31 de marzo de 2020

Libro I. Episodio 20. No había pensado en ninguna cifra en concreto


   -¿Unas vikingas? -Julio sabe quiénes fueron los vikingos, lo que le ha descolocado es que Beltrán se refiera a ellos en femenino y en tiempo presente.
  -Sí hombre, las vikingas, las titis del norte: las suecas, las noruegas, las danesas… Además hay alemanas, inglesas, francesas, hasta italianas. Bueno, para que contarte, mujeres de media Europa. La mayoría está de toma pan y moja y a muchas les va la marcha, sobre todo a las vikingas. Y no puedes imaginarte los trajes de baño que se gastan, solo falta que se pongan en pelotas.
   -¿Y cómo las ligáis, sabéis hablar sus idiomas o ellas hablan español?
   -¿Quién crees que puede saber sueco? Y ellas de hablar español ni jota.
   -Entonces, ¿cómo os las arregláis para ligar?
   -Hombre, Carreño, me ha dicho un tipo que vino en el tren contigo que te apodaban el profesor, pero de la vida no sabes ni papa –asegura Beltrán que dirigiéndose a Medrano le pide guiñándole un ojo-. Tendrás que presentarle a Pepe el Pelos a ver si lo espabila porque en lo de ligar parece que el novato está más verde que las naranjas en junio.
   A todo eso se ha hecho mediodía, el sargento se ha marchado y los tres chupatintas se van a comer al cuartel de caballería que está en la parte posterior de La Almudaina. Como habían comentado, el rancho es tan malo como en el regimiento. Julio todavía se resiente más porque en el campamento, como ganaba sus buenos reales haciendo de escribano, se acostumbró a comer en la cantina donde la comida era bastante mejor. Lo que le hace pensar que tendrá que buscarse la vida para no tener que tragar diariamente la bazofia a la que llaman rancho. Precisamente, en la misma mesa en la que está el trío de Justicia hay otro soldado de Capitanía que anda comentando que su capitán busca un profesor particular para su hija que anda mal en matemáticas. Julio nunca ha dado clases, pero la necesidad de ingresos le hace agarrarse a un clavo ardiendo.
   -¿Y de qué son las mates? –pregunta.
   -De bachillerato.
   -Yo podía enseñárselas dependiendo de lo que pague tu capitán. Estoy puesto en mates mucho más de las que se necesitan para aprobar el bachillerato pues estudié contabilidad.
   -¿Quieres que le dé tu nombre?
   -No tengo inconveniente, pero antes querría saber cuánto me va a pagar –reitera Julio.
   -No esperes demasiado, el capitán Mascarell es un tacaño como buen catalán –tercia otro que ha estado atento a la charla.
  A la conversación se han unido compañeros de otras unidades de Capitanía. Al oír de qué va el asunto, otro veterano ofrece una nueva información.
   -Si de verdad sabes de números, eso le puede interesar a mi brigada. Tiene un negocio de bisutería y sé que anda buscando alguien que le lleve los libros. El contable que tenía la ha palmado. Si quieres, le digo que conozco a un recluta que sabe de cuentas.
   Sin venir mucho a cuento, Julio se pica al ser calificado de recluta.  
   -Oye, tío, desde que acabé el período de instrucción y juré bandera dejé de ser recluta, ahora soy soldado de segunda como todos vosotros, supongo.
   -Eso es lo que dicen las Ordenanzas –comenta un cabo- pero mientras no lleves un año de mili seguirás siendo un recluta por mucha bandera que hayas jurado.
   -¿Se lo digo al brigada o no? –Insiste el que le ha hablado de llevar unas cuentas-. Y recuerda que estás en la mili, recluta. Aquí hay que coger lo que buenamente te dan y encima dar gracias. Ah, mi brigada se apellida Carbonero y para ser chusquero es bastante majo.
   Tras acabar el rancho el trío de Secretaría se va al dormitorio de la compañía, pero antes Julio ha dicho que pueden dar su nombre para las dos posibles ofertas de trabajo. Ganar un puñado de reales le vendría al pelo. Cuando quiere volver a la Secretaría le dicen qué dónde va, que el trabajo de oficina es de ocho a quince y que hasta el día siguiente se acabó lo de currar. Julio se queda en el dormitorio porque quiere escribir a Consuelo, y como no hay donde coge la maleta de madera y la usa como mesa. Al verle de tal guisa, un compañero le ofrece una alternativa.
   -Oye, si quieres escribir, ¿por qué no te vienes a la biblioteca?, no suele haber nadie y estarás más cómodo.
   -¿Qué biblioteca?
   Pintado, que así se apellida el compañero, le explica que es el encargado de la biblioteca de Capitanía y que como casi nadie la usa es un lugar ideal para escribir, leer y hasta estudiar. Carreño sigue a Pintado que le cuenta que es maestro de primera enseñanza, por eso lo han nombrado bibliotecario. También le ofrece que puede sacar todos los libros que quiera. En la tranquilidad de la biblioteca, el mañego escribe a su novia y le cuenta todo lo que ha vivido en su primer día en Capitanía. Lo que no le cuenta es que, por lo que le han dicho, en la isla hay extranjeras con las que se puede ligar fácilmente. Sabe que Consuelo no es especialmente celosa, pero no quiere darle motivos para incomodarla.
   Poco a poco, Julio se va acoplando a la vida de archivero. Era lo que menos esperaba de su paso por el ejército. Casi ninguno de los consejos que le dio el cabo Montero de San Martín y los amigos y conocidos que ya hicieron la mili le están sirviendo. Nadie le preparó para un trabajo de oficinista, pero como la faena es escasa y el ambiente de la Secretaría es bastante relajado se dice que peores destinos podrían haberle tocado. De vez en cuando hace descubrimientos de la mili para los que tampoco le preparó nadie. Como que te puedes dar de baja en el rancho si puedes pagarte comer fuera, y asimismo puedes dormir fuera de Capitanía, si tienes cuartos para alquilar una habitación y te dan los correspondientes permisos, con lo cual puedes vestir de paisano. Sus mayores problemas se centran en la comida y el dormitorio, sigue llevando mal lo del rancho y lo de dormir con tanta gente. Para solucionarlos necesita un dinero que no tiene y no está dispuesto a pedírselo a su madre, sabe que no nada en la abundancia precisamente.
   De pronto, como tantas veces sucede en la vida, todo cambia en un par de días. Lo primero que le ocurre es que va a verle el compañero que le dijo que su capitán buscaba un profesor de matemáticas para una de sus hijas. Le conduce al despacho del oficial y lo presenta.
   -Mi capitán, este es el chico que le dije que es contable –dicho lo cual abandona el despacho.
   -A sus órdenes, mi capitán –Julio se ha puesto en posición de firmes.
   -Descansa, muchacho. ¿Cómo te llamas?
   -Julio Carreño Lahoz, mi capitán.
   Parece que su facha ha agradado al oficial, un hombre que quizá ronde la cincuentena y que luce una recortada barba.
   -Así que eres contable.
   -En realidad, no, mi capitán. Estaba estudiando para ello cuando me incorporé a filas –Julio prefiere contar la verdad. Sabe que en el ejército las mentiras te pueden salir caras.
   -Ya me extrañaba… -el oficial parece decepcionado-, ¿pero cómo andas de matemáticas?
   -Si es para los estudios de bachillerato, creo que sé más que suficiente, mi capitán. Para otro tipo de estudios habría que ver –el mañego se hace de valer, pero sin abandonar la prudencia.
   -Tengo una hija que tiene trece años y anda de cabeza con las matemáticas. ¿Crees que podrías darle clases dos tardes a la semana?
   -Poder, podría, mi capitán… -Ha tenido la pregunta en la punta de la lengua, mas no se ha atrevido a formularla: ¿pero cuánto me va a pagar?
   Como si le hubiera adivinado el pensamiento el oficial habla del estipendio.
   -No te voy a poder pagar mucho, pero… le voy a pedir a tu sargento que te firme un pase pernocta y podrás vestir de paisano -Julio sale del despacho y sigue pensando en que debió preguntar: ¿pero cuánto me va a pagar?
   Resulta que el capitán Mascarell hace buena su fama de rácano y le va a pagar una miseria. Se lo compensará pidiéndole al sargento Fernández que le extienda el pase de pernocta, algo que ahora no es la prioridad de Julio. El primer día de clase, el joven guripa hace dos descubrimientos: primero que a la hija del capitán el bachillerato en general y las matemáticas en particular le importan una higa; segundo que, pese a que sus camaradas del viaje a Madrid le pusieron el remoquete de profesor, Dios no le ha llamado por la senda de la pedagogía. Si tengo que ganarme los reales que me hacen falta enseñando las voy a pasar canutas, piensa.
   A los tres días de la primera  clase va a verle el veterano que le contó que su brigada andaba buscando alguien para que le llevase las cuentas, le lleva ante el suboficial y le deja con él. El brigada debe estar en los cuarenta y muchos, va pulcramente afeitado y su uniforme parece recién salido de una sastrería militar. Su estilo es directo y sin florituras.
   -¿Eres contable?
   -No, mi brigada –y Julio se explaya en sus primeros estudios, que abandonó, y en los últimos que estaba haciendo con un profesor de la Escuela de Comercio de Madrid. La cita del centro docente parece que le ha causado buena impresión al suboficial.
   -¿Crees que podrías llevar la contabilidad de una tienda de bisutería que tengo? Y además, trabajo de mayorista y vendo a otras tiendas de la isla. El contable que tenía lamentablemente falleció.
   -Para contestarle debidamente, mi brigada, tendría que ver los libros que maneja y el volumen del negocio.
   Su prudente respuesta ha vuelto a satisfacer al suboficial que le cita para el día siguiente y le da la dirección de la tienda. La siguiente tarde, Julio va a la bisutería donde el brigada le enseña la contabilidad tal como la llevaba el contable fallecido. Julio constata que se trata de unas cuentas relativamente sencillas y que no tendrá mayor problema en llevarlas a cabo. Es más, afirma sin ninguna clase de falsa modestia, cree que incluso podrá mejorarlas. El brigada vuelve a ser expeditivo y formula la pregunta que no le hizo Mascarell.
   -¿Cuánto quieres cobrar?
La directa interpelación coge a Julio con el paso cambiado. Vacila, era algo que no había preparado, al contrario que en el otro trabajo.
   -No lo sé, mi brigada…, no había pensado en ninguna cifra en concreto.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
21. ¿Tú eres el que anda buscando un catre?

viernes, 27 de marzo de 2020

Libro I. Episodio 19. ¿Unas vikingas?


   Beltrán, que es quien parece llevar la voz cantante en la dependencia, le explica a Julio que la Secretaría de Justicia es el órgano que tiene las funciones de asesoramiento jurídico del Capitán General en el ámbito territorial bajo su mando y la aplicación de la justicia militar. Asimismo le atañen todo tipo de funciones relacionadas con el ámbito jurídico castrense, tales como las de secretarios, fiscales y jueces indistintamente. El jefe de la Secretaría es el capitán auditor don Ignacio Echevarría que pertenece al Cuerpo Jurídico Militar.
   -Son como los abogados de los militares –aclara Medrano.
   -¿Y el sargento también es abogao? –nada más decirlo Julio se corta, tendrá que volver a pronunciar bien los participios.
   -Fernández es un chupatintas, como nosotros.  
   Julio nunca había oído esa palabra y llevado de su innata curiosidad por lo desconocido pregunta:
   -¿Qué quiere decir chupatintas?
   -Oficinista. Lo que vas a ser tú mientras estés aquí.
   -¿Es que me pueden mandar a otro sitio?
   -Por supuesto, en cuanto entras en el ejército dejas de ser dueño de tu destino. Vas donde los mandos quieren que vayas, pero… si te portas bien y no haces ninguna cagada lo normal es que estés aquí hasta que te licencien –le informa Beltrán-. Yo llevo desde mi primer año de mili y espero licenciarme aquí y Medrano, que hace un año que está, lo mismo. Por tanto, aplícate el cuento.
   -Y después de las horas de oficina, ¿tendré que volver al cuartel de El Carmen?
   -¿El Carmen?, ni pisarlo. No sabes de la que te has librado. Tiene fama de ser el regimiento más duro de toda la isla. Te hubieras chupado guardias, vigilancias y piquetes a porrillo. Ahora perteneces a la compañía de destinos de Capitanía.
   -¿Y aquí tendré que hacer guardias?
   -Solo las imaginarias que te toquen en el dormitorio, la guardia de puertas las hacen las demás unidades de la isla de manera rotativa. Y hablando de guardias –dice Beltrán-, Antonio porque no le llevas abajo, lo presentas al sargento Prieto y que le den de alta en la compañía de destinos.
   -Ven conmigo –le pide Medrano.
   La pareja deshace el camino por el que anduvo Julio con el cabo artillero, salvo que en lugar de dirigirse a la salida cuando llegan al nivel del patio central bajan unos cortos peldaños de lo que parece ser un semisótano y Medrano llama a la puerta. Sin esperar que le digan que entre accede a lo que es un pequeño cubículo ocupado casi enteramente por una mesa tras la que hay un sargento.
   -A sus órdenes, mi sargento. Soy Medrano de la Secretaría de Justicia. Me manda el sargento Fernández para que dé de alta a éste recluta que acaban de adscribir a la Secretaría. Aquí tiene la orden.
   El suboficial recoge el documento que le tiende Medrano y, sin mirar siquiera al mañego, le ordena al veterano:
   -Llévale a la compañía y dile a Segura de mi parte que le asigne una cama y una taquilla.
   -A sus órdenes, mi sargento –Carreño y Medrano se retiran y este le lleva a otra estancia, todavía unos cuantos peldaños más abajo que la oficina del sargento de la compañía de destinos. Es una sala de mediana extensión casi toda ocupada por literas metálicas dobles, en alguna de las cuales hay soldados sentados o tendidos que les miran con indiferencia. Allí Medrano se dirige a un cabo.
   -Segura, te presento al nuevo recluta de mi cueva. Tu sargento dice que le asignes cama y taquilla. Lo dejo en tus manos. Si no sabe volver a la Pajarera le indicas.
   El llamado Segura le informa que a partir de ahora queda encuadrado en la compañía de destinos de la Capitanía General. Dormirá allí, en el catre que le va a indicar, y también le asignará una taquilla donde guardar sus cosas.
   -¿Carreño, has traído el equipaje?
   -No, sigue estando en el cuartel de El Carmen.
   -Tendrás que ir por él y traerlo aquí. Desde ahora este es tu cuartel.
   -¿También se come aquí?
   -No, aquí no hay comedor, jalamos en el cuartel de caballería que está en la parte de atrás de Capitanía. Esto no solo es el dormitorio, sino el sitio donde podrás estar cuando no tengas oficina. Te pondré en el turno de imaginarias que es la única guardia que hacemos los que trabajamos aquí.
   -¿Hay muchas imaginarias por noche? –pregunta Julio que, como enchufado en su etapa campamental, nunca hizo la vigilancia que realizan varios soldados por turnos en el lugar donde duermen sus compañeros.
   -Lo normal, cuatro.
   -Oye, ¿y qué tal se come en caballería? –indaga Julio que guarda un pésimo recuerdo del rancho del campamento.
   -Aquí nos damos mucho pisto por estar destinados en Capitanía, pero comer, lo que se dice comer, de puta pena.
   Julio ha ido al cuartel de El Carmen a recoger sus pertenencias, cuando sale no vuelve la vista atrás, por lo que le han dicho los compañeros de Capitanía no es ninguna bicoca estar en el regimiento. Ha intentado despedirse del sargento Linares, a quien cree que debe su nuevo destino, pero no ha podido localizarle, tampoco a su paisano Agustín. A quien si le ha dicho adiós es al cabo Esparza que lamenta su marcha.
   -Vaya putá que me has gastao, pijo, con lo bien que te he enseñao pa que fueras el mejor furriel del regimiento y ahora te vas con los chupatintas de Capitanía. No sabes lo que te pierdes, Carreño.
   El mañego duerme aquella noche en la compañía de destinos y, aunque en el campamento de instrucción también dormía junto a una treintena larga de compañeros, pasa una mala noche. Le costó coger el sueño, se despertó en varias ocasiones y estuvo escuchando toda suerte de ruidos sospechosos. Por la mañana, mientras se está aseando se pregunta si no habrá sido peor ir a Capitanía que quedarse de furriel en el regimiento, pese a su mala fama. Al llegar a la Secretaría ya se encuentran allí Beltrán y Medrano, quien todavía no ha llegado es el sargento Fernández y del capitán Echevarría ni rastro. Beltrán le indica que, según órdenes del sargento, debe ponerse a ordenar el archivo.
   -¿Y por dónde empiezo?
   -Por donde te salga de los huevos, pero yo, de ti, empezaría por la a.
   -¿Y qué tengo que hacer?
   -Carreño, eres un poco lelo. Lo que has de hacer en principio es archivar las fichas por orden alfabético.
   -¿Es que no lo están?
   -A ese archivo no le han metido mano desde la Guerra de la Independencia.
   -¿Y cómo encontráis una ficha si no está donde debe?
   -Pues con muchas horas pegados al jodido fichero.
   -Entonces, ¿qué pasa con el resto del trabajo?
   -A Dios gracias, el trabajo no atosiga demasiado –explica Beltrán, que es quien mantiene la charla con Julio.
   -Salvo cuando a Fernández le entra su particular manía –apunta Medrano, quien cuenta al novato que el sargento presume de saber más ortografía que nadie y cuando encuentra una falta en uno de los escritos les monta un pollo y les obliga a repetirlo. Por fortuna, como la mayoría de documentos que manejan son formularios las probabilidades de cometer errores ortográficos son escasas.
   Julio abre el archivo etiquetado con una a mayúscula y pacientemente comienza a comprobar que las fichas estén ubicadas correctamente. Sorprendido, pronto comprueba que lo que dijeron sus compañeros es cierto. Antes de media hora ya ha encontrado tres cartulinas que estaban mal archivadas. Echa un vistazo a los cajones del archivo alineados a lo largo de la pared y se dice que si todos los archivadores están como el de la a posiblemente le licencien antes que termine de ordenarlo.
   -Bueno –se dice en voz alta-, algo habrá qué hacer durante los tres próximos años.
   Aparece el sargento que se limita a darles los buenos días. Los dos veteranos siguen en sus mesas trasegando papeles y Carreño ordenando el archivo. Y así va transcurriendo la jornada hasta que a media mañana Beltrán y Medrano piden permiso al sargento para salir. ¿Dónde habrán ido?, se dice el mañego. En cuanto vuelven se lo pregunta.
   -¿Dónde habéis estado?, si puede saberse.
   -A almorzar al quiosco –Y los veteranos le cuentan que todos los días salen a almorzar, casi siempre a comerse un chusco con lo que pueden pillar y a tomarse un vaso de palo de Mallorca, una bebida espirituosa y dulce obtenida de la quina y de raíces de genciana, muy popular en la isla. Lo hacen en un quiosco que hay cerca del cuartel de caballería, donde se reúnen con los compañeros de otras oficinas militares. Es la obligada pausa de relajo para distraerse del monótono trabajo que casi todos llevan a cabo.
   -Y si tan aburrido es aquí el trabajo, ¿no sería mejor qué nos hubiéramos quedado en el regimiento al que pertenecemos?
   -Estás loco, tío. No sabes lo que es la vida en un cuartel. Instrucción todos los días, guardias por un tubo, te meten un paquete por menos que canta un gallo y solo puedes salir, como mucho, un par de horas al día, y eso si estás libre de servicio –le explica Beltrán-. En cambio, aquí no hay instrucción, de guardias solo tienes las imaginarias en el dormitorio, la disciplina es muy relajada y puedes salir a pasear o a lo que te pete prácticamente todas las tardes.
   -¿Se puede salir por las tardes?, eso no lo sabía –se sorprende Julio-. ¿Y qué hacéis por la tarde, adónde vais?
   -Cada uno adónde quiere –y Beltrán le sigue contando que por las tardes cada guripa se busca su avío. Él se buscó un trabajo en una empresilla de paquetería y echa unas horas tres días a la semana con lo que se gana unos reales que le vienen de perlas. A su vez, Medrano le cuenta que él también trabaja casi todas las tardes en una sucursal de una fábrica de zapatos de Inca.
   -¿Y los qué no trabajan, que hacen?
   -Pues hay de todo. Desde los que se van a recorrer el Paseo Marítimo o las playas próximas a ver si ligan con alguna extranjera, hasta los que intentan camelarse a alguna chacha de las que pasean a los críos.
   -Ah, ¿pero aquí hay extranjeras?
  -Y muchas, sobre todo ahora. Ya verás el próximo domingo como se ponen playas como Cala Comtessa, Son Matíes o El Arenal. Hay unas inglesas y unas vikingas que son la leche, están más buenas que el pan y encima lo enseñan casi todo –explica Beltrán.
   De lo que ha dicho el valenciano, un nombre descoloca a Julio.
   -¿Unas vikingas?

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
20. No había pensado en ninguna cifra en concreto