El señor
Francisco, subcontratista para el que trabaja Sergio, le ha mandado llamar. Lo
recibe en el cuartucho al que socarronamente llama su despacho.
- Pasa Sergio, siéntate. ¿Un cigarro o prefieres
un purito canario de los que yo gasto que son cosa fina?
- Gracias, señor Francisco, con los puros
todavía no me atrevo.
- Vamos al grano que el tiempo es oro. Te he
llamado porque quiero decirte dos cosas. La primera es que estoy muy satisfecho
contigo. Según me cuenta Dimas en este año y pico que llevas con nosotros te
has portado con mucha profesionalidad. Has demostrado ser un tipo serio,
responsable y con redaños.
- Muchas gracias otra vez, señor Francisco.
No sabe cuánto significan para mí sus palabras. La verdad es que el trabajo
nunca me asustó y procuro arrimar el hombro todo lo que haga falta.
- Sí, señor. Eso es lo que asegura Dimas
que, además, añade que eres el mejor de su equipo. De ahí la segunda cosa que
quiero decirte. Me he quedado con la subcontrata de la instalación de los
nuevos bloques de la última promoción de BACHSA. Y, por tanto, necesito montar
otra cuadrilla de instaladores. Voy a contratar a unos rumanos que dicen que
trabajaban de electricistas allá en su tierra, pero no me fío mucho de esos
extranjeros, casi todos se dan muchos humos de que si han hecho esto o lo otro,
pero luego en cuanto les pones al tajo resulta que para montar una simple caja
de conexiones se hacen la picha un lío. Además, está el problema del idioma.
Según ellos aprenden pronto el español porque dicen que su lengua tiene el
mismo origen que el castellano, pero de momento solo se enteran de una de cada
cuatro cosas que les dices. Te cuento todo esto porque Dimas asegura que, de
todo el personal, tú eres el mejor preparado para entenderte con los dichosos rumanos.
Por eso, y por todo lo demás, he resuelto nombrarte capataz del nuevo equipo.
Tendrás más obligaciones, pero también ganarás más billetes, no tanto como los
otros capataces, pero todo se andará.
A
Sergio la propuesta le deja sin aliento. Capataz y con solo veintiún años. Un
sentimiento de orgullo le baila por todo el cuerpo. No sabe cómo reaccionar.
- Señor Francisco, esto no me lo esperaba.
No sé qué decirle.
- No hay nada que decir. Esta noche te pasas
por aquí y te presentaré a los rumanos.
Tendrás que fijarte bien en si valen o no. Y el que no dé el nivel a la puta
calle, aunque debes de ir con tiento y tener paciencia antes de largarlos
porque encontrar buenos operarios se está convirtiendo en un problema de tres
pares de cojones. La chica de administración te dará luego la relación con sus
nombres.
- Señor Francisco, ¿usted cree que sabré
hacerlo bien? – pregunta el joven que todavía no acaba de asimilar su ascenso
laboral -. Y encima con extranjeros.
- Claro que sí. Dimas tiene buen ojo para
calibrar al personal y si te ha señalado con el dedo por algo será. Y ya que
citas a los extranjeros. Ninguno de esos rumanos tiene los papeles en regla,
por tanto tendrás que andarte con mucho ojo por si vienen los hurones de la
inspección de trabajo. En cuanto veas a alguien trajeado, que no conozcas,
acercarse al tajo los largas o los camuflas a toda pastilla. Que ya me abrieron
un expediente el año pasado y todavía está el abogado presentando recursos en
lo del laboral, que me traen frito con tanta documentación como piden. Y con
una vez que te coja el toro hay más que suficiente.
En
cuanto Sergio llega a casa se apresura a darle la buena nueva a Lorena.
- Mi amor, siéntate porque tengo una
sorpresa que darte que te puedes caer de culo.
- Yo también tengo otra – es la respuesta de
la joven -, y como eres tan galante y siempre dices que las señoras primero me
toca dártela la primera. Por tanto, el que se tiene que sentar eres tú.
Lorena entra en la cocina y sale con una bandejita de plástico, de esas
que venden en los bazares chinos de todo a cien, encima de la cual hay dos
vasos, copas todavía no tienen, y una modesta botella de cava de Utiel-Requena.
La abre, llena los dos vasos del espumoso y brinda:
- Por el capataz más guapo, más joven y más
guay de España.
- ¿Ya lo sabes? – se sorprende Sergio -,
¿cómo es posible? Si me lo acaba de decir el señor Francisco.
- Hace veinticuatro horas que lo sé. Me lo
dijo anoche Verónica, se lo contó el Francisco. No sé de dónde saqué el cuajo
para no habértelo contado antes, pero quería que lo oyeras por primera vez de
labios de tu jefe. Pero no seas pasmao, coge el vaso y brindemos. Por el
capataz más molón del mundo mundial.
A
Sergio que su pareja conociera la noticia antes que él le ha molestado, no sabe
muy bien por qué, pero no le ha gustado porque esa anticipación hace que le
entren dudas sobre si los auténticos motivos de su promoción profesional serán
los que enumeró su patrón o tendrá algo que ver el hecho de que Verónica sea,
por una parte, sobrina del señor Francisco y, por otra, una de las mejores
amigas de Lorena. Todavía está dándole vueltas a la molesta sospecha cuando la
muchacha, de un salto, se enrosca en su cuerpo, pega su boca a la suya y le
introduce la lengua hasta la glotis. Ahí se acaban las conjeturas del novel
capataz y comienza el preludio de una tórrida unión.
Al
día siguiente Sergio madruga, quiere llegar a la obra antes de que aparezcan
los operarios, prefiere darle las gracias a Dimas sin demasiados testigos.
- Dimas, no sé qué decirte y cómo decirlo
para que sepas lo agradecido que te estoy. Sé perfectamente que sin tu ayuda,
tus consejos, tu ejemplo y también con la paciencia que mostraste conmigo al
principio nunca hubiese aprendido el oficio con tanta rapidez. Y, por supuesto,
gracias de todo corazón porque sin tus informes y tu apoyo el señor Francisco
nunca me hubiese nombrado capataz, a mí que soy uno de los últimos en llegar a
la empresa. Nunca te lo agradeceré bastante.
- Estudiante, ¿no te has pensado lo de
meterte a político? Lo digo porque tienes un pico de oro que da gusto
escucharlo y que para decir algo en el que basta con una palabra, tal cual gracias,
empleas más de un centenar. Lo dicho, en política ibas a hacer un carrerón,
piénsatelo. Y no, no tienes que agradecerme nada. Lo que tienes te lo has
ganado a pulso.
- No pienso llevarte la contraria, pero tú y
yo sabemos que en la empresa no se mueve ni un pelo sin que tú lo hayas
supervisado. O sea que gracias, una y mil veces – al ver el gesto del capataz
jefe, Sergio cambia su discurso –, y te prometo que no lo voy a volver a
repetir más, pero sí hay algo que quiero preguntarte ¿qué consejo me das para
hacerme con la gente de la cuadrilla? Te lo pido por favor porque de mi nuevo
puesto no sé un pimiento.
- Lo de dar consejos me repatea casi tanto
como lo de los agradecimientos, pero bueno, ahí va un ramillete de ellos –
Dimas hace una breve pausa para ordenar sus ideas -. No mandes nada que tú no
sepas hacer. No le grites a la gente, cuando tengas que abroncar a alguno de
tus oficiales hazlo mirándole a los ojos y hablando en voz baja y grave. Si
exiges puntualidad debes ser puntual. Si pides eficacia haz de ser eficaz. Y
antes que nada debes ser paciente y más en tu caso con una cuadrilla de
extranjeros. Y ya está bien, que cuanto más viejo me hago más me parezco al consultorio
de la señorita Francis. Ah, una última recomendación, creo que para redondear
tus conocimientos sobre el mundo de la construcción y cuanto le rodea te
resultaría útil asistir a un ciclo de conferencias que van a dar próximamente
en el pueblo. Y ahora vete de una puta vez que los rumanos te estarán
esperando.