"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 13 de enero de 2015

2.9. Madre, ¿sabe quién es El Ausente?



   Hora del recreo escolar. Todos los alumnos salen al patio. Las niñas por su lado, los niños por el suyo. En el descampado contiguo a la escuela, dos chavales se miran fijamente, parece que estén esperando una señal para lanzarse uno contra otro. Se asemejan a dos púgiles aguardando a que el árbitro dé la señal para que la pelea comience. Aunque no se trata de un combate de boxeo, no llevan guantes ni están en un cuadrilátero.
- Cara. Empieza Miguel - anuncia el chico que acaba de echar la moneda al aire. 
   El aludido, con gesto enérgico, pone el pie derecho delante del izquierdo. Su oponente hace lo mismo. Lentamente van colocando un pie delante del otro y aproximándose hasta que, a punto de tocarse, uno de los contrincantes planta la puntera de su alpargata encima del pie adelantado del adversario.
- Justino elige primero - manifiesta el que lanzó la moneda.
   Los chiquillos forman un corro rodeando a los dos compañeros que se han jugado a pies la posibilidad de elegir primero. Cada uno de ellos es el líder de los equipos que van a jugar su cotidiano partido de fútbol. Alternativamente, cada capitán va escogiendo jugadores. Primero eligen a los más hábiles, después a los más fuertes y al final a los torpones.
- … y Nico – vocea Miguel. No queda otro. Otra vez me toca cargar, piensa, con ese canijo que encima es un tuercebotas.
   Ambos conjuntos se posicionan y comienza el encuentro. No hay árbitro ni jueces de línea, ni están trazadas las rayas divisorias del campo de juego, las porterías están marcadas con dos montoncitos de piedras y la cancha es un descampado. A la casi treintena de chavales les da igual: lo importante es jugar y tienen poco más de veinte minutos para ganar y así poder burlarse de sus rivales, al menos hasta el partido del siguiente día.
   Suena un silbato y el juego se interrumpe. Los muchachos se agrupan en filas y uno tras otro van entrando en el edificio junto al que han estado compitiendo. Las puertas de las escuelas se cierran. Comienza la segunda sesión de la mañana, hoy toca enfrentamiento entre romanos y cartagineses.

   Días después Ricardo Poveda, director del grupo escolar del pueblo, pasea inquieto por la plaza, está nervioso. Hoy viene el inspector de primera enseñanza a girar visita al centro docente. No le conoce, pero le han contado que es muy estricto y exigente, un hueso, vamos. Por eso Poveda ha tomado una resolución con la que espera ganarse el favor del inspector: ha implantado como libro de texto la enciclopedia escolar de la que es autor Martínez Fraile. El cambio de manual le ha costado una buena trifulca con alguno de sus colegas, especialmente con su compañero Fulgencio, que no se ha cortado un pelo en calificar el libro recién seleccionado como un bodrio didáctico que, en su opinión, no es más que un refrito mal cocinado de la enciclopedia cíclico-pedagógica de Dalmáu Carles, que es la que se ha usado siempre en las escuelas locales y con la que todos estaban contentos. Además, la enciclopedia de Dalmáu está encuadernada en cartoné con lomo de tela, que es la encuadernación que mejor resiste los malos tratos que dan los chavales a los libros y, lo que es más importante, cuenta con unos cuatrocientos grabados que la convierten en un material muy apto para el aprendizaje en primaria. En cambio, la de Martínez Fraile tiene una encuadernación más feble y los grabados que presenta no solo son pobres sino que están horrorosamente dibujados. Ricardo rebate a su compañero con un argumento fulminante:
- Todo lo que dices es cierto, Fulgencio, pero a Dalmáu Carles no le vamos a ver nunca por aquí y en cambio Martínez Fraile  es nuestro inspector.

   En el autobús que cubre la línea Valencia-Senillar, llega el inspector. Es un hombre recio, relativamente joven aunque luce abundantes canas. Ricardo, pese a que no lo ha visto nunca, le localiza inmediatamente: es el único de los pasajeros que se han apeado del coche de línea al que no conoce y también el único que lleva sombrero. El maestro se identifica:
- Buenas tardes. Soy Ricardo Poveda, maestro-director del Grupo Escolar José Antonio. Supongo que es usted el señor inspector don Anselmo Martínez.
- Buenas tardes. Sí, soy el inspector. ¿Dónde están los demás maestros?, ¿en la escuela? – el tono del funcionario es seco y cortante.
   Las preguntas y la sequedad del inspector desconciertan a Poveda y le ponen mucho más nervioso de lo que ya estaba.
- Usted perdone, pero de la Delegación Provincial no dijeron nada de que los maestros le tenían que esperar. Si lo hubiéramos sabido habrían estado todos aquí, no lo dude. Y en la escuela tampoco están, la sesión de la tarde acaba a las cinco y son las siete y pico. Ahora que si quiere les mando aviso y en un periquete estarán todos donde usted diga.
   El inspector desiste de reunirse con el magisterio local y le pide a Poveda que le acompañe a la pensión en la que va a pernoctar. El maestro vuelve a sentirse incómodo cuando tiene que informar a su superior de que en el pueblo solo hay una pensión que no es nada lujosa, pero ha comprobado que va a disponer de una habitación estupenda, muy limpia y soleada y con toda la ropa de la cama nuevecita. En cuanto a la cena, será un honor para él y su esposa tenerle como invitado.
   Durante la cena el inspector parece ablandarse un tanto y suaviza su hosco semblante y su cortante expresión. Y llega a sentirse más cómodo cuando Poveda, aprovechando un resquicio, deja caer en la charla de sobremesa que fue alférez provisional. Don Anselmo termina contando a la pareja parte de su vida. Le cogió la guerra en un pueblo de la provincia de Huesca, donde tenía su plaza de maestro, se enroló como voluntario en el ejército nacional y a los pocos meses hizo el curso de alférez provisional. Apenas si llevaba un mes de estampillado cuando fue herido en la batalla del Ebro y pasó mucho tiempo en un hospital restableciéndose. Cuando a principios del treinta y nueve fue dado de alta ya solo pudo participar en parte de la campaña de Cataluña. Terminó la contienda como teniente provisional y cuando dudaba en si seguir la carrera militar o volver al magisterio le ofrecieron el puesto de inspector de primera enseñanza y estaba muy contento de haber aceptado porque la educación era su auténtica vocación. Poveda tampoco pierde la ocasión de deslizar en la conversación que su enciclopedia es la que se emplea en las escuelas del pueblo con lo que consigue que el inspector acabe definitivamente de mostrar su lado más amable.
   Al día siguiente, Poveda recoge al inspector y le acompaña al grupo escolar. Tanto los maestros como los niños han sido debidamente aleccionados ante la llegada del ilustre funcionario. Las visitas de los inspectores se dan muy de tarde en tarde y hay que conseguir que se lleven una buena impresión de la formación y la disciplina de los alumnos. El inspector, siempre acompañado por Poveda, entra en las clases con la invocación de:
- Ave María purísima.
- Sin pecado concebida – corean todo los alumnos puestos en pie -. Buenos días, señor inspector.
- Buenos días, niños.
   El inspector departe un poco con cada uno de los maestros. Procura mostrarse amable aunque a veces se le escapa su natural arisco, lo que aumenta el nerviosismo de los docentes que, en más de una ocasión, contestan embarulladamente a las preguntas de su superior. Tras intercambiar unas palabras con el maestro que está al frente de cada clase, el inspector efectúa algunas preguntas a los alumnos que éstos contestan lo mejor que saben.

   Al llegar a casa, al chaval le falta tiempo pare referir a su madre la visita del inspector.
- Madre, esta mañana ha estado el inspector de las escuelas. ¡Estábamos todos más nerviosos que un flan! Hasta don Fulgencio parecía estarlo. Y sobre todo cuando comenzó a preguntarnos.
- ¿Y qué preguntaba?
- No me acuerdo de todo, pero de muchas cosas. A mí me preguntó si sabía quién era El Ausente. Me dio mucha rabia decirle que no lo sabía.
- ¿Y quién es ese señor si puede saberse?
- No es un señor, El Ausente es José Antonio, el fundador de la Falange. El inspector nos contó que, como durante la guerra, no se sabía muy bien lo que le había pasado, y para evitar la desmoralización de las milicias falangistas, se le empezó a llamar así.
- Igual el señor inspector no sabe una cosa relacionada con José Antonio: su padre, don Miguel Primo de Rivera, pasó un día por el pueblo y se paró a  charlar con el alcalde y unos vecinos que se acercaron a saludarle. Tu abuelo Nicolás, que fue uno de ellos, contaba que era un hombre muy campechano. ¿Te lo había contado antes?
- No, madre, pero usted tampoco sabía quién era El Ausente. 
- Pues no, ya te he dicho que no lo sabía. Por eso tienes que ir a la escuela, para que aprendas cosas como esa y no ser un ignorante como tus padres.