Sergio está como
loco con su pisito pues es su primera casa, el primer hito de lo que imagina
será un largo y feliz camino que recorrer en compañía de su bien amada.
- ¿Estás contenta con nuestro nidito de amor?
- No digas chorradas, Sergio, que me pones de los nervios.
Que nidito de amor ni que leches. Este piso es una porquería lo mires por donde
lo mires. Por eso voy a seguir el consejo de Anabelén, me ha contado que en la
zona norte de el Torreón van a construir un bloque de apartamentos que parece
que van a salir muy bien de precio si se compran en plano. Un día de estos
cuando salga del merendero pienso acercarme donde la caseta de información y
traerme propaganda.
- ¿Quieres alquilar otro apartamento? – pregunta Sergio
alarmado.
- De alquilar, nada, eso queda para los pobretones. Lo que
voy a mirar es para comprarlo.
- ¿Y de dónde vamos a sacar el dinero?, ¿o es que te ha
tocado la lotería? – pregunta el muchacho en clave irónica.
- La pasta va a salir de nuestro trabajo, como hace
cualquier pareja normal. Y si no alcanza con lo que ahora ganamos será cuestión
de echar más horas extras o buscarse un segundo curro – asevera tajante la
joven.
Sergio descubre que
el argumento de que no gana lo suficiente no vale para obstaculizar los
proyectos inmobiliarios de su pareja. Opta por defenderse por otro flanco.
- Trabajo muchas horas y cuando llego a casa estoy bastante
cascado. ¿Cómo voy a currar más tiempo?
- Eso son historias de señorito de ciudad. No trabajas
tanto. Mi padre sí que curra, que casi lo hace de sol a sol. ¿O es qué me he
ido a vivir con un flojeras? Piensa que a lo mejor puedo quedarme preñada y
entonces tendrás que trabajar más horas, quieras que no, porque yo no podré
hacerlo y habrá una boca más que alimentar.
- ¿Es que estás embarazada? – pregunta el chico con un
temblor en la voz.
- No, no lo estoy, pero puedo estarlo en cualquier momento
porque las pastillas esas que tomo, digan lo que digan, no creo que sean tan
seguras. Y precisamente porque no estoy preñada es el momento de que tú eches
los restos y consigamos tener un piso lo suficientemente espacioso para que,
cuando tengamos familia, podamos montarle una habitación molona al crío –.
Lorena ha descubierto que hablar de su posible maternidad pone a Sergio en un
total estado de indefensión.
El joven, ya en
franca retirada, juega su última baza.
- Bueno, visto desde esa perspectiva…, pero sí me paso la
mayor parte de la jornada en la obra, ¿cuándo tendremos tiempo para charlar,
para planear nuestro futuro, hasta para besarnos, para acariciarnos…? – el
chico todavía es renuente a mencionar explícitamente el sexo.
- Lo que me faltaba por oír. Para charlar y contarnos lo que
sea ya tenemos los fines de semana, que me aburres con tanto rollo y tantas
palabras finas. Y si es para echar un polvo, con unos minutos tienes más que
suficiente porque sigues siendo don rápido.
Al oír la pulla que
más le escuece, Sergio sabe que ha perdido la partida. Echará todas las horas
extraordinarias que hagan falta. Una vez que Lorena ha conseguido transformarle
en una máquina de ganar dinero, y cuando creía que iba a retomar el plan de la
compra de un nuevo apartamento, la chica le sorprende al anunciarle:
- Cariño, ahora que tenemos pasta, y antes de meternos en la
compra del apartamento que eso son palabras mayores, lo que hemos de hacer es
comprarnos un carro. Debemos de ser de las poquitas parejas del pueblo que no tiene.
Lo del automóvil no
se lo esperaba Sergio que, sin embargo, asiente complacido. Esta vez Lorena ha
acertado de lleno. Era uno de sus más acariciados deseos: tener un coche. Ahora
se va a cumplir su sueño y encima lo podrá utilizar para pasear a la mujer más
maravillosa del mundo. La compra le depara al joven un nuevo disgusto. En su
papel de cabeza de familia, trata de aplicar la máxima que ha visto en su casa
de no gastar un céntimo más del que se gana. De acuerdo con esa filosofía que
se le inculcó desde niño, Sergio acepta la compra de un coche, pero siempre que
sea un vehículo de segunda mano; sabe que existen buenas ofertas y que,
prácticamente, podrá pagarlo al contado. Lorena, una vez más, se pone brava.
- De segunda mano, nanay del Paraguay, chorbo. Eso es para
los desgraciaos que no llegan a más. No hay nada más seguro que ir de estreno.
¿Acaso te hubieras conformado con emparejarte con una piba que ya estuviese
estrenada? Pues con el carro lo mismo.
Sergio empieza a
temer los arrebatos de Lorena y opta por claudicar. Comprarán un coche nuevo.
Cuando discuten sobre qué modelo comprar, la joven vuelve a sorprenderle.
- ¿Cómo que un SEAT? Esos bugas son para los que no tienen
donde caerse muertos. Hay que ir de sobrao y comprar uno fardón. Al fin y al
cabo, ahora estamos montados en el dólar y podemos permitirnos el lujo de tener
un carro guay.
- ¿Y en qué coche habías pensado?
- Pues no lo sé muy bien, pero ha de ser un cacharro que
mole cantidad. ¿Qué te parece un descapotable? Siempre he querido tener uno,
como esos que salen en las pelis americanas.
- Un deportivo nos va a costar un ojo de la cara y tampoco
es que hayamos ahorrado tanto. Con el ritmo de vida que llevamos juntar toda la
pasta que puede valer un coche así nos va a llevar tiempo. Ten en cuenta que,
por unas causas u otras, la mayoría de los días comemos fuera de casa.
La última frase
lleva su carga de reproche. Lorena se ha revelado como un ama de casa
lamentable. Tiene el apartamento desordenado y sucio y la cocina apenas la
pisa, según ella cocinar es algo de las mujeres de antes, como su madre o la de
Sergio. Cuando lo hace, en algún fin de semana, los platos se apilan en el
fregadero cubiertos de restos. En la encimera las latas y los envases de
comidas preparadas pueden amontonarse durante días. Ha de ser Sergio, quien cansado
de tanto desorden y suciedad, lave la vajilla y recoja los desperdicios en un
inútil esfuerzo para que la casa presente una apariencia algo más ordenada.
Cada vez que realiza una de esas tareas no puede por menos que recordar a su
madre, de la que afirmaban sus vecinas que en su cocina se podían comer sopas
en el suelo de lo limpio que lo tenía.
Cuando comienzan a
visitar concesionarios resulta que, en efecto, los descapotables no están a su
alcance. Y mucho menos el BMW al que le ha echado el ojo Lorena. Ha de
conformarse con un Ford Fiesta, un modelo bastante más modesto de lo que
aspiraba. A Sergio, en cambio, el coche le parece toda una pasada, es su primer
vehículo y está como niño con zapatos nuevos. Lo han comprado a plazos. Y con
la firma del montón de letras, la joven descubre el prodigio que es la compra
de cualquier bien sin necesidad de dinero en metálico, como toda la vida
hicieron sus mayores. Su imaginativa cabecita comienza a planear nuevas
adquisiciones. Total, no hay más que firmar unos cuantos papeles y puedes pasar
a ser dueño de cualquier cosa.
La fiebre
consumista que parece haberse apoderado de Lorena no se mitiga con lo del
coche. Aunque no se cansa de repetir que el piso en que viven es una mierda,
como lo alquilaron desnudo habrá que vestirlo y, sobre todo, dotarlo de los
electrodomésticos imprescindibles para una pareja como ellos que curran los dos
y, por tanto, tienen poco tiempo para ocuparse de los quehaceres domésticos.
Esa es la segunda batalla que emprende Lorena: hay que amueblar el piso para
que, según dice, quede molón.