"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 26 de enero de 2018

37. Ponme a prueba



   Curro se encara con la persona que le está esperando y que al reconocerla le hizo exclamar ¡Éramos poco y parió la abuela! Y en un tono que suena destemplado inquiere:
-Rosío, quilla, ¿qué hases tú aquí?
   Su examante no contesta, se limita a mirar al hombre como si le estuviera tasando. Y realmente es lo que está haciendo. “Ha envejesido, se ha echado ensima una pila de años y está más grueso. Lo de ir por el mundo de fugitivo debe ser agonioso. Y no parese que se haya alegrado mucho al verme, desde luego no se lo esperaba. No sé si voy a sacar algo en limpio de este viaje”. Y del hondón de su mente le sale una jaculatoria: “¡Mi Jesús del Gran Poder, te pido que el Curro no haya cambiao y que vuelva a ser el de antes!”.
-Pero, Rosío, mi arma, ¿no dises na?, ¿no tienes na que contarme?, ¿por qué estás aquí? –A Curro le pasa con su antigua amante como con su hijo, al verla le ha vuelto a salir el deje sevillano en toda su granazón.
   Rocío Molina, pues de ella se trata, en lugar de responder intenta camelarse a su exnovio:
-Curro, Currito, que bien que te veo. Estás igualito que cuando me llevabas en el pescante de aquel faetón por el Real de la Feria. ¿Qué año fue?, ¿el 2010? Fíjate, hase seis años. ¡Cómo pasa el tiempo!
   Salazar no da crédito a lo que está escuchando. “Ahí está la Rocío, a la que no he visto desde hace más de dos años, que ha hecho un viaje de tropecientos quilómetros desde Sevilla, y me está diciendo chuminás como si nos hubiéramos despedido anteanoche. Parece que el mundo se ha vuelto loco o… ¿el loco seré yo? ¿Qué coño está pasando? Primero el petimetre del Espinosa, luego el Sierra, esta mañana mi hijo y ahora la Rocío. Son excesivas casualidades. Debe de tratarse de una conspiración contra mí, pero ¿por qué? Bueno, ya está bien de darle vueltas a la chola, hay que entrar a muerte” -remata. Y como se dice en la jerga taurina, en corto y por derecho, apremia a la mujer.
-Déjate de chuminás, Rosío, y contéstame, ¿por qué estás aquí, qué quieres de mí?
   La expresión gestual de la mujer es más elocuente que mil palabras. “Rosío, te has columpiao. Este no es el Curro que tenías encoñao. Ha cambiao y me parese que no para bien. Tendré que haser de tripas corasón y no achantarme. Tengo que sacarle como sea el parné que nesesito porque si no nunca saldré de pobre”. La mujer hace un esfuerzo para sobreponerse a sus impresiones negativas, pone su mejor gesto, escoge su tono más meloso y le cuenta la historia que cuidadosamente ha preparado durante el largo y tedioso trayecto en autobús. Su relato comienza cuando Pepote el Salvaculos, el antiguo mentor de Curro en el Sindicato del Metal, fue a verla para avisarla de que se había descubierto su paradero. Algo que, posiblemente, Curro no supiera. Si no cambiaba de escondite más pronto que tarde la pasma acabaría dando con él. Por eso alguien tenía que avisarle y cuanto antes. Pepote no sabía el número de su móvil o su dirección de correo electrónico y no era cuestión de escribirle una carta ante una situación en la que el factor tiempo podía resultar vital. No había otra solución que personarse allí donde estaba y darle el queo del peligro que corría. En cuanto el viejo Salvaculos le contó eso le faltó tiempo para tomar el primer bus en dirección a la provincia de Castellón. Y si no cogió el avión para viajar más rápido fue porque sus dineros eran contados. Desde que él dejó de mandarle transferencias está a la quinta pregunta. Incluso Pepote ha tenido que financiarle parte del viaje y está alojada en un hotel de una sola estrella y gracias.
-Fin de la historia –remata Rocío que agrega con su seseo tan sevillano-. Lo más cómodo y fásil hubiese sido quedarme donde estaba, pero… o te avisaba yo o ¿quién te iba a alertar? Tú lo has sio to pa mí y no podía consentir que por no mover el culo te trincaran y tuvieses que volver al trullo. Por eso estoy aquí, pa desirte que este ya no es un escondite seguro.
   Curro no sabe si creerse la historia pues conoce bien a Rocío y sabe lo interesada que es la mujer, aunque piensa: “No se habría gastado una pasta, con lo agarrada que es, si no tuviera interés en avisarme para que no me trinquen. Además, el hecho de que en su historia haya partisipado el viejo Pepote le da un marchamo de verosimilitud”. Sabe que su antiguo mentor le tiene ley, lo ha demostrado en anteriores ocasiones. Aún con todo eso, sigue receloso ante la generosa actitud de Rocío de venir a avisarle. Mientras, se ha hecho ya la hora del almuerzo.
-¿Te quedas a comer conmigo? No es que sea un restorán de tres estrellas precisamente, pero se come aceptablemente –vuelve a hablar sin seseo, ha templado los nervios.
-Por mala que sea la comida, puedes apostar que es mejor que la que servirán en el hotel donde me alojo. Cuando lo vi hubiera buscao enseguida otro si no fuera porque estoy pelá, sin una lata, ¡vamos! –Rocío insiste en dejar patente que está a la última pregunta y que sin embargo ha tirado de su magro peculio para alertar a Curro.
   Durante la primera mitad del almuerzo abundan más los silencios que las palabras. Cada uno de los examantes continúa pensando en sus propios problemas y no en los de su partenaire. Curro sigue dándole vueltas al hecho de que Rocío sea la cuarta persona, llegada desde Sevilla en las últimas cuarenta y ocho horas, que se ha puesto en contacto con él. Las primeras para ofrecerle una salida a sus problemas con la justicia y las últimas para avisarle de que huya cuanto antes de Torrenostra. “¿Qué debería hacer?, ¿les hago caso a los primeros o lo mejor es que me largue de aquí cuanto antes?”. Y en un giro inesperado de su mente piensa: “Rocío ya no está tan rica como antes, sigue teniendo un buen polvo, pero se ha puesto algo fondona. Desde luego no se la puede comparar con Anca, Rocío tira a mortadela y Anca es jamón de Jabugo. No hay comparación”. Los pensamientos de la andaluza circulan por sendas muy distintas: “Tengo que buscarle las vueltas y dar con la forma de pedirle la pasta, pero sin que paresca que he venio solo por eso. Y me da el pálpito de que si no fuerso la situasión, no será Curro quien me dé la guita que nesesito. Tendré que estrujarme las meninges. Y no lo lograré poniéndome tierna y menos en plan lastimero. Quisá la mejor salida sea ponerme brava y, como última opsión, hasta amenasarlo”.
   Salazar opta por dar un rodeo para explorar el verdadero motivo del viaje de Rocío porque no acaba de creerse en el impulso generoso del que alardea la mujer.
-¿Sabes algo de mi familia?, ¿cómo están mis hijos?
-No sé ná. Hase la tira de tiempo que no he visto a ninguno de los tuyos.
-Entonces, no sabrás que Francisco José está aquí.
   La noticia descompone a Rocío.
-¿Está aquí contigo? –El tono de voz de la mujer es de pura alarma.
-Conmigo, no. Ha venido desde Sevilla para lo mismo que tú, avisarme de que mi escondite ha sido descubierto.
   La mujer no sabe qué decir. El hecho de que el primogénito de Curro haya venido a lo mismo que ella la desazona. Piensa que ese hecho merma y mucho sus posibilidades de sacar algo en limpio de su examante, pero no ha llegado hasta allí para rajarse en el último momento. “Lo que tengo que haser -se dice- es quitarme la careta y pedirle el parné sin ninguna clase de tapujos”.
-Mira, Curro, yo he cumplio con lo que me dicta el corasón y el cariño que aún te tengo. Porque ya sabes lo que se dise, donde hubo fuego quedan ascuas. Puedes contar conmigo para lo que sea, pero si no me nesesitas tengo que volverme a Sevilla. Pedí unos días de permiso en el trabajo. Porque igual no lo sabes pero estoy currando. Desde que dejaste de mandarme transferensias, y como te fuiste sin ponerme la peluquería que me habías prometio, tengo que ganarme la vida. Y, por sierto, ya que lo recuerdo, bien podrías darme la pasta pa lo de la peluquería o al menos pa que no tenga que pasar fatigas pa llegar a fin de mes.
   Curro no está por la labor de dar ni un solo euro a su exnovia, cree que ha cumplido con ella y lo de la promesa de la peluquería no fue más que un calentón pasajero. Si hubiesen continuado juntos todavía, pero en estas circunstancias, nada. A todo lo más que cede es a pagarle el hotel y el billete de vuelta. Visto que el hombre se ha enrocado en su negativa, Rocío quema su último cartucho.
-Te di los mejores años de mi vida y no puedes tratarme como si fuera un trasto inservible. He venido a haserte un gran favor, a salvarte de la trena, ¿y así me lo pagas? Pues arrieritos somos, si te pones asína de pijotero yo también puedo haser lo mismo.
-¿Y qué es lo que vas a hacer, ponerte a llorar?
-Lloros ni uno, pero en cuantito llegue a Sevilla me voy a ir derechita a la comisaría más sercana y denunsiar que un prófugo de la justisia está escondio en una playa de mala muerte. Y ahora que lo pienso, ni eso es nesesario, me han dicho en el hotel que en Alcossebre hay un cuartelillo de picoletos.
-No serás capaz.
-Ponme a prueba.

PD.- Hasta el próximo viernes

viernes, 19 de enero de 2018

36. ¡Éramos pocos y parió la abuela!



   Sierra no ha sabido qué responder a la pregunta de Salazar de si la mejor solución a sus problemas con la justicia sería irse de España, no estaba preparado para una pregunta así. Lo que ha hecho es insistir en su propuesta de que lo más conveniente para el exsindicalista es que se entregue a las autoridades judiciales previa negociación con la fiscalía de una rebaja sustancial de pena. A Curro la proposición del enviado de la camarilla de Felipe Muñoz no le ha convencido, lo de volver al trullo es muy duro, más ahora que lleva dos años gozando de plena libertad y que tiene a una jovencita a punto de caramelo. Quedan en que seguirán hablando. Como no cree que sea casualidad que en tan pocas horas dos personas hayan llegado hasta él, en cuanto llega al hostal inquiere:
-¿Alguien más ha preguntado por mí?
   La negativa le hace soltar un suspiro de tranquilidad, aunque no la suficiente para que pueda dormir apaciblemente. Antes de coger el sueño le ha dado una y mil vueltas a las dos inesperadas visitas que ha recibido y a lo que le han propuesto. Llega un momento en que el sueño le atrapa en sus redes. Le despiertan unos discretos golpes en la puerta, la abre, es Anca que hace una mueca de alivio al verle.
-He llamado porque son cerca de las once y me extrañaba no haberte visto desayunando. ¿Estás bien, te pasa algo?
-Estoy bien. Es que anoche me encontré con un antiguo amigo y estuvimos charlando hasta las tantas lo que hizo que me acostara muy tarde, pero no me pasa nada, lo único es que me he perdido el desayuno y ahora que lo digo noto que tengo hambre.
-Ya hemos recogido el servicio del desayuno, pero si quieres te puedo subir alguna cosilla para que mates la gazuza.
-Gracias, princesa, pero no hace falta. Voy a darme una ducha a ver si me quito las telarañas de los ojos y saldré a dar una vuelta para que me dé el aire.
-Pues te aconsejo que vayas por la sombra porque esta mañana hace un sol de justicia.
   Es oír la palabra justicia y a Curro se le revuelven las tripas. Cuando pasa por delante de recepción la joven que hace de factótum le llama.
-Don Francisco, un chico ha preguntado por usted. Le está esperando en la terraza.
   A Curro se le vuelve a agriar el semblante. “¿Pero que pasa aquí?, ¿otro que también me busca?”. En cuanto ve quien le espera el corazón le da un vuelco, incluso estando de espaldas lo reconoce. El que le está esperando es quien menos podía suponer: su hijo mayor.
-Pisha, ¿se puede saber qué coño hases aquí? –Ha vuelto a aparecer el seseo, se ha puesto de los nervios.
   Su primogénito se le queda mirando. Sus ojos son como puñales que se clavan en el rostro del padre.
-Tengo que hablar contigo.
-¡La hostia! Últimamente, todos quieren hablar conmigo. Estoy más solisitado que las contrabarreras de la Maestranza. Espero que estés de mejor talante que la última ves. Hablaremos, pero no aquí, esto está lleno de correveidiles. Sígueme.
   Vuelve a hacer lo mismo que la noche anterior hizo con Sierra para tener más tiempo para pensar. Lleva a su hijo por todo el paseo marítimo hasta que pasada la desembocadura de la carretera a Torreblanca se sientan en Xaloc, uno de los restoranes en primera línea de playa en el que todavía hay gente desayunando.
-¿Ya has desayunado? Yo suelo haserlo en el hostal, pero anoche se me pegaron las sábanas –se excusa Curro que pregunta para ir limando aristas -. ¿Has venido en coche?
-Desde Sevilla en un bus de ALSA y desde el pueblo en el coche que hase el trayecto hasta la playa.
-No sabía que hubiera transporte público entre el pueblo y la playa.
-Lo hay, un bus sale a las horas del pueblo y a las medias de la playa.
-¿Y a qué has venido?
-Tengo que desirte que no quería venir ni harto de vino, pero la mama me convensió. Han descubierto tu paradero, no sé si también lo saben los maderos, pero seguro que sí porque media Sevilla está al tanto.
-Entonses tendré que largarme de aquí.
-Justo a desirte eso es a lo que he venío. A avisarte de que se ha corrio la notisia de que estás aquí y hasta se sabe que te hases llamar Fransisco Martínes.
-¡La leche que me dieron! ¿Lo sabe la pasma?
-No lo sé, a mí me lo contó la mujer de Juan Simón, el de Mercasevilla. Si lo sabe ese que es un chichirivaina entonses es que lo sabe media Andalusía.
-¿Y de verdá has hecho más de setesientos quilómetros solo para avisarme? –Curro está que no da crédito a sus oídos.
-Ya te lo he dicho. Yo no quería venir, pero la mama se puso mu jartible hasta que me convensió. Yo creo que te sigue queriendo a pesar de las muchas putadas que le has hecho. Además… -el chico duda un momento-. Pa desir toda la verdá, estamos más secos que los trastos de una era y como, según se dise por Sevilla, tienes una jartá de billetes, hemos pensao que podrías darnos algo. No para arrucharte sino que nos des algo de lo que te sobra –Los modismos andaluces del habla de Francisco José son como para crear un diccionario.
   Salazar escucha a su primogénito y piensa cuan diferentes son. “Ha salido a su madre. No es un sieso ni un malafollá, pero sí un papafrita. Y que no tengan una lata puede ser hasta verdá. ¡Haserse setesientos y pico de quilómetros pa eso, pobre criatura”. Sigue viendo a su hijo como a un chaval a pesar de que cumplió ya los veintidós.
-¿Y estás seguro de que los maderos no saben dónde estoy? –vuelve a preguntar receloso.
-Te repito que no lo sé, pero si lo sabe el andoba de Juan Simón tú dirás.
-Si lo sabe Juan es que lo se han debido soplar en el partido y si están enterados mis excompañeros también deben saberlo en la Junta. Entonses…, entonses no me queda otra que darme el piro.
-Es lo que dise la mama, que tienes que largarte de aquí enseguidita y buscarte otro escondrijo porque si sigues aquí te van a follar. Y antes de que huyas, ¿qué hay de los dineros? ¿Nos puedes dar algo de lo que te sobra? La verdá es que lo estamos pasando mal.
-¿Es que tu madre y tú no curráis?
-Madre sí, yo solo curro cuando hago algún refuerso de uvas a peras en Mercasevilla por lo que me dan cuatro libras mal contadas. Desde que desaparesiste la gente de tu partido y de tu sindicato nos han dao la esparda. Como si estuviéramos apestaos. Nadie quiere saber na de nosotros y apellidarse Salasar es como llevar una crus a cuestas. Alguna exsepsión hay, pero sobran dedos en la mano pa contarlos. Y los que más se resienten de la farta de monis son mis hermanos chicos. Por ellos y por la mama es por lo que estoy aquí –vuelve a repetir Francisco José.
-Bueno, te voy a dar algo de guita, pero después lo que haré será mandaros todos los meses algo de dinero para que dejéis de pasar apuros. Tendré que ver como lo arreglo. ¿Cuándo piensas irte?
-En cuanto me des la pasta. Después de avisarte, aquí no se me ha perdío na.
-Entonses vamos a haser una cosa. Quedamos aquí mismo como a las cuatro de la tarde. Te traeré algún dinerillo. ¿De acuerdo, chavea?
-No soy un chavea, hase muchos años que me afeito –Es la airada respuesta del hijo.
   Salazar se vuelve al hostal, pero antes se sienta en una de las terrazas de primera línea de playa a meditar y tomarse una cerveza. No hace más que darle vueltas a lo que le acaba de contar su hijo, no a la falta de recursos de su familia sino a que media Sevilla conoce su paradero. “No me queda otra, tengo que largarme de aquí. Si lo saben en el partido y en la Junta alguien terminará yéndose del pico y la noticia acabará llegando al juzgado de instrucción. Tengo que pirarme y cuanto antes mejor sino me pueden enchiquerar en cualquier momento. El problema es ¿dónde? Quizá tenga razón el lechuguino de Espinosa y lo mejor sea huir a algún país extranjero que es lo que tendría que haber hecho, pero sigue estando el obstáculo del pasaporte, de tener que dar un nombre para volar y todas las demás pejigueras que desde el 11-S ponen las compañías aéreas. Espinosa dijo que todo eso podría solucionarlo. Tendré que volver a hablar con él –se dice”.
-Perdone, ¿quiere algo? –le pregunta una jovencita que por cómo va ataviada debe de ser una camarera.
-No; bueno, sí. Tráeme una caña, mejor si es de barril.
   Cuando la camarera deja la cerveza encima del posavasos, Curro descubre que la terraza en la que está sentado es del restorán Azar. “¡Qué curioso!, Azar, Azahar, Zahara. Que nombres tan parecidos. ¿Eso debe ser un buen presagio o un signo de mal fario? Lo mejor será no darle más vueltas. Comeré pronto, me echaré una buena siesta y lo consultaré con la almohada”. Cuando llega al hostal todas sus previsiones se van al traste. Nuevamente hay alguien esperándole. Cuando descubre quien es parece como si el cielo se desplomara sobre su cabeza como tanto temen los habitantes de la aldea gala de Asterix. Si el gaditano hubiese sido más culto de lo que es quizá se hubiese acordado de la Ley de Murphy: Si algo puede salir mal, saldrá mal. Y si además puede empeorar, lo hará, pero como solo es un genuino oriundo de Zahara de los Atunes exclama:  
-¡Éramos pocos y parió la abuela!

PD.- Hasta el próximo viernes

viernes, 12 de enero de 2018

35. ¿Y si me marcho al extranjero?



   Jaime Sierra, enviado por el grupo de Felipe Muñoz para contactar con Salazar, se ha hospedado en el hotel Marina d´Or ubicado en la playa del mismo nombre de Orpesa del Mar que es la población que limita al sur con Torreblanca. Ha hecho el viaje en su propio coche, un Opel Cabrio, y ha seguido una de las rutas más cortas entre Sevilla y Castellón por lo que después de Carlos Espinosa es el siguiente mensajero en llegar a la Costa de Azahar. Su camarilla le ha instado a que se entreviste cuanto antes con Salazar, por lo que tan pronto como se da una ducha y se cambia de ropa se dispone a encontrar al exsindicalista.
-¿Por dónde voy a Torrenostra? –pegunta en recepción.
-Tiene que coger la 340 en dirección a Barcelona. A unos trece quilómetros verá el indicador de Torreblanca, entre en la población y siga las señales que ponen Playa, a unos tres quilómetros encontrará Torrenostra.
-Y el Hostal Los Prados, ¿sabe dónde está?
-No sabría decirle. Es una población pequeña. Supongo que cualquiera podrá informarle.
   En efecto, una vez en Torrenostra, la segunda persona a la que interroga le indica donde encontrar el hostal. En la hostería pregunta por el señor Francisco Martínez, pues sabe que ese es el nombre con el que Salazar se ha inscrito.
-La llave de la habitación está en el casillero, señal de que no está en su cuarto. Puede esperarle o volver más tarde. A la hora de la cena seguro que lo encontrará –le informan.
   Para hacer más corta la espera, opta por dar una vuelta a los alrededores, pero sin apartarse mucho del hostal. Cruza la calle y se adentra por el arenal que termina en uno de los malecones que acotan las playas y cuyo brazo orientado al sur sirve de fondeadero a un puñado de botes y lanchas de escaso calado. En mitad de la precaria dársena se yergue un imponente mástil en el que ondea una bandera con el rótulo de Club Náutico. La visión le arranca una sonrisa pues acostumbrado a los atracaderos de la Costa del Sol le parece una humorada llamar así a aquel fondeadero de barquitos de papel. Llega hasta el final del espigón desde donde divisa las edificaciones de un núcleo urbano que se levanta al sur. “¿Qué pueblo será ese?”, se dice, hasta que al fijarse en un gran rótulo azulado de neón se da cuenta de que lo que está contemplando es su lugar de partida, Marina d´Or. Algo más al sur, justo en el límite del horizonte donde se junta la tierra y el mar, comienza a verse la señal intermitente de lo que parece un faro. “Entonces –piensa-, ese debe ser el faro del Cabo de Orpesa”, lo supone pues ha estado consultando Google Maps. Vuelve sobre sus pasos y se sienta en un chiringuito llamado El Muret que está situado casi frente al hostal, donde se toma una cerveza. Sobre las nueve de la noche vuelve al albergue.
-El señor Martínez todavía no ha llegado -le comunican.
-¿Suele cenar aquí?
-Casi todas las noches.
   Como empieza a tener gazuza decide matar el tiempo cenando allí mismo mientras llega Salazar. Está con el postre cuando ve entrar en la sala al exsindicalista. Se levanta de la mesa al tiempo que le hace un gesto llamando su atención. El asombro del gaditano al verle es mayúsculo. Con la sorpresa pintada en su rostro, se acerca.
-Coño, Jaime, ¿pero qué hases tú aquí? –El seseo de Curro vuelve a ser señal de que sus nervios se han disparado.
-Esperarte. Tenemos que hablar.
-¡Joder!, hoy todo el mundo quiere hablar conmigo. ¿Cómo me has encontrao?
-Ahora te lo cuento, pero antes ¿has cenado? Yo, prácticamente, he terminado. ¿Quieres cenar aquí y mientras tanto te cuento o prefieres que vayamos a otra parte?
-Prefiero ir a otro sitio. Ah, y hazme un favor, por aquí no me conocen como Salazar –se ha recuperado, ya no sesea- sino como Martínez. No me interesa divulgar mi verdadero apellido, limítate a llamarme Curro.
-Ya lo sabía. De hecho he preguntado en recepción por Francisco Martínez. Y no te preocupes, nadie sabrá por mí quien eres. ¿Dónde quieres que vayamos? Tú eres quien conoce este lugar.
   La primera intención de Salazar es llevar a Sierra al primer restorán que encuentre, pero tras repensarlo opta por lo contrario, irán al que esté más alejado así tendrá tiempo para pensar en el hecho de que el exdirector de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía sea el segundo individuo ligado al caso ERE que le haya encontrado y que quiere hablar con él. “¿Qué coño está pasando? –piensa-, porque esto no es una casualidad. Si me han encontrado estos dos tipos eso quiere decir que han descubierto mi refugio. Tendré que largarme de aquí a todo trapo”. Pasan diversos restoranes hasta que recuerda que detrás de la pizzería, en la que conoció a los jubilados con los que juega al dominó, hay un restaurante llamado Pica Pica y que debe ser uno de los últimos que está ubicado al norte del paseo.
-Vamos a un restorán que a veces tiene pescaito frito que es lo que me apetece cenar esta noche –se justifica Curro.
   En el Pica Pica esta noche no hay pescaito, pero Salazar que ha perdido el apetito se contenta con pedir un gazpacho y unas almejas a la marinera.
-Tomar una sopa fría como el gazpacho es una acertada elección en un día como el de hoy en que Lorenzo se ha puesto más que serio –Sierra, aunque conoce la retranca de Curro, no duda en darle coba.
-¿Tú quieres tomar algo? –pregunta Salazar.
-Tomaré un helado, la noche lo pide.
   El servicio es rápido y ponen delante del gaditano un bol de gazpacho y una fuente en la que hay una miscelánea de hortalizas crudas troceadas: tomates, pepinos, pimientos y cebollas. Y antes de que Sierra entre en la conversación sobre el motivo de su estancia allí, Curro opta por demorar el inicio de la misma.
-Déjame cenar tranquilo y guarda para el final el asunto que te ha traído. De momento dime: ¿conoces a un fulano, el típico señorito cortijero de nuestra tierra, que se llama Carlos Espinosa? Creo que es malagueño o al menos vive en Málaga.
-No me suena el nombre, pero si te interesa saber de él en cuanto llegue al hotel abro la tablet y lo busco.
-No hace falta, ya lo hago yo. Y cuéntame, ¿cómo has dado conmigo? –repite Salazar.
   Sierra le cuenta la verdad, se ha planteado mentir únicamente si las circunstancias le fuerzan a ello. Sabe que Salazar es un lince y recuerda que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Le explica como, por pura chiripa, un funcionario de la Junta de Andalucía le vio almorzando en un restorán de la costa y tirando de aquel hilo fortuito encontraron el lugar en el que se escondía…
-Y un grupo de amigos, con Felipe Muñoz a la cabeza, pensamos que debíamos hablar contigo antes de que lo hiciera la pasma –concluye Sierra.
   A todo eso traen el segundo plato que ha pedido Salazar, lo que le da ocasión para volver a demorar la conversación de fondo.
-¿Tú crees que estas almejas serán como las que preparan en Cádiz?
-Ni idea –Sierra decide seguirle el juego a Salazar. Piensa que en algún momento de la noche el exsindicalista tendrá que abandonar el filibusterismo coloquial y escuchar lo que quiere contarle-. La gastronomía no es mi fuerte. ¿Cómo las preparan en Cádiz?
  Salazar se distiende explicando una receta de su terruño natal:
-Se lavan bien las almejas, mejor sin son de la Bahía. Se colocan en una cazuela con aceite de oliva, mejor si es virgen extra, y se fríen los ajos laminados. Cuando se dore el ajo se echan las almejas y el pimentón se pone encima. Algunos le ponen perejil. Hay que rehogarlo todo rápidamente para que el pimentón no se queme y agregar vino, mejor si es un buen fino jerezano. Se deja unos minutos la cazuela tapada a fuego lento hasta que las almejas se abren. Se comprueba el punto de sal y pueden servirse  -y añade-. Hay lugares en que las preparan con cebolla, jamón, tomate e incluso gambas. Así preparadas de almejas a la marinera no tienen nada, como mucho se les puede llamar almejas en salsa. Y estas que me estoy comiendo no son ni una cosa ni la otra, aunque reconozco que no están mal.
   Cuando termina con las almejas, Curro se rinde ante lo inevitable.
-Bueno, pues cuéntame lo que tengas que decirme.
   Sierra le relata la secuencia entera desde que Muñoz le localizó a través de un amigo hasta el momento en que el grupo de compañeros y amigos decidieron enviarle para tratar con él su posible entrega a la justicia previa negociación con la fiscalía. Le explica todo lo que pueden hacer por él y las seguras ventajas que ello le podrá reportar. A sensu contrario, está el mar de problemas que se le pueden venir encima si la policía le detiene y ha de comparecer ante la juez de instrucción sin tener ningún cortafuego preparado. Cómo Sierra ve que el exsindicalista no parece muy convencido con su oferta añade por su cuenta el plan B: también ayudarán económicamente a su familia y le encontrarán un buen trabajo a su hijo mayor. Sierra esperaba cualquier clase de respuesta menos la pregunta que le plantea Curro:
-Jaime, tú siempre has tenido buena cabeza, ¿qué te parece si me marcho al extranjero?

PD.- Hasta el próximo viernes