Como consecuencia de la caída de Curro
debida al empujón de Pacheco el golpe que se ha dado contra el sillón le ha
provocado lo que en la fraseología médica se conoce como un neumotórax
traumático. Lo que a su vez ha generado que el dolor y la insuficiencia de aire
le provoquen un estado de ansiedad que se incrementa aceleradamente puesto que
al intentar tomar mayor cantidad de aire la respiración se torna más vivaz. Después
de la intempestiva marcha del matrimonio Pacheco-Hernández, el exsindicalista
hace otra intentona de salir de la habitación, pero las fuerzas le fallan y se
deja caer derrotado en el sillón del que no ha podido moverse. Se siente muy
mal por momentos y cada vez respira más fatigosamente. Ha agotado el paquete de
pañuelos de papel que lleva en un bolsillo porque echa sangre con cada uno de
los esputos que expele. Su esperanza es que en cualquier momento pueda llegar
Anca o su hijo y el primero que llegue podrá llamar a un médico. No tiene
fuerzas ni para pensar, solo espera que alguien le ayude.
En esas, alguien llama a la puerta. Curro
hace un desesperado intento de alzar la voz diciendo que adelante, pero solo le
sale un farfullo ininteligible. Mentalmente dice: “entra, entra, entra, seas
quien seas”, pero es incapaz de ponerle voz a su intención. Tras unos segundos
de silencio que al zahareño se le hacen interminables, la persona que ha
llamado abre la puerta. Por el resquicio asoma la cara el visitante. Curro
quiere lanzar un grito de alegría porque el recién llegado es alguien conocido,
pero en vez de surgir una exclamación de alegría, lo es de dolor. Jaime Sierra,
de quien se trata, queda atónito al ver el estado en que se encuentra su
excompañero de partido.
-¡Pero,
Curro, ¿qué te pasa?! ¿Te ha dao un ataque? ¿Llamo a un médico?
Curro es incapaz de contestar a las
preguntas del sevillano, solo puede señalarse la boca y el pecho en un
desesperado intento de hacerle comprender sus dificultades respiratorias. Haciendo
un supremo esfuerzo logra balbucear:
-Me… dado… golpes.
El primer pensamiento de Sierra es ayudar
inmediatamente a Curro, aunque no tiene una idea muy clara de cómo. Lo que hace
es formularle la típica pregunta idiota en esas circunstancias:
-¿Quieres
agua? –Al no recibir respuesta vuelve a preguntar-, ¿te llevo a la cama? –Pregunta
que tampoco recibe respuesta. Sierra vuelve a fijarse bien en su
correligionario: transmite una imagen de alguien que acaba de sufrir algún tipo
de colapso, quizá un infarto de miocardio o un amago de derrame cerebral. La
percepción le lleva a la conclusión de que lo que tenga Salazar debe ser
tratado por un médico y quizá tenga que ser internado en un hospital por lo que
dice algo con más lógica:
-Voy a bajar
a recepción para que llamen urgentemente a un médico y a una ambulancia y
vuelvo a subir.
Da un paso hacia la puerta, pero de pronto
un recuerdo lo detiene: la evocación de las únicas palabras que ha podido
balbucir Curro. No ha entendido muy bien lo que ha dicho: que si se ha dado un
golpe o que si le han dado golpes, lo que hace que su mente se dispare y las
dudas sobre qué hacer le invadan. “Este hombre está muy mal… y si está así
porque le han golpeado quizá puedan pensar que he sido yo y solo será mi
palabra de que no le he hecho nada contra…”. De pronto se encuentra dudando
entre llamar pidiendo ayuda o largarse de allí antes de que aparezca alguien y
pueda convertirse en sospechoso de agresión. Sabe perfectamente que entre la
caterva de enemigos que tiene el de Zahara es muy posible que haya más de uno que
no dudarían en llevárselo por delante. Interrumpe su confuso soliloquio al oír
que el pomo de la puerta está girando lentamente, alguien la entreabre con sigilo
y un rostro se asoma a medias por la rendija. El mirón al ver a Sierra da un
respingo y se retira tan rápidamente que el sevillano apenas si puede entrever
su cara, pero ha visto lo suficiente para pensar que es un rostro que le
recuerda a alguien, pero no sabe a quién, hasta que un pasaje de sus años juveniles
le sacude como un calambrazo: “¡Joder!, ese tipo es el Chato de Trebujena. ¿Qué
hace aquí ese mostrenco y por qué se ha largado en cuanto me ha visto?, ¿querrá
volver a cascarle a Curro..., ¿qué hago?...”.
Algunos minutos después el Chato, medio escondido
tras la carpa del chiringuito que hay delante del hostal, ve pasar presuroso a
Sierra. Camina sin mirar a derecha ni izquierda y con paso decidido se pierde
entre el río de gente que pasea por la acera del paseo marítimo. El exboxeador,
que también se ha llevado una desagradable sorpresa al ver al político
sevillano, se dice que esta quizá sea la
única oportunidad que tenga de cumplir con la última parte de su encargo, por
lo que extremando las precauciones vuelve al hostal y se dirige nuevamente, sin
apresurar el paso para no levantar sospechas, a la habitación de Curro. Como
hizo antes, no llama, torna a abrir la puerta suavemente y se encuentra con
Curro sentado en el sillón respirando fatigosamente y con un rostro que se está
poniendo cárdeno, pero sin nadie que le acompañe. Al ver al Chato el
exsindicalista intenta moverse, pero sigue sin fuerzas, solo tiene arrestos para
medio levantar las manos resguardándose el pecho y balbucir un grito de ayuda:
-So…corro,
soco… –el tono es tan bajo que seguramente no llegue ni a oírse en el pasillo.
El Chato queda estupefacto al ver el estado
del hombre a quien dio una paliza hace unos días. No sabe si está así como
consecuencia de sus golpes o es que le ha dado algún tipo de patatús. Vacila
sobre qué hacer porque no sabe si le va a entender, pero ha llegado hasta aquí
con un objetivo y lo va a cumplir.
-No pidas socorro
que no te va a oír naide. Solo quiero desirte que si llegas ante la juesa no
digas una sola palabra más de lo que contaste en tus declarasiones anteriores,
porque de lo contrario acabarás en er río con una maroma como corbata. ¿Lo has
entendío?
Curro sigue mirando aterrorizado al Chato y da
impresión de no haber entendido lo que este le ha dicho. El de Trebujena al ver
que no hay respuesta piensa que un par de buenos golpes quizá convenzan al
zahareño de que no está hablando en broma. Y tal como lo piensa lo hace: le
lanza un crochet lateral con trayectoria paralela al suelo dirigido directamente
al rostro de Curro. La cabeza del exsindicalista oscila de derecha a izquierda
como si fuera la de un tentetieso y eso que el crochet no ha sido demasiado
fuerte pues para ejecutarlo el Chato ha tenido que inclinarse y ha utilizado su
puño derecho cuando su fuerte es el izquierdo dado que es zurdo.
-¿T´as
enterao? Cuando te trinquen, ante la juesa chitón. Y si no lo hases, de estos
te caerán una jartá –y tras apoyar bien los pies y con mayor impulso de la
cadera, del hombro y con un giro del cuerpo le lanza un directo de izquierda
que deja a Curro medio grogui aunque no llega a perder del todo la consciencia.
El exboxeador duda entre irse, continuar
atizándole o volverle a insistir que no se vaya de la lengua cuando oye el
ruido del pomo de la puerta… Es Rocío la que pretende entrar. La trebujenera al
ver a su paisano plantado delante de Curro no penetra en la habitación sino que
vuelve a cerrar rápidamente la puerta. “¿Qué hase ahí dentro er Chato?, ¿le debe
estar atisando otra ves?... ¿tendría que avisar a la patrona?, ¿qué llamen a la
Guardia Sivil?...”. No hace nada de eso, se va a buscar a Anca y contarle lo
que está pasando. La situación es
paradójica: el Chato solo ha entrado en la habitación cuando se marchó Sierra y
Rocío posiblemente no entre hasta que se vaya el exboxeador. La situación es la
antítesis del camarote de los hermanos Marx pues quieren entrar muchos, pero no
todos juntos sino uno a uno. Después de algunos minutos de búsqueda al final Rocío
encuentra a la rumana.
-Anca, he
ido a ver a mi novio y había un fulano dentro con una pinta que no m´a gustao
na –Rocío prefiere ocultar la verdadera personalidad del Chato, al tratarse de
un paisano alguien podría pensar que están conchabados.
-¿Y por qué
no has entrado? Debe ser algún conocido del señor Martínez que ha ido a verle.
-No sé si es
conosío o no, pero no m´a gustao na, tiene una jeta que no me gusta un pelo.
-Que
exagerados sois los andaluces, de una menudencia hacéis una montaña.
-Anda,
acompáñame a la habitasión.
-Pues no
pides tú nada, estoy hasta el cuello de trabajo.
-Ven
conmigo, solo será un momento –insiste Rocío que de ninguna manera quiere
enfrentarse sola al Chato.
-Que no ea, que
me falta tiempo para todo el curro que tengo por delante.
Como Rocío sigue insistiendo, Anca para
quitársela de en medio propone:
-Lo que
puedes hacer es volver. Asoma la cara y si el tipo que te da mala espina sigue
allí no entres, me esperas en la cafetería y en cuanto tenga un momento libre iré
a buscarte y vamos las dos. ¿De acuerdo?
Rocío
no vuelve a la habitación, lo que si hace es ir a la cafetería y buscar una
mesa lo más escondida posible, pero con una buena visión del acceso a la
escalera de la primera planta donde está la habitación de Curro. Desde allí
otea a los que suben y bajan. En esas está cuando da un respingo, acaba de ver
al Chato salir del hostal con paso presuroso y perderse entre el tropel que
deambula por el paseo marítimo. “Ahí va ese mala bestia, ¿le habrá hecho argo a
Curro? Este es el momento de ir”. No llega a subir porque de pronto ve una cara
que solo ha visto una vez, pero que recuerda perfectamente: la del petimetre
malagueño que dice llamarse Carlos Espinosa y que el día que llevaron a Curro a
una clínica de Castellón les contó que tenía un negocio con su exnovio. ¿”Qué
hase este pisaverde aquí?”. Espinosa, que lleva una bolsa de Mercadona, da un
rápido vistazo a su alrededor y con paso firme se encamina a la primera planta.
“Aquí hay gato enserrao”, se dice Rocío.
PD.- Hasta
el próximo viernes