"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 12 de septiembre de 2014

4.37. Una pareja de yonquis


   A Sergio se le acabó el paro. Los dos años de prestación a los que tenía derecho han pasado en un suspiro. Durante ese tiempo en vez de buscarse un trabajo fijo no ha hecho más que holgazanear y hacer alguna que otra chapuza: que si reparar un electrodoméstico, cambiar unos enchufes, instalar unos apliques, reponer un diferencial; en fin, pequeños arreglos con los que ha ganado unas pesetas que les han ayudado, junto con el dinero del desempleo, a malvivir y a seguir drogándose, aunque es Lorena la que más material lleva a casa para chutarse. Sergio no pregunta de dónde saca las papelinas, pero se lo barrunta, y no parece importarle demasiado. Hace tiempo que el loco amor que sentía por la joven ha dejado de ser una llama ardiente para convertirse en cenizas, queda alguna que otra brasa, pero poco más. Que siga con ella es más una cuestión de hábito y de fidelidad a un recuerdo de lo que fue su pasión que a la deprimente realidad.
   Sergio acierta en sus sospechas. Las reservas que en un tiempo tuvo Lorena sobre cambiar sexo por droga se esfumaron hace mucho. Uno de los últimos baruchos en los que curró se ha convertido en el zoco favorito para vender su cuerpo. Aunque en la cara se le empiezan a notar los estragos de la droga y los pechos se le han caído - la ley de gravedad gasta esas pesadas bromas -, todavía está de buen ver y los clientes no le faltan. Paradójicamente si algún parroquiano la llama puta se pone como una hiena, pues piensa de sí misma que no se prostituye porque no acepta que paguen sus favores con dinero, pero sí que le suministren material para chutarse.

   Tanto los padres de Lorena como casi toda la familia de Sergio los han dejado por imposibles. Solo el abuelo Andrés y los padres del joven continúan ayudándoles, aunque ni siquiera eso les resulta fácil porque la pareja únicamente quiere efectivo para comprar droga. De eso se queja el matrimonio Martín-Roca en una de sus periódicas visitas a Senillar:
- Ya no sabemos qué hacer, padre – se lamenta una desolada Lola hablando con el viejo Punchent -. El chico no quiere más que dinero y dinero.
- Y todo para gastárselo en la maldita droga – remacha Lorenzo.
- Tendríais que hacer lo que yo – sugiere el abuelo -, hace mucho que dejé de darles billetes. Les llevo comida y ni siquiera eso sirve en todas las ocasiones. Algún vecino me ha contado que más de una vez han vendido el suministro que les he llevado para comprar la puñetera heroína.
- Ya sabía yo que a la larga esa fulana nos lo iba echar a perder – se queja Lola.
- Hija, por mucho que nos duela hay que afrontar la realidad. La culpa ya no es solo de la chica, nuestro Sergio también es culpable. Y volviendo al dinero, creo que en vez de dárselo sin más sería mucho mejor gastárselo en algo o en alguien que les hiciera dejar la droga, al menos que lo intentaran. Esos chicos necesitan ayuda más que dinero – aconseja el abuelo.
- Estamos en ello, padre – replica Lola -, hemos hablado con varios médicos en Madrid y nos han aconsejado que lo mejor que podemos hacer es internarlo. Incluso nos han hablado de alguna clínica, como la de López Ibor aunque es bastante cara. Seguimos buscando.

   En el siguiente viaje que el matrimonio Martín-Roca realiza a Senillar se encuentran con un espectáculo lamentable: Lorena presenta un cuadro agudo de síndrome de abstinencia. Sergio, que igualmente presenta síntomas de estar con el mono pero algo más atenuado, les cuenta que la joven comenzó teniendo lagrimeo, rinorrea y dolores musculares seguidos de una fuerte ansiedad y vómitos. El cuadro se ha agudizado en las últimas horas y ahora tiene las pupilas dilatadas, convulsiones y fiebre. Sergio pide a sus padres que le ayuden y deciden llevarla al hospital más cercano. En un primer y rápido examen los facultativos diagnostican síndrome de abstinencia por sustancias depresoras del sistema nervioso, probablemente por narcóticos. Mientras esperan un informe más competo y saber cómo evoluciona la joven, el padre insta a su hijo:
- Sergio, hijo mío. Ya ves cómo está Lorena y tú tampoco parece que te encuentres muy bien. No podéis seguir así. Tendríais que poneros en manos de los médicos y someteros a una cura de desintoxicación. Hemos estado preguntando y lo tenemos todo preparado para que puedas ingresar en un centro de El Patriarca.
- ¿Para que pueda ingresar?, ¿eso qué significa?, ¿qué a Lorena pensáis dejarla tirada?
- De Lorena tendrían que ocuparse sus padres, como nosotros nos ocupamos de ti – responde rápida la madre.
- Mira, mamá, sé que nuestra relación, me refiero a Lorena y a mí, ya no es la que era, pero nos seguimos necesitando. Sin ella no iré a ninguna parte.
   Pese a los razonamientos de sus padres de que lo mejor para que ambos puedan desintoxicarse es que no sigan juntos, Sergio no cede. Solo aceptará que le ingresen en un centro si también le acompaña Lorena. Admite que en alguna ocasión se le pasó por la mente dejarla, pero que hacerlo en las circunstancias actuales sería una putada y todavía le queda un fondo de…, no sabe cómo llamarlo, tras alguna vacilación lo califica como de vergüenza torera. Al final, los padres ceden.

   La pareja es ingresada en un centro de rehabilitación de toxicómanos de la red de El Patriarca ubicado en una masía abandonada, que los residentes han ido habilitando poco a poco, y que está en las estribaciones al sudeste de la sierra de Espadán. Allí se encuentran con un grupo de personas que han renunciado a las drogas, algunos hace años, otros hace mucho menos, y que intentan rehabilitarse al tiempo que colaboran en las tareas cotidianas del centro: limpieza, preparación de la comida, jardines, talleres, etc. Todo se discute en reuniones diarias y los veteranos presionan discretamente para que las normas que se aprueban se entiendan y se acepten. Precisamente las normas y una cierta disciplina son lo que más les cuesta aceptar a Sergio y a Lorena. En cambio, el hecho de que no haya objetivos en el corto plazo ni prisas para que la curación llegue cuanto antes les parece muy bien. Asimismo, aceptan con gusto el hecho de que en el centro todos los residentes se consideran iguales, independientemente de su posición en el grupo e, incluso, su actitud ante el problema que les ha llevado allí.
   El día del ingreso hubo sus más y sus menos entre el responsable del centro, antiguo toxicómano, y los padres de Sergio. La madre sigue obsesionada en que lo mejor es que la pareja no viva junta.
- ¿Y no sería mejor que cada uno hiciera la vida por su cuenta? – insiste Lola.
- Señora, eso es metafísicamente imposible por dos razones. Una, esta casa es relativamente pequeña y es imposible que no te tropieces con el resto de residentes varias veces a lo largo del día. La otra, porque nuestro objetivo final es devolver a los internos a la normalidad y para eso hay que hacer una vida normal, en este caso de pareja.
   Lola sabe perfectamente que no es correcto, en aquel lugar y en ese momento, decir lo que le bulle en la cabeza, pero su amor propio gana la partida y lo suelta:
- De pareja, claro, de pareja de yonquis.