A Sergio se le acabó el paro. Los dos años
de prestación a los que tenía derecho han pasado en un suspiro. Durante ese
tiempo en vez de buscarse un trabajo fijo no ha hecho más que holgazanear y
hacer alguna que otra chapuza: que si reparar un electrodoméstico, cambiar unos
enchufes, instalar unos apliques, reponer un diferencial; en fin, pequeños
arreglos con los que ha ganado unas pesetas que les han ayudado, junto con el
dinero del desempleo, a malvivir y a seguir drogándose, aunque es Lorena la que
más material lleva a casa para chutarse. Sergio no pregunta de dónde saca las
papelinas, pero se lo barrunta, y no parece importarle demasiado. Hace tiempo
que el loco amor que sentía por la joven ha dejado de ser una llama ardiente
para convertirse en cenizas, queda alguna que otra brasa, pero poco más. Que
siga con ella es más una cuestión de hábito y de fidelidad a un recuerdo de lo
que fue su pasión que a la deprimente realidad.
Sergio acierta en sus sospechas. Las
reservas que en un tiempo tuvo Lorena sobre cambiar sexo por droga se esfumaron
hace mucho. Uno de los últimos baruchos en los que curró se ha convertido en el
zoco favorito para vender su cuerpo. Aunque en la cara se le empiezan a notar
los estragos de la droga y los pechos se le han caído - la ley de gravedad
gasta esas pesadas bromas -, todavía está de buen ver y los clientes no le
faltan. Paradójicamente si algún parroquiano la llama puta se pone como una
hiena, pues piensa de sí misma que no se prostituye porque no acepta que paguen
sus favores con dinero, pero sí que le suministren material para chutarse.
Tanto los padres de Lorena como casi toda la
familia de Sergio los han dejado por imposibles. Solo el abuelo Andrés y los padres
del joven continúan ayudándoles, aunque ni siquiera eso les resulta fácil
porque la pareja únicamente quiere efectivo para comprar droga. De eso se queja
el matrimonio Martín-Roca en una de sus periódicas visitas a Senillar:
- Ya
no sabemos qué hacer, padre – se lamenta una desolada Lola hablando con el
viejo Punchent -. El chico no quiere más que dinero y dinero.
- Y
todo para gastárselo en la maldita droga – remacha Lorenzo.
-
Tendríais que hacer lo que yo – sugiere el abuelo -, hace mucho que dejé de
darles billetes. Les llevo comida y ni siquiera eso sirve en todas las
ocasiones. Algún vecino me ha contado que más de una vez han vendido el
suministro que les he llevado para comprar la puñetera heroína.
- Ya
sabía yo que a la larga esa fulana nos lo iba echar a perder – se queja Lola.
-
Hija, por mucho que nos duela hay que afrontar la realidad. La culpa ya no es
solo de la chica, nuestro Sergio también es culpable. Y volviendo al dinero,
creo que en vez de dárselo sin más sería mucho mejor gastárselo en algo o en
alguien que les hiciera dejar la droga, al menos que lo intentaran. Esos chicos
necesitan ayuda más que dinero – aconseja el abuelo.
-
Estamos en ello, padre – replica Lola -, hemos hablado con varios médicos en
Madrid y nos han aconsejado que lo mejor que podemos hacer es internarlo.
Incluso nos han hablado de alguna clínica, como la de López Ibor aunque es
bastante cara. Seguimos buscando.
En el siguiente viaje que el matrimonio
Martín-Roca realiza a Senillar se encuentran con un espectáculo lamentable:
Lorena presenta un cuadro agudo de síndrome de abstinencia. Sergio, que
igualmente presenta síntomas de estar con el mono pero algo más atenuado, les
cuenta que la joven comenzó teniendo lagrimeo, rinorrea y dolores musculares
seguidos de una fuerte ansiedad y vómitos. El cuadro se ha agudizado en las
últimas horas y ahora tiene las pupilas dilatadas, convulsiones y fiebre.
Sergio pide a sus padres que le ayuden y deciden llevarla al hospital más cercano.
En un primer y rápido examen los facultativos diagnostican síndrome de
abstinencia por sustancias depresoras del sistema nervioso, probablemente por
narcóticos. Mientras esperan un informe más competo y saber cómo evoluciona la
joven, el padre insta a su hijo:
-
Sergio, hijo mío. Ya ves cómo está Lorena y tú tampoco parece que te encuentres
muy bien. No podéis seguir así. Tendríais que poneros en manos de los médicos y
someteros a una cura de desintoxicación. Hemos estado preguntando y lo tenemos
todo preparado para que puedas ingresar en un centro de El Patriarca.
-
¿Para que pueda ingresar?, ¿eso qué significa?, ¿qué a Lorena pensáis dejarla
tirada?
- De
Lorena tendrían que ocuparse sus padres, como nosotros nos ocupamos de ti –
responde rápida la madre.
- Mira,
mamá, sé que nuestra relación, me refiero a Lorena y a mí, ya no es la que era,
pero nos seguimos necesitando. Sin ella no iré a ninguna parte.
Pese a los razonamientos de sus padres de
que lo mejor para que ambos puedan desintoxicarse es que no sigan juntos,
Sergio no cede. Solo aceptará que le ingresen en un centro si también le
acompaña Lorena. Admite que en alguna ocasión se le pasó por la mente dejarla,
pero que hacerlo en las circunstancias actuales sería una putada y todavía le
queda un fondo de…, no sabe cómo llamarlo, tras alguna vacilación lo califica
como de vergüenza torera. Al final, los padres ceden.
La pareja es ingresada en un centro de
rehabilitación de toxicómanos de la red de El Patriarca ubicado en una masía
abandonada, que los residentes han ido habilitando poco a poco, y que está en
las estribaciones al sudeste de la sierra de Espadán. Allí se encuentran con un
grupo de personas que han renunciado a las drogas, algunos hace años, otros
hace mucho menos, y que intentan rehabilitarse al tiempo que colaboran en las
tareas cotidianas del centro: limpieza, preparación de la comida, jardines,
talleres, etc. Todo se discute en reuniones diarias y los veteranos presionan
discretamente para que las normas que se aprueban se entiendan y se acepten.
Precisamente las normas y una cierta disciplina son lo que más les cuesta
aceptar a Sergio y a Lorena. En cambio, el hecho de que no haya objetivos en el
corto plazo ni prisas para que la curación llegue cuanto antes les parece muy
bien. Asimismo, aceptan con gusto el hecho de que en el centro todos los
residentes se consideran iguales, independientemente de su posición en el grupo
e, incluso, su actitud ante el problema que les ha llevado allí.
El día del ingreso hubo sus más y sus menos
entre el responsable del centro, antiguo toxicómano, y los padres de Sergio. La
madre sigue obsesionada en que lo mejor es que la pareja no viva junta.
- ¿Y
no sería mejor que cada uno hiciera la vida por su cuenta? – insiste Lola.
-
Señora, eso es metafísicamente imposible por dos razones. Una, esta casa es
relativamente pequeña y es imposible que no te tropieces con el resto de
residentes varias veces a lo largo del día. La otra, porque nuestro objetivo
final es devolver a los internos a la normalidad y para eso hay que hacer una
vida normal, en este caso de pareja.
Lola sabe perfectamente que no es correcto,
en aquel lugar y en ese momento, decir lo que le bulle en la cabeza, pero su
amor propio gana la partida y lo suelta:
- De
pareja, claro, de pareja de yonquis.