Grandal cita a sus amigos para contarles la
reunión mantenida con los investigadores del Caso Inca. Antes de que pueda decir
nada, Álvarez deja caer la propuesta de que al terminar podrían echar una
partidita de dominó pues hace días que no juegan.
- Coño,
Luis, no hemos venido a echar una partida. Estamos aquí para que nos cuente
Jacinto lo que opinaron los Sacapuntas de nuestro análisis sobre las últimas
noticias del robo – le reconviene Ballarín.
El excomisario les explica el encuentro con
sus jóvenes colegas y el análisis que hicieron a partir de los dos últimos
datos relativos al robo: la oferta de los cubanos y la orden de dejar en stand by las investigaciones. Cuando Grandal
termina su relato, Ponte resume lo dicho.
- O sea, que
los polis ahora saben a quién tienen que buscar, pero no pueden hacerlo porque
se lo han prohibido sus mandos.
- Yo no lo
hubiera resumido mejor – admite Grandal a quien le gusta dar jabón a sus
veteranos compinches.
- Oye,
Jacinto, ¿y los Sacapuntas no podrían hacer como que no hacen nada, pero bajo
cuerda seguir investigando? – pregunta maliciosamente Álvarez.
- Pues no,
Luis. No pueden hacerlo porque la obediencia a las órdenes es una de las normas
básicas del Cuerpo. Si la incumplieran, podrían expedientarles e imponerles una
dura sanción.
- Mira por
donde, eso es algo que no nos puede pasar a nosotros. No tenemos mandos, aunque
a veces llamemos a Jacinto jefe. Por tanto, tampoco hemos de atenernos a
ninguna clase de obediencia y no existe nadie que pueda expedientarnos – señala
humorísticamente Ballarín.
- Lo que es
tanto como decir que nosotros sí que podemos seguir investigando – afirma
Ponte.
- Mira, eso
es algo en lo que no había caído – admite Álvarez que añade - ¿Y se puede saber
qué podríamos investigar? – pregunta, más en plan de guasa que otra cosa.
- A ver, a
ver, vamos a centrarnos – pide Grandal -. ¿Estáis diciendo que os gustaría
continuar las investigaciones sobre el robo del tesoro?
Los tres viejos se miran entre sí y casi al
unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo previamente, exclaman:
-
¡Equilicuá!
- ¿No podéis
decir simplemente sí como todo el mundo? – se burla Grandal y cambia de
registro al adoptar un tono a medio camino entre la sorpresa y una cierta
irritación -. No sé si habéis perdido el poco seso que os debe quedar.
¿Vosotros sabéis lo que estáis diciendo?, ¿os habéis parado a pensar a quién
habría que investigar ahora?
- La verdad
es que yo no me he parado a pensar qué es lo que podríamos investigar, pero
para eso estás tú, apuesto que ya mismo nos lo explicas – afirma
despreocupadamente Álvarez.
Puesto que tanto Ballarín como Ponte secundan
la petición de Álvarez, el excomisario se pone en plan didáctico.
- Vamos a
ver, mis queridos matusalenes, si os queda claro cómo está el panorama. La
situación es la siguiente. Los servicios cubanos de inteligencia, probablemente
a instancias de las FARC, han ofrecido oficiosamente al gobierno español
devolverles lo que parece ser el tesoro robado si, pese a estar en funciones,
continúa apoyando las conversaciones de La Habana entre la guerrilla y el
gobierno colombiano. Los analistas del CNI y de la policía dan a la propuesta
un alto grado de verosimilitud. Llegados aquí, hay un racimo de preguntas a
plantear. ¿Fueron las FARC autoras del robo del tesoro? Respuesta: es posible,
pero altamente improbable. Otra pregunta: ¿tienen las FARC en su poder las
piezas robadas? Respuesta: es posible, pero sumamente dudoso. Entonces –
prosigue el excomisario -, ¿quién robó el tesoro y quién retiene las joyas?
Dados los interesados nexos entre la guerrilla y algunos cárteles de la droga,
todos los indicios apuntan a que son estos últimos los que efectuaron, o
mandaron realizar, el robo y los que se supone que conservan las piezas robadas.
Dicho en cristiano para que se me entienda: a quien habría que investigar ahora
es a los narcos que presuntamente son los protagonistas de esta historia sin
fin.
- Bueno, ya
estuvimos investigando a tipos que estaban en lo da la droga. Sin ir más lejos,
a los Corrochanos – apunta Ballarín.
- Es que
ahora no hablamos de un clan gitano de medio pelo, estamos hablando de unos
delincuentes que se encuentran entre los más violentos y sanguinarios del
mundo. De unos fulanos que manejan más dinero que los presupuestos de muchos
ministerios. De unos tipos cuyo principal territorio de actuación son algunas
regiones selváticas de Colombia y Perú, pero que extienden sus garras por medio
mundo. Entonces, ¿estáis dispuestos a enfrentaros a gente cuyos sicarios matan
por un puñado de dólares?, ¿queréis encararos con clanes que tienen pasta para
corromper a políticos, jueces y policías?, ¿estáis preparados para viajar a
Sudamérica o adónde sea a proseguir las investigaciones?
Los contundentes interrogantes de Grandal
generan un silencio sepulcral, da toda la impresión de que los viejales no se
han parado a pensar en todo lo que el excomisario acaba de explicarles.
- O sea, que
si te he entendido bien, Jacinto, a los policías les han mandado parar sus
jefes y a nosotros la realidad, ¿no es eso? – resume Ponte.
- Lo has
entendido perfectamente.
- Es decir,
que tampoco podemos hacer nada – resume Ballarín.
- Algo
siempre se puede hacer – objeta Grandal que añade -, pero por vía indirecta. No
podemos; mejor dicho, no debemos investigar a los posibles ladrones del tesoro,
dado el enorme riesgo que ello supondría. Por otra parte, tampoco tenemos
medios para hacerlo. Ahora bien, sí podríamos seguir algunas pistas que de modo
tangencial podrían servir para facilitar el desenlace del caso y que están a
nuestro alcance y en las que el peligro que podríamos correr digamos que es
asumible.
- ¡Y se
puede saber a qué diablos esperas para contárnoslo, alma de cántaro! – exclama
Álvarez que es muy castizo en sus expresiones.
- Vaya,
hombre, me han llamado muchas cosas en mi vida, pero nunca me habían tildado de
alma de cántaro, porque soy cualquier cosa menos ingenuo – responde Grandal que
mira socarronamente al autor de la frase.
- No es más
que una forma de hablar, Jacinto. Si te he molestado, lo retiro y pido
disculpas – se excusa Álvarez.
- Dejaros de
jueguecitos coloquiales, que parecéis dos chicos de primero de la ESO, y vamos
al grano – les reprende sin un grano de acritud Ponte -. ¿Qué pistas son esas en
las que podríamos seguir hurgando?
- Veréis –
Grandal se repantiga en la silla y adopta una pose más profesoral todavía -.
Desde que supe que la Dirección General de la Policía había dado la orden de
dejar en stand by las investigaciones
sobre el robo, no he cesado de darle vueltas a aquellos flecos, relacionados de
alguna manera con el robo, que no han sido investigados a fondo y que, en el
supuesto de hacerlo, podrían aportar alguna luz al caso. Y creo haber
descubierto, al menos, dos. Uno de ellos ligado con el tiroteo del polígono de
Fuenlabrada. El otro, con el secuestro de María Victoria, que en su momento os
conté.
- Espera,
Jacinto, a ver si te he cogido el hilo – ruega Ponte -. El suceso de
Fuenlabrada establece un nudo de unión entre los Corrochanos, una empresa china
dedicada al lavado del dinero, y unos narcos colombianos que son, por un lado,
los proveedores de droga para el clan gitano y, por otro, clientes de los
chinos para lo del blanqueo de la pasta. ¿Te sigo?
-
Perfectamente, Manolo – le adula Grandal.
- Lo que no
me cuadra – prosigue Ponte – es que tiene ver el incidente de Fuenlabrada con
lo del secuestro de la zaragozana, ¿qué pinta en esta historia la especialista
en arte indígena?
El excomisario da cumplida respuesta a las
dudas de su amigo-
- Verás,
Manolo. En el caso de María Victoria los que la secuestraron para que
autentificara unas piezas quimbayas eran latinoamericanos. Y en el tiroteo de
Fuenlabrada también participó algún sudamericano. ¿Qué supone todo ello? Pues
que hay en España una banda de sudacas que sigue actuando en asuntos que,
directa o indirectamente, tienen algún tipo de relación con el robo. ¿Es esa
banda la que efectuó el robo? No lo creo, pero si es posible que esté de alguna
manera conectada con los que lo llevaron a cabo. Pues bien, esas dos pistas, la
de Fuenlabrada y la de Zaragoza, son en las que podríamos seguir hurgando.
- Ya nos
dirás cómo – quiere saber Ballarín.
- En eso
estoy. Cuando lo tenga claro, discutiremos sobre ello.
- Si hemos
terminado, podríamos echarnos una partidita, ¿vale? – reitera Álvarez.
- Luis,
majo, eres más repetitivo que un tornillo pasado de rosca – le apostrofa
Ballarín.