"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 5 de julio de 2019

111. El Chato se suelta la lengua


   En Castellón, Grandal y Ponte han esperado pacientemente a que se hagan las seis para ver si el Chato de Trebujena despierta de su interminable siesta. Hasta que sobre las seis y media le ven salir del hotel. El excomisario le ha dicho a Ponte que no es prudente abordarlo mientras vaya por la calle, salvo que se dedique a pasear y la noche se les eche encima.
-… aunque no lo creo, porque un hombre como él no será de mucho paseo. Manolo, tú le vas a seguir por la acera distinta de la que vaya. Si se para, haz lo mismo y te pones a mirar un escaparate, observa a ver si en el reflejo del cristal puedes verle. Yo, que estoy más acostumbrado al seguimiento, iré tras él por su propia acera. Si en algún momento, alguno de los dos tenemos la sospecha de que nos ha detectado, cosa que no creo pero que puede ocurrir, nos cambiaremos de acera. Estás precauciones son muy elementales, lo reconozco, pero estoy improvisando.
   Las rudimentarias cautelas de los dos seguidores del Chato son innecesarias porque el antiguo exboxeador en ningún momento de su paseo muestra el menor indicio de que ha detectado a sus sombras. El deambular del trebujenero le ha llevado, y también a sus acechantes, a una recoleta placita que está casi toda ocupada por las carpas de varios bares. En una de ellas se sienta el Chato que, cuando le atiende una joven camarera, pide una manzanilla y unas aceitunas rellenas. Es el momento en que Grandal decide atacar. Como previamente han quedado, solo se acerca él, Ponte queda en retaguardia por si hubiese algún imprevisto o fuese necesaria su presencia.
-Pepillo Jiménez, ¿verdad?, más conocido como el Chato de Trebujena, antiguo campeón de Andalucía de los semipesados. Si no hubiera sido por aquella lesión que tuviste en tu mano izquierda habrías llegado a ser campeón de España y, ¿quién sabe?, quizá de Europa.
   El antiguo púgil no reacciona ante la primera parrafada de Grandal. Lo que menos podía esperar es que, a setecientos quilómetros de Sevilla y con los muchos años que lleva alejado del mundo del ring, alguien le reconociera y hasta supiera su historia. Cuando se repone, balbucea:
-No le conosco de ná, ¿quién es usté?
-Mi nombre no importa. Solo quiero tener una breve charla contigo, nada más –Grandal le tutea como una forma de acercamiento y al mismo tiempo de la superioridad de que suele hacer gala la policía.
-¿Y pa qué quiere hablar conmigo?
-Solamente quiero hacerte unas cuantas preguntas, luego me iré y dejaré que bebas tranquilamente tu manzanilla.
-Yo no hablo con desconosidos –Da la impresión de que el Chato se ha repuesto de su inicial sorpresa pues lo que a continuación agrega lo hace con aire amenazador-. O sea, que ya está ahuecando er ala o comprobará que la lesión de mi puño isquierdo es argo der pasao.
   Visto que el Chato se pone bravo, Grandal echa mano de su último recurso, saca el duplicado de su antigua placa de comisario y se la muestra en un visto y no visto al de Trebujena.
-Si no quieres hablar aquí tendrás que hacerlo en comisaria, ¿qué prefieres?
   Ver la ficticia placa y oír lo de la comisaria son suficientes para que la bravuconería del Chato se esfume como por encanto. Ni siquiera se le ocurre pensar el total contrasentido de que, a menos de veinticuatro horas de que tenga que declarar ante el Juzgado de Instrucción número 4 por la inexplicada muerte de Curro Salazar, un comisario de policía le esté interrogando.
-¿Qué…, qué quiere de mí? –pregunta visiblemente derrotado.
-Ya te lo he dicho, solo hacerte unas cuantas preguntas. Y para no perder el tiempo, la primera. Sobornaste a una camarera del hostal Los Prados de Torrenostra el 15 de agosto para que te introdujera a hurtadillas en la habitación de Curro Salazar, y allí le golpeaste en la cara, ¿qué más le hiciste?
   Lo que acaba de soltarle el presunto comisario ha sido como si le hubiesen cazado con un crochet en pleno mentón. De momento, el Chato es incapaz de reaccionar. Está perdido, si la policía sabe que estuvo en la habitación de Curro, el marrón que le puede caer puede ser de campeonato. No sabe cómo reaccionar, por lo que lo primero que se le ocurre es lo más fácil, negarlo.
-Yo…, yo no sé de qué me habla. No he estao nunca en ese pueblo que dise y no conosco a nadie que se llame Salasar.
-Mira, Pepillo, no me hagas perder el tiempo. Tienes tres opciones: o contestar a mis preguntas o seguir negándote o, lo que será peor, mentir. Si eliges la primera, charlaremos un ratito y esta noche podrás dormir en tu hotel; si eliges la segunda o la tercera esta noche dormirás en los calabozos de la comisaría como acusado del asesinato de Francisco Salazar, más conocido como Curro el Conseguidor en los ambientes sevillanos. Tú decides. Y resuélvelo pronto porque tengo que volver a comisaría.
   El Chato mira a su oponente con ojos turbios, su mente da mil vueltas, pero eso más que ayudarle todavía le confunde más. Nunca fue hombre de pensamiento, sino de acción. Lo que a continuación pregunta muestra que se ha puesto a la defensiva.
-Y si contesto a sus preguntas, luego ¿qué me pasará?
-Te lo repito: si tus respuestas me satisfacen, me iré por donde he venido, tú podrás acabar tranquilamente tu manzanilla, luego te irás donde te pete, esta noche dormirás tan ricamente en tu hotel y colorín, colorao esta historia se ha acabao. Eso es lo que te pasará. Nadie te va a ofrecer un mejor trato.
   El exboxeador vuelve a mirar al supuesto comisario, nunca fue un buen psicólogo pero aquellos ojos parecen decir la verdad y… ¿qué otras opciones tiene?
-¿Qué…, qué quiere saber?
    Grandal cambia el sentido de la primera pregunta que planteó al Chato.
-La tarde del 15 de agosto entraste en la habitación de Salazar, ¿cómo encontraste a Curro en ese momento?
-Ya lo sabe, le había dao unos eurillos a una camarera pa que…
-Sí, eso ya lo sé. Reformulo mi pregunta: ¿cómo estaba de salud Salazar cuándo entraste en la habitación?
   La pregunta parece tranquilizar al Chato que se apresura a contestar.
-Ah, eso. Pues estaba hecho unas bragas, quiero desir que estaba como sonao, como si le hubieran machacao y se hubiera quedao grogui, apenas si oía, no desía ni pío, vamos que estaba hecho una mierda.
   Pues el Chato tampoco ha sido el actor activo del fallecimiento de Curro, se dice Grandal que sigue preguntando, pero ya más para satisfacer su curiosidad de viejo policía.
-Y si estaba como sonado, ¿por qué le pegaste, para dejarlo nocaut?
   ¿Cómo coño sabe este pedaso de cabrón que le atisé? se pregunta el Chato. Va a negarlo pero se lo repiensa. Mejor será desirle la verdá, este hijo puta parese que lo sabe to.
-Es verdá que le di un par de tortas, pero fue más que na pa ver si lo sacaba del shock.
-¿Cuánto tiempo estuviste en la habitación?
-Como un cuarto de hora ma o meno.
-¿Y todo ese tiempo te llevó atizarle un par de mamporros a Curro?
-Bueno, es que hasta que no me hise a la idea de que er Curro estaba grogui debieron pasar unos cuantos minutos, luego… -El Chato duda en si meter o no en el ajo a su paisana, pero visto que el cabrón del comisario parece saberlo todo se decide a contar lo de Rocío-. Es que cuando estaba dentro vi que se asomaba a la puerta una que fue quería der Curro, Rosío Molina, y eso también se debió llevar unos minutillos. Ah –Puestos a confesar se lanza a contar todo lo que sabe; bueno, casi todo-, y pa que vea que se lo cuento to. Hise un primer intento de entrar donde er Curro sobre las sinco y cuarto, pero no entré porque había un tío parao en medio de la habitasión.
   Grandal despliega todavía más sus antenas. El dato que acaba de contar el Chato puede ser una perla.
-¿Sabes quién era el tipo?
-Pues de momento, no, pero con er correr de los días y luego de darle mil vuertas a la chola ar final me vino a la cabesa esa cara. Era un fulano de esos que van de señorito en la Feria de Abril sin serlo y que estuvo de arto cargo en la Junta. Lo que no m´acuerdo es de su nombre, pero fijo que era er que le digo.
-¿Y ese fulano le estaba haciendo algo a Curro, discutía con él, se pegaban o qué?
-¡Quia!, estaba en medio der cuarto mirando ar Curro como si fuera un ánima en pena. 
-¿Eso qué quiere decir, que Salazar ya estaba sonado?
-¡Equilicuá!, er Curro estaba grogui, igualico que endespué.
   En ese momento recuerda Grandal que lleva encima las fotos de Pacheco y Sierra. Echa mano de ellas y se las enseña al Chato.
-Ese fulano del que hablas, ¿es alguno de estos?
   El exboxeador no duda, en cuanto ve el retrato de Sierra lo señala sin dudar.
-Es este.
-¿Seguro?
-Le juro por mis muertos que es er mismo que estaba en er cuarto der Curro.
   Vaya, otro que también se descarta como actor activo de la muerte de Salazar, solo queda Pacheco, ¿quién lo iba a decir?, piensa Grandal.
-Solo me quedan un par de preguntas y termino. El nuevo de agosto le pegaste una paliza a Curro Salazar ¿quién te pagó?
   El Chato no se esperaba la pregunta, pero ya no se extraña de nada, seguro que el cabrón del comisario sabe hasta el día que se hizo la primera paja, pero aquí ha pinchado en hueso, él puede ser muchas cosas y malas, pero lo que nunca ha sido ni será es un chivato.
-Eso no se lo puedo desir. Antes voy a la trena.
-Vale. Entonces contéstame a esto: ¿quién te pagó para que fueras a la habitación de Salazar el 15 de agosto?
-Juré por mis muertos que no diría na. Ya lo dije, prefiero a que me enchironen antes que ser un soplón.
   Grandal sopesa las palabras del Chato, está hablando en serio. Antes irá a la cárcel que soltará prenda sobre quienes han sido los que han movido los hilos. El pozo ha dejado de dar agua. Afortunadamente la que ha dado ha sido suficiente.
-Bien, Pepillo, como te dije al principio me voy por donde vine, puedes terminar tu manzanilla y tus aceitunas con toda tranquilidad. Ah, sí por un casual me vieras mañana en el juzgado haz como si no me hubieses visto en tu vida. Yo haré lo mismo. Que tengas una buena tarde. Adiós. 
   Al fin, el Chato se ha soltado la lengua, piensa Grandal.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 112. He debido quedarme anósmico