En Castellón, Grandal y Ponte han esperado
pacientemente a que se hagan las seis para ver si el Chato de Trebujena despierta
de su interminable siesta. Hasta que sobre las seis y media le ven salir del
hotel. El excomisario le ha dicho a Ponte que no es prudente abordarlo mientras
vaya por la calle, salvo que se dedique a pasear y la noche se les eche encima.
-… aunque no
lo creo, porque un hombre como él no será de mucho paseo. Manolo, tú le vas a
seguir por la acera distinta de la que vaya. Si se para, haz lo mismo y te pones
a mirar un escaparate, observa a ver si en el reflejo del cristal puedes verle.
Yo, que estoy más acostumbrado al seguimiento, iré tras él por su propia acera.
Si en algún momento, alguno de los dos tenemos la sospecha de que nos ha
detectado, cosa que no creo pero que puede ocurrir, nos cambiaremos de acera. Estás
precauciones son muy elementales, lo reconozco, pero estoy improvisando.
Las
rudimentarias cautelas de los dos seguidores del Chato son innecesarias porque
el antiguo exboxeador en ningún momento de su paseo muestra el menor indicio de
que ha detectado a sus sombras. El deambular del trebujenero le ha llevado, y también
a sus acechantes, a una recoleta placita que está casi toda ocupada por las
carpas de varios bares. En una de ellas se sienta el Chato que, cuando le
atiende una joven camarera, pide una manzanilla y unas aceitunas rellenas. Es
el momento en que Grandal decide atacar. Como previamente han quedado, solo se
acerca él, Ponte queda en retaguardia por si hubiese algún imprevisto o fuese
necesaria su presencia.
-Pepillo Jiménez,
¿verdad?, más conocido como el Chato de Trebujena, antiguo campeón de Andalucía
de los semipesados. Si no hubiera sido por aquella lesión que tuviste en tu
mano izquierda habrías llegado a ser campeón de España y, ¿quién sabe?, quizá
de Europa.
El antiguo púgil no reacciona ante la
primera parrafada de Grandal. Lo que menos podía esperar es que, a setecientos
quilómetros de Sevilla y con los muchos años que lleva alejado del mundo del
ring, alguien le reconociera y hasta supiera su historia. Cuando se repone,
balbucea:
-No le conosco
de ná, ¿quién es usté?
-Mi nombre
no importa. Solo quiero tener una breve charla contigo, nada más –Grandal le
tutea como una forma de acercamiento y al mismo tiempo de la superioridad de
que suele hacer gala la policía.
-¿Y pa qué
quiere hablar conmigo?
-Solamente
quiero hacerte unas cuantas preguntas, luego me iré y dejaré que bebas
tranquilamente tu manzanilla.
-Yo no hablo
con desconosidos –Da la impresión de que el Chato se ha repuesto de su inicial
sorpresa pues lo que a continuación agrega lo hace con aire amenazador-. O sea,
que ya está ahuecando er ala o comprobará que la lesión de mi puño isquierdo es
argo der pasao.
Visto que el Chato se pone bravo, Grandal
echa mano de su último recurso, saca el duplicado de su antigua placa de
comisario y se la muestra en un visto y no visto al de Trebujena.
-Si no
quieres hablar aquí tendrás que hacerlo en comisaria, ¿qué prefieres?
Ver la ficticia placa y oír lo de la
comisaria son suficientes para que la bravuconería del Chato se esfume como por
encanto. Ni siquiera se le ocurre pensar el total contrasentido de que, a menos
de veinticuatro horas de que tenga que declarar ante el Juzgado de Instrucción
número 4 por la inexplicada muerte de Curro Salazar, un comisario de policía le
esté interrogando.
-¿Qué…, qué
quiere de mí? –pregunta visiblemente derrotado.
-Ya te lo he
dicho, solo hacerte unas cuantas preguntas. Y para no perder el tiempo, la
primera. Sobornaste a una camarera del hostal Los Prados de Torrenostra el 15
de agosto para que te introdujera a hurtadillas en la habitación de Curro
Salazar, y allí le golpeaste en la cara, ¿qué más le hiciste?
Lo que acaba de soltarle el presunto
comisario ha sido como si le hubiesen cazado con un crochet en pleno mentón. De
momento, el Chato es incapaz de reaccionar. Está perdido, si la policía sabe
que estuvo en la habitación de Curro, el marrón que le puede caer puede ser de
campeonato. No sabe cómo reaccionar, por lo que lo primero que se le ocurre es
lo más fácil, negarlo.
-Yo…, yo no
sé de qué me habla. No he estao nunca en ese pueblo que dise y no conosco a
nadie que se llame Salasar.
-Mira,
Pepillo, no me hagas perder el tiempo. Tienes tres opciones: o contestar a mis
preguntas o seguir negándote o, lo que será peor, mentir. Si eliges la primera,
charlaremos un ratito y esta noche podrás dormir en tu hotel; si eliges la
segunda o la tercera esta noche dormirás en los calabozos de la comisaría como
acusado del asesinato de Francisco Salazar, más conocido como Curro el
Conseguidor en los ambientes sevillanos. Tú decides. Y resuélvelo pronto porque
tengo que volver a comisaría.
El Chato mira a su oponente con ojos
turbios, su mente da mil vueltas, pero eso más que ayudarle todavía le confunde
más. Nunca fue hombre de pensamiento, sino de acción. Lo que a continuación pregunta
muestra que se ha puesto a la defensiva.
-Y si
contesto a sus preguntas, luego ¿qué me pasará?
-Te lo
repito: si tus respuestas me satisfacen, me iré por donde he venido, tú podrás
acabar tranquilamente tu manzanilla, luego te irás donde te pete, esta noche
dormirás tan ricamente en tu hotel y colorín, colorao esta historia se ha
acabao. Eso es lo que te pasará. Nadie te va a ofrecer un mejor trato.
El exboxeador vuelve a mirar al supuesto
comisario, nunca fue un buen psicólogo pero aquellos ojos parecen decir la
verdad y… ¿qué otras opciones tiene?
-¿Qué…, qué
quiere saber?
Grandal cambia el sentido de la primera pregunta que planteó al Chato.
-La tarde
del 15 de agosto entraste en la habitación de Salazar, ¿cómo encontraste a
Curro en ese momento?
-Ya lo sabe,
le había dao unos eurillos a una camarera pa que…
-Sí, eso ya
lo sé. Reformulo mi pregunta: ¿cómo estaba de salud Salazar cuándo entraste en
la habitación?
La pregunta parece tranquilizar al Chato que
se apresura a contestar.
-Ah, eso.
Pues estaba hecho unas bragas, quiero desir que estaba como sonao, como si le
hubieran machacao y se hubiera quedao grogui, apenas si oía, no desía ni pío,
vamos que estaba hecho una mierda.
Pues el Chato tampoco ha sido el actor activo
del fallecimiento de Curro, se dice Grandal que sigue preguntando, pero ya más
para satisfacer su curiosidad de viejo policía.
-Y si estaba
como sonado, ¿por qué le pegaste, para dejarlo nocaut?
¿Cómo coño sabe este pedaso de cabrón que le
atisé? se pregunta el Chato. Va a negarlo pero se lo repiensa. Mejor será
desirle la verdá, este hijo puta parese que lo sabe to.
-Es verdá
que le di un par de tortas, pero fue más que na pa ver si lo sacaba del shock.
-¿Cuánto tiempo
estuviste en la habitación?
-Como un
cuarto de hora ma o meno.
-¿Y todo ese
tiempo te llevó atizarle un par de mamporros a Curro?
-Bueno, es
que hasta que no me hise a la idea de que er Curro estaba grogui debieron pasar
unos cuantos minutos, luego… -El Chato duda en si meter o no en el ajo a su
paisana, pero visto que el cabrón del comisario parece saberlo todo se decide a
contar lo de Rocío-. Es que cuando estaba dentro vi que se asomaba a la puerta
una que fue quería der Curro, Rosío Molina, y eso también se debió llevar unos
minutillos. Ah –Puestos a confesar se lanza a contar todo lo que sabe; bueno,
casi todo-, y pa que vea que se lo cuento to. Hise un primer intento de entrar
donde er Curro sobre las sinco y cuarto, pero no entré porque había un tío
parao en medio de la habitasión.
Grandal despliega todavía más sus antenas.
El dato que acaba de contar el Chato puede ser una perla.
-¿Sabes
quién era el tipo?
-Pues de
momento, no, pero con er correr de los días y luego de darle mil vuertas a la
chola ar final me vino a la cabesa esa cara. Era un fulano de esos que van de
señorito en la Feria de Abril sin serlo y que estuvo de arto cargo en la Junta.
Lo que no m´acuerdo es de su nombre, pero fijo que era er que le digo.
-¿Y ese
fulano le estaba haciendo algo a Curro, discutía con él, se pegaban o qué?
-¡Quia!,
estaba en medio der cuarto mirando ar Curro como si fuera un ánima en pena.
-¿Eso qué quiere
decir, que Salazar ya estaba sonado?
-¡Equilicuá!,
er Curro estaba grogui, igualico que endespué.
En ese momento recuerda Grandal que lleva encima
las fotos de Pacheco y Sierra. Echa mano de ellas y se las enseña al Chato.
-Ese fulano
del que hablas, ¿es alguno de estos?
El exboxeador no duda, en cuanto ve el
retrato de Sierra lo señala sin dudar.
-Es este.
-¿Seguro?
-Le juro por
mis muertos que es er mismo que estaba en er cuarto der Curro.
Vaya, otro que también se descarta como actor
activo de la muerte de Salazar, solo queda Pacheco, ¿quién lo iba a decir?,
piensa Grandal.
-Solo me
quedan un par de preguntas y termino. El nuevo de agosto le pegaste una paliza
a Curro Salazar ¿quién te pagó?
El Chato no se esperaba la pregunta, pero ya
no se extraña de nada, seguro que el cabrón del comisario sabe hasta el día que
se hizo la primera paja, pero aquí ha pinchado en hueso, él puede ser muchas
cosas y malas, pero lo que nunca ha sido ni será es un chivato.
-Eso no se
lo puedo desir. Antes voy a la trena.
-Vale.
Entonces contéstame a esto: ¿quién te pagó para que fueras a la habitación de
Salazar el 15 de agosto?
-Juré por
mis muertos que no diría na. Ya lo dije, prefiero a que me enchironen antes que
ser un soplón.
Grandal sopesa las palabras del Chato, está
hablando en serio. Antes irá a la cárcel que soltará prenda sobre quienes han sido
los que han movido los hilos. El pozo ha dejado de dar agua. Afortunadamente la
que ha dado ha sido suficiente.
-Bien,
Pepillo, como te dije al principio me voy por donde vine, puedes terminar tu
manzanilla y tus aceitunas con toda tranquilidad. Ah, sí por un casual me
vieras mañana en el juzgado haz como si no me hubieses visto en tu vida. Yo
haré lo mismo. Que tengas una buena tarde. Adiós.
Al fin, el Chato se ha soltado la lengua,
piensa Grandal.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 112. He debido quedarme anósmico