"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de abril de 2015

4.12. Las mil caras de Lolita



   José Vicente no puede apartar de su pensamiento las últimas conversaciones con Lolita: hay que ver como son capaces de transformarse las mujeres, se dice, pueden ser más cambiantes que un día marceño. Evoca la Lolita a quien conoció cuando le vendió aquellas corbatas: simpática, profesional, amable, detallista. O la de aquellos primeros tiempos en los que intentó trabar amistad con ella: arisca, antipática, borde, cortante y hasta desagradable. Nada que ver con la de las reuniones en Valencia: desenvuelta, parlanchina, sin que se le escape un detalle y con una mano izquierda que ni Cagancho. O la de los últimos días: tierna, sugerente, femenina, cálida..., deseable. ¿Cuál de ellas es la verdadera Lolita?, ¿o en todas las circunstancias es la misma?, ¿o es una mezcla de todo? No encuentra una respuesta convincente para el rosario de preguntas. Se dice que si es así, si de verdad tiene una personalidad tan poliédrica, si tiene mil caras diferentes, más que una mujer, es una bomba de relojería, un cóctel Molotov. Ni en toda una vida a su lado podría un hombre ser capaz de llegar a conocerla, es demasiado compleja. No es de extrañar que, siendo tan encantadora y estando tan rica, no se haya casado. No tiene que ser nada fácil convivir con una mujer tan compleja y con tantas aristas. Esta termina solterona, se dice.
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    Ajeno a los turbios manejos de sus enemigos políticos, Paco Vives, una vez tomada la decisión de acometer la industrialización del pueblo, inicia los primeros contactos para encontrar capitalistas. Comienza por tantear a algunos vecinos que pasan por tener las mayores fortunas locales. Sus escarceos no encuentran eco. Tampoco insiste demasiado, sabe que los ricos del pueblo lo son en bienes raíces, pero en metálico sus saldos bancarios no son gran cosa. Tendrían que vender fincas y no están por la labor. En el pueblo hay una máxima no escrita, pero que la mayor parte de labradores respeta escrupulosamente: el patrimonio ni tocarlo, se pueden pasar malos momentos, hasta privaciones, pero la herencia familiar es sagrada. Solo en casos excepcionales de una enfermedad, de la boda de un hijo o de algún motivo de especial importancia llega a enajenarse una finca. La consecuencia es lo que Esteller, el barbero, define como el prototipo del labriego: un hombre que vive pobre y muere rico. Vives se olvida de los timoratos ricachos locales y echa sus redes en otros caladeros. Tampoco le resulta fácil encontrar inversionistas que se atrevan a montar industrias en un pueblecito como Senillar, que apenas si cuenta en el mapa y que tampoco tiene tantos alicientes que ofrecer. Pronto se da cuenta de que si quiere encontrar capitalistas para su plan tendrá que ofertar unas condiciones que hagan atractiva la posible inversión. No se le ocurre qué incentivos pueden ser más estimulantes. Reúne a sus amigos a ver si entre todos son capaces de generar alguna idea fructífera.
- Una ventaja para montar fábricas de azulejos es que tenemos minas de arcilla.
- Joder, Víctor, no digas gilipolleces. Aquí hay arcilla para un puñado de cántaros y tejas, no para fábricas de cerámica.
- Podemos vender la idea de que este pueblo está muy bien comunicado, tiene carretera y ferrocarril.
- Tampoco es que eso sea gran cosa.
- ¿Y si les eximimos de las contribuciones locales?
- ¿Pero qué impuestos locales tenemos aquí que valgan la pena? – Vives está empezando a mosquearse, pues vaya asesores que tiene –. O decís algo con cabeza o mejor os calláis.
   Un silencio pesado y frustrante se cierne sobre la reunión. Se miran unos a otros. No hay ninguno que tenga el menor conocimiento de la actividad industrial e ideas no sobran. Alguien da un puñetazo en la mesa.
- ¡Ya lo tengo! – exclama, eufórico, Andreu Vinuesa - ¡Ya lo tengo! Les podríamos ofrecer suelo gratis para construir las fábricas.
- Me parece muy buena idea – replica con sorna Vives -, el único problema es ¿de dónde vamos a sacar solares gratis?, ¿o es qué piensas regalar alguna de tus fincas?
- Hombre, se me ocurre que el Ayuntamiento podría comprar solares y luego venderlos a bajo precio a los futuros industriales – sugiere Vinuesa.
- Eso está bien traído, lo que pasa es que también tiene otra pequeña pega – Paco sigue ironizando - ¿De dónde va a sacar el Ayuntamiento los cuartos para comprar solares si se las ve negras para pagar los sueldos de la docena de funcionarios que tiene en plantilla?
- ¡Joder, todo son inconvenientes! – exclama alguien.
- Bueno, se podrían comprar los terrenos a plazos y empezar a pagarlos a los dueños a medida que se vayan vendiendo a los empresarios.
- ¿Y cuántos conoces en el pueblo que estén dispuestos a vender una finca a plazos?
- Coño, Paco, no la tomes conmigo – se queja Vinuesa -. Solo intento ayudar. No sé cómo se consigue. La idea se me acaba de ocurrir, pero todo es cuestión de darle vueltas, ya encontraremos algo.
- Pues vamos a darle vueltas.
   Otra vez el silencio. Algunos apoyan la cabeza entre las manos como si pensar les resultara un fardo muy pesado. Otros manosean la boina, parece que buscan en ella la solución mágica. Hasta alguno tiene los ojos cerrados para concentrarse mejor. Esta vez es Pascual Agut quien lanza el eureka:
- ¡Ya está! Lo que se puede hacer es un trato con los dueños de las fincas que vayan a comprarse para suelo de uso industrial ofreciéndoles contrapartidas. El coste de las mismas sería sufragado por los industriales a los cuales también habrá que ofrecerles compensaciones para que se instalen aquí.
- ¿Qué clase de contrapartidas? – Vives quiere concreciones.
- ¡Joder, Paco! Razón tiene Vinuesa. Si a todo le pones pegas, ¿cómo cojones quieres que te ayudemos? ¿Qué contrapartidas? Pues habría que estudiarlo, pero así a bote pronto se me ocurre alguna como que los familiares de los que vendan solares tengan preferencia para trabajar en las fábricas. En cuanto a los industriales se les podría dar gratis las licencias municipales, incluso rebajarles durante cierto tiempo las contribuciones locales que alguna hay. Se pueden encontrar más, pero de momento no se me ocurren otras.
- Pascual – anuncia con voz grave Vives – te has ganado café, copa y puro. Tú también, Andreu.

   A medida que la idea parida al alimón por Vinuesa y Agut se va perfilando, Vives llega a la conclusión de que, al fin, tiene en su mano un aliciente lo suficientemente tentador para atraer a inversionistas foráneos. Cuando el programa de contrapartidas que puede ofrecer el Ayuntamiento a los posibles vendedores de suelo se da por concluido, el alcalde resuelve pasar a la siguiente fase: contactar con los propietarios de aquellas fincas que reúnen las condiciones que le han aconsejado que deben de tener los solares para usos industriales. Le ha dicho un conocido que sabe de instalaciones industriales que los solares para las fábricas han de ser, como mínimo, preferentemente llanos, estar bien comunicados, no excesivamente apartados de la población, que tengan las condiciones idóneas para las instalaciones de agua, luz y alcantarillado y con una determinada dimensión. Fincas que reúnan todas esas condiciones no hay tantas, especialmente en lo relativo a su dimensión, pero en el Ayuntamiento entienden que eso es subsanable comprando varios campos contiguos.

   Gimeno tiene un topo infiltrado en el Ayuntamiento, Severino Borrás, que le tiene al corriente de cuanto se dice y se hace en el mismo. El chivato se ha convertido en uno de sus colaboradores más valiosos, pues le permite anticiparse a la mayor parte de las jugadas de Vives. Y encima le sale barato: como es un meapilas basta con regalarle de vez en cuando algún libro u objeto piadoso y poco más. Gimeno piensa que la réplica más efectiva al movimiento del alcalde sería poner en su contra a los propietarios de solares, pero pronto se da cuenta de que no tiene estómago para oponerse a unos planes que podrían suponer el definitivo despegue del pueblo. Como sabe mejor que nadie, con una economía basada únicamente en la agricultura el futuro de Senillar solo puede ser de subsistencia, sin apenas horizontes para los jóvenes que aspiren a ser algo más que pequeños propietarios agrícolas o braceros. En principio, decide no hacer nada, pero como se siente obligado con los Arbós le cuenta a Benjamín la información que le ha pasado el chivato.
- Muy bien, José Vicente, has estado sembrado. Lo de tener un soplón dentro es una jugada maestra. Eso quiere decir que estás aprendiendo a hacer política. Yo utilizaba ese recurso hace ya treinta años y suele dar buenos réditos. ¿Así qué nuestro amigo Paco quiere encontrar quién le venda solares? Pues lo va a tener crudo.