José Vicente no puede apartar de su
pensamiento las últimas conversaciones con Lolita: hay que ver como son capaces
de transformarse las mujeres, se dice, pueden ser más cambiantes que un día
marceño. Evoca la Lolita a quien conoció cuando le vendió aquellas corbatas:
simpática, profesional, amable, detallista. O la de aquellos primeros tiempos
en los que intentó trabar amistad con ella: arisca, antipática, borde, cortante
y hasta desagradable. Nada que ver con la de las reuniones en Valencia:
desenvuelta, parlanchina, sin que se le escape un detalle y con una mano
izquierda que ni Cagancho. O la de los últimos días: tierna, sugerente,
femenina, cálida..., deseable. ¿Cuál de ellas es la verdadera Lolita?, ¿o en
todas las circunstancias es la misma?, ¿o es una mezcla de todo? No encuentra
una respuesta convincente para el rosario de preguntas. Se dice que si es así,
si de verdad tiene una personalidad tan poliédrica, si tiene mil caras
diferentes, más que una mujer, es una bomba de relojería, un cóctel Molotov. Ni
en toda una vida a su lado podría un hombre ser capaz de llegar a conocerla, es
demasiado compleja. No es de extrañar que, siendo tan encantadora y estando tan
rica, no se haya casado. No tiene que ser nada fácil convivir con una mujer tan
compleja y con tantas aristas. Esta termina solterona, se dice.
*
Ajeno a los turbios manejos de sus enemigos políticos, Paco Vives, una
vez tomada la decisión de acometer la industrialización del pueblo, inicia los
primeros contactos para encontrar capitalistas. Comienza por tantear a algunos
vecinos que pasan por tener las mayores fortunas locales. Sus escarceos no
encuentran eco. Tampoco insiste demasiado, sabe que los ricos del pueblo lo son
en bienes raíces, pero en metálico sus saldos bancarios no son gran cosa.
Tendrían que vender fincas y no están por la labor. En el pueblo hay una máxima
no escrita, pero que la mayor parte de labradores respeta escrupulosamente: el
patrimonio ni tocarlo, se pueden pasar malos momentos, hasta privaciones, pero
la herencia familiar es sagrada. Solo en casos excepcionales de una enfermedad,
de la boda de un hijo o de algún motivo de especial importancia llega a
enajenarse una finca. La consecuencia es lo que Esteller, el barbero, define
como el prototipo del labriego: un hombre que vive pobre y muere rico. Vives se
olvida de los timoratos ricachos locales y echa sus redes en otros caladeros.
Tampoco le resulta fácil encontrar inversionistas que se atrevan a montar
industrias en un pueblecito como Senillar, que apenas si cuenta en el mapa y
que tampoco tiene tantos alicientes que ofrecer. Pronto se da cuenta de que si
quiere encontrar capitalistas para su plan tendrá que ofertar unas condiciones
que hagan atractiva la posible inversión. No se le ocurre qué incentivos pueden
ser más estimulantes. Reúne a sus amigos a ver si entre todos son capaces de
generar alguna idea fructífera.
- Una ventaja para
montar fábricas de azulejos es que tenemos minas de arcilla.
- Joder, Víctor, no
digas gilipolleces. Aquí hay arcilla para un puñado de cántaros y tejas, no
para fábricas de cerámica.
- Podemos vender la idea de que este pueblo
está muy bien comunicado, tiene carretera y ferrocarril.
- Tampoco es que eso
sea gran cosa.
- ¿Y si les eximimos
de las contribuciones locales?
- ¿Pero qué impuestos
locales tenemos aquí que valgan la pena? – Vives está empezando a mosquearse,
pues vaya asesores que tiene –. O decís algo con cabeza o mejor os calláis.
Un silencio pesado y frustrante se cierne
sobre la reunión. Se miran unos a otros. No hay ninguno que tenga el menor
conocimiento de la actividad industrial e ideas no sobran. Alguien da un
puñetazo en la mesa.
- ¡Ya lo tengo! – exclama, eufórico, Andreu Vinuesa - ¡Ya
lo tengo! Les podríamos ofrecer suelo gratis para construir las fábricas.
- Me parece muy buena
idea – replica con sorna Vives -, el único problema es ¿de dónde vamos a sacar
solares gratis?, ¿o es qué piensas regalar alguna de tus fincas?
- Hombre, se me
ocurre que el Ayuntamiento podría comprar solares y luego venderlos a bajo
precio a los futuros industriales – sugiere Vinuesa.
- Eso está bien
traído, lo que pasa es que también tiene otra pequeña pega – Paco sigue
ironizando - ¿De dónde va a sacar el Ayuntamiento los cuartos para comprar
solares si se las ve negras para pagar los sueldos de la docena de funcionarios
que tiene en plantilla?
- ¡Joder, todo son
inconvenientes! – exclama alguien.
- Bueno, se podrían
comprar los terrenos a plazos y empezar a pagarlos a los dueños a medida que se
vayan vendiendo a los empresarios.
- ¿Y cuántos conoces
en el pueblo que estén dispuestos a vender una finca a plazos?
- Coño, Paco, no la tomes conmigo – se queja Vinuesa -. Solo
intento ayudar. No sé cómo se consigue. La idea se me acaba de ocurrir, pero
todo es cuestión de darle vueltas, ya encontraremos algo.
- Pues vamos a darle
vueltas.
Otra vez el silencio. Algunos apoyan la
cabeza entre las manos como si pensar les resultara un fardo muy pesado. Otros
manosean la boina, parece que buscan en ella la solución mágica. Hasta alguno
tiene los ojos cerrados para concentrarse mejor. Esta vez es Pascual Agut quien
lanza el eureka:
- ¡Ya está! Lo que se
puede hacer es un trato con los dueños de las fincas que vayan a comprarse para
suelo de uso industrial ofreciéndoles contrapartidas. El coste de las mismas
sería sufragado por los industriales a los cuales también habrá que ofrecerles
compensaciones para que se instalen aquí.
- ¿Qué clase de
contrapartidas? – Vives quiere concreciones.
- ¡Joder, Paco! Razón
tiene Vinuesa. Si a todo le pones pegas, ¿cómo cojones quieres que te ayudemos?
¿Qué contrapartidas? Pues habría que estudiarlo, pero así a bote pronto se me
ocurre alguna como que los familiares de los que vendan solares tengan
preferencia para trabajar en las fábricas. En cuanto a los industriales se les
podría dar gratis las licencias municipales, incluso rebajarles durante cierto
tiempo las contribuciones locales que alguna hay. Se pueden encontrar más, pero
de momento no se me ocurren otras.
- Pascual – anuncia
con voz grave Vives – te has ganado café, copa y puro. Tú también, Andreu.
A medida que la idea parida al alimón por
Vinuesa y Agut se va perfilando, Vives llega a la conclusión de que, al fin,
tiene en su mano un aliciente lo suficientemente tentador para atraer a
inversionistas foráneos. Cuando el programa de contrapartidas que puede ofrecer
el Ayuntamiento a los posibles vendedores de suelo se da por concluido, el
alcalde resuelve pasar a la siguiente fase: contactar con los propietarios de
aquellas fincas que reúnen las condiciones que le han aconsejado que deben de
tener los solares para usos industriales. Le ha dicho un conocido que sabe de
instalaciones industriales que los solares para las fábricas han de ser, como
mínimo, preferentemente llanos, estar bien comunicados, no excesivamente
apartados de la población, que tengan las condiciones idóneas para las
instalaciones de agua, luz y alcantarillado y con una determinada dimensión.
Fincas que reúnan todas esas condiciones no hay tantas, especialmente en lo
relativo a su dimensión, pero en el Ayuntamiento entienden que eso es
subsanable comprando varios campos contiguos.
Gimeno tiene un topo infiltrado en el
Ayuntamiento, Severino Borrás, que le tiene al corriente de cuanto se dice y se
hace en el mismo. El chivato se ha convertido en uno de sus colaboradores más
valiosos, pues le permite anticiparse a la mayor parte de las jugadas de Vives.
Y encima le sale barato: como es un meapilas basta con regalarle de vez en
cuando algún libro u objeto piadoso y poco más. Gimeno piensa que la réplica
más efectiva al movimiento del alcalde sería poner en su contra a los
propietarios de solares, pero pronto se da cuenta de que no tiene estómago para
oponerse a unos planes que podrían suponer el definitivo despegue del pueblo.
Como sabe mejor que nadie, con una economía basada únicamente en la agricultura
el futuro de Senillar solo puede ser de subsistencia, sin apenas horizontes
para los jóvenes que aspiren a ser algo más que pequeños propietarios agrícolas
o braceros. En principio, decide no hacer nada, pero como se siente obligado con
los Arbós le cuenta a Benjamín la información que le ha pasado el chivato.
- Muy bien, José
Vicente, has estado sembrado. Lo de tener un soplón dentro es una jugada
maestra. Eso quiere decir que estás aprendiendo a hacer política. Yo utilizaba
ese recurso hace ya treinta años y suele dar buenos réditos. ¿Así qué nuestro
amigo Paco quiere encontrar quién le venda solares? Pues lo va a tener crudo.