Agustín prosigue contando a Julio como ha
llegado a ser asistente del capitán Massanet.
-… y cuando le expliqué a la Roser que pa
asistente escogían a los que supieran de letras y no a un tipo que no sabe ni como
se coge la pluma, me dijo que lo dejara de su cuenta. ¡Y lo qué es el poderío
de algunas hembras! Unos días después me llamaron a la Plana Mayor y me dijeron
que debía de presentarme al capitán don Jorge Massanet, el mismo que mandaba
nuestra compañía en el campamento. El capitán me echó un vistazo por encima y
sin más me comunicó que iba a ser su asistente. Me dio un papel con las señas
de su casa y me dijo que me fuera pa allá, que su señora ya me diría lo que
tenía que hacer.
-¿Y aceptaste?
-No digas chuminás, prenda. ¿Cómo iba a
negarse a un chollo asina un tipo cómo yo? Le pedí a un conocio que me leyera
la dirección y pa allá que me fui. La señora capitana, amable pero mu mandona,
me explicó que tenía que estar en la casa a las ocho y media de la mañana pa
llevar los críos al colegio, y que al volver la acompañaría al mercao a hacer
la compra. Que luego ya iría viendo los mandaos que me encargaría. Ah, y que
tenía que vestir de paisano e ir siempre aseao. Y aquí me tienes, echo to un
señorito. Y se lo debo a sa meua al.lota
que, encima de buscarme un enchufe que es la rehostia, muchas tardes me trae
merienda. Total, que no m´a quedao otra que pedirle relaciones y, ¡pásmate
gurriato! me ha dicho que por ella bien.
Julio no deja de asombrarse de cuanto le
está contando su paisano, y lo del noviazgo es la guinda de la historia, pero de
pronto recuerda algo que le contó Agustín en sus viajes.
-¿Pero tú no me contaste que tenías una
media novia en tu pueblo?
-Esa pregunta es una chuminá, paece mentira
que la hagas tú. Piensa que la Felisa está allí y la Roser aquí, ¿qué iba a
hacer sí no?
Aplastante lógica, se dice Julio y, cuando
va a seguir preguntando, Agustín le dice en un susurro:
-Cuidao con lo que le cuentas a la Roser que
me juego el enchufe y las meriendas. Por ahí vienen.
-No me has dicho que Roser
venía acompañada, ¿quién es la otra?
No hay respuesta porque las dos mozas ya
están a su altura. Una, que lleva una cesta, es bajita y regordeta, pero
bastante agraciada de cara y muestra una media sonrisa. La otra, de mediana
talla y delgada, tiene un rostro atractivo aunque con un rictus agrio. Agustín
se ha adelantado y ha plantado sendos besos en las mejillas de la bajita. A la
otra se limita a saludarla.
-Roser, Dolors, os presento a Julio Carreño,
paisano y, sobre to, un buen amigo. Vinimos juntos desde nuestra tierra. Ahora
está de escribiente en Capitanía General porque ahí donde le veis es contable,
y sabe más que el que inventó la gaseosa de bolita.
Las muchachas, de no más de diecinueve años al
cálculo de Julio, tienden tímidamente la mano que el mañego estrecha
educadamente al tiempo que las piropea.
-Me había dicho Agustín que hoy conocería a
las dos muchachas más guapas de Palma, pero veo que se ha quedado corto.
Encantado de conoceros.
La respuesta de la regordeta es una risilla
nerviosa. La delgada sí contesta.
-¡Vaya pico de oro que tiene tu amigo! –y
dirigiéndose a Julio le espeta-. Eso se lo dirás a todas, ¿veritat, recluta?
¡La
jodimos!, se dice Julio, a esta le he caído mal. Afortunadamente, a lo largo de
la tarde el ambiente se distiende y la merienda que ha traído la Roser
contribuye a que la relación se haga más cordial. Las jóvenes hasta tratan de
enseñarle a Julio algunas frases en mallorquín que es su lengua materna, quizá
por eso sueltan cada patada al diccionario de la RAE que tiembla el misterio.
Cuando Julio, al igual que hace todas las noches antes de dormirse, piensa en
Consuelo se pregunta: ¿debería contarle lo de la merienda de hoy?, ¿le gustará
que haya estado con otras chicas aunque solo he ido porque son amigas de
Agustín? Se queda dormido antes de encontrar respuesta.
En Malpartida, como suele hacer todos los
jueves, Consuelo se pasa por casa de su amiga Carolina para recoger la carta
semanal de Julio. Hay veces, sobre todo cuando hace mala mar, que la carta se
retrasa y llega el viernes e incluso el sábado. La promesa que se hicieron los
novios de escribirse todos los días no han podido mantenerla. Al final, la
correspondencia se ha ceñido a una o, en el mejor de los casos, dos cartas por
semana. El mañego ya le explicó que, a causa de sus obligaciones militares y
del trabajo en la bisutería, le resulta imposible escribirle diariamente.
Intentó hacerlo en la oficina, donde el trabajo nunca agobia, pero un día le
pilló el sargento y se ganó un broncazo de tres pares de narices. Desde
entonces no ha vuelto a intentarlo. En cuanto a Consuelo, su madre la tiene
cada vez más ocupada, pues en los últimos tiempos se ha empeñado en que debe
aprender a dirigir los trabajos de la peonada, de las fincas y los ganados.
Además, como sabe mucho más de números que ella, la ha encargado llevar la
administración de compras y ventas de ganado, semillas, aperos y cosechas. En
cuanto Carolina la oye entrar ya tiene el sobre en la mano.
-Tu cartita de toas las semanas. No podrás
quejarte, tienes un novio que es como el reloj del ayuntamiento, da las horas cuando
toca.
-Gracias, Carol. Estas cartas son las que me
ayudan a soportar a mi madre.
-¿Sigue empeñá en…? -Carolina no termina la
frase, es consciente de que su amiga sabe bien lo que iba a preguntar.
-Sí, hija. Es terca como una mula, pero apañá
va. Si cree que insistiendo va a conseguir que cambie de sentimientos no sabe
con quién se juega los cuartos.
-¿Quién ha sio el último? –Cualquiera diría
que las jóvenes hablan mediante un código cifrado, pero no, se están refiriendo
a los pertinaces intentos de la señora Soledad de buscarle a su hija un novio que
pertenezca a una familia de posibles de las que en el pueblo hay varias. Por lo
que cuando el pretendiente de turno se cansa de los desaires de Consuelo, al
poco tiempo la señora Soledad lo reemplaza por otro.
-No te lo vas a creer. El mayor de los
Berruguetes.
-¿El que es un poco tartaja y bisojo?
-El mismo.
Carolina no puede contenerse y suelta una
carcajada de la que al instante se arrepiente.
-Perdona, Consuelín, pero no he podio
aguantarme.
-Estás perdoná, Carol. Y te entiendo porque
el mozo es como para asustar al miedo.
-Si te busca pretendientes asina es porque
ya debe haber agotao los mozos con buena facha.
-Con buena facha y con buenos cuartos, no lo
olvides.
-No sé si debía contártelo…, pero lo voy a
hacer. Por el pueblo corre, no sé si es cierto o un bulo, la especie de que en
el casino se hacen apuestas sobre quien va a ganar vuestra pelea, si tu madre o
tú.
-¿Y por quién se decantan las apuestas?
-Paece que vais empatás.
-Hablando de cosas serías, ¿cómo va el
ajuar?
Carolina, que va a casarse con Argimiro, su
novio de siempre, está preparando la suma de enseres y ropa que, como es
costumbre, la mujer aporta al matrimonio. La futura esposa cuenta a su amiga
que está ahorrando para que le borden sus iniciales en las sábanas que va a
llevar al matrimonio como parte del ajuar.
-Aunque Argimiro no para de repetirme que no
me gaste las perras en bobás que sirven pa bien poco. Pero, ¿qué quieres que te
diga?, a mí me hace una jartá de ilusión.
-No hagas caso a Argimiro, Carol. Los
hombres no entienden que a nosotras esas cosas nos hagan tanta ilusión. Borda
tus sábanas y, si puedes, también la mantelería.
-¡Huy, la mantelería!, a eso no llego.
-Llegarás porque tu amiga Consuelo te la
regalará. Una baratita de seis cubiertos, pero tendrás mantelería. Y lo único
que siento es que mis ahorros no lleguen pa más.
A Carolina se le caen unos lagrimones gordos
como cañamones y se abraza emocionada a su amiga. Cuando Consuelo se va,
Carolina se queda pensando en lo de la mantelería que le va a regalar su amiga
con sus ahorros. ¿Qué ahorros?, se pregunta, si Consuelo no trabaja pa naide
sino en su casa. ¿Cómo se las arregla pa ahorrar? y, avispada que es, sospecha
que solo puede sacar dinero de una manera: sisándole a su madre. Bueno, se
dice, y a mí que me importa, que lo saque de dónde quiera, lo que vale es que
voy a tener mantelería y así completo el ajuar.
No sabe Carolina que sus sospechas son
ciertas. Hace tiempo que Consuelo tomó la resolución de sisarle a su madre. No
siente por ello ninguna clase de reparo moral. Desde que falleció su padre, la
señora Soledad la utiliza como la criada de la casa y en los últimos tiempos
como la administradora de la economía familiar. Todo ello sin estipendio ni
gratificación alguna. Además la joven teme que, conociendo a su madre, el ajuar
que lleve al matrimonio será tan escaso y pobretón como si fuera hija de un
bracero y no de una familia acomodada como la suya. Por lo que desde hace un
tiempo, y aprovechándose de los escasos conocimientos contables de su señora
madre, cada vez que realiza una venta de grano o de ganado se queda con un
pequeño porcentaje lo suficientemente corto como para que Soledad no se haya dado
cuenta. El dinero que obtiene se lo gasta en comprar piezas para su ajuar, y
hasta tiene encargado a unas monjas de Plasencia que le borden parte del equipo
con las iniciales CM, las que responden al apellido de Julio y el suyo. El mayor
problema que ha tenido ha sido donde guardar tantas prendas, pero ha encontrado
en la buhardilla un viejo arcón en el que se almacena ropa vieja y que nadie
toca. Encargó a un carpintero de un pueblo vecino, Toril, que fabricara un
doble fondo y en el mismo guarda amorosamente su ajuar. El que un día, todavía
lejano, piensa compartir con el hombre de su vida.
En cuanto Consuelo llega a casa, se encierra
en su habitación y abre la carta de Julio.
-l-
Palma de Mallorca, 24 de agosto de 1889.
Mi amor: al recibo de la presente espero que
estés bien de salud, la mía, a.D.g., también es buena.
Antes de contarte nada,…
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
24. No me la
merezco